Desde el punto de vista plástico me ha parecido muy hermosa: gran acierto la escenografía de Adrianne Lobel, los figurines de Christine Van Loon y la luminotecnia de James F. Ingalls. Y en lo que al trabajo del artista norteamericano se refiere, me ha gustado bastante pese a que no termino de compartir su planteamiento. Y es que ante todo su propuesta, que parte de una mirada muy optimista sobre el ser humano e incluye muchas poses que aluden directamente al neoclasicismo, es ante todo alegre, distendida, fresca, jovial y luminosa (si lo quieren en una sola palabra inglesa: gay), y por ende permanece ajena al conflicto y a las densidades dramáticas. Aceptando semejantes premisas, y yo al final conseguí hacerlo, uno puede disfrutar sin reservas del buen trabajo del veterano creador y de su Mark Morris Dance Group.
Desequilibrado el conjunto de solistas vocales. Flojearon el Jenor James Gilchrist y el bajo Andrew Foster-Williams, sobre todo por sus problemas con las agilidades; mejor lo hicieron Sarah-Jane Brandon -pese a su muy estridente registro agudo- y Elisabeth Watts. No importó demasiado, pues el conjunto escénico y musical estuvo muy bien integrado funcionando siempre bajo unos mismos parámetros expresivos: el "allegro" ganó al "penseroso". O sea, un Haendel para pasarlo bien por encima de cualquier otra ciscunstancia.
El no muy numeroso público asistente aplaudió con entusiasmo al cuerpo de baile y a su director, que nos sorprendió a todos con su aparición en persona sobre el escenario madrileño. Ah, el programa de mano incluye la traducción de los textos cantados, pero hubiera sido imprescindible la esta vez ausente subtitulación, ya que la coreografía hacía en no pocas ocasiones referencia directa los poemas de John Milton. Lástima.
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