domingo, 15 de diciembre de 2024

Ariadna en Naxos en el Maestranza: cita con la emoción

Triste que ayer 14 de noviembre no se llenara del todo la primera de las tres funciones de la excelente Ariadna en Naxos que ofrece el Teatro de la Maestranza. El público sevillano se volcó con Turandot –obra maestra, qué duda cabe–, pero parece ignorar que esta creación de Richard Strauss y Hugo von Hofmannsthal es una maravilla en todo: qué personajes más deliciosos, qué dramaturgia bien desarrollada, qué capacidad para combinar entretenimiento con hondura –las dos horas se pasan volando– y, sobre todo, qué increíblemente bella partitura, qué despliegue de riqueza tímbrica y melódica, qué vuelo en la inspiración poética… Así que comienzo con un aviso: si usted tiene la oportunidad, acuda al teatro del Paseo de Colón. Saldrá, como lo hicimos todos, mucho más feliz

 

Primer triunfador y responsable último de que la vertiente musical funcionara como un engranaje, Guillermo García Calvo. Dirigió la primera parte –ya saben, primero hay un prólogo y luego se representa la ópera propiamente dicha– con solvencia y corrección, como un kapellmeister que conoce bien lo que trae entre manos pero no se mete a fondo en el asunto: eché de menos mayor sentido teatral, una tímbrica más incisiva y mayor valentía en los contrastes. Pasó el intermedio, llegaron Ariadne, Bacchus y compañía, y ahí el maestro madrileño destapó el tarro de las esencias. ¡Vaya si lo hizo! De su magnífica labor durante esa hora y veinte minutos, que fue de menos a más para culminar en un dúo maravillosamente dirigido, destacaría el formidable equilibrio de planos que obtuvo de la Sinfónica de Sevilla –sedosa y redonda, en absoluto volcada a la brillantez– y el carácter particularmente curvilíneo, melódico y sensual del fraseo. El trabajo con los cantantes, por lo demás, quedaba muy claro. La pregunta del millón: ¿por qué demonios no se ha llamado antes a este señor para bajar al foso de Sevilla?

Encontrar un elenco adecuado para esta ópera resulta endiabladamente difícil. No sé quién es el responsable último del asunto en el Maestranza, pero alguien hay que ha acertado de pleno: sin que se pueda hablar de excelsitud –eso queda para las grabaciones discográficas, y por ahí hay una de voces increíbles estropeada por la batuta de Kurt Masur–, se formó un equipo de muy digna altura y –lo más importante– enorme homogeneidad. Como uno solo falle, adiós. Y nadie falló.


Lo menos bueno fue el Compositor de Cecelia Hall. Dice Arturo Reverter en sus notas que el personaje está a medio camino entre la soprano y la mezzo. A mí me gusta mucho más lo segundo: se amolda mejor a la mezcla de sensualidad y melancolía que necesita el personaje. Hall es mezzo, pero a su voz le faltan peso y carne. Además, solo se proyecta bien cuando se encuentra al borde del proscenio. Dicho esto, repito lo que escribí cuando le escuché este mismo rol en la versión de concierto que dirigió Andrew Davis –mismo nivel de García Calvo– en el Palau de Les Arts en 2011: esta señora es “dueña de una excelente línea y una apreciable sensibilidad”. Y añado que como actriz –formidablemente caracterizada como jovencito– estuvo estupenda.

Para Zerbinetta, ya se sabe: lírico-ligera con una coloratura no menos que sensacional. La joven soprano donostiarra Elena Sancho se queda en ligera, lo que la dejó un poco a medio camino, pero en “lo otro”, en las agilidades, deslumbro al personal. Cantó con un gusto exquisito, además. Y no, no chilló en sus terroríficos sobreagudos. Su éxito ente el respetable estuvo justificado. Atención al futuro, porque con un poco de suerte el instrumento puede ensancharse.

Voz muy bien timbrada y canto de mucha calidad el de José Antonio López haciendo del Maestro de música. ¿Para qué buscar un alemán o austríaco si este barítono murciano está por encima de la media? Bravo por él. Muy bien los secundarios, y perfectamente conjuntados los equipos de bufos y ninfas; entre estas últimas se encontraba mi admirada soprano sanluqueña Ruth Rosique.


Quedan los dos “wagnerianos”, Bacchus y Ariadne. El papel del tenor tiene muchísima guasa: canta poco, su parte es dificilísima y queda deslucido frente a la diva de turno. Se encargó este hueso duro de roer Gustavo López Manzitti, artista porteño que no hacía su debut en el Teatro de la Maestranza. Verán ustedes, hace un par de décadas vino como integrante de Les Luthiers sustituyendo nada menos que a Marcos Mundstock. Meses más tarde le vimos en el Villamarta de Jerez en el mismo espectáculo –Todo por que rías–, reemplazando esta vez al no menos inolvidable Daniel Rabinovich. En ambos casos, con independencia de la notable vis cómica de la que hizo gala, me llamó mucho la atención por su excelencia vocal –muy, pero que muy por encima de los dos luthiers citados–, así que me alegré cuando me enteré que había emprendido una carrera como tenor. ¡De Don José al mismísimo Tristán, nada menos! Pues sí, dos décadas después este señor es un tenor heroico con todas las de la ley, y aunque su voz no sea de una particular calidad, puede con el papel y lo canta francamente bien. Por lo demás, sus dotes para la comedia quedaron bien de manifiesto en esta regie, de la que hablaré más abajo.

Lo mejor vocalmente fue Lianna Haroutounian, soprano armenia con la voz que Ariadne necesita: opulenta y carnosa, de agudos tan brillantes como firmes, graves holgados y muy amplio fiato. No basta con eso, claro. Hay que cantar bien, y además con muchísimo vuelo poético. Lo hubo, aunque aquí interfirió la puesta en escena, que intentaré ahora explicarles.

La producción venía de Ratisbona y la ha comprado el Maestranza. Su responsable es el andorrano Joan Anton Rechi. Propuesta personalísima y muy discutible, pero no por el hecho de que la acción se trasladase a la Viena ocupada por los nazis –esa que tan bien conoció el acomodaticio Doktor Strauss, dicho sea con un poco de cabreo por mi parte-; ni porque nada más abrirse el telón apareciese una foto de Francisco Franco. Tampoco por que la troupe de italianos sea aquí sustituido por un equipo de españoles más o menos aflamencados y de estética muy marica, todo ello en explícita referencia a la película La niña de tus ojos y, claro está, a las andanzas de Imperio Argentina en Alemania que inspiraron la película de Trueba.

 

La originalidad, como también los errores y los aciertos de la función, vino por la manera en que Rechi decidió resolver dos de los problemas de este título. Uno, cómo materializar la ópera Ariadne auf Naxos –esto es, la que se prepara durante el prólogo–, sin que a un espectador del siglo XXI aquello le resulte ridículo. Respuesta: coger el toro por los cuernos y hacer algo rematadamente kitsch, hortera y chirriante con la que reírse de las propuestas escénicas de aquella época, las que todavía ponían a las valquirias con cascos y tal. Dos, cómo enlazar la segunda parte con la primera y, sobre todo, cómo concederle la importancia que se merece al flechazo que el Compositor parece sentir por Zerbinetta. Y aquí Rechi decide, en arriesgadísimo salto mortal, convertir la relación entre los dos personajes en centro de la dramaturgia y recuperar en la conclusión a aquellos personajes de los que Hofmannsthal decide alejarnos.

El resultado es sumamente irregular. El prólogo comienza de manera poco convincente: tanta puerta que se abre y cierra llega a marear, mientras que el gag de la falda de Zerbinetta enganchada en la cremallera del varón se estira de manera fastidiosa. Luego la cosa va mejorando, se aprecia una excelente dirección de actores y el humor de sal gorda por el que se apuesta llega a funcionar, incluyendo ese mayordomo encarnado por el actor Michel Witte que es un trasunto de Hitler. Cuando comienza la segunda parte el Compositor sigue ahí, tendido en el suelo aferrado a la partitura. Pronto aparecen las náyades y Ariadne, todas ellas con caracterización voluntariamente ridícula. Los numeritos folclóricos “andaluces” resultan muy bien recibidos, y toda la parte de Zerbinetta se encuentra estupendamente resuelta. Un acierto que se haga que la pobre soprano que encarna a Ariadne intente infructuosamente seguir la corriente a los cómicos, como también que el Compositor intercambie un beso volado con Zerbinetta. En toda esa parte lo pasamos en grande.

Aparece Bacchus y llega el gran, enorme error del regista: el cachondeo continúa. No señor, aquí la cosa se pone seria y la música tiene que volar. Las notas de José García Jurado incluidas en el libreto editado por el Maestranza incluyen un texto de Hofmannsthal que lo deja clarísimo: “Con la entrada de Bacchus deben desaparecer los bastidores de cartón (…), la noche debe envolver a Bacchus y Ariadne (…); no debe quedar ya nada del ‘teatro dentro del teatro’, ni siquiera en estado de traza”. Efectivamente, uno tiene que olvidarse por completo del enredo y volar alto, pero aquí Rechi se empeña en montar un duelo de divos entre él y ella, que siguen siendo el tenor y la Soprano, no Baco y Ariadna. La gente se ríe mucho, pero se olvida que partitura y libreto caminan por otro lado. 

Venturosamente, para los últimos diez minutos de la función Rechi guarda un as en la manga, una genialidad que considero una de las mejores cosas que he visto en directo: la sección postrera del dúo no tiene lugar en la ópera representada en el palacio vienés, sino durante los aplausos de la función y a cámara lenta. Las frases no se las intercambian los dos personajes mitológicos, sino que van de los protagonistas a los integrantes del prólogo. ¿Tiene sentido? Sí, el texto lo permite. La intervención de Zerbinetta se dirige al Compositor, que delante de nosotros conocen su feliz, extraordinariamente emotivo reencuentro. Y los segundos finales, que prefiero no desvelar, son de una belleza, una profundidad y un sabor agridulce que nos dejan con el corazón en un puño.

Insisto: acudan al Maestranza si pueden. Es una cita con la belleza, con la música, con el teatro y con la emoción.

PD. Las excelentes fotos son las oficiales de Guillermo Mendo.

viernes, 13 de diciembre de 2024

La Turangalila de Nelsons y Wang: brillantez y nerviosismo

La primera vez que escuché la Sinfonía Turangalila de Olivier Messiaen fue en directo, en el Teatro de la Maestranza allá por abril de 1993. Yo no había aún cumplido los veintidós, así que supuso todo un trauma: de inmediato se convirtió en una de mis obras preferidas del siglo XX. La interpretación debió de contribuir lo suyo, pues allí estaban Riccardo Chailly, la Filarmónica de La Scala, Jean Yves Thibaudet y Takashi Harada. En la firma de autógrafos le pregunté al maestro si iban a grabarla obra, y con una enorme sonrisa me replicó que ya estaba grabada, con los mismos solistas y la Orquesta del Concertgebouw. Compré el disco en cuanto salió, y luego la edición en SACD. Comprenderá el lector que, con todas estas circunstancias, para mí es esa y no otra la versión por excelencia de la genial partitura. Poco a poco fui llegando a otras propuestas interesantísimas, como la muy impresionista de André Previn que tengo en formato cuadrafónico o la salvajada expresionista de Kent Nagano; de estas y de unas cuantas más hablé por aquí en una discografía improvisada.

He vuelto a escuchar la de Chailly, y me reafirmo en mi opinión: es la referencia absoluta gracias a su capacidad para sintetizar con el equilibrio más adecuado las diferentes facetas de la partitura, amén de por la soberbia ejecución de los holandeses. También he querido acercarme al vídeo de Gustavo Dudamel y la Simón Bolívar disponible en YouTube, que no es el que se filmó en la Philharmonie de Berlín antaño disponible en la Digital Concert Hall sino otro con Yuja Wang en lugar de Thibaudet. Gran recreación particularmente por la mezcla de sensualidad y entusiasmo que emana de la batuta. Todo este repaso, para realizar una audición en condiciones del registro que, de momento solo en formato digital, acaba de lanzar Deutsche Grammophon con Andris Nelsons, la Sinfónica de Boston y la citada pianista china. Primera grabación, por cierto, de la orquesta que encargó la obra: no es detalle baladí.

Vamos al grano, que llevo ya demasiadas líneas sin decir nada. Desde el punto el vista técnico, esta es una recreación colosal. Las hay igual de increíblemente bien tocadas, pero no mejor: es imposible. Hay una todavía más satisfactoriamente diseccionada, la de Cambreling, si bien aquella no llega al nivel de ejecución de lo que aquí consiguen un Andris Nelsons y una Sinfónica de Boston en la cima del virtuosismo. Todo increíblemente bien expuesto, amén de recreado con una amplísima gama de colores la orquesta sabe sonar tanto curvilínea como incisiva y haciendo gala de un envidiable sentido de las texturas.

Desde el punto de vista expresivo encuentro algunos reparos. Las grandes virtudes en este terreno son el indesmayable vigor rítmico, la brillantez bien entendida y la atención a los aspectos conflictivos de esta música: hay tensiones, hay angulosidades e incluso hay violencia, si bien lejos del carácter angustioso y obsesivo de Nagano. Tambien hay delicadeza y refinamiento. Ahora bien, la sensualidad, la atmósfera impresionista y por qué no decirlo la espiritualidad que anidad en los pentagramas no se encuentran atendidas al cien por cien, al tiempo que se evidencia, sobre todo en la segunda parte de la obra también en el arranque del cuatro movimiento, una tendencia al nerviosismo que no me resulta convincente. Reparos menores, en cualquier caso, frente a un reparo mayor: el carácter frivolón que Andris Nelsons imprime al Finale.

Yuja Wang estaba magnífica con Dudamel merced a un su toque agilísimo, poco denso en la antípoda de la visceralidad percutiva de Aimard con Nagano, plagado de sutilísimas inflexiones idóneas para recrear lo que con mucha mala leche Celibidache llamaba "música de pajaritos, pío pío". La pianista china parece encontrarse todavía más a gusto con Nelsons: su fraseo felino tendente al nerviosismo encaja bien con la idea que el maestro letón parece tener de esta música. La joven Cécile Lartigau me ha gustado muy especialmente en las ondas Martenot.

¿Toma de sonido? En el Dolby Atmos que ofrece la plataforma Stage + es la mejor de todas, incluyendo el portentoso SACD de Chailly arriba citado. Total, que aun con todos los reparos expuestos este es un registro a conocer. A ver si escucho algunos discos más y actualizo la discografía comparada.

jueves, 12 de diciembre de 2024

Offenbach "romántico" por Minkowski

Compré este disco –de segunda mano– dedicado al bueno de Jacques Offenbach pensando que era un SACD, por el tipo de caja utilizada. Me equivoqué: es un CD, y no suena especialmente bien. También pensé que Marc Minkowski iba a dirigir este repertorio mejor de lo que suele hacerlo con otros. Nuevo error: el trazo grueso y la vulgaridad, cuando no la zafiedad, se hacen demasiado presentes. ¿Y la música? En ella radica el interés de este registro, realizado en enero de 2006 en Grenoble, y tampoco puede decirse que sea una maravilla. Pero sí es, cuanto menos, curiosa. 

De hecho, es novedad musicológica el Grand Concerto pour violoncelle et orchestra, del que hasta ahora solo se conocía una versión en la que los dos últimos movimientos eran un arreglo realizado a partir de borradores. El musicólogo Jean-Christophe Keck ha encontrado en los archivos los originales de Offenbach completados por él de su puño y letra, de tal manera que se nos ofrece aquí su primera grabación mundial. La verdad es que veinte minutos solo para el tercero –la obra se extiende hasta los cuarenta y tres– es un exceso, por mucho que Keck nos indique –con mucho acierto– que hay momentos en él que anuncian soluciones de Mahler y Shostakovich, y a pesar de que el melómano reconocerá en él al Offenbach burbujeante y juguetón que todos tenemos en mente. Ahora bien, no es menos verdad que el Andante central contiene bellezas melódicas muy dignas de apreciar. El violonchelista Jérôme Pernoo demuestra virtuosismo más que suficiente en una partitura en la que el autor pensó para su propio lucimiento al violonchelo.

Mucho menos pesada y más refrescante la obertura de Orphée aux enfers, que por cierto es la revisada de 1874 y no la que yo conocía. Se escuchan con interés los tres números de la ópera Les Fées du Rhin, de donde sale la celebérrima barcarola de Los cuentos de Hoffmann. Y es una delicia, a pesar de la terrible dirección de Minkowski y de que los instrumentos originales no parezcan del todo adecuados, la selección de once minutos de Voyage dans la lune.

viernes, 6 de diciembre de 2024

El mejor disco de Zubin Mehta

En 1969 un joven Zubin Mehta realizó su primer registro de la Sinfonía Doméstica de Richard Strauss. Lo hizo poniéndose al frente de la Filarmónica de Los Ángeles y con el apoyo de la espléndida tecnología del sello Decca, y le salió francamente bien: interpretación decidida, directa e intensa, aunque todavía un tanto alicorta en sensualidad y vuelo poético. En 1985 y ya para CBS hizo con la Filarmónica de Berlín la versión que parecía –solo parecía– ser de referencia: la comenté en este mismo blog hace algunos años. Más tarde, en fecha indeterminada, dejó un testimonio con la Filarmónica de Londres que no he podido escuchar. Y en 2009 volvió a contar con la complicidad de los Berliner Philharmoniker para dejar claro que aquella primera ocasión solo había sido un paso intermedio en la reivindicación de este poema sinfónico que, reconozcámoslo, tampoco es el mejor de los de su autor. También aquí hablé de ella: se llevaba "el diez" y la anterior se quedaba con "el nueve y medio", por decirlo de alguna manera.

Pues bien, tras la entusiasta recomendación de un amigo he comprado el último de los registros del maestro de Bombay, grabación de 2021 editada por la propia Filarmónica de Múnich. Y hay que volver a ajustar las calificaciones o, por lo menos, conceder una matrícula de honor. Las cosas han mejorado, sí, pero no exactamente siguiendo la misma línea interpretativa, sino enriqueciéndola. Fíjense bien, si en su filmación berlinesa el maestro alcanzaba los 44’19’’, en esta doce años posterior se dilata hasta nada menos que los 49’12’’, un verdadero récord. El pleno dominio del idioma straussiano sigue ahí, la riqueza del color continúa deslumbrando, la mezcla de músculo sonoro, opulencia bien entendida, carácter narrativo, sentido del humor y brillantez permanece como antes, pero ahora las melodías están todavía más paladeadas, la sensualidad es mayor, el carácter íntimo y amoroso de esta música se hace más presente, la poesía vuela todavía más alto…

Así las cosas, si la versión para CBS del maestro era la "masculina" por excelencia y la de Maazel de Viena podría considerarse como "femenina", ahora finalmente Mehta ha conseguido la perfecta fusión entre Él y Ella, entre lo viril y la femineidad. Incluso se podría decir que el niño –aquí tratado de manera menos “gamberra”, con mayor ternura– alcanza la misma relevancia que la pareja. De esta manera, Don Zubin firma uno de los discos más importantes de su carrera, quizá el más grande junto con uno que no es propiamente sinfónico: la Turandot con Sutherland, Pavarotti y Caballé. La toma en vivo de la Doméstica es espléndida. ¡Ni se les ocurra perdérsela!

miércoles, 4 de diciembre de 2024

Ateneo Rumano: música de cámara de alto nivel

Se me quedaba en el tintero el evento del sábado 23 de noviembre en el Ateneul Roman de Bucarest: el Trío Alpha ofrecía –sin solución de continuidad: la primera partitura era breve– páginas de Rachmaninov y Tchaikovsky. No entiendo nada del idioma, pero a tenor de la locución inicial me pareció que era el debut de los artistas. La sala no estaba llena, pero el público se mostró particularmente caluroso: parecía existir complicidad mutua.

Filias aparte, el nivel interpretativo fue alto por parte de tres artistas que venían con muy buen currículo personal. A pesar de que tuvo un par de resbalones técnicos, me dio la impresión de que el violinista Valentin Serban era quien llevaba la voz cantante en lo expresivo. Estuvo muy bien el violonchelo de Stefan Cazacu, mientras que el pianista Ioan-Dragos Dimitriu me pareció algo neutro dentro de su incuestionable solvencia. En cualquier caso, se mantuvo el equilibrio en dos partituras de las que se ha dicho que son culpables de otorgar excesiva presencia al piano.

El programa, de enorme coherencia, era el mismo que el de un disco grabado en 2009 por Vadim Repin, Mischa Maisky y Lang Lang para DG: Trio élégiaque nº 1 de Rachmaninov y Trío con piano op. 50 de Tchaikovsky. Breve el primero, muy largo el segundo, ambos terminan con sendas marchas fúnebres. Quien a ustedes se dirige no conocía la obra de Rachmaninov, así que en los días previos me tuve que zampar varias versiones. La de Tchaikovsky sí, pero la tenía poco "trabajada": excusa para escucharla de nuevo en repetidas oportunidades. Salí satisfecho de la experiencia, si bien confieso que me gusta más la del autor de Vocalise: va al grano. La otra quizá divaga en exceso.

En lo que a las interpretaciones del Trio Alpha se refiere, la comparación me hizo ver que, aunque en absoluto ofrecieran versiones referenciales, se movieron en un nivel que ya quisiéramos escuchar de manera cotidiana por nuestros lares. Los tres artistas tenían claro lo que querían hacer: resultar intensos sin caer en algo muy tentador en los dos compositores referidos, el sentimentalismo entendido como una mezcla de blandura y amaneramiento. Para entendernos, prefirieron quedare algo cortos –en magia poética, también en ternura– en lugar de pasarse, lo que resultó de lo más sensato. Las tensiones de la música estuvieron francamente bien planteadas, sin precipitaciones. Total, que a pesar del calor en la sala y de que no hubo pausa, el recital enganchó de principio a fin. Por eso mismo, los entusiastas aplausos estuvieron merecidos. ¡Bravo!

domingo, 1 de diciembre de 2024

Sonatas de Mozart por Perlman y Barenboim

Este disco fue registrado por DG en la Maison de la Mutualité de París en noviembre de 1985. Yo había escuchado su contenido cuando me acerqué a la colección de Sonatas para piano y violín de Mozart grabada por Daniel Barenboim e Itzhak Perlman, pero ahora que he tenido la oportunidad de comprarlo en soporte físico –de segunda mano, en un mercadillo de Módena– he vuelto a escucharlo.

La audición me ha servido, ante todo, para confirmar el genio del de Salzburgo. Es verdad que la Sonata KV 376 no alberga particular interés, pero vaya si lo tiene la KV 377. ¿Se puede ser más elegante y vital al mismo tiempo? ¿Es posible sintetizar mejor galantería y frivolidad bien entendida con hondura expresiva? ¿Y qué me dicen de la manera de alternar el protagonismo de los instrumentos? Suele afirmarse que con estas páginas Mozart convirtió lo que en principio eran obras para tecla con acompañamiento de violín en páginas para violín y fortepiano en igualdad de condiciones, y eso es justo lo que aquí queda de relieve: las dos partes reciben las mismas exigencias tanto técnicas como expresivas, al tiempo que tienen idénticas oportunidades de lucimiento. Algo muy parecido puede decirse de las dos series de variaciones que presenta el CD, La Bergére Célimène KV 359 y Hélas, j'ai perdu mon amant KV 360. ¡Qué manera de partir de sendas chorradillas para ir profundizando poco a poco en los diferentes estados del alma humana!

Las interpretaciones. A ver, el sonido de Perlman –agudo muy áspero, hiriente incluso– es quizá el ideal para Tchaikovsky, Sibelius o Berg, pero no para Mozart. Técnicamente, ya se sabe, no hay quien le tosa. Y en lo expresivo se las sabe todas, porque pasa con facilidad insólita de una atmósfera a otra sin perder el sentido de la elegancia mozartiana. Barenboim es Barenboim, y por ende no se limita precisamente a ser un acompañante. Justo lo que esta música pide: un piano de enorme relevancia. En cualquier caso, lo importante es que los dos amigos encuentran una sintonía absoluta en lo que hacen y ofrecen música de cámara "de verdad", dialogando como solo dos artistas gigantescos y con plena confianza entre ellos saben hacer.

Concretando un poco, en la Sonata para piano y violín nº 24, KV 376 logran ofrecer un primer movimiento delicioso, coqueto en el mejor de los sentidos y con efervescencia ajena al nerviosismo. ¿Quién dijo que el Mozart de Barenboim era demasiado serio? Lo sería en los años sesenta, pero no ya en los ochenta. El Andante lo llevan sin lentitudes y con emotividad. Tercero en la línea del primero, sin que moleste la aspereza del violín de Perlman.

En las Doce variaciones sobre La Bergére Célimène los dos artistas dan una lección de sensibilidad y estilo mozartiano, ofreciendo variedad expresiva desde el mayor control y equilibrio formal. Equilibrio, que no ausencia de contrastes ni timidez cuando toca poner acentos. La manera en la que cada uno pasa el protagonismo al otro en cada una de las variaciones es digna de admiración. Por lo demás, justo es dejar testimonio de cómo en la penúltima variación Barenboim alcanza la más absoluta excelsitud poética.

Siendo espléndidos los movimientos extremos de la Sonata para piano y violín nº 25, el tema con variaciones del central permite a los dos artistas desplegar una cantabilidad asombrosa y destilar esa poesía agridulce, llena de desazón pero siempre elegantísima, que caracteriza la mejor música mozartiana. Las Seis variaciones KV 360 vuelven a resultar una delicia; la música no alcanza semejante excelsitud, pero hay muchos momentos en los que nos toca en lo más hondo.

Una cosa más: dada la naturaleza de estas creaciones, les recomiendo vivamente que se acerquen a la integral historicista de Gary Cooper y Rachel Podger para el sello Channel. Es magnífica en lo interpretativo y dice cosas distintas, igualmente válidas y no menos necesarias para comprender a Mozart.

Ariadna en Naxos en el Maestranza: cita con la emoción

Triste que ayer 14 de noviembre no se llenara del todo la primera de las tres funciones de la excelente Ariadna en Naxos que ofrece el Teat...