Se me quedaba en el tintero el evento del sábado 23 de noviembre en el Ateneul Roman de Bucarest: el Trío Alpha ofrecía –sin solución de continuidad: la primera partitura era breve– páginas de Rachmaninov y Tchaikovsky. No entiendo nada del idioma, pero a tenor de la locución inicial me pareció que era el debut de los artistas. La sala no estaba llena, pero el público se mostró particularmente caluroso: parecía existir complicidad mutua.
Filias aparte, el nivel interpretativo fue alto por parte de tres artistas que venían con muy buen currículo personal. A pesar de que tuvo un par de resbalones técnicos, me dio la impresión de que el violinista Valentin Serban era quien llevaba la voz cantante en lo expresivo. Estuvo muy bien el violonchelo de Stefan Cazacu, mientras que el pianista Ioan-Dragos Dimitriu me pareció algo neutro dentro de su incuestionable solvencia. En cualquier caso, se mantuvo el equilibrio en dos partituras de las que se ha dicho que son culpables de otorgar excesiva presencia al piano.
El programa, de enorme coherencia, era el mismo que el de un disco grabado en 2009 por Vadim Repin, Mischa Maisky y Lang Lang para DG: Trio élégiaque nº 1 de Rachmaninov y Trío con piano op. 50 de Tchaikovsky. Breve el primero, muy largo el segundo, ambos terminan con sendas marchas fúnebres. Quien a ustedes se dirige no conocía la obra de Rachmaninov, así que en los días previos me tuve que zampar varias versiones. La de Tchaikovsky sí, pero la tenía poco "trabajada": excusa para escucharla de nuevo en repetidas oportunidades. Salí satisfecho de la experiencia, si bien confieso que me gusta más la del autor de Vocalise: va al grano. La otra quizá divaga en exceso.
En lo que a las interpretaciones del Trio Alpha se refiere, la comparación me hizo ver que, aunque en absoluto ofrecieran versiones referenciales, se movieron en un nivel que ya quisiéramos escuchar de manera cotidiana por nuestros lares. Los tres artistas tenían claro lo que querían hacer: resultar intensos sin caer en algo muy tentador en los dos compositores referidos, el sentimentalismo entendido como una mezcla de blandura y amaneramiento. Para entendernos, prefirieron quedare algo cortos –en magia poética, también en ternura– en lugar de pasarse, lo que resultó de lo más sensato. Las tensiones de la música estuvieron francamente bien planteadas, sin precipitaciones. Total, que a pesar del calor en la sala y de que no hubo pausa, el recital enganchó de principio a fin. Por eso mismo, los entusiastas aplausos estuvieron merecidos. ¡Bravo!
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