La primera vez que escuché la Sinfonía Turangalila de Olivier Messiaen fue en directo, en el Teatro de la Maestranza allá por abril de 1993. Yo no había aún cumplido los veintidós, así que supuso todo un trauma: de inmediato se convirtió en una de mis obras preferidas del siglo XX. La interpretación debió de contribuir lo suyo, pues allí estaban Riccardo Chailly, la Filarmónica de La Scala, Jean Yves Thibaudet y Takashi Harada. En la firma de autógrafos le pregunté al maestro si iban a grabarla obra, y con una enorme sonrisa me replicó que ya estaba grabada, con los mismos solistas y la Orquesta del Concertgebouw. Compré el disco en cuanto salió, y luego la edición en SACD. Comprenderá el lector que, con todas estas circunstancias, para mí es esa y no otra la versión por excelencia de la genial partitura. Poco a poco fui llegando a otras propuestas interesantísimas, como la muy impresionista de André Previn –que tengo en formato cuadrafónico– o la salvajada expresionista de Kent Nagano; de estas y de unas cuantas más hablé por aquí en una discografía improvisada.
He vuelto a escuchar la de Chailly, y me reafirmo en mi opinión: es la referencia absoluta gracias a su capacidad para sintetizar con el equilibrio más adecuado las diferentes facetas de la partitura, amén de por la soberbia ejecución de los holandeses. También he querido acercarme al vídeo de Gustavo Dudamel y la Simón Bolívar disponible en YouTube, que no es el que se filmó en la Philharmonie de Berlín –antaño disponible en la Digital Concert Hall– sino otro con Yuja Wang en lugar de Thibaudet. Gran recreación particularmente por la mezcla de sensualidad y entusiasmo que emana de la batuta. Todo este repaso, para realizar una audición en condiciones del registro que, de momento solo en formato digital, acaba de lanzar Deutsche Grammophon con Andris Nelsons, la Sinfónica de Boston y la citada pianista china. Primera grabación, por cierto, de la orquesta que encargó la obra: no es detalle baladí.
Vamos al grano, que llevo ya demasiadas líneas sin decir nada. Desde el punto el vista técnico, esta es una recreación colosal. Las hay igual de increíblemente bien tocadas, pero no mejor: es imposible. Hay una todavía más satisfactoriamente diseccionada, la de Cambreling, si bien aquella no llega al nivel de ejecución de lo que aquí consiguen un Andris Nelsons y una Sinfónica de Boston en la cima del virtuosismo. Todo increíblemente bien expuesto, amén de recreado con una amplísima gama de colores –la orquesta sabe sonar tanto curvilínea como incisiva– y haciendo gala de un envidiable sentido de las texturas.
Desde el punto de vista expresivo encuentro algunos reparos. Las grandes virtudes en este terreno son el indesmayable vigor rítmico, la brillantez bien entendida y la atención a los aspectos conflictivos de esta música: hay tensiones, hay angulosidades e incluso hay violencia, si bien lejos del carácter angustioso y obsesivo de Nagano. Tambien hay delicadeza y refinamiento. Ahora bien, la sensualidad, la atmósfera impresionista y –por qué no decirlo– la espiritualidad que anidad en los pentagramas no se encuentran atendidas al cien por cien, al tiempo que se evidencia, sobre todo en la segunda parte de la obra –también en el arranque del cuatro movimiento–, una tendencia al nerviosismo que no me resulta convincente. Reparos menores, en cualquier caso, frente a un reparo mayor: el carácter frivolón que Andris Nelsons imprime al Finale.
Yuja Wang estaba magnífica con Dudamel merced a un su toque agilísimo, poco denso –en la antípoda de la visceralidad percutiva de Aimard con Nagano–, plagado de sutilísimas inflexiones idóneas para recrear lo que con mucha mala leche Celibidache llamaba "música de pajaritos, pío pío". La pianista china parece encontrarse todavía más a gusto con Nelsons: su fraseo felino tendente al nerviosismo encaja bien con la idea que el maestro letón parece tener de esta música. La joven Cécile Lartigau me ha gustado muy especialmente en las ondas Martenot.
¿Toma de sonido? En el Dolby Atmos que ofrece la plataforma Stage + es la mejor de todas, incluyendo el portentoso SACD de Chailly arriba citado. Total, que aun con todos los reparos expuestos este es un registro a conocer. A ver si escucho algunos discos más y actualizo la discografía comparada.
2 comentarios:
Está bien saber que Andris Nelsons sigue siendo capaz de ofrecer mayor temperamento o carácter dramático cuando corresponde, como parece ser que ocurre en esta Turangalila. Conociendo cómo fue su ciclo de sinfonías de Beethoven, sus grabaciones más recientes de poemas sinfónicos de Richard Strauss y sus sinfonías de Bruckner, debo decir que casi me alegra leer sobre el carácter “nervioso” de esta versión. Me das ganas de escuchar lo que sale de ahí; la verdad es que estaba un tanto escéptico… Aunque claro, para ti este supuesto “cambio” no ha debido de ser tan marcado, porque por lo que escribiste su Mahler te convenció bastante, y sin una cierta dosis de expresionismo es difícil hacer una serie Mahler decente.
Coincido con eso del Beethoven, Bruckner y Strauss: de alto nivel, pero más mansos de la cuenta. Eso no se puede aplicar a su Turangalila, desde luego. Por cierto, salgo de la Ariadna en Naxos del Maestranza. Una delicia.
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