domingo, 14 de enero de 2024

Sinfonía Turangalila, de Messiaen: discografía comparada

Me preguntaba esta mañana un amigo si tengo una discografía comparada de la Sinfonía Turangalila. Pues no.  Le dedico a él esta que, con sus enormes insuficiencias, acabo de improvisar.


 

1. Ozawa/Sinfónica de Toronto (RCA, 1967). Aunque ciertamente el director oriental pone su extraordinario sentido del color, de la sensualidad y del refinamiento al servicio de un bellísimo movimiento central, lo cierto es que la versión en su conjunto dista de encajar con lo que esperábamos de Ozawa. Todo suena demasiado nervioso y ruidoso, incluso confuso –solo en parte culpa de la toma, que además presenta cierta distorsión tímbrica–, echándose en falta un trabajo analítico más a fondo y, sobre todo, un fraseo más amplio que alcance mayor grandeza en determinados momentos cruciales. Todo esto no debe confundirse con el enfoque expresionista de, por ejemplo, un Nagano: a Ozawa lo que le falla es la concentración y la capacidad para profundizar en las notas. Tampoco la orquesta es precisamente gran cosa: los metales son más bien estridentes. Ivonne Loriod sigue el enfoque dramático de la batuta. Irreprochable su hermana Jeanne con las ondas Martenot. (7)

 

 

2. Previn/Sinfónica de Londres (EMI, 1977). Dirección centradísima en el estilo, admirable desde el punto de vista técnico y atenta tanto a los aspectos dramáticos de la pieza como, especialmente, a los sensuales y metafísicos. No hay nada de blandura ni de exhibicionismo. Un poco más de exaltación, de sentido lúdico y de carácter visionario no le vendría mal. Notabilísimo Michel Béroff, aunque aún podría ofrecer un sonido más rico y una mayor variedad de matices. De nuevo impecable Jeanne Loriod. Fantástico el sonido en DVD-Audio gracias a su espectacular gama dinámica, aunque la tímbrica no sea la mejor posible. (8)

 

3. Salonen/Orquesta Philharmonia (CBS, 1985). Como era de esperar, Salonen hace una lectura más intelectual que pasional, presidida por la objetividad, el análisis y la perfecta planificación horizontal y vertical, pero sin mucha emoción. Lo mejor, el sabor straviskiano que obtiene de la partitura. Lo menos bueno, la relativa ausencia de sensualidad y de carácter visionario. Crossley muestra un enorme virtuosismo, aunque se le podría pedir más variedad expresiva. Murail está magnífico a las ondas Martenot. (8)

 

4. Chung/Orquesta de la Bastilla (DG, 1990). Con el compositor presente en las sesiones de grabación, el director oriental apuesta por la sensualidad y el refinamiento tímbricos, incluso por la belleza sonora en sí mismas, ofreciendo una lectura que mira hacia lo impresionista difuminando ciertas aristas y preocupándose más de las texturas que de la acumulación de tensiones. La opción es coherente y funciona bien, aunque desde luego en los dos últimos movimientos se echan de menos tensión sonora, fuerza y garra. La orquesta podría ser mejor. Las Loriod están fantásticas, en una línea que sigue a la batuta en su mayor interés por lo sensual que por lo dramático. Si Messiaen lo quería estupendo. (8)


5. Chailly/Orquesta del Concertgebouw (Decca, 1992). Tuve la suerte de que mi primera experiencia con la Turangalila fue en directo con Riccardo Chailly. La verdad es que fue para mí toda una conmoción. En la firma de autógrafos le pregunté al maestro si iban a grabar la obra. “Ya está grabada”, me respondió, “y con los mismos solistas”. Al poco tiempo Decca publicó el resultado. Escuchada con el paso del tiempo, lo más maravilloso de la interpretación, fabulosamente tocada y grabada, es cómo la batuta logra aunar el refinamiento, el sentido del color, el colorido y la morbidez de las texturas propias del impresionismo –sin perderse nunca en lo contemplativo– con un sentido de la tensión dramática y de las aristas de corte expresionista. Fabulosos Thibaudet y Harada, redondeando la que quizá sea la interpretación de referencia. El multicanal del SACD permite una extraordinaria claridad de las texturas. (10)


6. Nagano/Filarmónica de Berlín (Teldec, 2000). Toda una experiencia la audición de esta toma en vivo –técnicamente magnífica– en la que el maestro Kent Nagano, armado de una técnica sin fisuras con la que extrae el máximo partido de una orquesta portentosa, adopta una postura radical: renunciar a lo que esta obra tiene de contemplativo, evocador, sensual y amoroso para ofrecer una visión obsesiva, dramática y visceral, que no nerviosa, ni mucho menos descontrolada, toda vez que el fraseo es amplio y concentrado. Se trata, en este sentido, de una visión muy poco religiosa, o al menos de una religiosidad angustiada y rebelde, muy lejos de la confiada espiritualidad franciscana que buscaba Messiaen. O más cercana al mundo de la Segunda Escuela de Viena que del Impresionismo, si se prefiere verlo de este modo. La espectacularidad, por otra parte, no interesa a Nagano lo más mínimo: el breve crescendo final resulta en este sentido anticlimático. Pierre-Laurent Aimard secunda esta visión tan arriesgada como unilateral con un toque antes percutivo que melódico, menos poético de lo deseable, mientras que Dominique Kim se muestra sutil en las ondas sin dejar de ofrecer algún detalle de gran interés. (9)

 

 

7. Cambreling/Sinfónica de la SWR de Baden-Baden y Friburgo (Hänssler, 2008). Siendo el color y la rítmica los dos elementos fundamentales de la Turangalila, la mayoría de los directores suelen priorizar, en una visión un tanto tópica, pero con fundamento de lo francés, el primer elemento sobre el segundo. Haciendo gala de una exactitud y una clarividencia rítmicas como jamás se ha escuchado en esta sinfonía, Cambreling ofrece justo lo contrario. Y lo consigue con un perfecto equilibrio de planos sonoros, dando como resultado la interpretación más transparente y polifónicamente reveladora que se ha escuchado, además de una de las que mejor reivindica el papel de la percusión –gloriosos los miembros de la formación alemana– en esta partitura. Todo ello con un fraseo no particularmente voluptuoso, más bien dramático e incisivo, pero sin necesidad de adoptar un enfoque hiper-expresionista y, desde luego, sin caer en nerviosismo ni en falta de concentración. De hecho, el “Jardin du sommeil d’amour” está maravillosamente paladeado, aunque su sensualidad sea mucho antes espiritual que terrena. Una pena que en los dos últimos movimientos la batuta pierda un poco de fuelle: en “Turangalila III” las texturas están tratadas con enorme acierto y la ambigüedad expresiva que necesita esta fascinante página, pero las tensiones no se logran acumularse –quizá el maestro haya decidido conscientemente hacerlo así–, mientras que en el final no alcanza el frenesí orgiástico y visionario que había logrado previamente en “Joie du sang des étoiles”. Bien el piano de Roger Muraro, magníficas las ondas de Valérie Hartmann-Claverie. (9)

 

8. Chung/Filarmónica de Radio Francia (YouTube, 2008). No se sabe muy bien si por influencia de grabaciones como las de Chailly o Nagano, o quizá por no tener al compositor delante, pero lo cierto es que en esta filmación en vivo en la Sala Pleyel –original realización televisiva de Andy Sommer, muy en su línea–, el maestro oriental ofrece una realización mucho más angulosa e incisiva que en su grabación de estudio, sin llega a ser agresiva o expresionista: más bien es bulliciosa, nerviosa –quizá más de la cuenta–, desde luego muy vitalista y con evidente intención de epatar con las acumulaciones de efes en los finales de los movimientos quinto y décimo; en cualquier caso, por completo alejada de la mera ensoñación tardo-impresionista, independientemente de que las texturas que obtiene su batuta virtuosística sigan siendo un prodigio. El incisivo –más que poético– piano de Roger Muraro y las fascinantes ondas de Valérie Hartmann-Claverie siguen perfectamente la línea marcada desde el podio. (8)

 

9. Dudamel/Sinfónica Simón Bolívar (Digital Concert Hall, 2016). Como era de esperar, el maestro venezolano ofrece una exhibición de frescura y energía, de riqueza del color, de sentido del ritmo, de sensualidad y de atención a la atmósfera, incluso de hedonismo bien entendido, destapando el tarro de los perfumes impresionistas y deleitándose sin rubor en la opulencia y en los grandes contrastes sonoros. Lo hace sin dejarse llevar por el entusiasmo ni por el exceso de nervio, controlando de manera irreprochable la arquitectura y paladeando con la adecuada concentración los movimientos más introvertidos, que saben moverse entre el erotismo, la espiritualidad y el carácter onírico que les caracteriza. Todo ello, por descontado, haciendo gala de una soberbia técnica de batuta que le permite obrar prodigios con una Simón Bolívar todavía más gigantesca de lo acostumbrado. Thibaudet, con ese fraseo anguloso y ese toque un punto percutivo que le caracterizan, vuelve a mostrarse como un temperamental y arrollador intérprete de su parte, mientras que Cynthia Millar hace sonar Ondas Martenot de manera particularmente lírica. Desdichadamente, esta interpretación ya no se encuentra disponible en la Digital Concert Hall. Sí que ha yotra de Dudamel en YouTube, con Yuja Wang al piano, pero esa no la conozco. (10)

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