Este es un Falstaff especial. Riccardo Muti se fue en 2003 con una plantilla reducida -bastante mediocre, por cierto- formada por miembros de su Orquesta de La Scala a la ciudad natal de Verdi, y en el pequeño y recoleto teatro de Busseto interpretó la partitura recuperando en lo escénico una producción de 1913 que en su momento había dirigido Toscanini en lo musical.
Y es la huella de Toscanini, precisamente, la que en este como en todos los demás Verdis de Muti se manifiesta con claridad: tempi más bien ligeros, tensión electrizante, incisividad, contrastes muy marcados y una evidente rusticidad sonora. Ahora bien, si el de Parma -a mi modo de ver un músico un tanto sobrevalorado- lograba en Falstaff unos resultados excepcionales, el director milanés carece aquí de su personalidad e inspiración, aun ofreciendo una dirección de admirable sentido teatral y siendo capaz de revelar, con esta formación "de cámara", muy interesantes detalles de la orquestación.
Espléndido Falstaff del joven Ambrosio Maestri, muy bien cantado, matizado con mucha intención, aunque le falte quizá un punto más de vulgaridad y bribonería. Roberto Frontali no suena del todo verdiano, como en él era de esperar, pero no le podemos negar que construya magníficamente a Ford. Barbara Frittoli y Bernardette Manca di Nissa repiten sus roles del DVD del Covent Garden dirigido por Haitink: la primera se limita a cumplir con una Alice que suena algo dura, mientras que la segunda hace una Quickly irreprochable. La presencia de Anna Caterina Antonacci para Meg es un verdadero lujo.
Inva Mula necesita un poco más de candidez en su personaje, pero en el aria está estupenda, sabiendo ser deliciosa sin caer en la cursilería. Y llegamos a lo que para muchos será lo más interesante de este DVD editado por TKD: el maravilloso Fenton juvenil y soñador, de bellísima línea, de un Juan Diego Flórez a cuya pequeña voz, dicho sea de paso, le debió de venir muy bien el tamaño del recinto escénico. Vestuario y escenografía son simpáticos, muy curiosos por ver cómo se hacían estas cosas en otros tiempos, pero a la dirección de actores, voluntariosa y tradicional, le sobran algunos detalles y cae en errores teatrales de bulto. Aun así, muy recomendable.
Un cajón de sastre para cosas sobre música "clásica". Discos, conciertos, audiciones comparadas, filias y fobias, maledicencias varias... Todo ello con centro en Jerez de la Frontera, aunque viajando todo lo posible. En definitiva, un blog sin ningún interés.
domingo, 30 de noviembre de 2008
Giulini, un Falstaff diferente
No es esta una primera opción para Falstaff, ni mucho menos. Quien quiera tener una sola versión en su discoteca podría más bien optar por Karajan/Philharmonia o, mejor aún, por Bernstein/Viena, aunque esta última resulta hoy por hoy bastante difícil de localizar; las dos las comento en el artículo que he publicado más abajo. Sin embargo, esta interpretación grabada en versión concierto -el sonido tiene algunos problemas derivados del directo- por Deutsche Grammophon en 1982 sirve para arrojar una visión distinta y complementaria de esta obra maestra.
Y es que Carlo Maria Giulini, al frente de su Filarmónica de Los Ángeles y en uno de los momentos más dulces de su carrera, logra profundizar en los aspectos amargos e inquietantes de la obra, ofreciendo así secuencias realmente extraordinarias, como gran parte del tercer acto. Todo ello con una batuta lenta y de gran claridad, de extraordinario vuelo lírico y fina ironía, a la que sin embargo le falta chispa, mordacidad, desenfado y sentido teatral.
Bruson, para mi gusto -y el de muchos- el mejor barítono verdiano de las últimas décadas, canta sin duda con buenísima línea, pero se muestra algo ajeno a la complejidad del personaje, resultando a la postre algo frío. Por el contrario Nucci, un artista por el que nunca he sentido especial simpatía, tras un comienzo más bien destemplado hace una espléndida labor en su escena del acto segundo. Me gusta bastante aquí la Ricciarelli, mientras que encuentro algo sosa a la Hendricks como Nanetta; en el rol de su enamorado, Dalmacio González no pasa de lo aceptable. A la Valentini Terrani, lástima, el papel de Quickly se le queda corto por abajo.
Con estos mismos cantantes ofreció Giulini unas funciones en el Covent Garden de la que ha quedado constancia audiovisual en una filmación que no hace mucho salió en DVD. Como el recuerdo que tengo de ella es muy borroso, prefiero decir únicamente que me disfruté en su momento con su visionado. ¿Mejor comprarse el DVD que este doble compacto? Obviamente siempre es preferible ver que limitarse a escuchar, pero supongo que el sonido es peor en el Covent Garden que en este registro de DG, que como se encuentra ahora en serie barata resulta bastante recomendable.
Y es que Carlo Maria Giulini, al frente de su Filarmónica de Los Ángeles y en uno de los momentos más dulces de su carrera, logra profundizar en los aspectos amargos e inquietantes de la obra, ofreciendo así secuencias realmente extraordinarias, como gran parte del tercer acto. Todo ello con una batuta lenta y de gran claridad, de extraordinario vuelo lírico y fina ironía, a la que sin embargo le falta chispa, mordacidad, desenfado y sentido teatral.
Con estos mismos cantantes ofreció Giulini unas funciones en el Covent Garden de la que ha quedado constancia audiovisual en una filmación que no hace mucho salió en DVD. Como el recuerdo que tengo de ella es muy borroso, prefiero decir únicamente que me disfruté en su momento con su visionado. ¿Mejor comprarse el DVD que este doble compacto? Obviamente siempre es preferible ver que limitarse a escuchar, pero supongo que el sonido es peor en el Covent Garden que en este registro de DG, que como se encuentra ahora en serie barata resulta bastante recomendable.
sábado, 29 de noviembre de 2008
El Falstaff de Friedrich y Solti: pechuga fresca
Aunque ya he terminado de colgar en este blog todo lo que escribí en Ritmo sobre Falstaff (enlace), aprovecho la ocasión para dejar algunas líneas sobre otras versiones interesantes de esta genial obra verdiana. Y empiezo con una que acabo de volver a visionar después de muchos años: la película rodada -en celuloide, no en vídeo- por Götz Friedrich en 1979 para Unitel, que se encuentra hoy editada en DVD por Deutsche Grammophon y se ha podido localizar últimamente a buen precio en nuestras tiendas.
La toma de audio, realizada en septiembre de 1978 con el concurso excepcional de la Filarmónica de Viena, es la segunda de las tres realizadas por Sir Geor Solti, y no sólo por su cronología: aquí han desaparecido ya buena parte de los excesos de su registro de 1963, por otra parte el más trepidante de los tres, pero el inolvidable maestro húngaro aún no ha podido profundizar en la partitura como lo hará en 1993 junto a José Van Dam. Ni que decir tiene que el sentido teatral de la batuta es portentoso y que la claridad que obtiene del entramado orquestal resulta admirable. Notabilísima dirección, pues, que no llega a lo excepcional del joven Karajan, del maduro Bernstein y del anciano Colin Davis (el de su registro para LSO Live).
Este es además el único registro para disfrutar del Falstaff de Gabriel Bacquier, algo gastado en lo vocal, quizá sin la voz idónea pero inmenso recreador del personaje tanto en la parte musical como en la dramática: es un actor soberbio. El resto del elenco resulta cumplidor sin más, sobresaliendo quizá la Alice de Karan Armstrong por encima del Ford de Richard Stilwell y la Quickly de Marta Szirmay; muy sosita la pareja de enamorados encarnada por Jutta-Renate Ihloff y Max-René Cosotti. La presencia de los Niños Cantores de Viena es un lujazo que se deja notar en la parte musical.
La parte escénica está rodada en estudio sobre decorados simpáticos pero muy de cartón piedra. La filmación, por su parte, deja bastante que desear desde el punto de vista del lenguaje cinematográfico, y el playback resulta molestísimo para un espectador de hoy, acostumbrado a las buenas filmaciones en vivo. Ahora bien, el malogrado Friedrich tenía un talento extraordinario, y eso se deja ver en una dirección de actores fabulosa, llena de hallazgos en lo que a la conjunción de música y escena se refiere: he aquí un director de escena que sabía escuchar a la partitura mucho antes que a sí mismo, y que al mismo tiempo sabía no confundir estar al servicio del compositor con limitarse a dejar hacer a los cantantes. Sólo chirría un tanto la escena de las hadas, en la que tiende un tanto a la cursilería. Por lo demás, muchas sensibilidades agradecerán la generosidad de los escotes de las cuatro féminas, que ofrecen una abundante ración de pechuga fresca que, en el caso de la Meg de Sylvia Lindenstrand, roza lo lujurioso.
La toma de audio, realizada en septiembre de 1978 con el concurso excepcional de la Filarmónica de Viena, es la segunda de las tres realizadas por Sir Geor Solti, y no sólo por su cronología: aquí han desaparecido ya buena parte de los excesos de su registro de 1963, por otra parte el más trepidante de los tres, pero el inolvidable maestro húngaro aún no ha podido profundizar en la partitura como lo hará en 1993 junto a José Van Dam. Ni que decir tiene que el sentido teatral de la batuta es portentoso y que la claridad que obtiene del entramado orquestal resulta admirable. Notabilísima dirección, pues, que no llega a lo excepcional del joven Karajan, del maduro Bernstein y del anciano Colin Davis (el de su registro para LSO Live).
Este es además el único registro para disfrutar del Falstaff de Gabriel Bacquier, algo gastado en lo vocal, quizá sin la voz idónea pero inmenso recreador del personaje tanto en la parte musical como en la dramática: es un actor soberbio. El resto del elenco resulta cumplidor sin más, sobresaliendo quizá la Alice de Karan Armstrong por encima del Ford de Richard Stilwell y la Quickly de Marta Szirmay; muy sosita la pareja de enamorados encarnada por Jutta-Renate Ihloff y Max-René Cosotti. La presencia de los Niños Cantores de Viena es un lujazo que se deja notar en la parte musical.
La parte escénica está rodada en estudio sobre decorados simpáticos pero muy de cartón piedra. La filmación, por su parte, deja bastante que desear desde el punto de vista del lenguaje cinematográfico, y el playback resulta molestísimo para un espectador de hoy, acostumbrado a las buenas filmaciones en vivo. Ahora bien, el malogrado Friedrich tenía un talento extraordinario, y eso se deja ver en una dirección de actores fabulosa, llena de hallazgos en lo que a la conjunción de música y escena se refiere: he aquí un director de escena que sabía escuchar a la partitura mucho antes que a sí mismo, y que al mismo tiempo sabía no confundir estar al servicio del compositor con limitarse a dejar hacer a los cantantes. Sólo chirría un tanto la escena de las hadas, en la que tiende un tanto a la cursilería. Por lo demás, muchas sensibilidades agradecerán la generosidad de los escotes de las cuatro féminas, que ofrecen una abundante ración de pechuga fresca que, en el caso de la Meg de Sylvia Lindenstrand, roza lo lujurioso.
viernes, 28 de noviembre de 2008
Wernicke tropieza con Falstaff
Una de las últimas realizaciones de Wernicke fue este Falstaff, un trabajo que respira teatralidad por los cuatro costados (¡qué dirección de actores!), pero de concepto harto discutible: aquí Sir John es un ya maduro pero aún atractivo hombre de negocios de raza negra enfrentado a la hipocresía de la vulgar y grosera sociedad sureña (sic). Indudablemente en Verdi hay mucho de ácida crítica, pero el radical planteamiento del malogrado director acumula tal cantidad de incoherencias con lo que se escucha -música y libreto- que a la postre el conjunto no termina de funcionar.
Dadas las demandas escénicas, no podemos culpar a Willard White de ofrecer un Falstaff en exceso sobrio y elegante, muy alejado de la riquísima caricatura de Shakespeare, pero sí de que su línea de canto resulte plana y ayuna de matices. El resto del elenco alcanza un buen nivel medio. Sobresalen la sensual Nanetta de Mia Persson y el divertido Bardolfo de Santiago Sánchez Jericó, y defrauda sobre todo -a pesar de su buena materia prima- el Ford del jovencísimo Marcus Jupither. Solvente la dirección de Enrique Mazzola, animada y vitalista aunque de trazo grueso; en todo caso, mejor así que como lo hace un Abbado.
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Artículo publicado en el número de enero de 2003 de la revista Ritmo.
Dadas las demandas escénicas, no podemos culpar a Willard White de ofrecer un Falstaff en exceso sobrio y elegante, muy alejado de la riquísima caricatura de Shakespeare, pero sí de que su línea de canto resulte plana y ayuna de matices. El resto del elenco alcanza un buen nivel medio. Sobresalen la sensual Nanetta de Mia Persson y el divertido Bardolfo de Santiago Sánchez Jericó, y defrauda sobre todo -a pesar de su buena materia prima- el Ford del jovencísimo Marcus Jupither. Solvente la dirección de Enrique Mazzola, animada y vitalista aunque de trazo grueso; en todo caso, mejor así que como lo hace un Abbado.
Artículo publicado en el número de enero de 2003 de la revista Ritmo.
El fallido Falstaff de Abbado
Abbado, hace lustros responsable de celebradísimos Macbeth y Simon Boccanegra, somete a la obra más rebelde de Verdi a un concienzudo proceso de domesticación. Nos ofrece así un Falstaff sin chispa, sarcasmo ni subversión. Por el contrario, suaviza las texturas, se recrea en detalles primorosos y busca esos extremados contrastes dinámicos que tanto gustan al personal. El resultado, una lectura desinflada, gris y profundamente aburrida que destruye la gloriosa modernidad de la partitura que tanto dice admirar el director italiano en sus notas del libreto.
Aunque confunda la sutileza con el abuso de las medias voces y esporádicamente suelte los bramidos marca de la casa, me ha gustado Terfel en un rol que, por descontado, aún ha de madurar. Ignoro si lo hace mejor con Haitink (reapertura del Covent Garden en diciembre de 1999, DVD no disponible en España). El resto del elenco, de nivel medio suficiente para un sello como DG, está poco trabajado. El gran Hampson decepciona como Ford, Dorotea Röschmann es una magnífica Nanetta y Daniil Shtoda un mediocre Fenton. Bien a secas las comadres. En definitiva, una versión discreta en lo musical e inoperante en lo dramático. Sonido mejorable.
Artículo publicado en el número de noviembre de 2001 de la revista Ritmo.
PS. Obviamente el DVD del Covent Garden que aquí digo desconocer lo escucharía poco después, pues su correspondiente crítica la acabo de colocar en la entrada anterior de este blog, en el que estoy siguiendo el orden cronológico de las grabaciones, no el de mis textos. Al final resultó que Terfel había hecho un Falstaff bastante más convincente en Londres, seguramente porque el serio Haitink le tuvo bien atado mientras que Abbado, tan proclive él mismo a amaneramienos varios, le permite en Berlín hacer lo que le da la gana. Esta grabación es un verdadero fiasco.
El Falstaff de Haitink, Vick y Terfel en el Covent Garden
Graham Vick y Paul Brown (sí, los del Rigoletto del Real) la armaron con su Falstaff en la reinauguración del Covent Garden en diciembre del 99. Incluso desde estas páginas un crítico nada sospechoso de conservadurismo como A.B.-B. afirmó que “todo fue grotesco y zafio, con el resultado de la pérdida total del balance entre drama y sentido del humor”. Propuesta discutible, por tanto, pero a la que no se le puede regatear riesgo y coherencia. Y es que la obra postrera de Verdi es original, ácida e incluso grosera antes que convencional, amable y burguesa, como la entiende, por ejemplo, Zefirelli en el Met (DG).
Haitink vuelve a evidenciar que dista de ser un gran verdiano, pero ofrece dignos “servicios mínimos”. Excelente Terfel, sensacional como actor y sin el amaneramiento vocal que exhibirá poco después con Abbado. Notable el Ford de Frontali, correcta la parejita de enamorados y muy sólido el resto. No se incluyen subtítulos en castellano, pero sí entrevistas. Sonido problemático.
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Haitink vuelve a evidenciar que dista de ser un gran verdiano, pero ofrece dignos “servicios mínimos”. Excelente Terfel, sensacional como actor y sin el amaneramiento vocal que exhibirá poco después con Abbado. Notable el Ford de Frontali, correcta la parejita de enamorados y muy sólido el resto. No se incluyen subtítulos en castellano, pero sí entrevistas. Sonido problemático.
Artículo publicado en el número de febrero de 2002 de la revista Ritmo.
El primer Falstaff de la historia del disco
Verdi: Falstaff
Giacomo Rimini, Pia Tassinari, Inés Alfani Tellini, Aurora Buades.
Orquesta del Teatro alla Scala de Milán. Dir: Lorenzo Molajoli.
Naxos, 8.11'198-99
2 CDs - 146'35''
ADD
Ferysa
***
Aunque ya se encontraba disponible en diferentes ediciones, es gran noticia que Naxos recupere el primer Falstaff discográfico, pues este sello nos garantiza, frente a otros, una óptima restauración sonora y la inclusión de siempre apetecibles “bonus tracks”.
Su interés es ante todo histórico: descubrir cómo se hacía este título en 1937, en el mismo teatro en el que se había estrenado treinta y nueve años antes, y además a cargo de un anciano director que pudo haber presenciado aquella primera producción. Obviamente, esta genial partitura exige mucho más que la rutina por lo general muy correcta, pero prosaica y a veces un tanto apresurada, de Lorenzo Molajoli.
Aunque el Falstaff oficial de la época fue Mariano Stabile, resulta notabilísimo tanto en lo vocal como en lo dramático Giacomo Rimini, barítono apenas documentado en disco. Entre el resto del elenco podemos destacar la Quickly de la valenciana Aurora Buades. Menos interesa la Alice de Pia Tassinari; sin embargo, la esposa de Tagliavini está más convincente en los 35 minutos de propinas, en las que luce un instrumento evolucionado y más atractivo -son grabaciones ya de los 40- que le permite abordar papeles como Elsa o Charlotte.
Giacomo Rimini, Pia Tassinari, Inés Alfani Tellini, Aurora Buades.
Orquesta del Teatro alla Scala de Milán. Dir: Lorenzo Molajoli.
Naxos, 8.11'198-99
2 CDs - 146'35''
ADD
Ferysa
***
Aunque ya se encontraba disponible en diferentes ediciones, es gran noticia que Naxos recupere el primer Falstaff discográfico, pues este sello nos garantiza, frente a otros, una óptima restauración sonora y la inclusión de siempre apetecibles “bonus tracks”.
Su interés es ante todo histórico: descubrir cómo se hacía este título en 1937, en el mismo teatro en el que se había estrenado treinta y nueve años antes, y además a cargo de un anciano director que pudo haber presenciado aquella primera producción. Obviamente, esta genial partitura exige mucho más que la rutina por lo general muy correcta, pero prosaica y a veces un tanto apresurada, de Lorenzo Molajoli.
Aunque el Falstaff oficial de la época fue Mariano Stabile, resulta notabilísimo tanto en lo vocal como en lo dramático Giacomo Rimini, barítono apenas documentado en disco. Entre el resto del elenco podemos destacar la Quickly de la valenciana Aurora Buades. Menos interesa la Alice de Pia Tassinari; sin embargo, la esposa de Tagliavini está más convincente en los 35 minutos de propinas, en las que luce un instrumento evolucionado y más atractivo -son grabaciones ya de los 40- que le permite abordar papeles como Elsa o Charlotte.
jueves, 27 de noviembre de 2008
Falstaff, el Verdi más genial
Como Falstaff es la ópera italiana que más adoro (más incluso que el Barbero, que la trilogía popular verdiana, que Otello y que los mejores títulos de Puccini) voy a ir sacando en estos días lo que fui escribiendo en Ritmo (el presente artículo y varias críticas discográficas) sobre esta ópera genial.
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Entristece pensar que buena parte de los admiradores de la música de Verdi no sienten especial afecto por su última ópera. La admiran y la disfrutan, pero rara vez se entusiasman con ella. Prefieren llorar con la agonía de Violetta, identificarse con las desventuras de Rigoletto o emocionarse con el amor imposible entre Radamés y Aida antes que gozar hasta el límite con la más osada, ingeniosa y genial creación de un anciano a punto de cumplir los ochenta que, lejos de buscar el triunfo fácil ofreciendo más de lo mismo, se adentró como un joven atrevido por senderos inexplorados.
Falstaff es un dechado de imaginación, riesgo e inspiración. Escucharla supone un placer extraordinario, un continuo regocijo por la frescura, inmediatez y juvenil intensidad con que se nos presentan las aventuras y desventuras de Sir John. Pero quizá aún no se le haya colocado en el lugar que se merece. La explicación tal vez resida en la escasez de concesiones melódicas fáciles (las consabidas “melodías de organillo”) por parte del de Busetto. De hecho se permite bromear al respecto. Cuando por fin Fenton y Nannetta, en el segundo cuadro del último acto, inician lo que parece va a ser un hermosísimo dúo de amor, la entrometida Alice borra cualquier expectativa con un tajante “Nossignore” para pasar a lo que realmente interesa: el desarrollo de la acción. ¡Menudo corte!
No hay lugar para divagaciones. La acción es fluida y se sostiene sin desmayo. No existen números cerrados, lo que no deja de sorprender porque en Otello aún quedaban ciertos rastros, y en las recién estrenadas Cavalleria y Pagliacci bien que había algunos. La voz tiene una importancia capital, pero no hay lugar para recrearse en ella.
Y es que, en su dilatada e incansable evolución desde posiciones cercanas al bel canto, y ya plenamente situado en un estilo nuevo y personal, Verdi da un nuevo paso adelante hacia planteamientos paradójicamente no distantes a los de los orígenes de la ópera, esto es, al “recitar cantando”: en lugar de ser el texto un soporte de la música, se va a establecer una rica relación de igualdad y reciprocidad entre ambos.
Tales planteamientos no tendrían sentido sin una fuente literaria sólida y motivadora. Y ahí estaba su adorado Shakespeare, base de sus magistrales Macbeth y Otello, ofreciéndole una historia atractiva y divertida en torno a un personaje, el del viejo gordo y fanfarrón Falstaff, tan entrañable y lleno de posibilidades que hasta la fecha ya había inspirado óperas a Dittersdorf, Salieri, Balfe y Nicolai, y posteriormente haría lo propio con Holst y Vaughan Williams.
Claro que no podemos dejar de lado la extraordinaria calidad del libreto de Arrigo Boito, quien ya había colaborado con él en la reelaboración de Simon Boccanegra y en Otello. Fue iniciativa suya la de plantear la realización de esta nueva ópera al anciano compositor en 1889, dos años después del triunfal estreno de la obra sobre el moro de Venecia. El anciano maestro había prometido entonces no volver a escribir ninguna, pero el autor de Mefistofele conocía sus deseos de volver a la comedia, género que no abordaba desde los muy lejanos días de Un giorno di regno. Como era de esperar, tras ciertas dudas iniciales dio su visto bueno, y enseguida ambos se pusieron manos a la obra con entusiasmo.
Boito se mostró muy sabio al combinar la visión del personaje presentada en Las alegres comadres de Windsor con la que nos brinda Shakespeare en las dos partes de Enrique IV, un poco anteriores en el tiempo. En la comedia es demasiado unilateral, carece del relieve con que es tratado en las obras históricas, y por ello el libretista decidió incluir determinados pasajes que ofrecieran un retrato más completo y poliédrico.
Por otro lado, no tuvo más remedio que eliminar y refundir determinados personajes y suprimir acciones paralelas. De los veinte que había en la obra original deja sólo ocho. De las tres bromas que gastan a Falstaff prescinde de una, aquella en la que tiene que huir de casa de Ford disfrazado de vieja. Toda la trama secundaria acerca de los pretendientes de Nannetta (Anne Page en el texto shakesperiano) queda reducida a lo esencial. Fue una labor extremadamente complicada, pero no pudo quedar insatisfecho: la síntesis es espléndida, está llena de matices significativos y acerca la historia original a una mentalidad más propiamente latina.
Además, estructura hábilmente la progresión dramática para que en ningún momento el interés decaiga. Organiza la obra en tres actos paralelos entre sí, contando cada uno con dos cuadros, el primero de ellos “intimista”, en el que se yuxtaponen diálogos y monólogos, y el segundo pleno de acción trepidante que descarga la tensión acumulada, optando en su plasmación por los conjuntos polifónicos, lo que le dará mucho juego al compositor.
Y es que es precisamente la labor de Verdi la que convierte un gran libreto en una obra maestra absoluta. Como hemos señalado, Falstaff no presenta ninguna concesión al público ávido de músicas pegadizas, a pesar de la continua irrupción de melodías de la mayor hermosura. Tampoco a los cantantes deseosos de exhibir sus cualidades vocales. Por el contrario, lo que busca es extraer todo el jugo que plantea la relación entre música, texto y acción escénica, aquí por completo inseparables y enriquecidas mutuamente. Toda la partitura, orquestal y vocal, fluye directamente de la historia. Pero igualmente la música define en muchas ocasiones la acción escénica, incluso físicamente: lo más llamativo de la obra es seguramente el recurso constante a la onomatopeya, desde la más sutil a la más grosera y hasta escatológica, pero siempre usada con inteligencia y eficacia.
El propio color orquestal desempeña asimismo una función narrativa al margen de la propiamente musical. Es quizá esta orquestación la más prodigiosa que realizara en su vida, todo un derroche de sabiduría e imaginación, muy lejos ya de la rústica tosquedad de sus años de galeras y apartado de cualquier efectismo. El tratamiento vocal, mezcla de declamación y canto, es asimismo diferente del que venía siendo habitual en su trayectoria. El propio compositor señaló estas circunstancias en la preparación del estreno, solicitando ante todo “elasticidad vocal y clara articulación”.
No podemos dejar de señalar que, a pesar de que se despega aquí ya por completo de la estructura habitual de la ópera italiana, recurre a determinadas formas clásicas, utilizándolas de manera irónica y desprejuiciada. El número que abre la ópera presenta una estructura de sonata, y el que lo cierra es una soberbia fuga. Pero no es en absoluto la forma lo que le interesa a Verdi. Como otros grandes artistas al final de su vida (Beethoven, Schubert, Wagner, pero también Miguel Ángel o Goya), su gran logro es doblegar y hacer intangible la materia, la forma, para dejar vía libre al espíritu, esto es, la emoción.
En febrero de 1893, tras tres años y medio de trabajo, siendo protagonista Victor Maturel -primer Yago- y contando con Edoardo Mascheroni en el foso, se presentaba en La Scala la última creación de Verdi. A pesar del desconcierto que los riesgos de la obra plantearon en determinados sectores, el éxito fue memorable. Su genialidad teatral y musical no podía dejar indiferente, pero quizá lo que más emocionara entonces y siga haciéndolo ahora sea su mensaje. En su visión de la vida como una farsa (“Tutto nel mondo è burla”) no hay desesperanza ni acritud. Sí una dura crítica a la intolerancia y a la hipocresía, pero una crítica más irónica y escéptica que agresiva o furibunda. Y es que Falstaff es un canto al ser humano, una reivindicación del mismo con todos sus defectos y virtudes. Y, por ello, una llamada, realizada desde la madurez del intelecto y la juventud del espíritu, a gozar de la vida con libertad.
DISCOGRAFÍA SELECCIONADA
El hecho de que esté dirigida por Arturo Toscanini -conocedor de primera mano de los parámetros interpretativos que se seguían en vida de Verdi, con el que pudo intercambiar ideas- le da un gran valor histórico a las tres grabaciones que nos ha legado de Falstaff¸ pero no especial autoridad. A pesar de ello, esta interpretación radiofónica de 1950, registrada cuando el director contaba con ochenta y tres años, posee un aura de prestigio que se mantiene radiante a pesar de lo mucho llovido desde entonces. La razón reside en su calidad intrínseca: aun superada, sigue siendo una gran versión.
Ya se sabe que la batuta del de Parma es a menudo rígida e insensible, pero aquí se percibe una especial implicación emocional con una obra que se conocía al dedillo y amaba muy especialmente. Entregándose por completo a la causa, logró una lectura algo parca en poesía y prodiga en brutalidad gratuita, pero eminentemente teatral, enérgica, tensa y de una claridad admirable. El heterodoxo concepto resulta atractivo: hay aquí más sarcasmo y acidez que chispa o sana alegría. Por otra parte, el áspero sonido de su mediocre orquesta y la sequedad de la acústica no sólo no son aquí un problema, sino que encajan bien en su visión dramática y corrosiva de la obra.
Se evidencia un intenso trabajo con los cantantes, que llenan sus intervenciones de matices reveladores. En este sentido, se trata de una de las lecturas en la que la intencionalidad del fraseo está más estudiada. Giuseppe Valdengo, aun contando con una voz demasiado clara, convence por completo en su estudiada caracterización de Sir John. Entre el resto del elenco encontramos de todo, desde la impresionante Quickly de Cloe Elmo (¡menuda voz de contralto!) hasta el mediocre Fenton de Antonio Madasi, pasando por la estupenda Meg de Nan Merriman y el caricaturesco Ford de Frank Guarrera.
Un clásico que hay que conocer por ser testimonio de una época y de un director mítico, pero también por su capacidad para enganchar al oyente. Ojo: el reciente reprocesado para la serie The inmortal “corrige” la seca acústica tan cara a Toscanini y presenta algún problema de edición. Quizá mejor acudir al primer trasvase a compacto (GD 60251).
Gobbi, Schwarzkopf, Barbieri, Moffo, Alva, Panerai, Merriman. Coro y Orq. Philarmonia/Karajan. EMI CMS 5670832. 2 CDs. ADD.
Para muchos, esta magnífica grabación de 1956 es ante todo la de Tito Gobbi. El de Falstaff es uno de los grandes papeles del famoso y no poco controvertido barítono, que lo encarna en una línea especialmente rufianesca y prosaica a la que no resulta ajeno algún que otro exceso y cierta tosquedad.
Para otros es Karajan el principal atractivo de la versión. Ciertamente el salzburgués realizó aquí una lectura dinámica y arrolladora, atenta a lo dramático -no sólo a lo musical- y de concepto plenamente certero. Es decir, todo lo contrario de lo que hará en su morosa, preciosista y algo blandengue recreación de 1981 (antes en Philips, ahora en DG, filmación en Sony): interpretar esta obra juvenil y rebelde desde una perspectiva burguesa y acomodaticia es un error como una catedral.
Pero es Walter Legge, aunque su nombre no figure en portada, el responsable último de su gran calidad. El mítico productor tuvo siempre un fino olfato para el talento. Fue él quien creó ese prodigio llamado Philarmonia y le puso su frente en este y otros registros de los mismos años a un Karajan todavía más voluntarioso que narcisista. No se mostraba menos sagaz a la hora de seleccionar los elencos. Su señora esposa, la excelsa Elisabeth Schwarzkopf, hace aquí una Alice sensual, elegante, maliciosa y divertida a un tiempo. Uno se enamora escuchándola, a despecho de su pronunciación del italiano. Gobbi era una elección cantada. El resto del elenco es de gran nivel, muy por encima de la media, incluyendo la referencial Quickly de Fedora Barbieri, la nada ñoña Nannetta de la entonces jovencísima Ana Moffo, y el primer Ford de los que grabara Rolando Panerai.
Al encontrarse en serie media y contar con un sonido estéreo soberbio para la época, puede considerarse como la mejor opción de compra para bolsillos con limitaciones. Ideal también para los nostálgicos de las voces del pasado y para quienes en ópera verdiana le concedan más importancia al nivel vocal que a la batuta. Una cosa más: si Sony se decide de una vez a sacar en DVD la segunda versión del salzburgués, puede merecer mucho la pena a pesar de los reparos arriba expuestos, sobre todo por ver en acción a Giuseppe Taddei y Christa Ludwig.
Fischer-Dieskau, Ligabue, Resnik, Sciutti, Oncina, Panerai, Rössel-Majdan. Córo opera Estatal y Orq. Filarmónica de Viena/Bernstein. Sony M2K42535. 2 CDs. ADD.
En cuanto suenan los primeros compases, el atónito oyente percibe que esta versión tiene algo electrizante que la diferencia de las demás: la dirección de Leonard Bernstein. Esto no deja de sorprender si reparamos en que el autor de West Side Story aún no había alcanzado la madurez como director y se prodigó muy poco en Verdi (en discos sólo tiene, además de este título, el Réquiem, y no sé si llegó a dirigir algo más). Pero lo cierto es que en esta producción de 1966 de la ópera vienesa dirigida en lo escénico por Luchino Visconti se muestra como un verdiano sensacional, hasta tal punto de que resulta difícil imaginar un Falstaff más fresco, intenso y convincente.
Y eso que Lenny, aun tomándose algunas significativas libertades, no se arriesga a realizar ningún experimento como el de, por ejemplo, su tan discutible como genial Carmen. Simplemente se zambulle en la partitura y en el texto para ofrecernos una recreación fulgurante, lleva de vitalidad, asombrosamente equilibrada entre fuerza y refinamiento, y trufada de matices propios de un gran maestro. ¡Y qué decir de la inigualable Filarmónica de Viena!
Por si fuera poco, Dietrich Fischer-Dieskau logra la recreación más convincente, por completa, matizada y bien cantada, de la entrañable creación shakesperiana. El hidalgo y el bufón, el tierno y el bellaco, el ingenioso y el mentecato, el sensible y el fanfarrón: Falstaff está aquí retratado en todos sus aspectos sin menoscabo de ninguno de ellos. Seguramente su condición de genial intérprete de lieder tenga mucho que ver el resultado.
El resto del reparto, muy equilibrado y siempre bajo los parámetros que marca la batuta, no llega a entusiasmar, a pesar de la presencia de Panerai y de una Resnik no especialmente brillante. Da igual: la genialidad absoluta de batuta y protagonista colocan este registro en lo más alto. Está en serie cara, pero merece la pena el desembolso. Afortunadamente la edición, que sigue siendo la antigua de CBS, aún se encuentra con facilidad en España. Por cierto, no estaría nada mal que realizasen un nuevo reprocesado que añadiese mayor lustre y brillo a la grabación. Y, de paso, que la pusieran en serie media. Por pedir que no quede.
Van Dam, Serra, Lipovsek, Norberg-Schulz, Canonici, Coni, Graham. Coro Radio y Orq. Filarmónica de Berlín/Solti. Decca 4406502. 2 CDs. DDD.
No sería justo dejar al margen a ese gran verdiano que fue Sir Georg, ya que nos legó tres quizá no redondas pero sí estupendas grabaciones de Falstaff. La primera, de 1963, nos presenta al Solti fiero por antonomasia, y cuenta con el atractivo de la parejita de enamorados de Alfredo Kraus y Mirella Freni por encima de un Geraint Evans sobresaliente como actor pero discutible en lo vocal. La segunda es una producción televisiva de Unitel de 1979 con dirección escénica divertida y un tanto obsoleta del recientemente desaparecido Götz Fiedrich y protagonismo absoluto de un convincente Gabriel Bacquier. Esperemos el DVD.
Catorce años después, en el que fue su primer concierto frente a la Filarmónica de Berlín, el inolvidable maestro hizo un Falstaff menos vistoso y atractivo a primera vista que los precedentes, pero más equilibrado y profundo: suaviza la carga de vitalidad juvenil, de adrenalina e incluso de garra, para dar paso a aspectos que antes no había atendido del todo: lo patético, lo misterioso e incluso lo siniestro.
José Van Dam, con su hermosa voz y contrastado talento dramático, es uno de los grandes Falstaff de la era digital, por encima de cantantes a priori más adecuados como Bruson (con Giulini, DG) o Pons (que tuvo un mal día cuando lo grabó bajo la batuta de Muti, en Sony). Eso sí, se escora demasiado hacia un perfil muy concreto del personaje, elegante y creíble en todo momento, entendiendo que no debe mover tanto a la risa como a la identificación. Para entendernos, se sitúa en el polo opuesto a Tito Gobbi.
Como ocurre en la versión de Bernstein, el resto del elenco funciona muy bien sin que haya nada deslumbrante. De todas formas, podemos destacar la corrosiva Quickly de Marjana Lipovsek y el noble Ford de un Paolo Coni que aún no era una ruina vocal. Para quienes exijan una calidad de sonido de primera, esta es su versión. Lástima que no dispongamos de ningún testimonio videográfico de las funciones salzburguesas que tuvieron lugar poco antes de realizar, ya en concierto, el presente registro. ¿Tendremos algún día la enorme suerte de que el Festival de Salzburgo se decida a editar todos sus fondos audiovisuales en DVD? Sería una revolución.
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Artículo publicado en el número de mayo de 2001 de la revista Ritmo.
PS: a estas alturas, claro está, las filmaciones de los Falstaff de Solti y Karajan, ambos con la Filarmónica de Viena, ya han aparecido en DVD (DG y Sony, respectivamente).
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A LA VEJEZ, FALSTAFF
Entristece pensar que buena parte de los admiradores de la música de Verdi no sienten especial afecto por su última ópera. La admiran y la disfrutan, pero rara vez se entusiasman con ella. Prefieren llorar con la agonía de Violetta, identificarse con las desventuras de Rigoletto o emocionarse con el amor imposible entre Radamés y Aida antes que gozar hasta el límite con la más osada, ingeniosa y genial creación de un anciano a punto de cumplir los ochenta que, lejos de buscar el triunfo fácil ofreciendo más de lo mismo, se adentró como un joven atrevido por senderos inexplorados.
Falstaff es un dechado de imaginación, riesgo e inspiración. Escucharla supone un placer extraordinario, un continuo regocijo por la frescura, inmediatez y juvenil intensidad con que se nos presentan las aventuras y desventuras de Sir John. Pero quizá aún no se le haya colocado en el lugar que se merece. La explicación tal vez resida en la escasez de concesiones melódicas fáciles (las consabidas “melodías de organillo”) por parte del de Busetto. De hecho se permite bromear al respecto. Cuando por fin Fenton y Nannetta, en el segundo cuadro del último acto, inician lo que parece va a ser un hermosísimo dúo de amor, la entrometida Alice borra cualquier expectativa con un tajante “Nossignore” para pasar a lo que realmente interesa: el desarrollo de la acción. ¡Menudo corte!
No hay lugar para divagaciones. La acción es fluida y se sostiene sin desmayo. No existen números cerrados, lo que no deja de sorprender porque en Otello aún quedaban ciertos rastros, y en las recién estrenadas Cavalleria y Pagliacci bien que había algunos. La voz tiene una importancia capital, pero no hay lugar para recrearse en ella.
Y es que, en su dilatada e incansable evolución desde posiciones cercanas al bel canto, y ya plenamente situado en un estilo nuevo y personal, Verdi da un nuevo paso adelante hacia planteamientos paradójicamente no distantes a los de los orígenes de la ópera, esto es, al “recitar cantando”: en lugar de ser el texto un soporte de la música, se va a establecer una rica relación de igualdad y reciprocidad entre ambos.
Tales planteamientos no tendrían sentido sin una fuente literaria sólida y motivadora. Y ahí estaba su adorado Shakespeare, base de sus magistrales Macbeth y Otello, ofreciéndole una historia atractiva y divertida en torno a un personaje, el del viejo gordo y fanfarrón Falstaff, tan entrañable y lleno de posibilidades que hasta la fecha ya había inspirado óperas a Dittersdorf, Salieri, Balfe y Nicolai, y posteriormente haría lo propio con Holst y Vaughan Williams.
Claro que no podemos dejar de lado la extraordinaria calidad del libreto de Arrigo Boito, quien ya había colaborado con él en la reelaboración de Simon Boccanegra y en Otello. Fue iniciativa suya la de plantear la realización de esta nueva ópera al anciano compositor en 1889, dos años después del triunfal estreno de la obra sobre el moro de Venecia. El anciano maestro había prometido entonces no volver a escribir ninguna, pero el autor de Mefistofele conocía sus deseos de volver a la comedia, género que no abordaba desde los muy lejanos días de Un giorno di regno. Como era de esperar, tras ciertas dudas iniciales dio su visto bueno, y enseguida ambos se pusieron manos a la obra con entusiasmo.
Boito se mostró muy sabio al combinar la visión del personaje presentada en Las alegres comadres de Windsor con la que nos brinda Shakespeare en las dos partes de Enrique IV, un poco anteriores en el tiempo. En la comedia es demasiado unilateral, carece del relieve con que es tratado en las obras históricas, y por ello el libretista decidió incluir determinados pasajes que ofrecieran un retrato más completo y poliédrico.
Por otro lado, no tuvo más remedio que eliminar y refundir determinados personajes y suprimir acciones paralelas. De los veinte que había en la obra original deja sólo ocho. De las tres bromas que gastan a Falstaff prescinde de una, aquella en la que tiene que huir de casa de Ford disfrazado de vieja. Toda la trama secundaria acerca de los pretendientes de Nannetta (Anne Page en el texto shakesperiano) queda reducida a lo esencial. Fue una labor extremadamente complicada, pero no pudo quedar insatisfecho: la síntesis es espléndida, está llena de matices significativos y acerca la historia original a una mentalidad más propiamente latina.
Además, estructura hábilmente la progresión dramática para que en ningún momento el interés decaiga. Organiza la obra en tres actos paralelos entre sí, contando cada uno con dos cuadros, el primero de ellos “intimista”, en el que se yuxtaponen diálogos y monólogos, y el segundo pleno de acción trepidante que descarga la tensión acumulada, optando en su plasmación por los conjuntos polifónicos, lo que le dará mucho juego al compositor.
Y es que es precisamente la labor de Verdi la que convierte un gran libreto en una obra maestra absoluta. Como hemos señalado, Falstaff no presenta ninguna concesión al público ávido de músicas pegadizas, a pesar de la continua irrupción de melodías de la mayor hermosura. Tampoco a los cantantes deseosos de exhibir sus cualidades vocales. Por el contrario, lo que busca es extraer todo el jugo que plantea la relación entre música, texto y acción escénica, aquí por completo inseparables y enriquecidas mutuamente. Toda la partitura, orquestal y vocal, fluye directamente de la historia. Pero igualmente la música define en muchas ocasiones la acción escénica, incluso físicamente: lo más llamativo de la obra es seguramente el recurso constante a la onomatopeya, desde la más sutil a la más grosera y hasta escatológica, pero siempre usada con inteligencia y eficacia.
El propio color orquestal desempeña asimismo una función narrativa al margen de la propiamente musical. Es quizá esta orquestación la más prodigiosa que realizara en su vida, todo un derroche de sabiduría e imaginación, muy lejos ya de la rústica tosquedad de sus años de galeras y apartado de cualquier efectismo. El tratamiento vocal, mezcla de declamación y canto, es asimismo diferente del que venía siendo habitual en su trayectoria. El propio compositor señaló estas circunstancias en la preparación del estreno, solicitando ante todo “elasticidad vocal y clara articulación”.
No podemos dejar de señalar que, a pesar de que se despega aquí ya por completo de la estructura habitual de la ópera italiana, recurre a determinadas formas clásicas, utilizándolas de manera irónica y desprejuiciada. El número que abre la ópera presenta una estructura de sonata, y el que lo cierra es una soberbia fuga. Pero no es en absoluto la forma lo que le interesa a Verdi. Como otros grandes artistas al final de su vida (Beethoven, Schubert, Wagner, pero también Miguel Ángel o Goya), su gran logro es doblegar y hacer intangible la materia, la forma, para dejar vía libre al espíritu, esto es, la emoción.
En febrero de 1893, tras tres años y medio de trabajo, siendo protagonista Victor Maturel -primer Yago- y contando con Edoardo Mascheroni en el foso, se presentaba en La Scala la última creación de Verdi. A pesar del desconcierto que los riesgos de la obra plantearon en determinados sectores, el éxito fue memorable. Su genialidad teatral y musical no podía dejar indiferente, pero quizá lo que más emocionara entonces y siga haciéndolo ahora sea su mensaje. En su visión de la vida como una farsa (“Tutto nel mondo è burla”) no hay desesperanza ni acritud. Sí una dura crítica a la intolerancia y a la hipocresía, pero una crítica más irónica y escéptica que agresiva o furibunda. Y es que Falstaff es un canto al ser humano, una reivindicación del mismo con todos sus defectos y virtudes. Y, por ello, una llamada, realizada desde la madurez del intelecto y la juventud del espíritu, a gozar de la vida con libertad.
DISCOGRAFÍA SELECCIONADA
Valdengo, Nelly, Elmo, Stich-Randall, Madasi, Guarrera, Merriman. Coral Robert Shaw. Orq. Sinf. de la NBC/Toscanini. RCA Red Seal 72372. 2 CDs. ADD. Mono.
El hecho de que esté dirigida por Arturo Toscanini -conocedor de primera mano de los parámetros interpretativos que se seguían en vida de Verdi, con el que pudo intercambiar ideas- le da un gran valor histórico a las tres grabaciones que nos ha legado de Falstaff¸ pero no especial autoridad. A pesar de ello, esta interpretación radiofónica de 1950, registrada cuando el director contaba con ochenta y tres años, posee un aura de prestigio que se mantiene radiante a pesar de lo mucho llovido desde entonces. La razón reside en su calidad intrínseca: aun superada, sigue siendo una gran versión.
Ya se sabe que la batuta del de Parma es a menudo rígida e insensible, pero aquí se percibe una especial implicación emocional con una obra que se conocía al dedillo y amaba muy especialmente. Entregándose por completo a la causa, logró una lectura algo parca en poesía y prodiga en brutalidad gratuita, pero eminentemente teatral, enérgica, tensa y de una claridad admirable. El heterodoxo concepto resulta atractivo: hay aquí más sarcasmo y acidez que chispa o sana alegría. Por otra parte, el áspero sonido de su mediocre orquesta y la sequedad de la acústica no sólo no son aquí un problema, sino que encajan bien en su visión dramática y corrosiva de la obra.
Se evidencia un intenso trabajo con los cantantes, que llenan sus intervenciones de matices reveladores. En este sentido, se trata de una de las lecturas en la que la intencionalidad del fraseo está más estudiada. Giuseppe Valdengo, aun contando con una voz demasiado clara, convence por completo en su estudiada caracterización de Sir John. Entre el resto del elenco encontramos de todo, desde la impresionante Quickly de Cloe Elmo (¡menuda voz de contralto!) hasta el mediocre Fenton de Antonio Madasi, pasando por la estupenda Meg de Nan Merriman y el caricaturesco Ford de Frank Guarrera.
Un clásico que hay que conocer por ser testimonio de una época y de un director mítico, pero también por su capacidad para enganchar al oyente. Ojo: el reciente reprocesado para la serie The inmortal “corrige” la seca acústica tan cara a Toscanini y presenta algún problema de edición. Quizá mejor acudir al primer trasvase a compacto (GD 60251).
Gobbi, Schwarzkopf, Barbieri, Moffo, Alva, Panerai, Merriman. Coro y Orq. Philarmonia/Karajan. EMI CMS 5670832. 2 CDs. ADD.
Para muchos, esta magnífica grabación de 1956 es ante todo la de Tito Gobbi. El de Falstaff es uno de los grandes papeles del famoso y no poco controvertido barítono, que lo encarna en una línea especialmente rufianesca y prosaica a la que no resulta ajeno algún que otro exceso y cierta tosquedad.
Para otros es Karajan el principal atractivo de la versión. Ciertamente el salzburgués realizó aquí una lectura dinámica y arrolladora, atenta a lo dramático -no sólo a lo musical- y de concepto plenamente certero. Es decir, todo lo contrario de lo que hará en su morosa, preciosista y algo blandengue recreación de 1981 (antes en Philips, ahora en DG, filmación en Sony): interpretar esta obra juvenil y rebelde desde una perspectiva burguesa y acomodaticia es un error como una catedral.
Pero es Walter Legge, aunque su nombre no figure en portada, el responsable último de su gran calidad. El mítico productor tuvo siempre un fino olfato para el talento. Fue él quien creó ese prodigio llamado Philarmonia y le puso su frente en este y otros registros de los mismos años a un Karajan todavía más voluntarioso que narcisista. No se mostraba menos sagaz a la hora de seleccionar los elencos. Su señora esposa, la excelsa Elisabeth Schwarzkopf, hace aquí una Alice sensual, elegante, maliciosa y divertida a un tiempo. Uno se enamora escuchándola, a despecho de su pronunciación del italiano. Gobbi era una elección cantada. El resto del elenco es de gran nivel, muy por encima de la media, incluyendo la referencial Quickly de Fedora Barbieri, la nada ñoña Nannetta de la entonces jovencísima Ana Moffo, y el primer Ford de los que grabara Rolando Panerai.
Al encontrarse en serie media y contar con un sonido estéreo soberbio para la época, puede considerarse como la mejor opción de compra para bolsillos con limitaciones. Ideal también para los nostálgicos de las voces del pasado y para quienes en ópera verdiana le concedan más importancia al nivel vocal que a la batuta. Una cosa más: si Sony se decide de una vez a sacar en DVD la segunda versión del salzburgués, puede merecer mucho la pena a pesar de los reparos arriba expuestos, sobre todo por ver en acción a Giuseppe Taddei y Christa Ludwig.
Fischer-Dieskau, Ligabue, Resnik, Sciutti, Oncina, Panerai, Rössel-Majdan. Córo opera Estatal y Orq. Filarmónica de Viena/Bernstein. Sony M2K42535. 2 CDs. ADD.
En cuanto suenan los primeros compases, el atónito oyente percibe que esta versión tiene algo electrizante que la diferencia de las demás: la dirección de Leonard Bernstein. Esto no deja de sorprender si reparamos en que el autor de West Side Story aún no había alcanzado la madurez como director y se prodigó muy poco en Verdi (en discos sólo tiene, además de este título, el Réquiem, y no sé si llegó a dirigir algo más). Pero lo cierto es que en esta producción de 1966 de la ópera vienesa dirigida en lo escénico por Luchino Visconti se muestra como un verdiano sensacional, hasta tal punto de que resulta difícil imaginar un Falstaff más fresco, intenso y convincente.
Y eso que Lenny, aun tomándose algunas significativas libertades, no se arriesga a realizar ningún experimento como el de, por ejemplo, su tan discutible como genial Carmen. Simplemente se zambulle en la partitura y en el texto para ofrecernos una recreación fulgurante, lleva de vitalidad, asombrosamente equilibrada entre fuerza y refinamiento, y trufada de matices propios de un gran maestro. ¡Y qué decir de la inigualable Filarmónica de Viena!
Por si fuera poco, Dietrich Fischer-Dieskau logra la recreación más convincente, por completa, matizada y bien cantada, de la entrañable creación shakesperiana. El hidalgo y el bufón, el tierno y el bellaco, el ingenioso y el mentecato, el sensible y el fanfarrón: Falstaff está aquí retratado en todos sus aspectos sin menoscabo de ninguno de ellos. Seguramente su condición de genial intérprete de lieder tenga mucho que ver el resultado.
El resto del reparto, muy equilibrado y siempre bajo los parámetros que marca la batuta, no llega a entusiasmar, a pesar de la presencia de Panerai y de una Resnik no especialmente brillante. Da igual: la genialidad absoluta de batuta y protagonista colocan este registro en lo más alto. Está en serie cara, pero merece la pena el desembolso. Afortunadamente la edición, que sigue siendo la antigua de CBS, aún se encuentra con facilidad en España. Por cierto, no estaría nada mal que realizasen un nuevo reprocesado que añadiese mayor lustre y brillo a la grabación. Y, de paso, que la pusieran en serie media. Por pedir que no quede.
Van Dam, Serra, Lipovsek, Norberg-Schulz, Canonici, Coni, Graham. Coro Radio y Orq. Filarmónica de Berlín/Solti. Decca 4406502. 2 CDs. DDD.
No sería justo dejar al margen a ese gran verdiano que fue Sir Georg, ya que nos legó tres quizá no redondas pero sí estupendas grabaciones de Falstaff. La primera, de 1963, nos presenta al Solti fiero por antonomasia, y cuenta con el atractivo de la parejita de enamorados de Alfredo Kraus y Mirella Freni por encima de un Geraint Evans sobresaliente como actor pero discutible en lo vocal. La segunda es una producción televisiva de Unitel de 1979 con dirección escénica divertida y un tanto obsoleta del recientemente desaparecido Götz Fiedrich y protagonismo absoluto de un convincente Gabriel Bacquier. Esperemos el DVD.
Catorce años después, en el que fue su primer concierto frente a la Filarmónica de Berlín, el inolvidable maestro hizo un Falstaff menos vistoso y atractivo a primera vista que los precedentes, pero más equilibrado y profundo: suaviza la carga de vitalidad juvenil, de adrenalina e incluso de garra, para dar paso a aspectos que antes no había atendido del todo: lo patético, lo misterioso e incluso lo siniestro.
José Van Dam, con su hermosa voz y contrastado talento dramático, es uno de los grandes Falstaff de la era digital, por encima de cantantes a priori más adecuados como Bruson (con Giulini, DG) o Pons (que tuvo un mal día cuando lo grabó bajo la batuta de Muti, en Sony). Eso sí, se escora demasiado hacia un perfil muy concreto del personaje, elegante y creíble en todo momento, entendiendo que no debe mover tanto a la risa como a la identificación. Para entendernos, se sitúa en el polo opuesto a Tito Gobbi.
Como ocurre en la versión de Bernstein, el resto del elenco funciona muy bien sin que haya nada deslumbrante. De todas formas, podemos destacar la corrosiva Quickly de Marjana Lipovsek y el noble Ford de un Paolo Coni que aún no era una ruina vocal. Para quienes exijan una calidad de sonido de primera, esta es su versión. Lástima que no dispongamos de ningún testimonio videográfico de las funciones salzburguesas que tuvieron lugar poco antes de realizar, ya en concierto, el presente registro. ¿Tendremos algún día la enorme suerte de que el Festival de Salzburgo se decida a editar todos sus fondos audiovisuales en DVD? Sería una revolución.
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Artículo publicado en el número de mayo de 2001 de la revista Ritmo.
PS: a estas alturas, claro está, las filmaciones de los Falstaff de Solti y Karajan, ambos con la Filarmónica de Viena, ya han aparecido en DVD (DG y Sony, respectivamente).
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