Un cajón de sastre para cosas sobre música "clásica". Discos, conciertos, audiciones comparadas, filias y fobias, maledicencias varias... Todo ello con centro en Jerez de la Frontera, aunque viajando todo lo posible. En definitiva, un blog sin ningún interés.
sábado, 13 de diciembre de 2025
Sexta de Mahler por Saraste
viernes, 12 de diciembre de 2025
Argerich cancela por tercera vez en el Maestranza
Primero fue a principios de los noventa. No recuerdo bien el año, pero sí la experiencia de quedarnos todos con un palmo de narices. Luego fue el año pasado, y ahora ha cancelado su actuación de hoy en el Teatro de la Maestranza de Sevilla haciendo el Concierto en sol de Ravel. Al menos esta vez ha dado una excusa, las secuelas de una gripe. La ha sustituido un pianista interesante, Jean-Efflam Babouzet, pero he devuelto mi entrada: demasiado dinero por escuchar a la Sinfónica de Sevilla hacer la Sinfonía del Nuevo Mundo, incluso si la dirige Charles Dutoit.
Otra cosa es que el maestro suizo hubiera preparado un programa dedicado totalmente a Ravel, o que hubiese incluido Poulenc, Honegger o Roussel. También hubiera sido interesantísimo escucharle Falla, que se le da francamente bien. Pero su Dvorák no despierta lo más mínimo mi interés, lo siento, menos aún con una orquesta que no está a la altura de la batuta. En cuanto a Argerich, me parece que tiene el deber de ofrecer el primer hueco de su agenda al público sevillano y dar un recital en condiciones, nada de los veinte minutos de Ravel. Otra cosa es que lo haga.
lunes, 8 de diciembre de 2025
Xabier Anduaga en el Maestranza: la plenitud está por llegar
Dos motivos poderosos me llevaron ayer al Teatro de la Maestranza. Uno, escuchar por primera vez en directo a Xabier Anduaga, un tenor del que se hablan maravillas y que está asentando de manera rápida una notable carrera internacional. Dos, y no menos importante, el programa confeccionado para la ocasión, pues junto a las cosas inevitables en este tipo de recitales –canciones para calentar la voz, un par de arias de fuste, zarzuela para levantar al público del asiento–, había un nombre que alcanzaba especial y sorprendente protagonismo: Franz Liszt. Por un lado, la versión original para tenor de sus Tres sonetos de Petrarca. Por otro, y ya para piano solo, su formidable Paráfrasis sobre Rigoletto y la transcripción de la celebérrima Ständchen de Schubert. Habida cuenta de su currículo –acompañante habitual de Jose van Dam– y de lo que ha grabado, se deduce que la mente pensante detrás de semejante atrevimiento ha de ser la del pianista Maciej Pikulski, sensacional en todas las obras escuchadas. Tocar lo de Liszt solo está al alcance de un solista de verdad, pero es que además sacó petróleo hasta de las páginas españolas que cerraban la velada. Hizo mucho, muchísimo más que acompañar al solista: estuvo a su altura técnica y expresiva haciendo gala de un sonido particularmente moldeable y de un fraseo lleno de sutilezas en el que el sentido orgánico del discurso garantizó esa flexibilidad que permite a una voz explayarse de manera natural.
¡Y qué voz! Bueno, reconozco que su timbre puede resultar
algo estandarizado, falto de verdadera personalidad. Pero se trata de un
instrumento de muchos quilates: relativamente grande, carnoso en el centro, con un
interesantísimo metal en el agudo y holgado en el grave, pero siempre
manteniendo la absoluta homogeneidad de registros. Emisión canónica cien por
cien. Legato de libro, dotado de una morbidez acariciadora. Reguladores
depuradísimos, utilizados con prudencia y sensatez para no caer en
amaneramientos. Buena dicción. Agudos sólidos, radiantes, soberanamente
proyectados. ¿Hace falta algo más? Técnicamente no lo parece. En lo expresivo,
sin embargo, se pueden poner ciertos reparos: mi impresión es que este señor lo
canta todo más o menos igual, que no diferencia lo suficiente en lo expresivo,
ni siquiera entre un estilo y otro. Entiéndaseme, el recital fue espléndido y
yo lo disfruté mucho, pero me parece que Anduaga solo está desplegando parte de
un potencial inmenso.
En las canciones de Bellini y Tosti el tenor
vasco ya marcó sus parámetros estilísticos: canto apolíneo, depurado, aristocrático
en el mejor de los sentidos, libre de cualquier afectación y también un punto
distanciado. Tras una Paráfrasis de Rigoletto maravillosamente cantada
por el piano –para el discófilo: más en la línea de Arrau que en la de Barenboim–,
Anduaga se enfrentó a esa piedra de toque belcantista que es el Tombe degli
avi miei… Fra poco a me ricovero de la Lucia di Lammermoor. Triunfo
absoluto en lo técnico, como también en La donna è mobile a pesar de que
no prolongó el agudo. Lo que no tengo muy claro es que lo primero sonara a
señor agonizando y lo segundo a duque chuloputas: en los dos
casos se echó de menos esa vibración emocional que han conseguido los grandes.
Ya en la segunda parte, los Tres sonetos de Petrarca se
quedaron un poco a medio camino, porque el lied exige una sutileza expresiva
sílaba a sílaba que solo puede ser fruto de la experiencia. Dicho esto, el mero
hecho de que Anduaga quisiera cantar esta música exquisita y colosal demuestra
que no estamos ante un tenor dispuesto a vivir de los agudos, sino ante un
artista de verdad.
Tras la versión pianística del lied de Schubert, tres
preciosas canciones de Reynaldo Hahn que dejaron claro lo que ya se venía
intuyendo: Anduaga es un tenor de línea expresiva antes francesa que italiana,
lo que equivale a sustituir extroversión y espontaneidad por una dosis
considerable de morbidez, distinción y refinamiento. Estuvo maravilloso.
El resto del programa estaba ahí para ganarse al público del Maestranza, al que hizo pasar de la relativa frialdad al delirio. Está muy bien así, pero por mi parte he de confesar que no soporto la música de Jacinto Guerrero –cantó la romanza Flor Roja– y que la de Sorozábal –No puede ser– me ha conmovido más con otros tenores. En O sole mio Anduaga me pareció insulso, incluso fuera de estilo. ¿Dónde quedan la frescura, la valentía y la luminosidad napolitanas? Eso sí, me maravilló la emoción contenida que supo inyectar a Adiós Granada, cuyos melismas fueron resueltos de manera espectacular.
domingo, 7 de diciembre de 2025
Argerich a los diecinueve (I)
Se supone que el próximo viernes 12 de diciembre Martha Argerich hará en el Teatro de la Maestranza, junto a Charles Dutoit y la Sinfónica de Sevilla, el Concierto en sol de Maurice Ravel. Y escribo lo de “se supone” porque esta señora ya ha dejado plantado dos veces al público hispalense. Aun estando a la expectativa –la entrada me ha costado una fortuna, dicho sea de paso–, parece buen momento de repasar qué hacía la de Buenos Aires a los diecinueve años, porque tenemos dos testimonios comercializados que dan buena cuenta de cómo se las gastaba allá por 1960.
Esta entrada se centra en el primero de ellos: debut
discográfico en Deutsche Grammophon, un registro de julio del referido año
realizado en Hannover. Comienza con el Scherzo
nº 3 de Chopin, en el que la pianista ya da buena cuenta de su
personalidad: fraseo ágil, incisivo, flexible y rico en contrastes, temperamento
encendido y una cierta esquizofrenia que parece querer apuntar hacia el mundo
de Robert Schumann, aunque en realidad lo que hace es poner de manifiesto la tendencia
de Argerich a combinar la concentración con lo muy arrebatado. ¿Una pianista de
temperamento musical bipolar? Sería una manera inexacta de decirlo, pero por ahí
van los tiros.
Para las dos Rapsodias op. 79 de Johannes Brahms
quiso contar con la ayuda de Nelson Freire, presente en las sesiones de grabación. No creo
que le influyera demasiado, porque lo que se escucha es puro Argerich. La Nº
1 arranca con excesivo nerviosismo para luego alternar entre un lirismo de
buena ley y ataques violentos, percutivos en lo sonoro. Los
contrastes se extreman todo lo posible. No me convence, la verdad, por mucho que la
densidad de su sonido pianístico resulte adecuada para el compositor de
Hamburgo. Más lograda la Nº 2, expuesta con línea fluida natural y flexible que se ve enriquecida por preciosas irisaciones que dejan claro el dominio de la paleta
tímbrica por parte de Argerich.
La breve y tremenda Toccata op. 11 de Prokofiev
parece escrita para nuestra artista, que se suelta la melena al tiempo que
logra mantener el más severo control de los medios. De ahí pasa a un universo diametralmente
opuesto, el de los Jeux d’eau de Maurice Ravel. Aquí lo percutivo
se convierte en ligereza bien entendida –el sonido mantiene un grado de corporeidad–,
lo tremendo deviene en pura delicadeza. Por lo demás, el nervio de Argerich dibuja a la perfección el bullicioso discurrir del agua con pinceles inconfundiblemente impresionistas.
Más Chopin: la genial Barcarola op. 60. Hay que
descubrirse ante la claridad de texturas que consigue Argerich, como también
ante la flexibilidad de un fraseo ideal para conseguir el “balanceo” que la
música pide, pero lo cierto es que nuestra artista va demasiado rápido y no termina
de levantar el vuelo poético.
Para terminar, fuegos artificiales con la Rapsodia
húngara nº 6 de Franz Liszt. Aquí el sonido poderosísimo de Argerich
y su capacidad para combinar lo delicado con lo atronador son grandes
bazas, pero también hay que admirar una increíble capacidad para administrar
tensiones hasta alcanzar un final de rotunda espectacularidad. Todo ello con
diecinueve añitos.
sábado, 6 de diciembre de 2025
Jordi Savall con la Filarmónica de Berlín: éxito incuestionable
El concierto sinfónico más morboso en lo que va de siglo, probablemente: Jordi Savall al frente de la Filarmónica de Berlín. Suite de Naïs de Rameau, Don Juan de Gluck y (¡arrea!) la Júpiter de Mozart. Hasta hace pocos años imaginar al de Igualada en el podio de Karajan era auténtica música-ficción, pero claro, poco a poco Savall fue grabando Beethoven, Schubert, Schumann y hasta Bruckner, así que los berlineses ¿Qué ocurriría? ¿Haría temblar los asientos de la Philharmonie con alguna radicalidad? ¿Se lo comerían vivo los simpáticos chicos de la orquesta, como se comieron en su momento a Karajan, a Abbado e incluso al siempre bienhumorado Rattle? Pues bien, acabo de ver la transmisión en directo a través de la Digital Concert Hall, así que tengo algunas respuestas.
El primer número de Rameau ya dejó al descubierto una
decisión: ninguna radicalidad por parte de Savall a la hora de hacer sonar
barrocos a los Berliner Philharmoniker. Esos grandísimos músicos que son Ton
Koompan, Reinhardt Goebel y Emmanuelle Haïm sí lo han hecho, y con soberbios
resultados. El maestro catalán ha preferido buscar un punto de encuentro ente
tradición y praxis “históricamente informada”, para disgusto de la kale
barroka y tranquilidad de los que aún no han pasado de Raymond Leppard; de
hecho, no ha quedado muy lejos de este último. Ahora bien, hay que reconocer
que en más de un momento -en esta y las otras obras del programa- la cuerda no
estuvo del todo fina, quizá porque no parecía sentirse del todo segura en lo
que se refiere a la articulación a adoptar.
Interpretativamente no ha habido espacio para la duda:
soberbio intérprete de Rameau y, en general, de todo el barroco francés -puede
que supere incluso al enorme William Christie-, Savall recreó la suite de Naïs
con la misma sabiduría estilística, riqueza expresiva, intensidad, chispa y delectación
con que lo hizo en 2011 en su registro al frente de Le Concert des Nations.
¿Preferible con aquella orquesta? No lo sé: en principio los instrumentos
originales me parecen más adecuados para Rameau, pero con los “modernos” hay
colores distintos y posibilidades de nuevos acentos. Y claro, si encima se
trata de la Filarmónica de Berlín…
Sí que me ha parecido decisivo el cambio de orquesta en el Don
Juan de Gluck. En una entrada reciente hice una comparativa discográfica
de este título en la que dije algo del registro de Savall con su propia
formación. En la realización de esta tarde, aunque optando por la mucho más breve
versión original de Viena, el maestro ha seguido al pie de la letra los
parámetros de entonces, incluyendo la presencia del formidable Josep María
Martí añadiendo su guitarra al continuo, pero las cosas han funcionado de
manera apreciablemente más satisfactoria. La calidad de la orquesta, sin duda,
como también el equilibrio de planos: clave y guitarra ya no se comen a la
cuerda. ¡Y qué placer ver a Albrecht Mayer ornamentando a discreción la
serenata de Don Juan a Doña Elvira! Confieso que eché de menos el sentido
teatral, la riqueza de matices y la imaginación desbordante de Giovanni
Antonini, pero también es cierto que Savall resulta más respetuoso con la
esencia del estilo galante: los excesos pueden atraparnos, pero también son un
poco tramposos.
Sinfonía nº 41 de Mozart para terminar. Ya
conocen la discografía con esta misma orquesta: Böhm, Karajan, Giulini… “Tranquilos,
que no vamos a hacer nada raro”, parecía decir don Jordi en un Allegro que ni
siquiera era de “tercera vía”, sino que se movió dentro de lo “tradicional
renovado”. Resumiendo mucho, sonó a Rattle. A un Rattle moderado, habría que puntualizar,
porque su Júpiter es más claramente H.I.P. que la de Savall, que lo
tenía más o menos claro: articulación ágil, baquetas duras en los timbales, algún
que otro detalle historicista adicional y ya está. Cero excentricidades. La
orquesta, en plantilla de tamaño mediano, sonó libre y sin problema alguno con
las vibraciones, moderadas pero en modo alguno proscritas. Funcionó muy bien el
movimiento, porque el maestro supo captar el carácter decidido y luminoso de la
página.
No me gustó el Andante cantabile. Problema en parte de tempo,
a mi entender muy veloz, en parte de articulación, aquí sí claramente “tercera vía”.
Quedó bien recogido el anhelo que subyace en los pentagramas, pero sensualidad
y sentido espiritual no encontraron su lugar. En cualquier caso, ahí estaban
los vientos berlineses para salvar los muebles.
Soberbio el Menuetto. Como señaló a Joaquín Riquelme en la
entrevista del intermedio, Savall lo concibe de manera binaria y no ternaria,
lo que me parece un acierto: más rápido y rítmico, perdiendo en nobleza lo que
gana en espíritu de danza, agilidad y sentido de los contrastes. ¿Y el Finale?
Expresivamente, un prodigio: pocas veces ha sonado tan luminoso, vitalista y palpitante,
tan sincero y tan alejado de la retórica, tan decidido y cargado de emotividad…
Savall supo tensar de maravilla la electricidad desplegada y los músicos pusieron
toda la carne en el asador. Nada de tocar “de memorieta”.
Dicho esto, la claridad del complejo edificio polifónico fue
suficiente, pero no óptima, al tiempo que se echó de menos un fraseo de superior
flexibilidad, más rico en matices, de mayor atención al peso de los silencios,
más trabajado en lo que a las dinámicas se refiere. Seamos sinceros: Savall es,
como quien dice, un recién llegado a la música sinfónica. No posee la mayor
técnica posible ni domina el sentido orgánico del discurso.
Total, una grabación de la Júpiter superior a la que realizó
en 2018 con Le Concert des Nations, no muy allá en lo técnico y enturbiada por
los tremendos excesos de los timbales, pero que comparte con aquella un segundo
movimiento cuyo espíritu el maestro no acierta a captar. Para los aficionados a
los puntitos: 8 para los movimientos extremos, 6 para el segundo y 9 para el
tercero. No está nada mal.
En fin, éxito de público considerable y repetición de la
danza de las furias de Don Juan/Orfeo y Eurídice. No se trató de
un mero bis, sino de una reivindicación de Gluck en toda regla poniendo de
manifiesto, al colocar esta música justo después del final de la Júpiter, la
manera en que el alemán abrió el camino a Wolfgang Amadeus.
Ah, media orquesta contentísima con Savall y la otra media
mirándole con cara de póker. Veremos si vuelve. De momento, éxito
incuestionable.
Scherzo: cuarenta años de ninguneo a Daniel Barenboim
Cumple cuarenta años la revista Scherzo. Cuarenta años de ninguneo a Daniel Barenboim, convertida esta actitud, desde el primerísimo momento y en muy consciente deseo de diferenciarse de Ritmo, en una de las principales líneas editoriales que han vertebrado el espíritu de la publicación. Línea que ha conocido como último eslabón el absoluto mutismo sobre el libro que el autor de este blog escribió sobre el maestro de Buenos Aires. Libro, por cierto, que es el primero que un autor español dedica monográficamente a un director de orquesta, y también primero que –a nivel mundial– alguien consagra a un intérprete analizando no su biografía artística sino su estética musical, y haciéndolo tomando como base los testimonios sonoros que nos ha dejado. Solo por eso, independientemente de la estima en que se tenga al artista y de lo que se piense de los resultados del estudio, ya tenían que haber tenido la suficiente profesionalidad hacia los lectores –que pagan para obtener un servicio, no se olvide–como para decirles "miren ustedes, ha salido esta publicación que a lo mejor puede interesarles".
Pero no. Pese a que en seguida se les mandó un ejemplar, no han querido dejar constancia de su existencia. Por eso mismo me permitirán ustedes que no levante mi brazo para brindar por el aniversario. Al contrario, me permito devolverle a buena parte de su equipo, en particular a esos críticos rabiosamente antibarenboimianos que tantísimo daño han hecho al de Buenos Aires llamados Enrique Pérez Adrián, Enrique Martínez Mihura, Arturo Reverter, Miguel Ángel González Barrio y Andrés Moreno Mengíbar, junto con ese fundador y sumo sacerdote de todos ellos –un sordo musical, léanse sus elogios a las más terribles cosas de Kirill Petrenko– llamado Antonio Moral, lo mismo que ellos han mostrado hacia mi trabajo. Justamente eso.
viernes, 5 de diciembre de 2025
La asombrosa Júpiter de Barenboim en París
jueves, 4 de diciembre de 2025
Don Juan de Gluck: discografía comparada
2. Marriner/Academy of St. Martin in the Fields (Decca, 1967). Mucho más ajustada estilísticamente que la de Moralt, esta interpretación tuvo suerte de contar con una orquesta de tamaño ajustado y depuración sonora excepcional, y especialmente con un maestro capacitado de manera especial para este repertorio. Marriner ofreció un clasicismo diáfano, de enorme elegancia y cantabilidad, pero -mucho ojo- no aéreo ni en exceso grácil, sino bien tensado y con su punto justo de músculo. Eso sí, siempre desde una óptica expresiva en la que se evidencia cierto espíritu rococó en su atención a la sensualidad, a la chispa e incluso a la frivolidad bien entendida, como también al alejamiento de los grandes claroscuros y de cualquier tipo de aspereza. El clave ha envejecido mal: imaginativo pero en exceso coqueto, muy en la línea de lo que se hacía con este instrumento en las agrupaciones británica de los sesenta y setenta. Da un poco de pena saber que el responsable es nada menos que Simon Preston. Si no fuera por él, la versión se llevaría más "nota". La toma necesita un nuevo reprocesado. (8)
3. Gardiner/English Baroque Soloist (Erato, 1981). Los tempi son muy parecidos a los de Marriner (44:32 frente a los 45:16 de su colega), pero el concepto es muy distinto. No es solo la utilización de instrumentos originales, de sonoridad adecuadamente rústica, sino la adopción de un fraseo mucho más incisivo en el que la atención no se centra ya en los aspectos melódicos de la música, sino en los puramente rítmicos, lo que tratándose de un ballet no es ningún disparate. Por lo demás, el relativamente joven Gardiner -iba a cumplir los treinta y ocho- aporta una dosis importante de fuerza, garra y tensión al tiempo que apuesta por esa severidad digamos que neoclásica que siempre ha caracterizado su acercamiento a este repertorio. La verdad, se hubiera agradecido menor rigidez y algo más de sensualidad y vuelo lírico en esta irregular interpretación que culmina, como no, en un descenso a los infiernos estremecedor. (8)
5. Noseda/Orquesta desconocida (YouTube). Selección de veinticuatro minutos extraídos de la versión larga –se omiten secuencias como la muerte del Comendador, la primera aparición de la estatua y el fandango– en la que el irregular Gianandrea Noseda se muestra no solo voluntarioso, sino también inspirado, apostando por una lectura tradicional y equilibrada, no muy coqueta pero tampoco severa, menos aún dramática. Resulta más bien soleada, cálida, vitalista y con su punto de sal y pimienta, sonada con agilidad sin renunciar a un punto adecuado de músculo, aunque también sabe apostar por un rico clave al continuo y por el sentido del ritmo. Se escucha con placer. (8)
6. Antonini/Il Giardino Armónico (Alpha, 2013). Giovanni Antonini es el primero y hasta ahora único que se decide a grabar la versión original de 1761, interesantísima por resultar mucho más escueta y centrada en el drama. Lógicamente, tratándose de quien se trata, la manera de tratar a la partitura incorpora todo ese nervio, esa agilidad felina, esa garra y esa imaginación desbordante que desprenden sus interpretaciones del repertorio barroco. Es la suya, por tanto, una mirada realizada desde el exceso, a todas luces discutible; pero también una mirada reveladora en la tímbrica, en el fraseo y en los efectos teatrales que redescubre literalmente la partitura para decirnos muchísimas cosas nuevas sobre ella al tiempo que –era inevitable– olvidamos otras que no son menos interesantes. Al final, la audición es toda una experiencia. Rico clave al continuo, y excelente idea la incorporación de castañuelas en el fandango. Aplausos para los ingenieros de los estudios Teldex. (8)
7. Antonini/Il Giardino Armónico (YouTube, 2014). Repetición de la jugada, esta vez sin castañuelas, y nada menos que en Palacio de Esterházy. Lástima que imagen y sonido anden desincronizados, porque la interpretación vuelve a ser tan discutible como reveladora. (8)
8. Savall/Le Concert des Nations (Alia Vox, 2022). El maestro de Igualada se decide por la versión larga de treinta y dos movimientos, que interpreta con rapidez (42:44), sentido teatral y mucha energía, pero también tomando una decisión sumamente arriesgada: además del habitual clave al continuo, en este caso un formidabilísimo Luca Guglielmi, incorpora a un exuberante Josep María Martí a la guitarra y el chitarrone. El sabor meridional está ahí, pero a mí me parece que esta música así no funciona: a veces suena emborronada, y en el caso de la fundamental bajada a los infiernos incluso llega a perderse de vista a la cuerda, sepultada por metales y continuo. Tampoco es que la orquesta sea muy allá, ni que tenga a su frente a un director realmente experimentado en lo sinfónico: la manera en que Savall la modela es más bien primaria, a base de contrastes toscos y acentos poco sutiles, oscilando entre la bronquedad y cierto carácter frívolo sin detenerse mucho a extraer el potencial poético de la música. Eso sí, hay excelentes detalles tímbricos –el tratamiento de los pizzicati, por ejemplo– y una sana rusticidad que le sienta bien a la música. Veremos qué hace poniéndose al frente de la Filarmónica de Berlín. (7)
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