martes, 30 de diciembre de 2025

Decepcionante debut de Guggeis con la Orquesta de la Fundación Barenboim-Said en el Maestranza

No quedan lejos aquellos tiempos en los que varios críticos sevillanos bramaban en contra de la existencia de la Orquesta de la Fundación Barenboim-Said. Lo hacían incurriendo en pura demagogia: ya tenemos en Andalucía una orquesta de jóvenes, así que si el dinero que se invierte en esta Fundación creada por el PSOE con fines puramente propagandísticos decían ellos se repartiera entre nuestros muy necesitados conservatorios, otro gallo nos cantaría. Pero claro, hubo cambio político en la Junta de Andalucía y el presidente derechista Juanma Moreno ha protegido desde el primer día a la orquesta, así que ahora todos a aplaudirla; que qué buenos nuestros jóvenes andaluces y tal. Prueba palpable de que la única razón de los antiguos ataques era de índole político, cosa que en Sevilla suele ocurrir cuando de música se trata. ¡Si aún recuerdo cómo Antonio Burgos llamó a Barenboim “el gachó ese de la orquesta de la Alianza de Civilizaciones”!

En fin, a estas alturas queda claro, y en el concierto de ayer en el Teatro de la Maestranza volvió a quedarlo, que la Orquesta de la Fundación Barenboim-Said posee un notabilísimo nivel, se encuentra a la misma altura de la Joven Orquesta de Andalucía, rivaliza con una Sinfónica de Sevilla que lleva ya demasiados años de capa caída y es netamente superior a la Filarmónica de Málaga. ¿Mérito? Del talento de los jóvenes por un lado. De la mayoría de los profesores de nuestros conservatorios por otro. También del profesorado congregado por la Fundación, que incluye dos miembros de la Filarmónica de Berlín, uno de la Staatskapelle la maravillosa Cristina Gómez Godoy, otro de la London Symphony, otro de la Scottish Chamber, etc. Finalmente, mérito de la batuta encargada de dar unidad y sentido a todo lo trabajado, en este caso el joven Thomas Guggeis.

Pero aquí nos toca distinguir entre trabajo técnico y calidad interpretativa. En lo primero, Guggeis ha demostrado un nivel formidable: su gestualidad controla todo, consigue un buen equilibrio de planos, administra con solidez las tensiones, sabe poner acentos, estimula a los músicos y logra dotar de electricidad interna, animación y brillantez a la música. En lo segundo, confirma lo que ya advertí cuando comentéel concierto de su debut con la Filarmónica de Berlín: le queda muchísimo para madurar.

De hecho, las Variaciones sobre un tema de Haydn que abrieron el programa me parecieron muy mediocres. No es solo que aquello no le sonase a Johannes Brahms. El maestro bávaro se limitó a ver en la partitura una más o menos efervescente y bienhumorada música, sin ser capaz de intuir, ni siquiera de lejos, las posibilidades poéticas que albergan las notas. Se limito a leerlas sin diferenciar el carácter de cada una de las variaciones. Ni sensualidad en el fraseo, ni densidad armónica en el sonido, ni potencia dramática cuando corresponde. Menos aún ternura, humanismo, sabor agridulce… Solo banalidad. Muy pobre la sección conclusiva, carente de esa mezcla de nobleza y grandeza bien entendida que necesita. Sin rodeos: una mala versión.

Shéhérazade es Maurice Ravel imitando a Debussy. La versión de Guggeis fue muy ágil y vistosa, certera a la hora de ofrecer la levedad que esta música necesita, como también a la de ofrecer una cierta dosis de incisividad y de nervio que le convienen. Se quedó corto en sensualidad, atmósfera y concentración. Sensacional la flauta de Sofía Fernández Araujo, que volverá a estar formidable en las cruciales intervenciones de la segunda parte del programa. Más vale que una orquesta española le haga un contrato ya mismo (¡pero ya!) antes de que la pillen por ahí fuera. Buena labor la de Corinna Scheurle, mezzo lírica de graves suficientes, algo apurada en el agudo, que supo otorgar variedad expresiva a su parte en lugar de quedarse en una languidez ensoñada que no resulta del todo conveniente. Por cierto, error grave por parte de la Fundación y el Maestranza de no incluir en el programa la traducción de los textos: el personal no se enteró de nada, se aburrió y montó una marimorena de toses y objetos voluminosos caídos con estruendo.

Solvente sin más la Quinta sinfonía de Shostakovich. Bien construido el primer movimiento, que evitó el grave peligro de la blandura que acechan a su arranque y su conclusión; le faltó sentido de la atmósfera y carácter opresivo, así como retranca en la marcha. Espléndido el Allegretto, particularmente rítmico e incisivo. Apreciable el esfuerzo de la concertino en su difícil parte. Correcto el Largo, certero en la expresión y tenso en los clímax, pero solo eso; como las toses destruyeron los mejores momentos de la música, yo no disfruté en modo alguno.

Francamente bien el Finale de la sinfonía, en el que el carácter extrovertido de la batuta supo inyectar electricidad interna. Podía haber estado mucho más trabajado en la expresión, eso es cierto, pero el maestro hizo diana en lo más difícil, en aquello que se le escapa a muchos directores: la dificilísima y fundamental coda. ¡Y menudo timbalero el de la orquesta! Otro chico para firmar ya un contrato.

Fotografías: Manuel Vaca.

 

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