jueves, 25 de diciembre de 2025

Variaciones sobre un tema de Haydn, de Brahms: discografía comparada

Me gusta hacer comparativas, aunque sea para mí mismo, de las cosas que voy a escuchar próximamente. En este caso, las Variaciones San Antonio de Johannes Brahms, popular y erróneamente conocidas como Variaciones sobre un tema de Haydn, que en unos días tiene previsto hacer en Sevilla Thomas Guggeis al frente de la Orquesta de la Fundación Barenboim-Said.

El problema, para variar, es cómo demonios hacer un repaso de una obra con tan ingente discografía. En este caso he encontrado solución: limitarme a los registros de la Filarmónica de Viena, que son sencillamente los mejores. Pocas veces se ha conocido una tan profunda identificación entre orquesta y partitura. Los maestros, en cualquier caso, son los que marcan la línea a seguir, y como se verá hay múltiples posibilidades a la hora de interpretar esta página.

Debo insistir, por enésima vez, en que no hagan mucho caso de las puntuaciones del uno al diez. Cada vez creo menos en ellas, y si las pongo es en buena medida porque los lectores así lo demandan. Lo importante no es el grado de satisfacción de quien se dirige a ustedes ante cada una de las versiones reseñadas, porque este es subjetivo y puede variar de un día para el otro, sino qué es lo que cada una de ellas nos dice sobre el verdadero objeto de interés para todos: la partitura, claro está. Por eso mismo no puede un buen melómano conformarse con un par de grabaciones. Para ir conociendo de verdad el objeto de análisis o de placer sensorial, espiritual o lo que sea para cada uno– hay que verlo desde diferentes puntos de vista. Luego podremos preferir uno y otro, pero solo el conjunto de todos ellos nos acerca a "la verdad", si es que esta existe. 


1. Furtwängler/Filarmónica de Viena (EMI, 1943). Ya desde la lenta y noble exposición del tema –en ningún otro testimonio fonográfico sonará con mayor poesía– queda claro que aquí va a ocurrir algo especial. Efectivamente, aunque no lo hace desde el temperamento que acostumbramos a asociar al Furt “de guerra”: este es un registro sin público –excelente restauración la de Warner– y el maestro se controla. Es otra cosa. La concentración extrema del fraseo. La magistral concepción orgánica del discurso otorgando sentido a cada inflexión agógica y dinámica y, por ende, alcanzando la mayor y más reveladora unidad posible. La sugestiva mezcla de dolor interno, sensualidad, carácter amoroso y trascendencia espiritual –increíble, como era de esperar, la cuarta variación– que consigue la batuta. Y la manera de modelar la sonoridad de la fabulosa orquesta, dejando bien claro ya desde estas fechas qué es eso que se conocerá como “sonido Brahms” hasta que los historicistas empiecen a estropearlo todo. (10)


2. Furtwängler/Filarmónica de Viena (EMI, 1949). De nuevo en la Musikverein sin público, este otro testimonio –que suena algo mejor que el anterior, pero se ve enturbiado seriamente en algunos pasajes– nos muestra a un Furt no tan personal como en 1943, por ello mismo más ortodoxo, y quizá también más acertado a la otra de subrayar las diferencias expresivas entre las diferentes variaciones. En cualquier caso, estilo perfecto e inigualable dominio de las transiciones. La cuarta variación vuelve a ser milagrosa. (10)


3. Knappertsbusch/Filarmónica de Viena (Decca, 1957). La buena grabación estereofónica realizada en la Sofiensaal deja al descubierto una circunstancia que es necesario reconocer: con independencia de que suena con ese empaste aterciopelado que le gustaba al maestro alemán, los Wiener Philharmoniker no tocan con la depuración sonora que acostumbraba a ofrecer por aquellas fechas que marcaban el comienzo de su etapa de gloria. ¿El famoso desinterés de Kna por los ensayos? Yo creo que sí, aunque se puede decir de forma más directa: flojera pura. No me extraña que el productor John Culshaw criticara sus maneras en las grabaciones de estudio. Dicho esto, Kna ofrece una lectura ante todo intimista, noble y recogida, totalmente antirretórica, que sin ser exactamente otoñal resulta al mismo tiempo noble, sensual y pacífica. Quizá demasiado, porque la primera variación incurre en una morosidad que se acerca a la blandura. La octava, por el contrario, ofrece bajo su batuta un inquietante carácter atmosférico y espectral. (8)


4. Barbirolli/Filarmónica de Viena (EMI, 1967). Revelador de la poderosa personalidad de Sir John es la circunstancia de que no se recree en absoluto en la belleza sonora del instrumento que tiene a su servicio. De hecho, la hace sonar bastante menos aterciopelada que un Furt o un Kna –o que un Bernstein o un Böhm más adelante– para decantarse por cierta incisividad tímbrica, lo que le viene muy bien para construir una interpretación contrastada, con nervio y con brillantez bien entendida –arrebatador el Finale–, sin perder por ello naturalidad en el fraseo y aportando una elegancia ajena a la afectación que resulta muy conveniente. A destacar el carácter bullicioso de la quinta variación y la mezcla de sarcasmo y carácter dramático en la sexta. Falta, eso sí, la poesía de las grandes interpretaciones. Por lo demás, el reprocesado hecho por Warner ha rescatado una toma que hasta ahora sonaba bastante mal. (8)


5. Bernstein/Filarmónica de Viena (DVD DG y Stage+, 1972). Confesaba el maestro en un vídeo introductorio a sus filmaciones de las sinfonías de Mahler que estas realizaciones pensadas para televisión no eran riguroso directo, que había fallos de la orquesta y que estos eran corregidos a posteriores. Obviamente sería verdad, pero aun así hay que descubrirse ante la increíble técnica de una batuta que hacía sonar de maravilla (¡qué tratamiento de las maderas!) a una formación con la que se entendió maravillosamente bien, y en cuya sonoridad se recrea sin el menor disimulo. En cualquier caso, en esta recreación no solo no busca lo contemplativo, sino que llega a un interesantísimo punto de encuentro entre el espíritu digamos que apolíneo de “lo vienés” con la frescura, la efervescencia, el nervio y la extroversión de su etapa neoyorquina. ¿Funciona? No del todo: hay excesivos contrastes entre las variaciones, y son demasiadas en las que nerviosismo e incluso precipitación hacen acto de presencia. En cualquier caso, una vivaz y luminosa lectura que se sitúa en el polo opuesto a Knappertsbusch y dice cosas muy distintas a las que con la misma orquesta había planteado Barbirolli poco antes. La imagen ha sido recortada a 16:9 en la plataforma Stage+. Molesta la compresión dinámica. (7)


6. Kertész/Filarmónica de Viena (Decca, 1973). El malogrado maestro húngaro ofrece un modelo de interpretación objetiva. Pero ojo, que esto no significa, como afirman algunos críticos y musicólogos despistados, falta de flexibilidad y ausencia de matices. Menos aún distanciamiento expresivo. Se trata, sencillamente, de ofrecer una síntesis de las posibilidades de la obra sin que las personales manera de ver las cosas de la batuta de turno interfiera subrayando unos elementos frente a otros. Por eso estas Variaciones… no son juveniles ni otoñales, efervescentes ni contemplativas, luminosas o dramáticas, brillantes ni sensuales. Son todas esas cosas a la vez sin decantarse por ninguna de ellas, dejando que la música fluya con naturalidad y trabajando a conciencia la exposición cuidándose de no caer en preciosismos. A destacar, en cualquier caso, la séptima variación, quizá la más inspirada por parte de la batuta y aquella en la que la sonoridad brahmsiana se encuentra más conseguida. (8)


7. Böhm/Filarmónica de Viena (VPO, 1976). Esta toma radiofónica –buena sin más– del 6 de junio de 1976 es en gran medida un borrador de la realizada para el disco al año siguiente. Y en ella queda ya clara cuál va a ser la visión del maestro de Graz: apolínea, “clásica” en el más amplio y admirable de los sentidos, expuesta sin prisas y con muchísima elegancia, desinteresada por la electricidad, la efervescencia o los contrastes, pero dotada de una singular vida interna que nos emociona con hondura en la cuarta variación e incluso llega a revelarnos cosas nuevas en una séptima gloriosa. Glorioso el sonido brahmsiano que extrae de la orquesta, aunque siempre con esa pátina marmórea, mucho antes que aterciopelada, que le gustaba a Böhm. (9)


8. Böhm/Filarmónica de Viena (DG, 1977). De entrada, hay que quitarse el sombrero ante el descomunal trabajo técnico de orquesta y batuta. Nunca ha sonado esta obra con semejante depuración sonora: limpieza extrema, equilibrio perfecto, claridad absoluta y belleza tímbrica suprema. Si tiene usted la oportunidad de escuchar el audio extraído del SACD que circula por ahí no podrá sino caer de rodillas. Luego está la interpretación propiamente dicha, en la línea de la lectura en vivo del anterior pero todavía más lenta, esencial y desmaterializada. También más personal. El Finale quizá permanezca aún insuperado. (10)


9. Bernstein/Filarmónica de Viena (DG, 1981). Los nueve años que median entre su filmación con la misma orquesta y esta toma solo en audio (¡sensacional trabajo de los ingenieros!) ponen en evidencia un enorme proceso de maduración por parte del maestro norteamericano. Su comunicatividad sigue ahí, pero el autocontrol es muchísimo mayor, las precipitaciones han desaparecido, el equilibrio entre las diferentes facetas expresivas de la obra se encuentra considerablemente más logrado, la secuenciación entre variaciones posee mayor lógica, las melodías ahora vuelan como es debido y se consigue el más alto grado posible de depuración sonora, como también de belleza en sí misma: quizá ni con Böhm haya lucido la Wiener Philharmoniker de semejante manera. Verdad es que a algunas variaciones les falta un poco de “sustancia poética” para alcanzar la genialidad, pero a cambio Lenny nos descubre un insólito carácter patético en la cuarta y alcanza una inspiración divina en las séptima y octava. Finale apolíneo en el mejor de los sentidos. (9)


10. Giulini/Filarmónica de Viena (DG, 1990). Sin desdeñar los aspectos lúdicos ni los épicos de la partitura, pero procurando no acentuar los contrastes anímicos entre las diferentes variaciones –poderosa la número seis, grandioso el final–, el maestro profundiza como nadie en el humanismo, la sensualidad, la poesía íntima y también –por qué no– en la espiritualidad de la página, adoptando una postura serena y melancólica, digamos que otoñal, pero en absoluto narcisista en su carácter contemplativo, en la que las melodías están paladeadas con una cantabilidad pasmosa y se ofrece una infinidad de inflexiones expresivas planteadas con toda naturalidad, como si las soluciones por él planteadas con su asombrosa técnica de batuta fueran las más lógicas posibles. A destacar cómo el de Barletta nos descubre la tercera variación, tantas veces pasada de largo, paladea con embriagadora morbidez la séptima y alcanza en la cuarta el más alto grado posible de inspiración brahmsiana. La orquesta, por descontado, está excelsa, pero aquí hay que reconocer que, aun clarificando Giulini las líneas clarificadas de manera irreprochable sin necesidad de llamar la atención, Böhm y Bernstein consiguieron un grado aún mayor de depuración sonora. Quizá tenga con ello algo que ver el famoso “empaste central” del maestro italiano, con el que al mismo tiempo consigue un sonido más oscuro, más aterciopelado y más propiamente brahmsiano que el de los citados maestros. (10)

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