“Q vergüenza, el martes hay un concierto para la inauguración del año dedicado a Murillo en el Maestranza y el director de la orquesta es Jordi savall, un catalán contratado por el ayuntamiento de Sevilla, q se declara independentista y dice en la vanguardia q España se cree q puede silenciar a millones de catalanes por la fuerza. Hay q tener poca vergüenza venir a una parte de España por dinero y además la orquesta es tb catalana. Pasarlo por wassap para q todo el mundo se entere. Podéis comprobarlo en la web del Ayuntamiento de Sevilla.”Poco más tarde, me mandan un enlace a este artículo de la web Sevillainfo.es que luce un titular muy significativo: “Jordi Savall, un reconocido antiespañolista, inaugurará el Año Murillo junto a la Capella Real de Catalunya”.
Voy a ser claro. El asunto del llamado “procés” mediante el cual una gran parte de la población catalana quiere independizarse del resto de España me tiene muy preocupado. Entiendo perfectamente, aunque opine que sus creencias no poseen fundamento real, que haya numerosas personas en la referida comunidad autónoma que se sientan exclusivamente catalanas y no españolas. También soy consciente de que por parte de los diferentes gobiernos centrales de nuestra aún reciente democracia se han cometido importantes errores a la hora de abordar la articulación de España, un problema que venimos arrastrando desde hace ya muchos siglos sin que hasta ahora se haya encontrado un esquema que satisfaga al cien por cien todas las sensibilidades. Pero estoy rotundamente convencido de que el actual sistema, el de las comunidades autónomas, es la menos insatisfactoria de todas las soluciones. Porque permite la convivencia entre quienes se creen dirigidos por un estado diferente al que debería ser el suyo propio y quienes entienden que Cataluña se integra por naturaleza propia en una realidad compleja, y por su complejidad particularmente rica y llena de posibilidades, llamada España. Permite la convivencia, eso sí, siempre y cuando ambas partes estén de acuerdo en renunciar a un porcentaje de ese cien por cien de satisfacción en aras de la estabilidad integradora.
Por eso mismo me asquea la actitud del ahora destituido gobierno catalán, y también de muchos de los que lo precedieron. Porque su intención no ha sido otra que la de imponer una única sensibilidad. Acabar con la convivencia. Obligar a los que también se sienten españoles a optar entre la renuncia a ese sentimiento (tan admirable: ¡compartir presente y futuro con quienes más hemos tenido en común a lo largo de los siglos!) o tener que marcharse de las tierras catalanas. Todo ello arguyendo sentimientos nacionalistas muy pasados de moda en pleno siglo XXI que ocultan la sucia realidad: que tras el deseo de independencia, y bajo un indigesto mix ideológico que se extiende desde la extrema derecha carlista hasta la izquierda antisistema, pasando por la antes presuntamente moderada burguesía democrática, no se esconde sino la creencia de que sustrayéndose de los mecanismos de solidaridad intercomunitaria que parten de la Constitución de 1978 (el “estamos hartos de que nuestras bien merecidas ganancias vayan a parar a las tierras de los vagos andaluces”) se superarán con mayor facilidad los efectos de la crisis económica que a todos nos afecta. El dinero les interesa mucho antes que la patria.
Pues bien, dicho esto no puedo sino sentir un profundo disgusto al comprobar que hay personas en Sevilla dispuestas a realizar un boicot a Jordi Savall basándose en motivos ideológicos. Se podrá preferir a otros artistas a la hora de programar este concierto inaugural –a mí la elección me parece perfecta–, pero rechazar a una persona por su procedencia y por su afinidad al independentismo me parece terrible por parte de un pueblo, el andaluz, que desde hace siglos renunció a la xenofobia –que la hubo– para dar pruebas de su voluntad respetuosa e integradora. Textos como el del WhatsApp antes referidos o como el del malintencionadísimo artículo citado no tienen otro objetivo que la de incrementar la considerable dosis de crispación y de odio entre hermanos que venimos sufriendo.
Sí, soy consciente de que el director de la Capella Reial de Catalunya posiblemente sea no antiespañolista –monumental embuste que se desmonta por sí solo–, pero sí independentista. Me entristeció mucho el vídeo de un concierto celebrado en el extranjero en el que al presentar a sus músicos se enorgullecía de liderar un grupo multicultural en el que había armenios, turcos, griegos, etc. –no recuerdo ahora mismo las diferentes nacionalidades– “y catalanes, y españoles” (sic). La diferenciación entre unos y otros y las risas de complicidad que siguieron no dejaron entonces duda de que el de Igualada entiende que ser catalán y ser español son dos cosas diferentes. Cuando en la reciente entrevista para Diario de Sevilla afirma que se siente “también español, como en casa ya esté en Santiago de Compostela, Toledo, Granada o Sevilla” es posible que quiera decir lo mismo que si confesase en Francia sentirse francés y en Inglaterra sentirse inglés: “es mi cultura también”, apostilla en la referida entrevista. Pero en su pleno derecho está Savall se sentirse así. ¿Quién es nadie para juzgar qué se siente o no se siente cada uno?
Este intento de boicot, porque de eso y no de otra cosa se trata, me recuerda mucho al que sufrió Fernando Trueba por afirmar que no se sentía particularmente español. Y por ello me produce las mismas nauseas. Se puede y se debe encarcelar a los políticos que se saltan la ley repetidamente en aras de acaparar más poder al tiempo que ponen en gravísimo peligro la convivencia ciudadana; como también se pueden pedir responsabilidades a los gobiernos que, desde Madrid, o bien se han negado al siempre imprescindible diálogo, o bien han mirado hacia otro lado a cambio de conseguir la aprobación de presupuestos en minoría. Sobre eso y sobre muchas cosas más se puede hablar largo y tendido. Pero lo que no se puede, bajo ningún concepto, es rechazar a un artista por su procedencia o por su adscripción ideológica. Algunos, quizá muchos catalanes, así lo están haciendo. Pero nosotros no nos lo podemos permitir. No en Andalucía. No somos así. Ojalá que el concierto de esta tarde –desdichadamente no podré asistir– sea un éxito.