sábado, 4 de noviembre de 2017

Karajan en los cincuenta: Mussorgsky y Sibelius

¿Cómo era el Karajan de los años cincuenta? Dicen algunos que sus grabaciones con la Orquesta Philharmonia marcaron el cénit de su carrera. A mi entender no fue así, pero ciertamente era un director distinto al que después conoceríamos: era un maestro más entroncado en la tradición toscaniniana, es decir, menos flexible e interesado por la cantabilidad, mucho menos sensual, al tiempo que más dotado de electricidad, de ímpetu e incluso de aspereza. Diríase que bastante menos personal, menos creativo tanto para lo bueno como para lo malo. Pero en dos cosas era exactamente igual: su obsesión absoluta por la perfección sonora y su indisimulado deseo de epatar con grandes contrastes dinámicos.


De ellos da buena cuenta esta interpretación de los Cuadros de una exposición de Mussorgsky-Ravel producida por Walter Legge y registrada en temprano sonido estereofónico en el Kingsway Hall en octubre de 1955 y junio de 1956. Las fechas nos avisan de que el de Salzburgo no debió de quedar muy satisfecho con las primeras tomas y quiso repetir algunos números. A tenor de los resultados, bien que terminó contento: lo que se escucha es de una perfección apabullante. Empaste, equilibrio de planos, claridad, trazo global... Todo es absolutamete perfecto. Y, sin embargo, falta lo más importante: emoción. Ni humor de uno u otro tipo, ni vuelo lírico, ni sentido descriptivo, ni bullicio, ni atmósfera malsana, ni grandeza. Karajan sustituye la comunicatividad por un monumental espectáculo sonoro basado en los más desatados contrastes dinámicos. No sé hasta qué punto han metido mano los japoneses encargados de la reedición en SACD que he tenido la ocasión de escuchar –por esas fechas la compresión dinámica era algo habitual–, pero al llegar a los pollitos hay que subir el volumen de manera considerable para poder oír algo, mientras que en la Gran puerta de Kiev hay que bajarlo si no se quiere tener un problema con los vecinos. Solo se salvan los referidos pollitos, y no tanto por la batuta como por unas maderas muy incisivas llenas de intención que parecen guiadas por el espíritu del titular de la formación.

El disco se completa con Sibelius. Finlandia se grabó en 1959. Como apunté en una discografía comparada, "la sonoridad un punto agria de la fabulosa orquesta de Klemperer resulta ideal para que un Karajan de cincuenta años que todavía no había entrado en su plena madurez, y que por tanto permanecía ajeno tanto a la genialidad como a los excesos que caracterizarían a esa etapa, ofrezca una visión tensa y escarpada, ajena a la retórica y a la opulencia, pero llena de fuerza y capaz de hacer cantar con enorme belleza a la cuerda durante el himno central. Los resultados son magníficos, pero el salzburgués tendrá aún, ya siendo más claramente él mismo, que decir más cosas al respecto."

Queda la Sinfonía nº 5 del autor finés, registrada en  1960. Esta es una interpretación muy distinta de la que grabaría con la Filarmónica de Berlín tan solo cinco años después, comentada en este mismo blog. Aquella será más bella, pero también más ampulosa e hinchada, y con cierta tendencia a la dulzura. Esta es seca y espartana. Está dicha de un solo trazo, con atención a la claridad, cayendo quizá en cierto exceso de nerviosismo en la sección central del segundo movimiento pero ofreciendo a cambio considerable decisión en todo el final, hasta el punto de que los acordes finales suenan muy poco separados entre sí para lo que estamos acostumbrados. Los contrastes dinámicos son grandes, como manda la partitura, y la brillantez está asegurada, pero no encontramos esa tendencia al exceso de su siguiente acercamiento discográfico. Este de la Philharmonia, perfecto en lo sonoro pero frío como un témpano, es… poco Karajan

1 comentario:

Julio César Celedón dijo...

Me quedo con su última grabación de Mussorgsky y los cuadros, a pesar de algunos excesos y "defectos" creo que el último Karajan es mi favorito.

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