Un cajón de sastre para cosas sobre música "clásica". Discos, conciertos, audiciones comparadas, filias y fobias, maledicencias varias... Todo ello con centro en Jerez de la Frontera, aunque viajando todo lo posible. En definitiva, un blog sin ningún interés.
La Misa de Leonard Bernstein es una obra heterogénea y extremadamente irregular de la que hasta ahora existían dos interpretaciones en el mercado, la del propio autor y la de Kent Nagano. De estas dos y de la propia partitura escribí hace unos años en Filomúsica (enlace). Quiero ahora hablar de la interpretación que acabo de disfrutar en DVD, filmada en directo en 1999 en el Aula Paulo VI del mismísimo Vaticano y editada por Membran.
El responsable escénico del evento es Enrico Castiglione, conocido entre los operófilos por sus más bien cutres producciones de títulos célebres del repertorios, editados por ahí a bajo -a veces no tan bajo- precio. Aquí las cosas no salen mal desde el punto de vista teatral, aunque hay que reprochar seriamente la ausencia de verdaderas coreografías y, sobre todo, la omisión de algo tan fundamental como el momento en el que el celebrante arroja al suelo y rompe un cáliz lleno de vino. Esto es tan grave como si en Otello en vez de asesinar a Desdémona el moro la dejase languidecer en su lecho, pero es comprensible que con la legión de obispos y cardenales presentes en la sala -y sabiendo cómo está el patio- Castiglione no quisiera seguir hasta ese punto el libreto.
Dirige a la mediocre Orquesta Sinfónica del Conservatorio de Santa Cecilia un tal Boris Brott, y lo hace escaso de matices y con evidente tendencia al ruido. No están del todo mal los coros. Los solistas son casi todos solventes (no tanto como en la grabación de Nagano, pero mejor que en la de Bernstein) y el niño soprano canta muy bien. Lo mejor, el barítono Douglas Webster, soberbio Celebrante no sólo por sus dotes canoras, sino sobre todo por su atormentada y acongojante recreación del monólogo final; creo que supera globalmente a Alan Titus y al malogrado tenor Jerry Hadley, aunque ciertamente a estos no hay oportunidad de verlos en escena.
Dos reparos técnicos: la ausencia de subtítulos y la omisión de la cuadrafonía en la música pregrabada que solicitaba el propio Bernstein, a pesar de que este DVD, bien filmado y grabado, viene con audio 5.1. En cualquier caso, y aunque para escuchar la obra en disco lo mejor es acudir a la grabación de Nagano, una obra como Mass está pensada para verla, y esta edición digamos “semi-escenificada” y “censurada” en su escena más importante va a ser la única, me temo, por muchos años. Por ello, y pese a los serios reparos apuntados, la recomiendo. Ojo: rastreando por Internet se puede comprar bastante barata, así que no se gasten el dinero en balde.
MASSENET: Manon. Renée Fleming, Marcelo Álvarez, Jean-Luc Chaignaud, Alain Vernhes, Michel Sénechal, Franck Ferari, Jaël Azzaretti, IsabelleCals, Delphine Haidan, Christophe Fel, Josep Miquel Ribot, Nigel Smith, Sandrine Seubille. Coro y Orquesta de la Ópera Nacional de París. Dirección: Jesús López-Cobos
Arthaus 107 003 2 DVDs 164’ DDD Ferysa ****
Arthaus continúa con su política de reeditar los primeros DVDs que en su momento lanzó TDK y ahora le llega el turno a esta Manon que se ofreció en 2001 en la Ópera de París con protagonismo absoluto de Renée Fleming y Marcelo Álvarez. Como han aparecido hace poco otras dos interpretaciones en este formato, las de la Staatsoper berlinesa y el Liceu barcelonés (DG y Virgin respectivamente), filmadas con pocas semanas de diferencia entre abril y junio de 2007, la comparación parece procedente.
Sensual, pícara, seductora y también desgarrada -sin aspavientos- cuando corresponde, es precisamente Fleming la que más me gusta de las tres protagonistas, pues luce un instrumento de mayor calidad y belleza aún que el de Anna Netrebko, un tanto sosa en las funciones berlinesas, y una capacidad para el matiz expresivo casi tan grande como la de ese animal escénico que es Natalie Dessay, lógicamente más ligera que sus colegas -y no muy cómoda en lo vocal- en Barcelona.
Rolando Villazón evidenció -como siempre- una emisión un tanto heterodoxa y cierta tendencia al exceso, no encontrándose del todo bien de voz en las funciones de la ciudad condal, donde además matizó menos que en Berlín. Marcelo Álvarez, tampoco impecable en lo canoro, se mostraba bastante más centrado en el estilo, elegante y refinado, pero en su Des Grieux se echan de menos la calidez y el apasionamiento del mexicano.
En la producción parisina, el Lescaut de Alain Vernhes parece preferible a un Alfredo Daza y un Manuel Lanza más bien toscos. Tanto Jean-Luc Chaignaud como el “barenboiniano” Christof Fischesser son preferibles en el rol del Conde al en otros tiempos grandísimo Samuel Ramey, que paseó los restos de su voz por el Liceu. Los secundarios de París alcanzan un gran nivel, sobresaliendo el veteranísimo Michel Sénechal como un Guillot tan divertido como indeseable.
De las tres realizaciones de foso sobresale con mucho la genial de Barenboim, llena de vuelo lírico y fuerza dramática. El siempre profesional Víctor Pablo Pérez se limita a cumplir. Y López Cobos, un director que a mí en general me gusta bien poco, da la talla en este doble DVD con una dirección irreprochable en el plano técnico y de perfecto estilo por su elevado sentido del color, mórbido fraseo y expresividad contenida (lo que no ha de confundirse con la sosería en la que otras veces cae el maestro).
Sin embargo, el otras veces admirable Gilbert Deflo no acertó en la capital francesa a la hora de insertar el bellísimo vestuario de William Orlandi en un concepto escénico convincente. Me quedo con la propuesta más teatral e imaginativa de Vincent Paterson en Berlín, y encuentro ambas muy preferibles a la fea de David McVicar que se vio en el Liceu.
En conclusión: imprescindible el DVD de la Staatsoper, muy recomendable este de París por su excelente apartado musical (para él son las cuatro estrellas) y de interés, por la acongojante recreación de la Dessay, el de Barcelona. ________________________________ Artículo publicado en el número de febrero de 2009 de la revista Ritmo, con muy ligeras amputaciones debido a la falta de espacio.
PS. En este blog tuve la oportunidad de escribir con más detalle sobre las interpretaciones dirigidas por Daniel Barenboim y Víctor Pablo (enlace).
Como hoy mismo les he explicado a mis alumnos la revolución rusa de 1905, no he podido resistir la tentación de volver a escuchar la Sinfonía nº 11 de Shostakovich, que precisamente narra los acontecimientos del terrible Domingo Sangriento y los posteriores movimientos que condujeron a una relativa -y a la postre bastante falsa- apertura política del asfixiante régimen zarista.
La versión que he escogido es la dirigida por Rostropovich en 2004 en el Barbican Hall londinense y editada por propio sello de la London Symphony, LSO Live, en formato CD normal y en SACD. Este último, no disponible en España pero fácilmente asequible en la web de la LSO, se trata de una importante muestra de lo que es capaz de dar de sí el formato Super Audio CD: no sólo la naturalidad de la tímbrica es pasmosa, sino que la gama dinámica, decisiva en una partitura tan espectacular como ésta, es una de las más impresionantes que jamás he escuchado. Por descontado que para disfrutarlo hay que tener un reproductor de SACD, algo que les aseguro merece la pena.
¿Y la interpretación? Pues un prodigio. No alcanza quizá la fresca teatralidad de la de Jansons, ni la aspereza de la de Rozhdestvensky ni la rutilancia orquestal del binomio Haitink/Concertgebouw, por citar otras magníficas lecturas, pero las supera a todas ellas en su admirable síntesis entre lo atmosférico, lo dramático, lo lírico y lo épico, ofreciendo un punto de vista ante todo humanístico, quizá un punto tchaikovskiano en su sonoridad, pero en cualquier caso lleno de elocuencia, tensión interna, garra y comunicatividad.
Quizá no está tan cuidadosamente planificada como la portentosa lectura de 1992 con la Orquesta Sinfónica Nacional de Washington (el rallentando de la escena de la matanza en el segundo movimiento era allí aún más acongojante), pero en esta nueva interpretación, apreciablemente más lenta y paladeada en los movimientos extremos, se saca globalmente más provecho a la obra. Total, disco imprescindible para cualquiera que no deteste a Shostakovich. Y estupendo para gozar de las virtudes del SACD.
Creo que hay unanimidad en que Antoni Ros Marbà es uno de los grandes directores españoles de la segunda mitad de siglo. Recuerdo haberle escuchado algunas cosas maravillosas. Pero de un tiempo a esta parte el maestro parece andar de capa caída. Su concierto con la ROSS de mayo del 2006 fue para una relativa decepción (enlace), y su más reciente Don Giovanni me resultó insoportable (enlace). Fuentes de solvencia me han asegurado que sus Bodas del Liceo estuvieron en la misma línea, y otras no menos fiables me confirman que algún concierto sinfónico reciente ha dejado muchísimo que desear.
Por fortuna en su reaparición madrileña el pasado fin de semana al frente de la ONE (¡cómo me gusta ir a los baratos conciertos de los domingos por la mañana en el Auditorio Nacional!) pudimos disfrutar del gran maestro que siempre ha sido. Altamente comprometido con la música de Montsalvatge, su Desintegración morfológica de la Chacona de Bach estuvo llena de fuerza, garra y tensión interna. La misma que tuvo esa obra maestra absoluta que en el Concierto para violín de Alban Berg, donde contó con la complicidad de un Christian Tetzlaff de asombroso virtuosismo y enorme sensibilidad, sabiendo entre ambos ofrecernos una interpretación inteligentemente equilibrada entre los aspectos más líricos de la pieza y los más desgarrados. Memorable.
“La Grande” de Schubert estuvo menos bien. Fue sin duda una interpretación correcta, con todo en su sitio, musical y muy ajena a los devaneos sonoros, pero semejante monumento necesita una labor muchísimo más minuciosa en lo que a la planificación se refiere: el primer movimiento fue perdiendo gas poco a poco y el segundo no alcanzó ni mucho menos el vuelo lírico que debería. Y necesita también, para hacer plena justicia al genio schubertiano, una orquesta que sepa ejecutar con mayor limpieza que la Nacional de España, en la que los violines dejaron un tanto que desear y el primer chelo no parecía empastar con sus compañeros. Sensacional, sin embargo, el conjunto de metales, que hizo mucho por elevar el nivel de la ejecución.
Estuve en la función del sábado 24. La producción escénica me sigue pareciendo excelente: ágil, dinámica, inteligente, planteada con coherencia y muy bien resuelta. En este sentido me remito a lo que aquí escribí el comentar el DVD (enlace). Ni que decir tiene que en directo gana considerablemente desde el punto de vista plástico. En cualquier caso debo añadir que la excelencia de la dirección de masas no se vio acompañada de una dirección de actores a la misma altura: creo que a todos los protagonistas se les podía haber sacado mayor partido, sobre todo a una María Bayo algo fuera de lugar.
Musicalmente el resultado fue bastante discreto por obra y gracia del señor Christopher Hogwood, que ofreció una dirección extremadamente insulsa y plana, sin sentido ninguno del color, carente de incisividad, de ironía y de fuerza dramática. Dijo hace tiempo Antonio Moral que los grandes directores de ópera no son los que a todos nos gustaría ver en el Real, sino los que de hecho están ahora dirigiendo. Pues vale: seré muy ignorante, pero a mí Hogwood me parece un director -para este y para otros repertorios- bastante mediocre. Y si de traer a un famoso historicista experimentado en clasicismo se trataba, Gardiner lo hubiera hecho muchísimo mejor, a tenor de su grabación comercial para DG.
Me gustó Toby Spence: una voz preciosa –aunque no grande-, excelente gusto cantando, variedad expresiva y buenas dotes de actor. De Johan Reuter, maravilloso en Desde la casa de los muertos, esperaba más aún: a su notable Nick Shadow le faltó un poco de autoridad. Divertidísima Daniela Barcellona como Baba la Turca, aunque su voz no sea la más adecuada para el papel. ¿Y la Bayo? Pues hubiera estado excelente de no ser por el grave -feo y descolorido-, por el centro -débil-, por el agudo –metálico- y por su en esta ocasión excesiva tendencia a la cursilería. ¡Qué gran artista fue esta señora y qué despistada está! Al menos en la bellísima canción de cuna de despedida (lo mejor quizá de la partitura) nos quitó el mal sabor de boca. El resto del elenco, normalito. Ah, el coro cantó con solvencia y realizó un trabajo escénico fabuloso.
Hubiera sido un gran recital de no ser por la orquesta. ¡Y por la batuta! La de un tal Eric Hull, oriundo de Canadá y por eso mismo “sospechoso” de haber llegado hasta aquí por su amistad con el protagonista de la velada. A este director hay que reconocerle dos méritos: el de frasear con sosiego, sin precipitarse, y el de otorgar una gran plasticidad a la cuerda grave. Pero por desgracia su dirección fue la mayor parte del tiempo flácida, anémica, carente de tensión interna y tendente a la blandura e incluso la dulzonería. Que Wagner suene “bonito” es casi un pecado.
Y qué decir de la orquesta. Hay en ella gente muy seria, muy sólida y muy profesional, pero también hay quienes no se toman las cosas en serio o, sencillamente, no alcanzan un nivel técnico razonable. Está claro que no se puede despedir a la gente así porque sí, ya que detrás de cada contrato hay todo un problema humano, pero cada día se hace más evidente que hay que dejarse de paños calientes y adoptar una solución. En el recital de Heppner si los fragmentos orquestales se hicieron eternos fue por la batuta de Hull, pero si sonaron de manera bastante pobre (¡qué preludio de Lohengrin!) fue sobre todo -aunque no exclusivamente- por las insuficiencias de la Sinfónica de Madrid.
El tenor canadiense estuvo bien de voz, aunque sólo eso: el volumen no es grande en el centro pero, tras algunas tiranteces en la zona de paso, el sonido se desahoga en un agudo poderoso, brillante y de gran belleza. Las medias voces siguen siendo interesantes, aunque en “In fernem Land” la línea se quebró dejando en evidencia que las vacilaciones técnicas que últimamente aquejan al artista sigue ahí. Y en lo que al timbre se refiere, pues es cuestión de gustos: a mí me parece un poco leñoso pero no me desagrada en absoluto.
En cualquier caso, lo admirable del recital estuvo en el enorme talento artístico que Hepper ha demostrado siempre: su fraseo mórbido y elegante, su atención a las inflexiones del texto sin caer en amaneramientos, la calidez de su legato y la manera de dosificar tensiones para canalizarlas hacia sus espléndidos agudos siguen ahí.
Quizá le encontrara en la primera parte algo reservón: el aria de Max de Der Freischütz (de la que sólo escuché la mitad, pues una indisposición me obligó a salir de la sala), el referido monólogo de Lohengrin y el final del primera acto de La Walkyria estuvieron muy bien pero no me terminaron de emocionar.
La temperatura subió en la segunda parte, brillando Heppner en el dificilísimo soliloquio de Florestán, en las alucinaciones de Tristán (muy contenidas, nada propensas al desgarro teatral) y en la “canción del premio” de Maestros. Todos aplaudimos con satisfacción y nos regaló un emocionante “Winterstürme”. Cerrando el recital, y como sorpresa de la noche, “Dein ist mein ganzes Herz” de Lehár, con la última estrofa cantada en castellano. Grandes aplausos y larga cola en la fila de autógrafos.
Páginas de Berlioz, Halévy, Massenet y Meyerbeer. Orquesta Sinfónica de Londres. Myung-Whun Chung. Deutsche Grammophon. CD 74’05’’ Universal ****R
Sólo le falta un físico agraciado, don al que podría sacarle mucho partido su casa discográfica -como lo hace con el de Magdalena Kozená, por ejemplo-. Salvo esto, Ben Heppner lo tiene todo, incluyendo esos dichosos agudos que levantan de sus butacas al respetable. Y al margen de que su calificación como tenor dramático pueda resultar bastante discutible, lo cierto es que aborda con deslumbrante éxito un repertorio heterogéneo y muy exigente tanto desde el punto de vista técnico como del interpretativo. Con motivo de su desembarco en DG se zambulle sin salvavidas en la ópera francesa, que en disco sólo ha afrontado puntualmente (Hérodiade, Les Troyens). El resultado vuelve a ser admirable.
Repasemos cuáles son sus puntos fuertes. Primero, un instrumento extenso y homogéneo, dúctil y de timbre grato, manejado con una solidísima técnica. Segundo, una singular atención al texto, perfectamente matizado. Tercero, un talante heroico y viril, que en ningún momento conoce el exhibicionismo, a disposición de aquellas páginas que lo demanden. Cuarto, una línea de canto exquisita y refinada, ajena a todo exceso, que ofrece la mayor morbidez y sensualidad -bellísimas medias voces- sin caer en blandenguerías ni languideces; ortodoxia, pues, pero sin caer en el tópico de “lo francés”.
El programa se ha planteado de manera coherente, desde la introversión de los torturados personajes de Berlioz hasta la triunfal extroversión de La Marsellesa. Así, la primera parte la conforman cinco hermosísimas páginas procedentes de Los troyanos, La condenación de Fausto, Benvenuto Cellini y, cambiando de aires, Beatriz y Benedicto, donde el tenor demuestra su variedad de acentos y capacidad para la introspección psicológica
Con la misma seriedad afronta el tenor canadiense las páginas de Halévy, Massenet y Meyerbeer que conforman el resto del programa, convenciendo con interpretaciones altamente comprometidas, de una profundidad que sorprende si tenemos en cuenta que no ha cantado estas obras en escena. No siempre acierta por igual, pero hay logros excepcionales. Por ejemplo, los dos fragmentos de El Cid, donde supera al más extrovertido y menos idiomático Domingo (tanto en su grabación de CBS como en su interpretación escénica en Sevilla).
La dirección de Chung, en su línea habitual: ágil, afilada, vistosa y un tanto superficial. También la toma de sonido, en exceso reverberante, podía haber estado mejor. A destacar que en la página web de DG se encuentran disponibles los artículos del libretillo, diverso material literario y gráfico adicional e incluso un video del “cómo se hizo”. ________________________________ Artículo publicado en el número de julio-agosto de 2002 de la revista Ritmo.
PS: el hecho de que el instrumento de Heppner sea mucho más lírico de lo que a él le hubiera gustado le ha terminado pasando factura. En el segundo acto de Tristán que ofreció hace un par de años con Barenboim en la Alhambra evidenció un estado vocal un tanto problemático, y la posterior interrupción de su recital en el Teatro Real a mitad de la velada terminó de revelar sus problemas canoros. Espero comprobar mañana mismo en su nueva aparición madrileña cómo se encuentra el en otros tiempos admirable tenor canadiense.
Estos días se anda ofreciendo en el Teatro Real -espero asistir el próximo fin de semana- la producción que de La carrera del libertino realizara Robin Lepage y filmara BBC Opus Arte para editar en un doble DVD que luce la excelencia técnica de imagen y sonido a la que el sello británico nos tiene acostumbrados. Los comentarios madrileños sobre la propuesta escénica -no así sobre el apartado musical- han casi todos positivos. Tras visionar la filmación me uno a los aplausos.
La idea no es precisamente novedosa. La acción se traslada de la Inglaterra del siglo XVIII a los Estados Unidos tras la II Guerra Mundial; el “ascenso” de Tom Rakewell consiste en convertirse en estrella cinematográfica, Nick Shadow es una especie de productor sin escrúpulos y la máquina que sueña el protagonista para aliviar el hambre del mundo, materializada por su alter ego mefistofélico, no es otra que la televisión. Nada revelador hasta aquí, pero tampoco hay contradicción alguna con la idea original de Stravinski: los personajes y las situaciones siguen fielmente el libreto sin que nada chirríe.
Lo bueno del asunto es que tal planteamiento está muy bien realizado desde el punto teatral: sentido del ritmo, dirección de actores y masas, resolución de espacios escénicos e iluminación, entre otros aspectos, están perfectamente atendidos. Y todo ello, además, prestando muchísima atención a la música, procurando potenciarla sin ponerse en ningún momento por encima de ella. No es una puesta en escena genial, eso es verdad, pero aquí hay teatro de calidad que, además de valer por sí mismo, sabe ponerse al servicio de la ópera. Es decir, todo lo contrario de lo que hacen hoy algunos”genios” de los escenarios líricos.
Dos palabras sobre el apartado musical de esta filmación. Kazushi Ono (le recuerdo hace años en Sevilla un concierto espantoso) dirige con corrección y hace que todo suene en su sitio, pero esta partitura tan simpática como carente de verdadera inspiración necesita una mayor tensión interna y una tímbrica más incisiva y coloreada. El tenor Andrew Kennedy realiza una labor muy solvente en el rol principal, William Shimell cumple como Shadow, Laura Claycomb se queda corta como Anne y Darren Jeffrey es un Truelove bastante mediocre. Lo mejor, sin ser para tirar cohetes, la Baba la Turca que compone Dagmar Peckova. Con un elenco vocal y una batuta de mayor nivel este hubiera sido un doble DVD imprescindible. Aun así, las virtudes de la escena lo hacen merecedor de un visionado.
Rossini: Zelmira. Ford, Palazzi, Vinco, Frutal, Custer, Siragusa.
Scottish Chamber Orchestra and Chorus. Dir: Maurizio Benini.
Opera Rara, ORC 27.
3 CDs. 182’10’’
DDD
Diverdi
****Triunfalmente estrenada en el Teatro San Carlo en febrero de 1822, Zelmira fue la novena y última de las óperas compuestas por Rossini para los Teatros Reales de Nápoles. Es por tanto inmediatamente anterior a Semiramide, y aun no alcanzando semejante inspiración melódica ni apuntando con tanta claridad hacia las innovaciones que ofrecerá en sus últimos títulos, está escrita con maestría y se halla trufada de hallazgos que merece la pena conocer.
El elenco congregado bajo la espléndida batuta de Mauricio Benini en este live del Festival de Edimburgo del pasado año no alberga ninguna voz de especial personalidad, pero resulta solidísimo y de muy notable nivel. Elisabeth Frutal sale perfectamente airosa del rol titular, mientras que Antonino Siracusa, sin ser Flórez, resuelve con brillantez las dificultades de encarnar a su marido Ilo. El veterano Bruce Ford y el talentoso joven Mirco Palazzi otorgan credibilidad a la pareja de villanos, Manuela Custer conmueve por la depuración y sensibilidad de su línea de canto, y Marco Vinco cumple muy dignamente en el rol del depuesto rey Polidoro.
La presentación es todo lo lujosa que suele ser en este sello, pero el precio en esta ocasión es mucho menos elevado.
________________________________ Artículo publicado en el número de enero de 2005 de la revista Ritmo.
Tres DVDs con filmaciones de los años setenta realizadas por Unitel con Solti al frente de la Sinfónica de Chicago más un DVD adicional con un concierto al frente de la Filarmónica de Viena en 1995 conforman el contenido de esta caja presentada por Decca a un precio ridículo en homenaje al inolvidable maestro húngaro. La edición lleva ya bastante tiempo circulando por ahí, pero como este blog no está pensado para comentar novedades sino para servir de cuaderno de notas, ahí van mis apreciaciones.
Rossini. Es válido como testigo de la excepcional técnica de batuta de Sir Georg, que desmenuza de manera prodigiosa el entramado orquestal ayudado por el virtuosismo de la formación norteamericana, pero su falta de sintonía con Rossini es evidente: faltan chispa, elegancia, luminosidad y, en definitiva, verbo italiano. Las oberturas de La italiana en Argel y La scala di seta son particularmente flojas. Magnífica, por el contrario, la de El asedio de Corinto. Regular El barbero de Sevilla, Semiramide y La gazza ladra.
Mendelssohn. De 1976 data esta filmación de las dos últimas sinfonías, que luego Solti volvió a grabar en digital para CD. Esta Escocesa electrizante, tempestuosa y llena de tensión dramática, por momentos algo excesiva, salió mejor. La Italiana, por el contrario, pierde frente a la grabación posterior por sus dos movimientos centrales, más bien rígidos y faltos de vuelo lírico; pese a todo, los extremos maravillan por su fuerza, su brillantez y -sobre todo- su claridad. El Concierto para violín, ya de 1979, está muy bien paladeado por la batuta, que se decanta por una óptica eminentemente reflexiva y se beneficia del maravilloso sonido y del lirismo de altos vuelos de Kyung Wha Chung.
Bruckner. De la Sexta ofrece una versión épica, brillante y extrovertida, pero nada nerviosa ni tendente a la retórica, sino perfectamente construida y atenta el vuelo lírico. La claridad polifónica es admirable, lo mismo que las sonoridades organísticas y la brillantez orquestal. El primer movimiento resulta particularmente impresionante, mientras que en el segundo la batuta de Sir Georg aporta un regusto amargo muy interesante. La Séptima está filmada en Londres, correspondiendo a los Proms de 1978. Tal vez el maestro no termina de ahondar espiritualmente en el trasfondo de esta música, pero es difícil resistirse ante semejante ejecución orquestal y, sobre todo, ante una perfecta planificación horizontal y vertical de la arquitectura, siempre dentro de un punto de vista expresivo que consigue un excepcional equilibrio entre la brillantez propia de Solti y la serenidad y concentración mas poéticas.
Wagner. Sin ser Solti el wagneriano el más profundo ni reflexivo, la brillantez orquestal libre de opulencia o amaneramientos está garantizada. Por eso mismo impresiona la obertura de El Holandés errante, aunque a ratos resulte un punto cuadriculada y no posea un especial vuelo lírico. En la de Tannhäuser Solti comienza algo frío, o al menos poco místico, pero poco a poco se va centrando; la sección central está llena de fuerza y brillantez, y el último tercio alcanza una grandiosidad admirable. En la de Maestros Cantores ofrece una increíble realización técnica, por arquitectura y claridad, para una interpretación llena de fuego y pasión, como también de sentido del humor y de brillantez; alucinante las maderas en la sección cómica. Lo menos bueno son las dos páginas de Tristán, una peculiar interpretación, muy lírica y meditativa, también bastante siniestra, que carece de un último punto de fuego y pasión visionarios.
Strauss. Tratándose de la presunta especialidad de Solti, sorprende que aquí se encuentre el garbanzo negro de la colección: una mediocre interpretación de los Cuatro últimos lieder donde tanto el maestro como la otras veces portentosa Lucia Popp están completamente descentrados en lo expresivo. De Muerte y transfiguración ofrece una interpretación realizada de un solo trazo, rutilante en la opulencia orquestal y sincera a más no poder, resultando especialmente desgarrada y rebelde en sus clímax, poco místicos pero sí llenos de grandeza espiritual. No menos portentoso el Till: quizá su versión en estudio tuviera más chispa y fogosidad, pero es imposible tocar mejor y con más claridad esta página, ni obtener una tímbrica más variada e incisiva, ni mejorar el estilo.
Concierto en Viena. Siendo de 1995 nos podríamos encontrar con el Solti adentrado en la rutina expresiva -que no técnica- de sus últimos años. Por fortuna en la suite de Háry János ofrece toda la fuerza, claridad e incisividad esperables, sabiendo ser brillante y lírico al mismo tiempo, aun sin alcanzar toda la inspiración a la que podría llegar. Maravillosas las Danzas folclóricas rumanas, como no podía ser menos en el mayor especialista en Bartók. Estupenda recreación de Introducción y Scherzo de Leó Weiner, y tremenda -otra especialidad de la casa- la Marcha húngara de Berlioz. ¿Y la Séptima de Beethoven? Desde luego no se trata de una recreación filosófica, sino más bien de un acercamiento teatral en la línea habitual de Solti, lleno de fuerza y electricidad y cuidando mucho la transparencia y belleza sonoras. El segundo movimiento -como siempre en el desaparecido maestro- es más bien rápido pero no por ello superficial, pues alcanza la misma fuerza dramática que el resto de la versión. De propina, casi media hora de ensayos con la maravillosa Filarmónica de Viena.
En suma: imprescindible recopilación donde puede apreciarse lo mejor y lo menos bueno de quien ha sido una de las mejores batutas de la segunda mitad del siglo XX.
Al hilo de las dos reseñas discográficas que acabo de colgar, traigo aquí la entrevista que le realicé a Javier Perianes hace un par de años en Sevilla.
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“La música es una manera de entender la vida”
El aún hoy joven Javier Perianes (Nerva, Huelva, 1978) ya llamaba poderosamente la atención cuando siendo todavía casi un adolescente ofrecía obras tan “sencillitas” como el Concierto para piano de Schumann o el primer libro de los Preludios de Debussy. Claro que de un tiempo a esta parte ha sufrido un importante desarrollo tanto técnico como espiritual que le ha hecho dejar de ser una sólida promesa para convertirse en un pianista plenamente maduro que, además, tiene muchas cosas nuevas e interesantes que ofrecer. Revelador en este sentido resulta que se haya escuchado decir a varios expertos críticos de esta revista, como también a otros no menos experimentados de medios y tendencias muy diferentes, que este chico es sin lugar a dudas uno de los dos o tres mejores pianistas españoles de la actualidad. Semejante coincidencia en un mundillo en el que no es difícil llevarse la contraria no hace sino confirmar lo que también se ha oído decir públicamente a cierto pianista y director argentino-israelí bien conocido por ustedes: que Perianes tiene un extraordinario talento. El pasado 4 de enero ofrecía en el Teatro de la Maestranza Noches en los jardines de España junto a la Sinfónica de Sevilla, y allí tuvo la amabilidad de atendernos.
P: Aunque resulte convencional, podríamos comenzar esta entrevista conociendo cómo se introdujo en este mundo.
R: Pues mi primer contacto con la música se produjo cómo no en Nerva, mi localidad natal. Recuerdo que una señora vino por casa para informar que se necesitaban niños en la banda del pueblo... y allí que me fui, a aprender solfeo. Justo antes de adquirir un requinto -un clarinete de cortas dimensiones- fui de vacaciones a la Antilla, una playa de Huelva donde suelo veranear, y allí una tía mía profesora de piano me hizo cambiar de opinión. Siendo un niño de apenas ocho años fui fácilmente impresionado por semejante instrumento. Acto seguido mis padres, por mediación de una tía mía de Nerva, me pusieron en manos de mi primera profesora, Julia Hierro, con la que todavía mantengo un contacto y una relación muy especial.
P: Y de ahí a Sevilla…
R: No, de Nerva pasé primero a Huelva capital, con Lucio Muñoz y María Ramblado. Y ya de allí sí que vine aquí, con la maestra Ana Guijarro. Años más tarde marché a vivir a Madrid, donde he seguido trabajando con ella y desde hace algunos años con el maestro Josep Colom. Así que mi formación es básicamente española.
P: ¿Diría que existe una escuela española de pianistas?
R: No lo sé. En mi caso concreto no creo que haya ningún vínculo absoluto y directo entre mis dos últimos maestros. Aunque ambos fueran alumnos durante algún tiempo de un mismo profesor en París, afortunadamente para mí son personalidades artísticas diferentes, y eso es algo tremendamente enriquecedor.
P: En todo caso, ellos dos habrán sido los responsables de despertar en usted un particular interés por el repertorio español.
R: Más bien han encontrado la manera de combinar de un modo armónico lo necesario para el estudiante con lo conveniente para su personalidad artística, para su desarrollo como músico. Creo que ahí está el secreto de un buen profesor, saber adaptarse al alumno, a su manera de entender la música: buscar el repertorio que mejor le va y combinarlo con obras adecuadas para su desarrollo musical y su formación humanística. Sea como fuere, Ana Guijarro y Josep Colom han supuesto y suponen un referente constante en mi vida como músico. Y a todos y cada uno de mis profesores les tengo una admiración personal y musical enorme.
P: Y ya que lo menciona, ¿sería capaz de definir su propia personalidad artística?
R: No, imposible. No puedo definirme a mí mismo en absoluto, pero podría intentar definir lo que significa la música para mí. No es sólo el medio por el que te ganas la vida; esto último es algo cierto, pero bastante irreal si tenemos en cuenta lo que realmente significa. La música, más que una profesión, es una manera de entender la vida. Para todos los músicos. No puedes desconectar de la música, es algo que te envuelve por completo. De todas maneras, las definiciones sobre uno mismo las dejo para los demás.
P: ¿Pero aceptaría quizá que se definiese su manera de hacer música como un pianismo que antes que buscar la mera belleza sonora, resulta dramático y tenso?
R: Sinceramente no sé si mi forma de hacer música resulta de una manera o de otra concreta, lo único que pretendo es ser lo más honesto posible con la partitura y con el trabajo que realizo. Creo además que lo ideal es integrar todos esos elementos que comenta: el dramatismo, la tensión, la belleza sonora, la arquitectura formal, etc.
P: En todo caso, tiene una manera poco tópica y muy dramática y concentrada de acercarse al Clasicismo musical.
R: Quizás me haya oído obras clásicas con cierta carga de dramatismo, no lo sé, pero no es una manera absoluta de ver un período musical, para nada. La manera de acercarme a una obra clásica, como usted me dice, no la preconcibo como algo dramático ni concentrado, sino que depende de muchos factores; la manera de entender una frase, una sección… una obra, en definitiva.
P: Pero esa visión también la aplica usted en Nebra, por ejemplo.
R: Insisto en comentarle que depende de muchos factores. Obviamente la Sonata nº 5 en Fa # menor tiene para mí cierta carga no sé si llamarla dramática, quizás profética, pero es una cuestión de concepto, pues de hecho no siempre entiendo las obras desde el punto de vista de la tensión que usted me comenta. Por ejemplo, los segundos movimientos de Nebra no los entiendo afectados, más bien más cercanos a Scarlatti. Otras aproximaciones a obras clásicas o barrocas seguro que no las habré entendido desde la tensión dramática. Recuerdo ahora mismo el concierto Jeunhomme de Mozart con el maestro López Cobos y la Orquesta de Galicia, donde se presentan muchas y muy diversas emociones, desde lo más alado y ágil, pasando por un segundo movimiento de mayor carga emotiva (una verdadera aria operística) y acabando por un movimiento final de mayor contundencia, incluyendo un Rondó central de gran elegancia. Como puede observar, hay tantas emociones y momentos distintos en el clasicismo…
P: ¿Plantea el repertorio que hace atendiendo a la demanda del público?
R: Es el eterno debate entre si tocas para el público o tocas para ti. Creo que hay que encontrar un equilibrio y primar por encima de todo aquel repertorio en el que piensas que puedas aportar más de ti mismo, y que piensas que puedas hacer mejor y defender esa música con mayores garantías. Tus preferencias no garantizan absolutamente nada sobre el nivel de la interpretación que pueda uno lograr, pero es importante el entusiasmo con el que afrontas el estudio de las obras que realmente deseas hacer.
P: En todo caso hasta ahora nadie ha discutido su repertorio, aunque desde luego ha escogido a veces programas muy arriesgados.
R: La verdad es que después de una trayectoria corta, quizás tampoco haya sido tan inapropiado hacer determinados programas. Recuerdo la presentación en el ciclo de piano del Maestranza con una primera parte todo Schubert y la segunda todo Chopin; este último es sin duda un compositor más tocado, pero a mí me pareció interesante programar toda un hora del primero. No pretendí absolutamente nada, sólo expuse un programa de música que me parecía de gran nivel musical y eso me parece suficiente. Es absurdo pensar en adiestrar a nadie en oír música quizás más infrecuente. Estoy convencido de que cualquier buena música bien “dicha” llega directamente al corazón del oyente.
P: Aunque hasta ahora tiene muy bien definidas sus preferencias en cuanto a repertorio, es de suponer que el tiempo le irá llevando…
R: ... a muchos otros sitios. Por ejemplo, hasta hace dos años no estaba ni mucho menos entre mis planes hacer un concierto de Rachmaninov, pero toqué el Segundo: dos veces aquí en Sevilla, otras tantas en Madrid, luego una en Córdoba y otras dos con la Orquesta Joven de Andalucía. Y lo he programado de manera voluntaria. Ha sido un aporte a todos los niveles de gran interés para mí.
P: ¿Y el Rachmaninov para piano solo?
R: No lo sé, los Preludios, algunos Estudios… Es una música sin duda interesante. Pero quiero hacer muchas cosas: seguir tocando obras de Falla, adentrarme en el último Schubert, Mompou, volver a las Sonatas de Beethoven, Bach, Brahms, etc. Es que el repertorio es tan vasto… ¡y tan maravilloso!
P: El impresionista parece ser uno de sus repertorios favoritos.
R: Y tanto. Es verdadera pasión la que siento por Debussy y Ravel. Ahora pienso volver de nuevo a los Preludios, y seguramente los tocaré de otra manera, pues el tiempo hace que las mismas obras te descubran nuevos secretos. Precisamente entre las próximas obras a estudiar está el Concierto en Sol de Ravel, toda una obra maestra. Lo hago la próxima temporada con varias orquestas españolas y a finales de la temporada 2006/07 lo hago en Lisboa y Madrid con la London Symphony Orchestra y el maestro Daniel Harding.
P: ¿Y qué tal la música de cámara?
R: Últimamente sí he tenido la fortuna de hacer más. Es un verdadero regalo para un músico poder compartir la experiencia sublime de hacer música juntos. Hace ya algunos años colaboré con el Cuarteto Casals y con el Cuarteto de la Habana, y más recientemente he podido hacer algún recital con el extraordinario viola sevillano Alejandro Garrido, así como con un prestigioso conjunto alemán, el Trío Gaede. Le aseguro que es un privilegio y un enorme placer poder hacer música de cámara con músicos del nivel que le he nombrado. Precisamente durante este año 2006 y el próximo 2007 proseguiré mi colaboración con Gaede haciendo los cuartetos de Mozart, alguno de Dvorák y algún que otro de Beethoven, en lugares como Madrid, Barcelona y Bilbao.
P: Está claro que su nombre está sonando mucho fuera de Andalucía.
R: Tengo muchos compromisos fuera de Andalucía, por supuesto, pero mantengo un vínculo extraordinario con mi tierra y unas relaciones permanentes con las orquestas andaluzas. Este año voy a Granada para hacer Scriabin y para el año próximo también tengo compromisos con otras formaciones andaluzas. Además el año pasado estuve con la Orquesta de Málaga, la de Córdoba y con la Sinfónica de Sevilla dos veces, una voluntaria y otra involuntariamente -sustituyendo a la violinista Janine Jansen-. Y bueno, hoy mismo estoy con la ROSS en este concierto extraordinario tocando las Noches en los jardines de España con el maestro Carlos Kalmar. Ya le digo, es un verdadero placer tocar siempre en Andalucía, es tocar en casa.
P: Aunque es de suponer que también será un placer actuar en sitios como el Carnegie Hall de Nueva York, donde usted debutado hace unos meses.
R: Pues fue una experiencia realmente inolvidable. La actividad cultural de una gran ciudad como Nueva York es sin duda frenética. El Carnegie Hall es uno de esos "templos" de la música donde uno respira toda esa tradición de grandes músicos que han actuado en sus diferentes salas. Fue todo un regalo y un privilegio poder hacer música en un lugar así.
P: ¿Observa alguna diferencia significativa entre el público español y el norteamericano?
R: Pues no, aunque sí es cierto que al público americano le apasiona la música española. No puede uno abstraerse que en el Carnegie Hall se han presentado grandes maestros del piano como Arthur Rubinstein o Alicia de Larrocha con programas que incluían música de Falla y Albéniz y que han dejado una huella indudable en tan mítica sala. En definitiva, supuso toda una experiencia que nunca podré olvidar.
P: Volviendo a nuestra tierra, ¿cómo ve la situación de la enseñanza musical en Andalucía? ¿Qué es lo más urgente de de cara a la enseñanza musical en las escuelas y/o conservatorios?
R: Creo que la enseñanza musical andaluza es extrapolable a cualquier punto de la geografía española. Estoy convencido de que se ha andado mucho camino y que la formación musical en España no tiene nada que ver con la que se ofrecía hace algunos años, tanto en la cuestión cualitativa como especialmente en la cuantitativa. Cada vez hay más jóvenes que quieren entrar en un conservatorio y la demanda de enseñanza musical es altísima. Pero también es cierto que queda mucho camino por andar y mucho en lo que mejorar, y creo que un aspecto fundamental radica en que los conservatorios españoles estén dotados de las mejores infraestructuras y profesorado posibles, para facilitar al alumnado una enseñanza realmente de calidad.
P: Alguien a quien le interesan muchos los temas educativos es Daniel Barenboim, un músico que le está ofreciendo últimamente un gran apoyo.
R: Es un auténtico privilegio para mí poder recibir clases y consejos del maestro. Que dedique parte de su escaso tiempo para darme algunas clases, ya sea en Sevilla -mientras discurre el proyecto del West-Eastern Divan-, ya sea en Viena, o en Berlín, entre sus múltiples conciertos, ensayos y demás compromisos, es todo un regalo, se lo aseguro, y nunca podré darle suficientemente las gracias por todos esos estímulos.
P: Tengo entendido que además estuvieron usted y otros pianistas el año pasado en Chicago recibiendo de él unas clases magistrales.
R: Sí, sobre las Sonatas de Beethoven. Estábamos Lang Lang, Alessio Bax, Jonathan Biss, David Kakouch y Saleem Aboud-Ashkar, entre otros. Siete pianistas en total. Cada uno tocábamos un movimiento de una sonata y el maestro nos daba una clase de tres cuartos de hora sobre el mismo. Bueno, sobre las primeras páginas, porque yo creo que ninguno logramos pasar de las primeras (risas). A mí me tocó hacer el primer movimiento de la Sonata op. 110. Lang Lang hacía la Apassionata, Bax hacía la fuga de la Hammerklavier, y así. Además esas jornadas fueron filmadas con la intención de publicarlas en unos DVDs que saldrán el próximo diciembre en los que el Maestro Barenboim interpreta las treinta y dos Sonatas en la Staastoper de Berlín.
P: Suele decirse uno de los repertorios más difíciles para cualquier pianista.
R: Es un compositor de una dificultad extrema, sin duda. Cada aproximación a Beethoven resulta sin duda apasionante y de extrema dificultad a todos los niveles.
P: Por cierto, ¿cuáles son los pianistas de la actualidad que más admira?
R: Por lo pronto a mis profesores, tanto por su enseñanza como por su propia calidad pianística. De los denominados grandes maestros, admiro a muchísimos, creo que a casi todos, puesto que cada uno tiene algo especial que mostrarnos. Esa es la magia de la música. Desde Radu Lupu, Maria Joao Pires, Leif Ove Andness, Sokolov y por supuesto el maestro Barenboim como músico total. Aunque le confieso que también me apasionan los pianistas de antes (Schnabel, Arrau, Rubinstein, Sofronitky, Myra Hess, Lipatti y un largo etcétera). Son tantos y tan grandes...
P: ¿Qué destacaría entre sus próximos proyectos?
R: Pronto saldrá el CD que se grabó en vivo en el Patio de los Arrayanes de la Alhambra con motivo de mi participación en el último Festival Internacional de Música y Danza de Granada. Los próximos compromisos son actuaciones en los ciclos de Las Folles Journees en Nantes, Bilbao y Lisboa, colaboraciones con orquestas españolas (Granada, Filarmonía de Galicia) y con orquestas internacionales como la Orquesta de Zagreb, y mi presentación con dos recitales en el Festival de Ravinia y Gilmore en Estados Unidos. Para el verano queda una gira con la JONDE por España y Alemania y otros compromisos en festivales europeos, como la vuelta al Festival de La Roque D´Antheron. Gracias a Dios, proyectos preciosos para seguir trabajando con la misma ilusión y entusiasmo.
P: ¿Y nada en particular para celebrar el año Mozart?
R: Nada mejor para celebrar el año Mozart que hacer música del genial compositor salzburgués, claro. Ya le he comentado que haré los cuartetos, algún concierto con orquesta y música para piano solo. Tocar su música es todo un aprendizaje. Es tremendamente difícil conseguir esa transparencia que a veces requiere, ese toque tan especial que exige... En fin, es un regalo para los oídos de cualquier buen melómano. Nos queda un maravilloso año Mozart por delante.
________________________________ Artículo publicado en el número de abril de 2006 de la revista Ritmo.