La idea no es precisamente novedosa. La acción se traslada de la Inglaterra del siglo XVIII a los Estados Unidos tras la II Guerra Mundial; el “ascenso” de Tom Rakewell consiste en convertirse en estrella cinematográfica, Nick Shadow es una especie de productor sin escrúpulos y la máquina que sueña el protagonista para aliviar el hambre del mundo, materializada por su alter ego mefistofélico, no es otra que la televisión. Nada revelador hasta aquí, pero tampoco hay contradicción alguna con la idea original de Stravinski: los personajes y las situaciones siguen fielmente el libreto sin que nada chirríe.
Lo bueno del asunto es que tal planteamiento está muy bien realizado desde el punto teatral: sentido del ritmo, dirección de actores y masas, resolución de espacios escénicos e iluminación, entre otros aspectos, están perfectamente atendidos. Y todo ello, además, prestando muchísima atención a la música, procurando potenciarla sin ponerse en ningún momento por encima de ella. No es una puesta en escena genial, eso es verdad, pero aquí hay teatro de calidad que, además de valer por sí mismo, sabe ponerse al servicio de la ópera. Es decir, todo lo contrario de lo que hacen hoy algunos”genios” de los escenarios líricos.
Dos palabras sobre el apartado musical de esta filmación. Kazushi Ono (le recuerdo hace años en Sevilla un concierto espantoso) dirige con corrección y hace que todo suene en su sitio, pero esta partitura tan simpática como carente de verdadera inspiración necesita una mayor tensión interna y una tímbrica más incisiva y coloreada. El tenor Andrew Kennedy realiza una labor muy solvente en el rol principal, William Shimell cumple como Shadow, Laura Claycomb se queda corta como Anne y Darren Jeffrey es un Truelove bastante mediocre. Lo mejor, sin ser para tirar cohetes, la Baba la Turca que compone Dagmar Peckova. Con un elenco vocal y una batuta de mayor nivel este hubiera sido un doble DVD imprescindible. Aun así, las virtudes de la escena lo hacen merecedor de un visionado.
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