domingo, 7 de agosto de 2022

Debussy con Barenboim padre e hijo, Argerich y Soltani

Este homenaje de Daniel Barenboim a Claude Debussy contiene dos partes bien distintas. La orquestal cuenta con la Staatskapelle de Berlín y fue registrada en mayo de 2018 en la Musikverein de Viena. Estuve presente en la Fantaisie pour piano et orchestra, con Martha Argerich de solista: aquí dejé un breve comentario. La mer se registró en un día distinto; de ella hablé en una actualización de mi discografía comparada. La parte camerística se grabó al mes siguiente en la Pierre Boulez Saal de Berlín, y en su momento circuló con imágenes. Michael Barenboim y Kian Soltani son los protagonistas de las Sonata para violín y piano y la Sonata para violonchelo y piano, respectivamente. He leído una reseña medianamente negativa de este disco, editado por Deutsche Grammopohon –edición más bien sobria– y disponible en las plataformas de streaming, lo que me ha llevado a escucharlo una vez más. Confirmo las impresiones iniciales.

Como director, Daniel Barenboim ha evolucionado de manera muy considerable desde los años setenta hasta la actualidad en su acercamiento al repertorio impresionista: aunque trabajo le ha costado, ahora el dominio del estilo es pleno, rigurosamente ortodoxo –no como entonces, por muchas cosas interesantes que aportara en sus diferentes discos– sin que ello signifique renunciar al músculo sonoro que tanto le gusta, como tampoco a la indagación en los aspectos más reflexivos de la música ni a los momentos de gran intensidad emocional.

El único reparo que le encuentro a la interpretación de la Fantasía es que él y Argerich no terminan de transitar por el mismo sendero, porque ella sigue siendo exactamente la misma de siempre –o sea, felina e incisiva– mientras que él posee mayor concentración y se interesa más por la carga atmosférica. En cualquier caso, los dos demuestran ser enormes artistas, y si en su momento escribí que me gustaría un primer movimiento algo más ensoñado, ahora reconozco que si Debussy marcaba Andante ma non troppo, es porque él lo quería así. El segundo movimiento me parece interpretativamente excelso. Otra cosa es la calidad de la partitura, interesante pero ni de lejos lo mejor del autor.

La mer sí que es una obra abiertamente genial, de las más grandes jamás compuestas. Esta recreación es una de las que globalmente más me convencen pese a que el primer movimiento, aquí sí, debería estar más paladeado para ser redondo. Del segundo no conozco ninguna interpretación que me maraville tanto como esta. En el tercero las hay más tremendas, pero pocas tan mágicas en ese subyugante momento de calma antes de volver a la tempestad. Por lo demás, colorido riquísimo, claridad absoluta, sensualidad desbordante y, sobre todo, un pleno sentido orgánico del fraseo: pura “curva modernista” ideal para este repertorio.

He decidido comparar la Sonata para violonchelo y piano con la de Queyras y Perianes (Harmonia Mundi). Estos resultaban más tópicamente “franceses”, más aéreos, misteriosos y delicuescentes. Soltani destila mucha más pasión que Queyras, y además se ahorra sus portamenti –que, al parecer, están en la partitura–. Barenboim no toca con la limpieza y la riqueza de Perianes, sensacional en su parte, pero a cambio aporta más músculo, sentido de los contrastes y emoción.

La Sonata para violín y piano, última obra del autor, la he comparado doblemente. David Oistrakh y Frida Bauer (Philips) ofrecen interpretación concentrada, cálida, sensualísima, en la que el sonido denso del violín no enturbia la delicadeza que exige este repertorio. Kyung Wha Chung y Radu Lupu (Decca), por su parte, consiguen la cuadratura del círculo: sonido afilado en el violín y una enorme intensidad emocional, por no decir tensión dramática, al mismo tiempo que se respeta todas las características del lenguaje impresionista. Pues bien, Barenboim padre e hijo se sitúan expresivamente a medio camino entre un acercamiento y el otro para obtener resultados me parecen igualmente admirables, y quizá más irreprochables en el estilo. Que el sonido del violín resulte muy afilado –también lo era el de la Chung– no importa demasiado ante semejante demostración de talento.

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