Desde aquel ya lejano 1991 he aguantado muchas colas en el Teatro de la Maestranza para conseguir autógrafos de mis artistas favoritos. Ninguna como la de María Dueñas de ayer domingo. Yo no iba para ella, sino para que Antonio Pappano me firmara su autobiografía –estuvo tan amable como suele–, pero me vi envuelto en una verdadera marea de gente joven –y no pocos padres– que generaron en el estrecho pasillo un ambiente muy parecido al que todos los días se vive en una salida al recreo. Griterío, risas, jaleo y muchísimo gozo. Había que ver las caras radiantes al salir de camerinos, en ocasiones pegando auténticos chillidos como los que lanzarían ante un artista pop. Eso me hace cambiar un poco el enfoque de esta reseña, dejar lo del maestro londinense y sus Danzas eslavas para más adelante y centrarme en este caso tremendo de la violinista granadina haciendo la Sinfonía española de Lalo.
Por un lado, me alegra muchísimo que la chavalería se
entusiasme ante el talento descomunal de esta chica, que lo hagan en un
repertorio que es el de la música culta y que, gracias a ella, tengan sus
primeras experiencias en una sala de conciertos: los aplausos en todas y cada
una de las pausas del evento hablaban claro. Por otra, siento miedo ante eso de
que el éxito fulminante se encuentra al alcance de la mano y de que “quien la
sigue la consigue”, una idea extendida por los triunfitos televisivos y,
más recientemente, por ese monumental fraude llamado Rosalía. Sé de lo que
hablo. En los últimos años los profesores de secundaria estamos asistiendo a un
crecimiento exponencial de alumnos que se sienten fracasados si no consiguen
las máximas calificaciones. No entienden que el objetivo de la enseñanza consiste
en desarrollar todo lo posible las capacidades propias, sean estas cuales
fueren, y hacerlo en un ámbito en el que todos sean respetados y apreciados
dentro de sus fortalezas y limitaciones. No les basta. Ni siquiera les
interesa. Lo que quieren es estar en el top, evitar ser tachados de “loser”, adjetivo
(des)calificativo significativamente extendido en tierras norteamericanas.
Por eso mismo el caso de María Dueñas no puede ser tomado
como modelo. Es algo excepcional, algo que tiene que ver –sin la menor duda– con muchísimas horas de trabajo y con
enormes sacrificios, pero también con un talento natural fuera de lo común que
bordea lo milagroso. Talento al que hay que dejar crecer sin lanzar campanas al
vuelo, que es lo que está haciendo Deutsche Grammophon con una campaña de
promoción de un narcicismo tan molesto que hasta David Hurwitz lo ha denunciado
en su videoblog.
Verán ustedes, no
dudo en absoluto que la granadina sea ya una de las violinistas más
técnicamente dotadas del planeta, pero por una simple cuestión de edad no se la
debe poner entre las más admirables artistas, porque no es lo mismo. Aún tiene
que ampliar su repertorio. Tiene que demostrar qué hace con el Brahms y con el
Berg, tiene que hacer música de cámara, tiene que enfrentarse con los monstruos
bachianos. De momento lo que tenemos en discos es un muy notable Concierto
para violín de Beethoven, y un Paganini sobrenatural, de caer
rendidos a los pies de la violinista. En YouTube hay más cosas, entre ellas un Mendelssohn
discutible junto a Mikko Franck, al que el próximo sábado se va a sumar esta
Sinfonía española de Lalo desde Esterházy.
Me interesaba
escuchar cómo es el violín de esta chica en directo. Confieso que al principio
me desconcertó un tanto, porque no era como lo recordaba de discos, pero como Arturo
Reverter había escrito en su crítica del evento en Madrid (leer
aquí) que en el arranque del primer movimiento su sonido no terminó de funcionar,
me quedé un poco maś tranquilo. Luego ya no hubo problema alguno. El resto no
fue solo impecable, sino también apabullante. ¿Hay algún violín aún más bello,
afinado y homogéneo en la actualidad? Sí, el de Anne Sophie Mutter: su Brahms
del año pasado en Bremen aún no tengo grabado en la memoria. No sé si alguno
más, tengo mis dudas. ¿Capacidad para sortear las más terribles diabluras
violinísticas habidas y por haber? Al mismo nivel sí los hay, pero no creo que alguien
vaya aún más lejos. Y que conste que he escuchado en directo a Mintz
hacer completos los Caprichos de Paganini, así del tirón. Podría argüirse,
siguiendo lo que comentaba Barenboim a tenor de algunos pianistas, que
con Dueñas uno no dice “qué fácil parece” sino “qué manera de resolver a la
perfección lo extremadamente difícil”, pero eso no creo que sea ningún problema:
la tremenda tensión que se produce entre los dedos de la granadina y los retos
que tiene que superar no hace sino aportar incandescencia adicional a su arte.
Ahí llegamos a la
cuestión fundamental: ¿cómo interpreta esta chica? Pues con un romanticismo exacerbado,
atrevido y muy brillante, pero no precisamente falto de profundidad expresiva. Y
lo de romanticismo, con todas las letras. Su Beethoven se encuentra en la
antípoda de las prácticas historicistas, hasta el punto de que le han criticado
su presunto exceso de vibrato. Sin embargo, en su citado Mendelssohn la
cosa cambia, porque creo que al autor de la Escocesa no se le debe hacer
como a Tchaikovsky. En Lalo, claro está, semejante despliegue de
temperamento resulta ideal, hasta el punto de que uno piensa enseguida “así
debió de hacerlo Sarasate”. Sí, con María Dueñas volvemos al concepto del demonio
del violín de virtuosismo paranormal que se consume en las llamas de su
irrefrenable pasión mientras el común de los mortales asistimos anonadados al mefistofélico
espectáculo. ¿Divismo? Mucho, va con el concepto. ¿Fuegos artificiales como una
de las metas? Sin la menor duda. Pero María Dueñas también y al mismo
tiempo hace música de verdad. Su pasión no es impostada, sino por completo
sincera. Las chispas saltan por necesidad expresiva. El fraseo es amplio,
extremadamente flexible en la agógica sin ser nunca caprichoso, posee un legato
digno de toda admiración y se encuentra dotado de lógica interna en sus tensiones,
sin quiebra alguna en el discurso: nada de carreritas y parones en la línea de
la peor escuela historicista. Y vibrar, vibra todo lo que quiere y más. ¡Bravo por
ella, ya está bien de sonoridades anémicas e insustanciales!
Me estoy volviendo
a salir del tema. Sinfonía española, decía. Hubo dos o tres detalles de preciosismo
en el primer movimiento que no me interesaron, pero tampoco me molestaron: una
obra como esta permite el desmelene si hay sensatez de por medio. Me gustó una
barbaridad la habanera del tercer movimiento, que la artista no tenía en su
YouTube. No es mala cosa, habida cuenta de que grandísimos violinistas,
incluido el que quizá sea el mayor de todos –David Oistrakh– no sintonizaban con ella. En el cuarto –tampoco en su vídeo– Dueñas demostró estar a la altura de las circunstancias y profundizó en
las notas, aunque aquí Perlman en su momento fue más lejos. La granadina no
apuesta por el dolor. Por lo demás, hubo en su recreación mucha brillantez,
desparpajo y sabor español, sin descuidar en absoluto la sensualidad de los
pentagramas, en este sentido bien ayudada por un formidabilísimo Antonio
Pappano y una espléndida Orquesta de Cámara de Europa.
Resumiendo mucho,
y para los discófilos: Zukerman y Perlman son quienes más me gustan en esta
obra (aquí
la discografía comparada), pero Dueñas apenas les va a la zaga. Pappano se
situaría solo un paso por detrás de Mehta, así que cuando salga el vídeo del sábado
que viene tendremos otra versión de referencia. Nada mal, ¿verdad?
Fotografías: Guillermo Mendo/Teatro de la Maestranza.



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