Parece que en cuatro o cinco días, tras una demora derivada de
problemas técnicos –la imprenta tenía que comprar una máquina nueva–, se
pone a la venta El mudéjar en Jerez, preguntas y respuestas. Si
no esta misma semana, lo tienen ustedes para después de Fin de Año. Como
la pandemia impide –de momento– realizar presentación oficial, vayan
estas líneas para explicar de qué va el asunto.
El texto parte de
una motivación clara: mi vocación docente. Muchas veces los que nos
dedicamos –mejor o peor, esa es otra historia– a investigar nos
olvidamos de algo tan fundamental como es la divulgación. Nos
preocupamos por avanzar en nuestros conocimientos –lo que está muy bien–
o quizá –esto ya es menos interesante– en ser los primeros en sacar a
la luz tal o cual hallazgo, pero muy poco de que esos avances y esos
descubrimientos lleguen al común de los mortales. También es cierto que
las circunstancias del mundo universitario no son precisamente las que
más ayudan a promover la divulgación: los profesores de nuestras
universidades están obligados a la publicación de textos científicos, lo
que generalmente les lleva a dejar a un lado aquellos trabajos que no
van a servir para conseguir el número requerido de créditos. Los
profesores de secundaria no gozamos del prestigio de los de la enseñanza
del nivel superior. Tampoco con sus recursos ni con sus horas libres
para investigar: si nos dedicamos a ello, lo hacemos en nuestras horas
libres. Pero precisamente por eso tampoco nos vemos condicionados por
las cuestiones antedichas. Como no se tiene en cuenta en nuestra
trayectoria laboral, da igual que publiquemos investigación o
divulgación. Podemos sin remordimientos dedicarnos a esta última, que no
en balde coincide con nuestra vocación última: enseñar al que quiere
aprender.
Con
este objetivo en la mente, le propuse al editor José Ruiz Mata la idea
de un libro eminentemente divulgativo en el que el texto y la imagen,
equilibradas al cincuenta por ciento, sirvieran para difundir el estado
de la cuestión sobre lo que conocemos como “gótico-mudéjar” o “mudéjar”
de Jerez de la Frontera, y a su vez contribuyese a poner en valor esa
parte importante de nuestro patrimonio monumental. Aceptó al instante.
Le dije que me gustaría contar con un fotógrafo de contrastada calidad y
que su nombre apareciera en portada. También respondió de inmediato:
José Luis Lozano Romero. No le conocía de nada, pero en cuanto vi lo que
hacía quedé maravillado. Propuso además fotos a color y tapa dura. Qué
quieren que les diga, todo esto sobrepasaba con mucho lo que yo podía
esperar para cualquiera de mis trabajos.
En principio la idea
era articular la publicación en una serie de dobles páginas: texto a la
izquierda, imagen a la derecha. Pero luego me di cuenta de que, por muy
didácticas que fueran las explicaciones, primero hacía falta una parte
“teórica” más o menos larga que, antes de entrar en materia, sentase una
serie de cuestiones básicas que no tienen por qué ser conocidas por
todos los lectores. Decidí escribirla siguiendo el formato de cuatro
grandes baterías de preguntas y respuestas. Yo ya había optado por tan
arriesgado planteamiento en unas notas que sobre El castillo de Barbazul de Bartók redacté hace años para el Teatro Villamarta. Luego lo hice en el libro San Dionisio, una visita guiada:
parece que gustó. A algunos le podrá parecer poco académico, pero
considero que con él la lectura resulta mucho más ágil, los conceptos
llegan con mayor claridad y el amante de la cultura que no cuenta con
una especial preparación en estos temas podrá acercarse a cuestiones muy
complejas para las que no encuentra fácil respuesta en los libros.
Ni
que decir tiene que para toda esta primera parte he tenido muy en mente
a mis propios alumnos del IES Padre Luis Coloma, sobre todo a los de
Patrimonio Artístico y Cultural de Andalucía y a los de Historia del
Arte –primero y segundo de Bachillerato respectivamente–, y con ellos a
los de toda la ciudad. También a sus profesores. He pensado mucho en
esos compañeros que buscan información sintética y actualizada sobre
nuestro patrimonio monumental y que se ven abocados bien a leer textos
recientes pero dispersos y a veces de gran complejidad, bien a
conformarse con síntesis muy desactualizadas. Con todos los respetos, el
libro de El mudéjar en Jerez de mi apreciada compañera Ricarda
López lanzado en 2004 recogía el estado de la cuestión de 1933, esto es,
el inmediatamente anterior a la Introducción a la Arquitectura en Xerez
de Hipólito Sancho. Desde su fecha de publicación, además, ha llovido
muchísimo. Ciertamente mi síntesis realizada en 2014 para el catálogo de
Limes Fidei sigue pareciéndome válida en líneas generales e
importante en el apartado gráfico, pero el espacio disponible no
permitía profundizar lo suficiente ni recoger en imágenes todo el
patrimonio de interés. Y tampoco es que en estos últimos años nos
hayamos quedado cruzados de brazos precisamente: hay muchas cosas nuevas
que integrar en nuestra visión global del mudéjar jerezano, empezando
por la tesis doctoral de José María Guerrero Vega y continuando por una
serie de aportaciones mías y de otros investigadores. Había que
actualizar.
Debo reconocer que, en el empeño por seguir avanzando
en el conocimiento de este mundo, me puse a escribir con tanto
entusiasmo que en un momento dado renuncié a las “preguntas y
respuestas” y pasé al formato tradicional, el de la redacción
expositiva, para incluir más y más reflexiones. Error: se me fue de las
manos. Las dimensiones alcanzadas eran muy considerables y aquello se
alejaba de la idea inicial de divulgación, así que tuve que renunciar y
volví al formato original. Por el camino se han quedado páginas y
páginas que no sé si algún día tendré la ocasión de publicar; muchas de
ellas estaban dedicadas al Jerez andalusí. Lo cierto es que ahora no era
el momento.
¿Cómo ha quedado el texto, pues? Empezamos con cinco
páginas de introducción: todo resumido para que el lector se haga una
idea muy general de aquello de lo que vamos a hablar. Siguen las
veintiocho páginas de preguntas y respuestas, distribuidas en cuatro
bloques: “Gótico y Tardogótico”, “Mudéjares, Mudéjar, Mudejarismo”,
“Gótico y Mudéjar en Jerez” y “Materiales y Formas”. A alguien le
parecerá una soberana tontería responder preguntas como “¿En qué
consiste la arquitectura gótica?” o “¿Cuándo y dónde aparece la
arquitectura gótica? ¿Es una evolución de la románica?”, que son
precisamente las primeras. A mí no: el libro está escrito para todo el
mundo. Mal empezamos si nos ponemos exquisitos. Por otra parte, no se
han esquivado cuestiones complejas como “¿Es verdad que el paso del
románico al gótico se realiza gracias a la orden del Císter?”, “¿Debe
interpretarse el uso de la madera para cubrir espacios como un rasgo de
mudejarismo?” o “¿Es un estilo el mudéjar, o más bien una constante del
arte hispano?”. Otras preguntas tienen un carácter más local: “¿En qué
medida se encuentran vinculadas las iglesias de Jerez a la arquitectura
parroquial sevillana del medievo?”, “¿Existe arte románico en Jerez?”,
“¿Son los elementos mudéjares de las iglesias jerezanas una herencia
recibida desde la arquitectura de Sharis?”, “¿Puede considerarse al
gótico-mudéjar de Jerez como una prolongación del cordobés?” o
“¿Llegaron maestros mudéjares del otro lado de la frontera?”. Espero
haber sabido dar respuestas plausibles.
A continuación, diecinueve
láminas con sus comentarios. Cuestiones de maquetación han impedido
preservar el concepto original de texto a la izquierda, imagen a la
derecha, pero sí que hemos mantenido la idea de optar por la página
completa para las fotografías. En algún caso, se trata de dos imágenes
horizontales ocupando una página. José Luis Lozano ha realizado un
trabajo formidable; mejor cuanto más libre, cuanto menos sujeto a mis
peticiones. Hay muchas imágenes que alcanzan gran fuerza plástica por sí
mismas, con independencia del objeto representado. En este sentido,
creo que es un libro muy hermoso, muy bellamente editado e ilustrado. Me
gusta de manera muy especial la imagen del ábside de Santa María de
Arcos vista desde el interior de una vivienda, así como la instantánea
en blanco y negro de la techumbre mudéjar de la vivienda número 3 de la
Plaza de San Lucas, que con la mayor amabilidad del mundo nos permitió
fotografiar la actual propietaria del inmueble. Vayan a ella desde aquí
nuestro agradecimiento, como también a la hermana mayor de la Hermandad
de la Vera+Cruz y al sr. cura párroco de San Dionisio: difícil es
encontrar mayor espíritu de colaboración. Tampoco podemos dejar de
agradecer la amabilísima cesión que José Contreras Sánchez ha realizado
de dos fotografías que realizara en su momento para el catálogo de Limes
Fidei, una de ellas por completo inédita. Y a nuestro amigo “La cámara
de Kiko”, que no quería reconocimiento alguno por su magnífico y muy
revelador detalle de la sacristía de la Cartuja de las Cuevas: no le he
hecho caso y le he puesto el merecidísimo crédito fotográfico.
En
cuanto a las láminas propiamente dichas, hemos intentado llegar a un
equilibrio entre lo más conocido y lo que no suele llamar tanto la
atención, como también entre lo que está en Jerez y lo que se encuentra
fuera de la localidad: Arcos de la Frontera, Sanlúcar de Barrameda y
Vejer de la Frontera tienen su justo lugar, porque sin ellas sería por
completo imposible entender lo que aportan los talleres jerezanos. Por
supuesto, todas las páginas precedentes de “preguntas y respuestas”
también están ilustradas, siguiendo en ellas el criterio de incluir lo
más interesante de lo que no iba a ser recogido en las láminas
“grandes”. Creo que es la primera vez que se publican imágenes a color
de la Capilla de la Jura restaurada (¡qué impresionante trabajo el de
nuestro fotógrafo!), o del exterior del Convento de Santiago de la
Espada (Sevilla), y quizá también de los restos pictóricos de Santa
María de la O de Sanlúcar de Barrameda y de los que hay en la Puerta de
Jerez en Tarifa. De la capilla mayor del Divino Salvador de Vejer se
publican dos detalles reveladores –las fotos las hice yo, a José Luis no
le hemos hecho trepar por los muros– que jamás se han visto.
También
hemos incluido una imagen que me gusta especialmente. Se trata de una
vista de la Plaza Plateros en torno a 1915 que se encuentra en el
Archivo General de la Región de Murcia. Su conocimiento se lo debo a D.
Cristóbal Orellana. La publicamos de manera testimonial en el libro San Dionisio: una visita guiada
con un tamaño tan pequeño que se perdía la mayor parte de la
información. Ahora la tenemos a doble página en todo su esplendor. O
casi, porque les aseguro que ampliando en la pantalla del ordenador se
obtiene un nivel de detalle asombroso. El rótulo “Queda prohibido por
disposición del Sr. Alcalde bajo la multa de una peseta verter aguas en
este sitio y en sus inmediaciones” sigue sin poder leerse.
Los
textos acompañan a las diecinueve láminas son más complicados que los
precedentes. Más “para ya iniciados”, aunque si se ha leído lo que se
expone con anterioridad no puede haber el menor problema de comprensión.
De lo que se trata ahora es pasar de cuestiones generales a otras más
particulares. También me he permitido en ellos presentar ideas
novedosas, intentando abrir nuevos senderos. Estoy contento por haber
arrojado un poco de luz –o eso espero– sobre el lío de la Capilla de la
Paz en Santiago. También creo que pueden ser tomados en consideración
los apuntes sobre la posible relación entre la arquitectura religiosa y
la militar realizados a partir de la bóveda de espejo en San Marcos.
Volver a lo de la qubba en Santo Domingo me ha resultado
aburrido, después de tantos años, pero no podíamos dejar de lado un
capítulo tan decisivo. Lo de la capilla mayor de San Juan de los
Caballeros sí me ha resultado más estimulante, porque recupero la idea
que Romero Bejarano y Caramazana Malia negaron: que se trata de una
construcción funeraria asociada a las laudas de Lorenzo Fernández de
Villavicencio, esposa e hijo. Obviamente ahora apuesto por una
cronología más temprana que la que consideré a finales del siglo pasado
(¡cómo pasa el tiempo!), pero creo haber retomado la idea con argumentos
sólidos que abren una vía particularmente interesante a la
investigación, sobre todo en lo que a la relación entre oligarquía y
vocabulario artístico se refiere. Está mal que hasta ahora no hayamos
tenido en cuenta la circunstancia de que este personaje, antes de su
triunfal retorno a Jerez, estuvo desterrado en el sultanato nazarí.
¿Debe extrañarnos que pidiera que se ornara su tumba en la capilla mayor
de San Juan “estrellada de azulejos”? Ahí hay mucha tela que cortar.
Salvo
en una sección a la que luego haré referencia, el libro no cuenta con
otro aparato crítico que la bibliografía final. Dado el carácter de
síntesis que presentan los textos, de haber optado por notas a pie de
página estas hubieran tenido que ser extremadamente numerosas: por eso
mismo semejante opción es común en los libros de carácter divulgativo.
Ahora bien, aunque se ha hecho un esfuerzo para ir citando dentro del
texto a aquellos investigadores que han realizado las aportaciones más
relevantes, parecía justo orientar al lector deseoso de ampliar sus
conocimientos en torno a los diferentes libros y artículos a los que
puede recurrir, al tiempo que se le aclara cómo ha ido evolucionando la
historiografía en torno al tema de la arquitectura medieval de Jerez.
Una evolución, por cierto, en absoluto lineal ni uniforme, porque ha
conocido no solo avances sino también serios retrocesos, como también
décadas de estancamiento. Es por esto por lo que tomé la decisión de
añadir siete páginas de consideraciones bibliográficas en las que he
intentado ser respetuoso sin renunciar a la crítica ni a la autocrítica.
Dos
apéndices vienen a continuación, de muy distinta naturaleza. El primero
es una breve guía de visita a las iglesias jerezanas que contienen
elementos gótico-mudéjares, centrándome en ellos sin dejar de decir algo
sobre otros elementos patrimoniales. San Dionisio y Santo Domingo
acaparan, con todo merecimiento, la mayor atención. Toda esta parte está
hecha pensando tanto en el visitante que viene de fuera como en grupos
de alumnos que se acerquen a nuestras iglesias y que quieran encontrar,
sin tener que saltar de un lugar al otro del libro, información clara
sobre aquello a lo que deben atender en sus recorridos.
El segundo
ha sido una adición a última hora de la que me siento particularmente
satisfecho. Se trata de la versión original del estudio que realicé
sobre el fragmento de pintura mural gótico-mudéjar encontrada en la
vivienda n.º 3 de la Plaza de San Lucas que presenté en septiembre de
2019 dentro del ciclo “La pieza del mes” del Museo Arqueológico
Municipal. De las seis mil palabras escritas, yo mismo tuve que amputar
hasta quedarme en las dos mil trescientos que se ajustaban al formato de
la ficha que se nos solicitaba, contando con publicar el texto íntegro
en la Revista de Historia de Jerez. Pero aconteció un serio
desencuentro con el director de dicha publicación, D. Miguel Ángel
Borrego Soto, hasta el punto de que decidí -mantengo mi decisión- no
volver a publicar en la misma mientras este señor siguiera al frente. El
trabajo pasó al limbo. Como expliqué por aquí,
el pasado mes de septiembre el profesor D. Raúl Romero Medina dijo
públicamente en la Sala Compañía que la pintura mural de nuestras
iglesias se encontraba sin estudiar. Hay quienes me aseguran que lo hizo
para ningunearme, incluso para provocarme. Afortunadamente lo logró,
porque enseguida acudí a mi editor sugiriéndole añadir al volumen ya
finalizado aquel trabajo. Dicho y hecho, aunque quise realizar alguna
modificación más o menos importante y añadir unas notas a pie de páginas
que en la ficha del Museo no se permitía, pero que aquí me parecían
imprescindibles porque ya no hablamos de divulgación, sino de
investigación pura y dura. ¿Incoherencia con respecto a las páginas
anteriores? Pues sí, pero no me arrepiento lo más mínimo. Leyendo estas
veintitrés páginas adicionales, el lector tendrá una idea muchísimo más
completa del fenómeno gótico-mudéjar que se produce en Jerez, y no solo
porque se habla ahora de pintura, sino también porque se aborda la
relación ente la ornamentación doméstica y la de las iglesias. El
repertorio de imágenes -estas son todas mías- me parece interesantísimo.
Los restos tras los retablos de San Marcos de Jerez y de la O de
Sanlúcar jamás habían sido fotografiados. Creo que tampoco son
desdeñables las reproducciones en color del zócalo del Castillo de Luna
en Rota y, especialmente, del Palacio de los Duques de Feria en Zafra.
Claro
que de lo que más satisfecho me siento es de haber conseguido presentar
a doble página una imagen que hasta ahora solo podían contemplar
quienes tenían la suerte de acceder a un ejemplar de la Catálogo Monumental de España, Provincia de Cádiz,
de Enrique Romero de Torres. Se trata del dibujo realizado por José
Olivares Veas a principios del siglo XX de las pinturas murales que se
escondían tras el retablo mayor de la Basílica de Santa María de la
Asunción de Arcos de la Frontera. La Coronación de la Virgen, ya lo
saben, hoy se puede admirar trasladada a la nave del Evangelio, pero el
resto sigue oculto. Después de mucho tiempo de espera, lo ponemos al
alcance de cualquier investigador. En la fotografía –Archivo Mas– podrá
ver asimismo el sagrario mudéjar a la izquierda del conjunto, y si está
atento podrá verificar lo que algunos ya intuíamos: que los nervios de
la bóveda estaban revestidos de dientes de sierra, lo que termina de
demostrar que la obra arcense anterior a la actual fábrica tardogótica
se debía al que hemos venido en llamar “Taller de Santo Domingo”
jerezano. Ha costado su dinero traer esta imagen aquí, pero ha merecido
la pena.
Cerrando el volumen, la imprescindible bibliografía.
Sesenta y seis referencias en total. He procurado que estén todos los
autores que han aportado algo de interés. También aquellos que han
realizado trabajos de divulgación, con independencia de que quien esto
suscribe esté o no de acuerdo con el resultado. La verdad es que
encuentro poco consistentes algunos de esos textos, pero el lector no se
merece que se le escamotee su existencia. Antes al contrario, lo justo
es que se le facilite acceder a ellos para que pueda contrastar enfoques
y valoraciones diversas. Si algún autor no aparece recogido no se debe
en absoluto a mi voluntad de dejar a un lado a nadie, sino a despiste o
ignorancia.
Otra cosa es que no haya dado tiempo a recoger las
aportaciones más recientes. Es el caso del artículo sobre las yeserías
mudéjares del Palacio de Campo Real escrito por José María Gutiérrez y
Miguel Ángel Borrego publicado en el último número de la Revista de Historia de Jerez.
De su existencia me enteré hace tan solo unas semanas, cuando se
presentaba la publicación, porque en ningún momento –era de esperar– se
me hizo saber que esa investigación estaba en marcha. Lo mismo puedo
decir de la pieza de yesería mudéjar que podría pertenecer a la sinagoga
de Jerez presentada en una conferencia el 11 de noviembre de 2021 por
el segundo de los investigadores citados, quien al parecer está a punto
de publicar un libro sobre la judería. Entiendo que cada persona es
libre de compartir información con quien le parezca oportuno, pero lo
cierto es que trabajando en grupos cerrados que rivalizan entre sí
salimos perdiendo todos: yo porque podía haber enriquecido de manera
sustancial el texto, los autores porque podrían darle mucha mayor
difusión a sus aportaciones, los lectores no atentos a la bibliografía
especializada –es decir, el común de los mortales– porque de momento se
van a quedar sin conocer estos avances. Me hubiera encantado presentar
como “en prensa” estas novedades, pero así funciona las cosas en esta
ciudad de reinos de taifas, del “esto es mío” y del “yo lo vi primero”.
Lo
cierto es que el libro ya está condenado de antemano por algunas
personas. Mis enfrentamientos personales con Manuel Romero Bejarano y
Miguel Ángel Borrego Soto van a hacer muy difícil que sea reconocido por
sus respectivos círculos, en los que se integran la mayoría de los que
en Jerez investigan sobre temas medievales. David Caramazana Malia,
valioso investigador muy cercano a Romero Bejarano, ha evitado citarme
en sus última publicación científica, lo que deja bastante claro cuál va
a ser a partir de ahora su actitud hacia mi trabajo. Borrego Soto, por
su parte, ya ha empezado a atacar en las redes sociales: el hecho de que
nuestro editor sea José Ruiz Mata, con el que ha conocido serios
enfrentamientos a raíz del libro de este último sobre Asta Regia, no
tenía más remedio que conllevar una sentencia condenatoria que ya ha
sido emitida.
Dicho esto, creo que la experiencia ha merecido la
pena. Porque el texto ha sido escrito fundamentalmente, lo dije al
principio e insisto ahora, para que cualquiera pueda acercarse de la
manera más sencilla posible a toda la riqueza de nuestro patrimonio
“mudéjar” o “gótico-mudéjar”, haciéndolo sin recurrir a simplificaciones
ni rehuir de las cuestiones más espinosas, reconociendo el valor de
todos cuantos han contribuido a este conocimiento, ofreciendo el estado
de la cuestión a fecha de 2021 y procurando ofrecer el suficiente número
de ideas novedosas con vistas a que la investigación no quede
estancada. Serán los lectores los que tendrán que decidir si hemos
conseguido nuestro objetivo