Ya les vengo advirtiendo de cómo la desconfianza ante lo único que nos puede ir sacando poco a poco de la pandemia, que no es otra cosa que la ciencia médica, se va extendiendo entre personas presuntamente cultas y preparadas. También en el campo de la música clásica. Hoy he leído este artículo de Gonzalo Alonso (aquí) en el que, junto a algunas reflexiones que se pueden compartir en mayor o menor medida, nos intenta lanzar un mensaje de extrema peligrosidad: el de la necesidad de la rebelión (sic) frente a las contradicciones que se van sucediendo en un fenómeno en el que, para cualquiera que tenga un poquito de sentido común, la rectificación realizada en función de investigaciones y de los datos de los que antes carecíamos no solo no es censurable, sino necesaria. ¿Se imaginan que las autoridades sanitarias no rectificaran ante los nuevos descubrimientos “para no marear al personal"? Pues eso es lo que parece pedir el articulista.
Por descontado que Gonzalo Alonso no hace sino, una vez más, poner su pluma al servicio de Isabel Díaz Ayuso y de su particular concepto de la “libertad”: que se mueran los que sean necesarios, que hay que salvar la economía. Puro servilismo (lean esta reseña propia de la prensa rosa en la que la adulación llegaba a extremos de vergüenza ajena) de un señor que, además de conseguir fama y hacerse temer sacando a la luz cuantos trapos sucios le llegan a sus oídos extremadamente cotillas, ha estado siempre haciéndole la corte a los mandatarios de la Comunidad y del Ayuntamiento de Madrid –Gallardón, Aguirre, ahora Ayuso– para influir todo lo posible en El Escorial, en el Teatro Real y donde hiciera falta. Por si fuera poco, cierra su artículo exigiendo responsabilidad al gobierno. ¡A uno de los gobiernos que más y mejor ha vacunado en Europa!
Entiendo que cada cual es libre de hacer propaganda del partido más afín a su ideología, o de aquel en el que puede obtener poder u otros beneficios, pero lo que no entiendo es cómo se puede ser tan canalla como para llamar a la gente a rebelión frente a unas autoridades –estoy hablando ahora a nivel mundial, no me refiero solo a España– que, a veces con acierto y otras sin él, no trabajan para inyectarnos microchips ni para enriquecer a las farmacéuticas –aunque estas, qué le vamos a hacer, van a beneficiarse lo suyo–, sino para salvar vidas. Por eso les invito a leer a Margarita del Val y a tomar, dentro de lo razonable, todas las precauciones que puedan estas navidades. Yo estoy terminando de pasar la enfermedad y les aseguro que es muy dolorosa. No hagan caso a quienes solo pretenden sacar rédito político aun a costa de la vida humana.
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