Un cajón de sastre para cosas sobre música "clásica". Discos, conciertos, audiciones comparadas, filias y fobias, maledicencias varias... Todo ello con centro en Jerez de la Frontera, aunque viajando todo lo posible. En definitiva, un blog sin ningún interés.
miércoles, 28 de abril de 2021
lunes, 26 de abril de 2021
Lahav Shani toca y dirige el Tercero de Prokofiev
Morbo a tope con este documento que acaba de subir Medici TV, filmado hace tan solo unos días, concretamente del pasado 15 de abril, a puerta cerrada y con las pertinentes medidas sanitarias. En él Lavah Shani hace el Concierto para piano nº 3 de Prokofiev junto a la Filarmónica de Rotterdam, de la que es titular desde 2018, ¡tocando y dirigiendo al mismo tiempo! Que yo sepa, nadie se había atrevido a hacer semejante barbaridad. Podría uno dejarse llevar por los prejuicios y pensar que nuestro artista iba a ser incapaz de atender a la orquesta y al piano con el mismo cuidado y atención al detalle. Y también que la juventud y contrastada fogosidad del músico israelí le iban a conducir a ofrecer una interpretación efervescente ante todo, llena de fiereza y comunicatividad, pero no del todo profunda ni interesada por los aspectos más introvertidos de esta partitura.
Nada de eso ocurre aquí. Por un lado, Lahav Shani no solo demuestra poseer dedos más que suficientes para dar las notas con precisión y riqueza de matices –sin llegar al nivel de un Ashkenazy, una Argerich o un Kissin–, sino también pinceles finos para diseccionar las líneas de la orquesta, gran sentido del color, capacidad para dotar de continuidad al tema con variaciones y mantener el pulso firme en todo momento, controlando muy bien las tensiones y sabiendo pasar con perfecta naturalidad de lo electrizante a lo introvertido y viceversa.
Por otro, acierta plenamente con un estilo Prokofiev cien por cien sin quedarse en la vertiente más o menos “explosiva” de la obra. Antes al contrario: aunque hay también, faltaría más, bastante de incisivo, de irónico y de fogoso en su recreación, lo que más hay que admirar es cómo bucea en el lirismo a ratos inquietante, a ratos nostálgico, siempre agridulce que caracteriza al autor. Y no solo al piano, con un toque variadísimo y pleno de flexibilidad, sino también a la hora de planificar con la orquesta y de motivar a sus primeros atriles. ¡Qué maravilla la sección central del movimiento conclusivo! Claramente, Shani sigue la senda de la que tal vez siga siendo –más por el solista que por la batuta– la mejor interpretación hasta la fecha, la de Kissin dirigido por Ashkenazy. Solo que el muchacho –treinta y dos años– se ha marcado todo un dos por uno haciendo de solista y director. ¡Bravísimo!
sábado, 24 de abril de 2021
Barenboim y Bronfman hacen Brahms con la Filarmónica de Berlín
Canceló a última hora Mikko Franck y acudió Daniel Barenboim, director honorario, a salvar a la Filarmónica de Berlín para el evento –a puerta cerrada, solo para la Digital Concert Hall– de hoy sábado 24 de abril. Se ha mantenido el Concierto para piano nº 1 de Johannes Brahms con Yefim Bronfman de la primera parte, pero el maestro confesó no tener tiempo para prepararse la Quinta de Sibelius –la dirigió hace un par de décadas– y ha subido a los atriles la Primera sinfonía del de Hamburgo, toda una especialidad de la casa.
Tras nada menos que siete registros sentándose al piano –Barbirolli, Kubelik, Mehta, Celibidache, Rattle por duplicado y Dudamel–, el de Buenos Aires nos deja por fin su visión de la op. 15 de Brahms desde el podio. Yo se la escuché en Granada hace muchos años, con Lang Lang como solista, pero apenas recuerdo nada de ella. Esta de ahora no depara ninguna sorpresa, porque es exactamente la que se podía esperar: densa, gótica y de enorme potencia expresiva, tan atenta a la vertiente dramática de la obra como a lo mucho que tiene de reflexivo, pero siempre desde una óptica más interiorizada que combativa. No tiene mucho que ver con la dirección extremadamente rabiosa que le planteó Rattle en aquel concierto en Atenas. Sorprendentemente, o quizá no tanto, a quien se asemeja Barenboim es al Dudamel de su registro con la Staatskapelle de Berlín en 2014. Es decir, una dirección madura y un punto otoñal –ya en la introducción hay algunos portamentos innecesarios–, pero siempre de un estilo perfecto y de una sinceridad aplastante. Y añadiendo una idea muy interesante: el amargor –más que la rebeldía– se impone frente a otras consideraciones, y no solo en un segundo movimiento memorable, sino también en el conclusivo: raras veces ha sonado tan poco afirmativo.
En cuanto a Bronfman, debo reconocer que me ha defraudado relativamente, porque esperaba que rozara el cielo y no lo ha hecho, sobre todo si comparamos con el vuelo poético que quien tenía a dos metros empuñando la batuta ha logrado destilar desde el teclado. En cualquier caso, no solo posee la fuerza física para enfrentarse al monstruo brahmsiano, un sonido ideal para el autor, agilidad más que suficiente y una enorme concentración en los momentos en lo que ello es necesario –todo esto ya es muchísimo–, sino que además sintoniza muy bien con el enfoque de la batuta encontrando más desolación que consuelo entre las notas.
No hay novedad en lo que a la Sinfonía nº 1 se refiere. Barenboim es, sencillamente, el director más grande que ha tenido en su sinfonía. Ya lo demostró en su grabación con Chicago de 1996 y revalidó su perfecta comprensión de esta música con la WEDO en Granada allá por 2006, pero cuando hizo la obra con la Filarmónica de Berlín en 2010 llegó a lo más alto. Con las dos grabaciones –audio y vídeo– de la Staatskapelle dio un paso más, no en calidad –porque ya no se puede– pero sí en exploración de las posibilidades expresivas. La que hoy ha realizado con la Filarmónica se parece a aquellas, sobre todo a la editada en compacto por DG. De nuevo el amargor, lo ominoso y lo hondamente reflexivo son los elementos que más interesan al maestro, pero no por ello deja de ofrecer –antes al contrario– ese carácter combativo que la obra necesita, ni tampoco la afirmación rotunda, llena de grandeza, que aporta el finale (¡verdaderamente incomparable, como siempre en Barenboim!) después de tantos nubarrones. La diferencia la marca la orquesta, menos cálida y más oscura que la Staatskapelle. También más musculada.
Por cierto, que a esta última no la he encontrado en plena forma: ha apreciado más de un desencuentro, gazapos varios y un sonido no del todo depurado en algunas frases de los violines. Dicho esto, hay que descubrirse ante la soberbia calidad global del conjunto y ante la musicalidad de sus primeros atriles, con mención especial para el concertino Daishin Kashimoto, el timbalero Benjamin Forster y –sobre todo– el trompa Stefan Dohr, increíble en la sinfonía.
viernes, 23 de abril de 2021
Sinfonía nº 3, "Heroica", de Beethoven: discografía comparada
Soy consciente de que esta comparativa de la Heorica ha quedado muy incompleta, pero estoy en plena vorágine de exámenes y no tengo tiempo para escuchar ni escribir nada. Quede así a la espera de completar en el futuro esta lista de treinta y siete registros de la genial sinfonía beethoveniana.
1. Karajan/Staatskapelle de Berlín (varios sellos, 1944). Aquí están ya, a sus treinta y seis años de edad, todas las características de Karajan: el sonido opulento, el fraseo noble y elocuente pero también algo pesado, el gusto por los grandes contrastes sonoros… Todo muy de cara a la galería. El primer movimiento está bien, aunque resulte un pelín blando por momentos. En la marcha fúnebre hay más pose que otra cosa. Bien el scherzo y muy fogoso el Finale. Magnífica la orquesta, de sonido muy empastado y por completo adecuado para Beethoven. (7)
2. Furtwängler/Filarmónica de Viena (Tahra, 1944). He aquí a Furt en el cénit de su estilo: flexible, creativo, visceral y comprometido, inyectando una tensión dramática implacable y acentuando los aspectos más visionarios de la partitura, particularmente en una marcha fúnebre tan gótica como rebelde. Todo ello, eso sí, controlando los elementos de manera prodigiosa para no desequilibrar en momento alguno la arquitectura ni dejar de desplegar la imprescindible cantabilidad humanística en los momentos adecuados. Espléndida la remasterización para SACD. (10)
3. Furtwängler/Filarmónica de Viena (EMI, 1952). En comparación con su grabación en vivo con la misma orquesta ocho años anterior, Furt ofrece una recreación más lenta, no tan flexible –aunque lo siga siendo–, menos espontánea y más madura. Ha perdido inmediatez, visceralidad, rebeldía y garra dramática, pero ha ganado en grandeza, densidad, humanismo y profundidad filosófica, todo ello dentro de un enfoque al mismo tiempo gótico y filosófico que algunos confundirán con “brumas wagnerianas”. Quizá también se haya ganado ahora en belleza sonora, destacando en este sentido la maravillosa plasticidad con que trata a la cuerda vienesa. Que los metales dejen un tanto que desear –no nos engañemos, la orquesta no era en los cincuenta lo que será una década más tarde– apenas empaña una lectura que sigue siendo de obligado conocimiento. Magnífico el reciente rescate a nada menos que 192 kHz: suena mucho mejor que antes. (10)
4. Cluytens/Filarmónica de Berlín (EMI, 1958). El maestro apuesta por una interesante tercera vía a medio camino entre el rigor toscaniniano y la flexibilidad alemana, ofreciendo así una lectura dicha de un solo trazo, directa y comunicativa, amén de espléndidamente tocada, que busca la intensidad aun procurando no ofrecer demasiado pathos ni interesándose en claroscuros. Se echa en falta, eso sí, un grado más de creatividad, de compromiso, al menos en un movimiento conclusivo no del todo trabajado. (7)
5. Fricsay/Filarmónica de Berlín (DG, 1958). Interpretación lenta, muy paladeada, muy bien desmenuzada –hay hallazgos sensacionales en el último movimiento– y de enfoque más bien introvertido y meditativo, en la que siempre la batuta se muestra muy controlada y no hay lugar para el arrebato. El primer movimiento, de carácter “gótico” muy atractivo, se ve lastrado por cierta discontinuidad y caídas de tensión, aunque en contrapartida alberga momentos magníficos. Meditativa y reposaba, pero en absoluto exenta de fuerza dramática, la marcha fúnebre. Scherzo fluido y natural, nada pimpante. El Finale comienza en exceso dulce y sin especial garra, pero luego va mejorando y consigue momentos de gran densidad., siempre en un enfoque más filosófico que dionisíaco. Muy amplia la gama dinámica de la grabación. (8)
6. Klemperer/Philharmonia Orchestra (EMI, 1959). Este es el punto más alto de todo el ciclo sinfónico beethoveniano del de Breslau, puro granito –arquitectura milimétricamente planificada, tan sólida como bien trazada en sus líneas maestras y clarificadas en su entramado polifónico– al servicio de un concepto tan severo como hondo y reflexivo en el que la fuerza, la tensión e incluso el desgarro quedan bien patentes sin que el monumental edificio se resiente lo más mínimo. Un tremendo ejercicio, pues, de equilibrio entre romanticismo y distanciamiento, entre intelecto y emoción, que si en el movimiento inicial ofrece una densidad sonora y dramática irresistible, en el segundo alcanza una fuerza visionaria como quizá ningún otro maestro haya alcanzado. En los dos últimos, ni que decir tiene, no hay lugar para la distensión ni la chispa, aunque tampoco el maestro hace gala de su sentido del humor sarcástico: el músculo y la más tensa severidad vuelven a imponerse, impregnadas de una enorme grandeza filosófica y humanística. Diríase que con Klemperer, pese al amargor que preside toda su lectura, aún hay espacio para la trascendencia. Con el aún más radical Barbirolli se perderá toda esperanza. (10)
7. Leibowitz/Royal Philharmonic (Chesky, 1961). Apartándose de la tradición romántica y abriendo el camino –sin saberlo– la interpretaciones historicistas, Leibowitz dirige con nervio y electricidad optando por una articulación muy ágil, atenta al staccato, incisiva en los ataques y relativamente aristada en la tímbrica. Ahora bien, su deseo de no moldear la agógica hacen que el resultado termine siendo no ya plano y cuadriculado, sin pathos ni poesía, sino abiertamente machacón. Lo más flojo es la marcha fúnebre, aunque su clímax alcance una considerable rebeldía, y lo mejor es el tercer movimiento. Los metales suenan algo destemplados y la cuerda no siempre está fina. Toma sonora asombrosa. (6)
8. Schmidt-Isserstedt/Filarmónica de Viena (Decca, 1965). Ya un arranque falto de gas nos advierte de que algo no va a terminar de funcionar en esta interpretación. Efectivamente: el maestro frasea con nobleza y naturalidad, sin precipitarse ni resultar cuadriculado, y –por descontado– obteniendo un gran partido de la magnífica orquesta, tratada con particular elegancia. Pero la tensión se distribuye de manera irregular, de tal modo que junto a momentos poderosos hay otros sin la tensión y energía suficientes, dando como resultado una recreación en exceso apolínea, discontinua en el trazo y algo aburrida. (7)
9. Barbirolli/Sinfónica de la BBC (Warner, 1967). Esta es la Heroica más negra de la historia del disco. Lenta, a veces lentísima, pero de una fuerza abrumadora. Gótica a más no poder. Plagada de ataques ásperos e incisivos por parte de unas maderas no precisamente sensuales. Fraseada con una cantabilidad cargada de amargura, particularmente en las frases líricas del primer movimiento. Portentosamente planificada hacia unos clímax de fuerza abrumadora, indescriptible (increíble crescendo a partir de 15’03’’ en el primer movimiento, por no hablar de los momentos más rebeldes del segundo, especialmente el de 7’10’’). Trabajada con una plasticidad asombrosa a la hora de moldear a la cuerda (solo un ejemplo: de infarto la melodía a partir de 1’18’’ de la marcha fúnebre) o de equilibrar planos sonoros. Todo ello sin rastro de ese humanismo, esa ternura y esa humanidad de otros grandes maestros. Aquí no hay concesiones. menos aún que con Klemperer: el sonido de Sir John es mucho menos granítico, menos masivo, más áspero, mucho menos entroncado con la "gran tradición germánica". Por otra parte: mientras el de Breslau cargaba de sesuda hondura filosófica a su recreación, y por ende se mantenía a cierta distancia del sufrimiento que destilan los pentagramas, aquí solo hay espacio para el dolor. La Sinfónica de la BBC se encuentra a distancia de las grandísimas orquestas que han grabado esta página, pero que aún así realiza una formidable labor bajo una batuta que la trata con mano maestra. Cuestiones expresivas aparte, ¡qué técnica la de Barbirolli! Escuchen el cuarto movimiento: ni un solo director, Klemperer incluido, lo ha desmenuzado con tan increíble claridad. Y probablemente nadie ha cantado con mayor inspiración el tema sacado de Las criaturas de Prometeo, ni lo ha integrado con mayor coherencia en un todo que, aun manteniendo la más depurada elegancia en la exposición, desprende tremenda potencia sonora y expresiva. En HD suena de escándalo. (10)
10. Kubelik/Filarmónica de Berlín (DVD DG, 1967). Una recreación impresionante que, no siendo especialmente desgarrada ni visionaria, seduce y emociona por la naturalidad con la que fluye, por la comunicatividad de la batuta, por la flexibilidad del fraseo y por la plasticidad con la que está manejada la orquesta, cuyo sonido oscuro paradójicamente le sienta muy bien al terciopelo habitual en Kubelik. Todo ello adoptado un punto de vista humanístico y lírico que sabe alcanzar dramatismo en la marcha fúnebre y también el adecuado carácter dionisíaco y festivo en el último movimiento. (9)
11. Barshai/Orquesta Sinfónica (Melodiya, 1969). Aquí se ponen en primera línea el ímpetu rítmico, la incisividad y la electricidad de las líneas melódicas, admirablemente clarificadas, así como un sentido combativo que renuncia a la frivolidad, mientras que se ven relegadas la sensualidad, la emotividad lírica y el sentido humanístico. En general la versión tiene empuje, perfecto control y el adecuado carácter combativo y escarpado, pero le faltan claramente la emotividad y la dimensión humanística necesarias para ofrecer una visión realmente completa; resulta demasiado unilateral, poco comunicativa y algo desangelada, sobre todo en los dos primeros movimientos. El tercero está muy bien y el cuarto está admirablemente planificados, terminando en una coda muy briosa. La orquesta funciona relativamente bien, con algunas debilidades en los metales, y suena con una atractiva aspereza. (6)
12. Karajan/Filarmónica de Berlín (DVD DG, 1971). No hay sorpresas aquí: el maestro hace de sí mismo. Magnífico su primer movimiento:intenso, portentosamente sonado y muy tenso. El segundo, soberbiamente sonado y trazado, resulta superficial, deplegando más brillantez y rotundidad que pathos. El tercero y el cuarto son cálidos y comunicativos, quedándose un tanto en la superficie. Impresionante la sonoridad de la orquesta y la seguridad del trazo de la batuta. En cuanto a la filmación, el narcisismo de este señor no conocía sentido de ridículo. (7)
13. Kempe/Filarmónica de Munich (EMI, 1972). El tantas veces infravalorado maestro sajón, por lo general espléndido en este repertorio, nos ofrece una lectura de perfecto equilibrio entre nobleza, lirismo y garra dramática, maravillosamente paladeada y sutilmente acentuada, con un segundo movimiento más emotivo que desgarrado y un cuarto que, sin llegar a lo visionario, despliega grandeza sin retórica ni pesadez alguna. (9)
14. Karajan/Filarmónica de Berlín (DG Bluy-ray Audio, 1975-77). Más de lo mismo. Aun de enfoque antes épico que dramático, el primer movimiento resulta admirable por su empuje bien controlado, por la portentosa plasticidad con que están tratadas las masas sonoras –empaste perfecto, robustez sin excesos, densidad sin merma de la claridad–, por su brillantez bien entendida y, sobre todo, por la convicción que desprende. Menos bien funciona la marcha fúnebre, sensualísima en la sonoridad e increíblemente bella en su canto, pero poco o nada rebelde en sus clímax, menos aún visionaria: más bien pacífica y resignada, cuando no erróneamente opulenta. El scherzo está dicha con una perfecta mezcla de músculo y elegancia, aun sin resultar del todo electrizante. Y toda la primera mitad del Finale resulta luminosa, jovial y optimista a más no poder para luego decantarse por la grandilocuencia glorificadora, sin rastro de la tragedia anterior ni de pliegues expresivos: a Napoleón le hubiera encantado. Excelente sonido en Blu-ray audio. (7)
15. Bernstein/Filarmónica de Viena (DVD y Blu-ray audio DG, 1978). Aunque el idioma es irreprochable y la orquesta está trabajada con mano maestra, la lectura resulta algo deslavazada. El primer movimiento alcanza momentos de mucha fuerza, pero no destila la necesaria desazón en los pasajes líricos; da incluso la impresión de que la planificación es algo tosca. La marcha fúnebre, más introvertida que rebelde, parece algo escasa de fuelle, incluso más tristona que doliente, aunque es imposible no dejarse seducir por la redondez y belleza de las trompas en los momentos más encrespados. Flojísimo el scherzo, soso y desganado. Por fin en el cuarto, aun con altibajos, Bernstein hace gala del entusiasmo en él esperable. ¡Y qué bellísimo canto de las maderas! Impresionante la toma en Blu-ray audio. (7)
16. Giulini/Filarmónica de Los Ángeles (DG, 1978). Aunque la elegancia, la naturalidad y la claridad sean asombrosas –revelador juego de maderas en el primer movimiento–, parte de la interpretación se ve lastrada por una extraña blandura, sobre todo en el primer tema del primer movimiento y, sorprendentemente, en un scherzo dicho con elegancia y con la misma admirable depuración sonora de la que el maestro italiano hace gala a lo largo de toda la obra, pero escaso de fuerza y vitalidad. La marcha fúnebre comienza algo tristona, pero luego adquiere la suficiente elocuencia poética. Obviamente Giulini no pretende ofrecer una lectura rebelde o escarpada de esta música, sino más bien esa mezcla de dolor, reflexión y sentido humanístico, revestida siempre de la más exquisita belleza formal y contenida en todo momento por un desarrolladísimo sentido de la mesura digamos “clásica”, que caracteriza su personalidad interpretativa. El último movimiento, expuesto perfecta lógica y admirable transparencia, vuelve a ser antes apolíneo que dionisíaco y llega a resultar un punto distanciado, lo que no le impide al maestro alcanzar verdadera excelsitud lírica en la variación nº 9 (¡escuchen desde 6’47’’!) y luego alcanzar enorme grandeza en la nº 10, cuya atmósfera digamos “gótica” (desde 11’23’’) también se encuentra admirablemente conseguida. La coda está llena de fuerza sin necesidad de ceder al arrebato. Lo que sí entusiasma es la toma sonora, ya espléndida en origen y ahora impresionante en formato HD. (8)
17. Celibidache/Filarmónica de Múnich (EMI, 1987). Es muy dudoso que la sonoridad de esta interpretación sea verdaderamente beethoveniana tomando como referencia la tradición centroeuropea –y no digamos a la escuela historicista–, como también lo es que el maestro rumano sintonice con el contenido expresivo de la partitura. Por momentos su recreación suena sin la garra dramática y la electricidad necesarias, en exceso suave, incluso –arranque de los movimientos impares, alguna de las variaciones del cuarto– un punto blanda. Sin embargo, es difícil sustraerse de su fraseo flexible, natural y efusivo, de su hermosísimo legato, de su cálido empaste en el que todas las voces como principal bondad de su apuesta, de la profunda reflexión humanística que alberga una marcha fúnebre nada rebelde, pero de singular hondura. (8)
18. Brüggen/Orquesta del Siglo XVIII (Philips, 1987). Esta fue en su momento una importantísima interpretación, porque con ella el maestro holandés demostró que se podía renovar profundamente la sonoridad de esta música sin que, al contrario de lo que habia ocurrido con las propuestas historicistas más pioneras, se perdiese la esencia expresiva de Beethoven. De este modo, Brüggen supo ofrecer con instrumentos originales una magníficamente planteada interpretación, sobria, dramática y por completo ajena a la retórica vacua, puesta en sonidos con una rusticidad de lo más atractiva que decía bastantes cosas nuevas. Eso sí, nunca ha sido precisamente Brüggen un intérprete cálido ni especialmente rico en la expresión: cierta sosería expresiva termina lastrando los resultados. (8)
19. Dohnányi/Orquesta de Cleveland (Telarc, 1988). Nos encontramos aquí ante una interpretación realizada de un solo trazo, sin altibajos ni puntos muertos, sincera, muy musical y estupendamente tocada, que se caracteriza por su fuerza, impulso y entusiasmo bien controlados, en la que sobresale la tensión dramática de la marcha fúnebre. Faltan, no obstante, ideas que aporten claroscuros al resto de los movimientos, un tanto unilaterales en su brío y su luminosidad, no del todo paladeados y un tanto rígidos, pese a que aparecen en algunos momentos matices que demuestran que el maestro sería capaz de ofrecer ideas inteligentes si hubiera trabajado a fondo la partitura. Toma sonora algo turbia. (8)
20. Solti/Sinfónica de Chicago (Decca, 1989). No es este el más feliz testimonio de quien fue un inmenso beethoveniano. Primer movimiento decidido, enérgico, con mucha garra, pero un tanto cuadriculado, poco flexible, algo epidérmico. El segundo está llevado con muy buen pulso, pero falta el trasfondo humanista y de nuevo se echan de menos imaginación y flexibilidad. Tercero vibrante aunque algo expeditivo, al menos en el trío. El cuarto, vistoso y encendido, resulta epidérmico en el peor de los sentidos: pocos matices y escasa hondura. Las dinámicas tienden al forte y se encuentran poco matizadas, aunque a nivel técnico sea difícil superar en virtuosismo a los chicagoers. (7)
21. Harnoncourt/Orquesta de Cámara de Europa (Teldec, 1990-91). El ciclo beethoveniano de Harnoncourt fue atrevido en sus planteamientos –mezcla de instrumentos antiguos y modernos, renovador equilibrio de planos sonoros, expresión altamente dramática– y abrió una nueva vía interpretativa, pero los resultados fueron muy irregulares. Esta Heorica flojeó de manera considerable: aunque la velocidad de los tempi impide que decaiga la tensión y la incisividad harnoncourtiana resulte muy atractiva, la rutina se impone muy por encima de determinados ataques de violencia y la interpretación, plana, poco matizada en lo expresivo e insincera, se termina haciendo muy aburrida. En cualquier caso, mejor los dos últimos movimientos que los primeros, francamente mediocres. (6)
22. Colin Davis/Staatskapelle de Dresde (Philips, 1991). Hay nobleza, flexibilidad y naturalidad en el fraseo, así como una enorme elegancia y una renuncia a cualquier efectismo dentro de una visión clásica, muy equilibrada, algo otoñal, ajena al arrebato y siempre comunicativa, beneficiada por una orquesta de hermosísimo sonido, pero Sir Colin no termina de calar en el significado de la sinfonía. Al primer movimiento le falta tensión dramática. El segundo resulta algo tristón y apagado. El tercero sí está muy bien. Al cuarto, siendo notable, no termina de darle unidad. (8)
23. Gardiner/Orquesta Revolucionaria y Romántica (DG, 1993). El británico lo tuvo siempre claro: hacr el Beethoven de Toscanini con instrumentos originales: rapidez en los tempi, rigidez, sequedad, gran tensión dramática y absoluto desinterés por los aspectos "góticos" de la página. Se queda en la epidermis de la obra, claro está, pero la versión está tan bien realizada –salvando los apuros de las trompas– y despliega tanta energía que termina enganchando. (7)
24. Barenboim/Filarmónica de Berlín (DVD TDK y Blu-ray Euroarts, Versalles, 1997). En el primero de sus registros de la obra el de Buenos Aires hace gala, como no podía ser menos, de un irreprochable lenguaje beethoveniano y de una perfecta sintonía con el contenido expresivo de la partitura, a la que aborda con decisión, sentido dramático y no poco amargor. Saca excelente partido del sonido robusto de la orquesta –impagable la cuerda grave– y de la musicalidad de sus solistas, sabiendo al mismo tiempo mantener el pulso, el equilibrio polifónico y un fraseo siempre flexible y natural. La cuestión es que esta lectura un tanto adusta será enriquecida en sus acercamientos posteriores no solo con un grado superior de inmediatez y tensión sonora, sobre todo en una marcha fúnebre que él mismo sabrá llevar al borde del abismo, sino también con mayores dosis de calidez, lirismo e incluso sentido del humor, lo que no impide que el último movimiento de esta interpretación versallesca sea ya formidable. La imagen el BR ha ganado considerablemente en definición con respecto al DVD, pero los colores parecen un punto saturados. (9)
25. Barenboim/Staatskapelle de Berlín (Teldec, 1999). Ahora sí, todo es extraordinario: desde el idioma de la batuta hasta la ejecución de la orquesta, pasando por el análisis de texturas y colores, la arquitectura global, la efusividad del fraseo y la imaginación aplicada en la agógica, siempre dentro de un enfoque rebelde y dramático en el que, pese a todo, no hay descontrol alguno sin pérdida de la belleza sonora. Impresionante la toma si se la escucha en alta definición. (10)
26. Brüggen/Orquesta del Siglo XVIII (YouTube, Japón, 2002). Como su grabación para Philips, rresulta admirable el planteamiento, sobrio, dramático y rebelde del maestro holandés, capaz de encresparse en la marcha fúnebre y de resultar entusiasta y dionisíaca en el cuarto movimiento, siendo magnífico también el tercero por su empuje y rusticidad bien entendida. Eso sí, de nuevo se echan de menos algo de vuelo lírico y emotividad, sobre todo en el primer movimiento. La coda final resulta atropellada. (8)
27. Rattle/Filarmónica de Viena (EMI, 2002). Lectura pseudohistoricista de tímbrica afilada e incisiva, tempi premiosos y gran agilidad que destaca por su extrovertido primer movimiento, trazado con ímpetu y gancho. La marcha fúnebre carece de atmósfera y poso dramático, buscando epatar con los decibelios y con la teatralidad, pero sin resultar sincera. Ágil y muy dinámico el scherzo, pero también un tanto frío, incluso demasiado calculado. En el último movimiento hay claras aportaciones historicistas, entre ellas alguna sonoridad estridente que no viene mal, pero de nuevo el problema es la superficialidad de la batuta, que puede llamar la atención con su brillo pero a la que le falta poesía, imaginación y sinceridad. (6)
28. Antonini/Kammeorchester Basel (Sony, 2006). Radicalizando los planteamientos de Harnoncourt, pero sin poseer el modo alguno el talento de este, el maestro italiano propone una interpretación enérgica y toscamente planificada, parca en cantabilidad, basada casi exclusivamente en tempi muy rápidos y en efectistas –pura brocha gorda, nada de minusiosidad en la planificación– contrastes dinámicos. Los matices expresivos brillan por su ausencia. La orquesta no es mala, pero la cuerda suena demasiado canija y los metales no se muestran siempre seguros. Al menos la claridad no se ve empañada y se ofrece una interesante incisividad. Lo mejor, un dinámico tercer movimiento, con unas trompas adecuadamente rústicas, destacando asimismo la entusiasta coda del finale. El resto es muy plano y aburre. (4)
29. Tilson Thomas/San Francisco (DVD Keeping the Score, 2006). Gran fiasco: el documental adjunto es magnífico, pero la interpretación deja mucho que desear. La arquitectura es buena, como también la seguridad del trazo, la claridad y el virtuosismo, y desde luego la batuta se mantiene ajena a la pesadez, a la retórica y al efectismo, pero el trasfondo humanístico no aparece, e incluso en el último movimiento se cae en cierta frivolidad. Además, quizá por influencia de la escuela historicista, la sonoridad es un punto ingrávida. Tampoco los primeros atriles resultan muy musicales. (5)
30. Herreweghe/Royal Flemish (Pentatone, 2007). Otras veces deplorable en Beethoven, el maestro flamenco logra ofrecer una interpretación magníficamente sonada y entusiasta que sabe asimilar de las aportaciones historicistas sin caer en la sequedad ni la incisividad de otros directores. Ahora bien, se echa de menos esa comunión espiritual tan difícil de conseguir con el contenido expresivo de la obra, sobre todo en un segundo movimiento carente de pathos y en un final vistoso pero rutinario, sin personalidad ni creatividad. (7)
31. Chailly/Gewandhaus de Leipzig (Decca, 2009). Ayudado por una orquesta en excelente forma, el milanés decide renunciar a la tradición centroeuropea, y más concretamente a la flexibilidad en el manejo de la agógica y al peso concedido a los silencios, para ofrecer una lectura mucho más rápida que lo acostumbrado, enérgica, llena de electricidad, vibrante, aunque no por ello tosca ni precisamente escasa de claridad y virtuosismo. El problema es el que resultado se antoja muy precipitado, parco en vuelo lírico, en cantabilidad y en emotividad, también en sentido del humor –cuarto movimiento–, mientras que los aspectos trágicos de la partitura –marcha fúnebre– resultan todo lo vistosos que se quiera, pero superficiales, insinceros y de cara a la galería. (6)
32. Barenboim/WEDO (Decca, 2011). Yo estuve allí, en la Philharmonie de Colonia. Me pareció la mejor interpretación que yo había escuchado hasta la fecha. No sé si sigo opinando lo mismo, pero rotundamente afirmo que ninguna otra lectura fonográfica me parece más perfecta aún que esta. ¿Y cómo es eso posible? Por lo equilibrado del planteamiento: se podrán preferir versiones más vibrantes y teatrales, tambien más filosóficas, o más nihilistas –véanse las reseñas correspondientes más arriba–, pero es difícil alcanzar una más admirable fusión entre los aspectos dramáticos, escarpados y visionarios de la página, que eran los más atendidos en los anteriores acercamientos del propio maestro, y los que tienen que ver con el lirismo, la elegancia, la sensualidad y hasta la luminosidad, es decir, entre lo dionisíaco y lo apolíneo. Todo ello lo expone Barenboim con una pasmosa naturalidad, con belleza grande pero en absoluto narcisista, con una particular flexibilidad e imaginación en el tratamiento de la agógica, con un perfecto control del discurso y en perfecta complicidad con una orquesta que, sin ser de primera, ofrece un sonido beethoveniano ideal para la obra. Modélica la toma (10)
33. Brüggen/Orquesta del siglo XVIII (The Grand Tour-Glossa, 2011). El holandés vuelve a acertar al aunar la sonoridad completamente historicista de su magnífica orquesta con un planteamiento expresivo completamente tradicional, sin caer en liviandades, en agresividades innecesarias, en rigideces y en otras señas propias de una mala interpretación de los planteamientos filológicos. Por desgracia, no solo no logra inyectar la calidez y el vuelo lírico que debe a los pentagramas, sino que tampoco logra tensar la arquitectura con la solidez debida. El primer movimiento sería magnífico si no fuera por determinados altibajos que rompen la continuidad del discurso; al segundo le faltan densidad y fuerza visionaria; el tercero está bastante bien y en cuarto las variaciones están tratadas con éxito desigual, siendo de apreciar el sentido del humor un tanto socarrón del director. (7)
34. Barenboim/WEDO (DVD Decca Proms 2012). Con respecto a su registro en audio del año anterior, esta lectura resulta más apolínea y contemplativa, y por ello mismo algo menos tensa en algunos pasajes. Pero esto no impide que los clímax alcancen una fuerza abrumadora, que la sección final de la marcha fúnebre alcance una magia insuperable y que, en conjunto, se trate de una grandísima lectura que sabe conciliar belleza sonora, humanismo y garra dramática sin necesidad de adoptar la adustez de un Klemperer, ni de jugar con la agógica como lo hacía un Furtwaengler. Increíble la riqueza de matices tan sutiles como expresivos, la cantabilidad del fraseo –natural, hermosísimo– y la sonoridad puramente beethoveniana que Barenboim extrae de la orquesta. Por cierto, enorme el granadino Ramón Ortega, oboe principal de la Sinfónica de la Radio de Baviera, en sus numerosas y muy decisivas intervenciones. A él se debe en no poca medida el éxito de esta interpretación que finaliza con una coda muy fogosa. (10)
35. Abbado/Orquesta del Festival de Lucerna (Blu-ray Accentus, 2013). Esta es una recreación que irritará a los admiradores del Beethoven denso, visionario, al mismo tiempo visceral y filosófico, que va desde Furtwaengler hasta Barenboim, pero que también puede poner de los nervios a los que le gustan la rusticidad, el nervio y el férreo impulso rítmico de los Gardiner, Harnoncourt y compañía. Es verdad que de la escuela historicista el milanés adopta un vibrato reducidísimo y un claro interés por aligerar texturas, pero ahí acaban los parecidos. Porque lo que caracteriza esta Heroica es la extrema suavidad tanto sonora como expresiva pretendida (¡y plenamente conseguida, que para eso poseía una técnica de batuta portentosa!) por el veterano maestro. De poco sirve que las sonoridades sean de una belleza incomparable, que el fraseo sea amplio y cantable, que las líneas discurran con tanta fluidez como cantabilidad, que los planos sonoros estén perfectamente delimitados y que las dinámicas alcancen un asombroso grado de matización: el empeño en que todo resulte delicado, aéreo, acariciador de los oídos, domesticado, bonito en el peor sentido del adjetivo, termina generando una versión superficial, insulsa, aburrida y rayana con la cursilería. Eso sí, la toma sonora en DTS HD-Master Audio posiblemente sea la mejor que jamás haya recibido esta obra. (4)
36. Emelyanychev/Nizhny Novgorod Soloists Chamber Orchestra (Aparté, 2017). En principio, el planteamiento de este Beethoven es muy similar al de Harnoncourt: orquesta reducida de instrumentos modernos, pero con trompas y trompetas naturales, un equilibrio de planos que favorece a vientos y percusión frente a la cuerda, y una articulación “históricamente informada” de gran incisividad en la que interesa mucho antes el vigor rítmico que el legato o la delectación melódica. Pero Emelyanychev se limita a correr todo lo posible inyectando fuerza, vigor y mucha electricidad sin detenerse en otras consideraciones. No es solo que las melodías no estén cantadas con holgura ni delectación; que no haya humanismo ni hondura reflexiva; que no se aprecie ese lirismo agridulce que esta música necesita. Lo grave es que el imponente mural beethoveniano está pintado con brocha gorda. La exposición es de una vulgaridad aplastante. El tratamiento orquestal es opaco, incluso confuso en los fortísimos. El tratamiento agógico y dinámico, de una tosquedad que echa para atrás. Las tensiones no avanzan con sentido orgánico: cuando hay que alcanzar un clímax, se limita indicar sus músicos que toquen lo más fuerte posible. Las transiciones están descuidadas. Los silencios no tienen peso. Los matices son escasos, aunque para aparentar expresividad el director coloca aquí y allá acentos “cortesía H.I.P.” que resultan forzados. Los timbales sobreactúan a discreción, mientras que las trompas rajan que da gusto. En fin, los dos primeros movimientos de la obra me parecen recreados de manera deplorable. Reconozco, sin embargo, haber disfrutado relativamente del tercero: la frescura y el descaro con que el maestro lo aborda llegan a enganchar, pese a los “problemillas” de las trompas. Y el cuarto no sería del todo malo si no fuera porque Emelyanychev se reserva lo más horripilante para él: cuando el tema es cantado por los primeros atriles de la cuerda (a partir de 0:46), estos se ponen en plan “historicismo pleno” y emiten un sonido idéntico al de una camada de gatos exigiendo su desayuno. Puro maullido. (2)
37. Nelsons/Filarmónica de Viena (DG, 2019). La interpretación se encuentra no solo todo lo maravillosamente tocada como es de esperar de una orquesta de semejante categoría, sino también admirablemente construida por parte de una batuta que sabe frasear con naturalidad y holgura manteniéndose ajeno a precipitaciones, planificar de manera irreprochable la línea de tensiones y distensiones, regular los planos sonoros, resolver las transiciones y ofrecer un perfecto equilibrio entre transparencia y músculo sonoro al tiempo que despliega una sensualidad tímbrica para derretirse. Pero la óptica apolínea de Nelsons aquí no funciona, ya desde un primer movimiento que, aun no faltando empuje ni ganas de comunicar, se queda bastante corto en lo que a carga dramática se refiere. Y la cosa ya va a mayores en una marcha fúnebre muy hermosa, llena de nobleza y de sentido humanista, mas por completo ajena tanto a la negrura y la congoja que a todas luces necesita como a los claroscuros dramáticos, a las tensiones extremas y, también, a un sentido de la rusticidad sonora aquí muy conveniente. Los dos movimientos postreros resultan irreprochables siempre que se acepte el enfoque “clásico” y nada agónico del maestro: la luz y la felicidad terminan despejando cualquier tiniebla. (7)
martes, 20 de abril de 2021
Arrau cuadrafónico: Schumann y Brahms
He comprado en SACD multicanal del sello Pentatone en el que Claudio Arrau interpreta las Escenas de niños de Robert Schumann y las Variaciones Paganini de Johannes Brahms. El registro lo realizó el sello Philips en marzo de 1974 en la Concertgebouw de Ámsterdan. Sonó siempre bien, pero este nuevo formato mejora sustancialmente la audición. Y no principalmente por la espacialidad que otorga haber recuperado la cuadrafonía original, sino sobre todo por el nuevo reprocesado y la escucha a alta resolución: el sonido tiene ahora más presencia, ha perdido en dureza y ha ganado en carnosidad –los armónicos, obviamente–, y además se ha suavizado el notorio soplido de fondo que había antes. Eso sí, se escucha mejor que nunca la consabida respiración del maestro, como también el roce de los dedos contra las teclas.
Las interpretaciones son una joya. Las Kinderszenen reciben una lectura que mezcla a la perfección elegancia, inocencia y sensualidad, siempre con un toque de extraordinaria naturalidad y riqueza de matices expresivos. Cierto es que Arrau decide no acentuar contrastes, y que por eso mismo al caballito de madera o a la escena “del coco” le pueden faltar algo del vigor y de la tensión dramática que aportan otros pianistas. A cambio, ofrece un humanismo asombroso en números como el de los ensueños (¡increíble!) o el niño durmiéndose: imposible llegar más lejos en poesía, como también en belleza sonora sin que es esta, felizmente, se acerque un solo paso hacia lo autocomplaciente.
Las muy exigentes Variaciones Paganini no son, en principio, el terreno más apropiado para que nuestro artista luzca sus mejores armas. Ahí está, ciertamente, la incomparable grabación de Kissin. Pero el maestro chileno, incluso aunque la ejecución no sea impecable, logra el milagro de que lo extremadamente difícil parezca fácil. Tal es su capacidad para frasear con naturalidad, dotar de lógica interna al discurso y, sobre todo, poner el enorme virtuosismo al servicio exclusivo de la expresión. Arrau bucea en lo más profundo de las notas para sacar todo el lirismo que se esconde tras ellas, aun sin obviar precisamente los aspectos más poderosos y combativos que también son propios de la música brahmsiana. Le ayuda en este sentido un sonido denso, poderoso y robusto, que despliega toda su carnosidad en este SACD que recomiendo vivamente.
domingo, 18 de abril de 2021
Tercera Sinfonía de Prokofiev: discografía comparada
Afortunadamente, la mayor parte de las grabaciones que circulan son de alto nivel. En esta lista se recogen casi todas las que han salido en compacto; únicamente lamento no haber podido escuchar el segundo registro de Kitajenko, recién aparecido en el mercado. He añadido, por su elevado interés, dos grabaciones no comerciales protagonizadas por Riccardo Muti, la segunda de las cuales aparecerá probablemente en el futuro editada en formato comercial.
1. Leinsdorf/Sinfónica de Boston (Testament y Sony, 1966). Una lástima que RCA nunca llegara a editar en LP esta interpretación en la que el irregular Leinsdorf, al frente de una orquesta sensacional, demuestra una extraordinaria capacidad para lograr la mayor tensión interna sin caer en el efectismo, como también para ofrecer una sonoridad rústica y rocosa sin resultar tosco. Pero además, y esto es fundamental en la presente partitura, el maestro vienés sabe asimismo crear atmósferas malsanas y alcanza un gran vuelo lírico cuando es necesario. Aunque al final se precipite un tanto, el resultado es acongojante. El sello Testament puso finalmente en circulación esta joya, acompañanda de una referencial e imprescindible Quinta Sinfonía, pero quizá lo más recomendable sea hacerse con la caja de serie barata editada recientemente por Sony. (9)
2. Rozhdestvensky/ Gran Orquesta Sinfónica de la Radiotelevisión de la URSS (Melodiya, 1966). Para tratarse de la primera interpretación que circuló por el mercado, hay que reconocer que el maestro soviético realizó una espléndida labor, trazando una lectura de pulso firme y espléndido idioma. El enfoque, como no podía ser menos tratándose de Rozhdestvensky, es de corte expresionista, pero no solo no hay intención de epatar con la acumulación de decibelios sino que, además, los aspectos misteriosos y sensuales de la obra están perfectamente atendidos. Hay hallazgos que luego no encontraremos en otras lecturas, como el tratamiento de las figuras de la cuerda en el tercer movimiento. Por desgracia la orquesta se queda corta, y Rozhdestvensky no ha trabajado con ella lo suficiente en lo que a la claridad se refiere. La grabación, lejana y difusa, no ayuda precisamente en este sentido. El resultado, pues, es muy vistoso pero un tanto tosco. (8)
3. Abbado/Sinfónica de Londres (Decca, 1969). Aun sin llegar al la excelsitud de las suites de Romeo y Julieta y El bufón que grabó con la misma orquesta tres años antes, con este registro el joven Abbado demostró ser un extraordinario intérprete de Prokofiev, no ya por obtener de la Sinfónica de Londres esa sonoridad tan característica del compositor –especialmente en lo que al tratamiento de las maderas se refiere–, sino también por renunciar al efectismo para atender ante todo a la sensualidad, a la claridad de las texturas orquestales y –en esta obra en particular– a la creación de atmósferas turbulentas. Sensacional, en este sentido, su lectura del segundo movimiento, creativa a más no poder y seguramente insuperada a día de hoy. En contrapartida, en los movimientos extremos se echa de menos una mayor dosis de visceralidad, electricidad y garra dramática. (9)
4. Martinon/Nacional de la ORTF (Vox, 1971). Hay que agradecerle a Martinon su deseo de defender esta música, pero lo cierto es que su interpretación –como ocurre con el resto de su integral– resultó muy irregular: junto a momentos obsesivos muy notables, encontramos otros dichos un tanto de pasada, cuando no descontrolados y tendentes al escándalo gratuito. Se echa de menos claridad, lo que en parte puede deberse a las limitaciones de la orquesta, como también a la deficiencias de una muy discreta toma sonora. (5)
5. Kondrashin/Concertgebuw (Philips, 1975). El inolvidable maestro ruso se mostró aquí perfecto en el estilo y muy centrado en lo expresivo, atendiendo tanto a la vertiente escarpada de la obra como a la atmosférica. De todas formas, y aun haciendo gala de muy buenos detalles en el tratamiento de las maderas, aún podría sacar más jugo de la partitura, sobre todo en los movimientos extremos: se precipita un tanto. El tercero, sin embargo, es tan formidable como la orquesta holandesa. Lástima que el registro se encuentre descatalogado desde hace años. (8)
6. Kondrashin/Chicago (CSO, 1976). En esta toma radiofónica, que se contiene en una edición especial en una caja de 10 CD editada por la propia orquesta, Kondrashin vuelve a mostrarse muy bien encaminado, atendiendo a todas las facetas posibles de la obra y manteniendo tanto la tensión como el misterio, pero de nuevo sucumbe un tanto a la precipitación en los movimientos extremos. También se puede hilar más fino, obtener más claridad y ser más creativo. (8)
7. Weller/Filarmónica de Londres (Decca, 1977). Una pena que el ciclo de Walter Weller haya obtenido tanta difusión comercial, porque le hace un flaco favor a la música de Prokofiev. He aquí una lectura tan plana, deslavazada y aburrida como la del resto de las sinfonías, si bien se puede destacar cómo el maestro se recrea en los pasajes lentos, que le suenan antes evocadores que siniestros. La orquesta londinense se encuentra desaprovechada. (5)
8. Chailly/Junge Deutsche Philharmonie (DG, 1981). A sus veintiocho años de edad, el maestro milanés dejaba claras dos cosas. La primera, una técnica de batuta excepcional que le permite obtener ricos colores, diseccionar con mano maestra el entramado orquestal y jugar a su antojo con la agógica –flexible pero llena de coherencia expresiva– sin que el edificio se venga abajo. La segunda, unas enormes ganas de hacer música que se traducen no solo en una apreciable intensidad dramática, sino también en la plena atención a los aspectos más misterioros y sensuales de la partitura, así como en la riqueza de matices. No todo es óptimo, en cualquier caso: los dos últimos movimientos pierden un poco de fuelle frente a los dos primeros, mientras que la orquesta, pese a su excelente labor, no es comparable a las más grandes que han grabado esta sinfonía. La toma sonora no está a la altura de la época. (8)
9. Järvi/Nacional de Escocia (Chandos, 1985). Sorpresa: el tantas veces superficial y rutinario Järvi padre se tomó aquí las cosas con calma, paladeó los pentagramas con un primor por momentos celibidachiano, derrochó potencia y electricidad en los momentos telúricos, recreó maravillosamente la atmósfera enrarecida de los pasajes oníricos, hizo gala de una convicción expresiva y se permitió realizar numerosos hallazgos, todo ello sin ninguna concesión de cara a la galería. Solo hay que lamentar que la orquesta no fuera de nivel excepcional y que la batuta no terminase de obtener claridad en los tutti. La toma sonora, reverberante y algo confusa, no ayuda en absoluto. (9)
10. Kitajenko/Filarmónica de Moscú (Melodiya, 1985). Esta primera grabación del maestro ruso es una electrizante, sincera y –en suma– espléndida versión, llena de fuerza y realizada en una línea particularmente aristada y sarcástica, que sabiamente evita caer en la vulgaridad ni en el efectismo. Muy sensual el segundo movimiento. La orquesta, sin ser ninguna maravilla, logra una sonoridad muy a Prokofiev, destacando de manera especial el tratamiento de la madera grave. Se debe, eso sí, pedir un mayor control de la arquitectura. (8)
11. Rostropovich/Nacional de Francia (Erato, 1987). En la que sigue siendo la integral de referencia, Rostropovich quiso desmontar los tópicos que circulaban sobre la creación sinfónica del genial compositor y reivindicó un Prokofiev mucho antes emotivo que espectacular. En consecuencia, valiéndose de unos templi muy amplios y renunciando por completo al espectáculo sonoro, el de Baku ofreció una Tercera especialmente atmosférica y sensual, poco expresionista –se echan de menos incisividad, violencia y garra dramática– y muy atenta a subrayar los lazos que unen a esta música con el mundo impresionista. Lástima que la claridad no sea toda la deseable –la grabación tiene que ver con ello– y que la orquesta, rindiendo mejor que con Martinon, diste de ser una maravilla. (8)
12. Ozawa/Filarmónica de Berlín (DG, 1990-91). Como era de esperar, al refinado maestro oriental no le apetece demasiado desenvolverse en atmósferas maléficas y obsesivas. Tampoco es que Ozawa recorte las aristas, ni muchísimo menos: aunque los golpes de timbal del tercer movimiento deberían ser más imponentes, la tensión se respira de principio a fin –sin efectismo alguno– y la tímbrica despliega todas sus aristas. Lo que ocurre es que en su hermoso y mágico lirismo se echa de menos un poco más de azufre, de carácter demoníaco. En contrapartida, ofrece Ozawa un asombroso trabajo técnico de disección orquestal, especialmente en lo que al análisis de texturas se refiere. La asombrosa ejecución de la Filarmónica de Berlín es la otra gran baza de este registro muy bien grabado. (9)
13. Muti/Philadelphia (Philips, 1991). Esta es, de todas las interpretaciones comentadas, la número uno. Verdadera lectura de referencia, poderosa, arrolladora y brillante, pero también muy atmosférica, que cuenta con una fabulosa orquesta y una batuta que suena muy a Prokofiev. La tensión es implacable en todo momento, aunque nunca se confunde con el ruido ni el efectismo. La disección de las texturas orquestales es extraordinaria, aun sin llegar a la claridad de Ozawa. A destacar especialmente el “lirismo siniestro” del segundo movimiento, atmosférico a más no poder, y la fuerza desasosegante del tercero. El cuarto movimiento es también impresionante, desarrollándose de manera implacable hasta alcanzar final abrumador. (10)
14. Chailly/Concertgebouw (RCO, 1991). El firme pulso de la batuta, la notable claridad de las texturas, el sentido del color, el equilibrio entre lo telúrico y lo atmosférico y la soberbia calidad de la formación de la que entonces era titular le permiten a Chailly ofrecer una lectura espléndida, tanto o más que la que realizó años atrás en Berlín. Pero para alcanzar lo excepcional falta un último punto de compromiso expresivo, así como una sonoridad más idiomática, más adecuada para Prokofiev. Como la toma radiofónica deja que desear y la compra sale muy cara –hay que adquirir una caja de catorce compactos dedicada al maestro italiano–, resulta muy preferible la edición oficial de Decca, grabada tan solo unos meses más tarde con mucho mejor sonido. (8)
15. Chailly/Concertgebouw (Decca, 1991). No se aprecian diferencias interpretativas con respecto al registro en vivo comentado: aunque siga sin mostrarse especialmente personal ni creativo, Chailly sabe atender a los múltiples pliegues expresivos de la obra –lo telúrico, lo ominoso, lo turbulento, lo evocador– y hacer gala de una soberbia técnica de batuta que le permite trazar una arquitectura irreprochable y obtener una enorme claridad de su fabulosa orquesta del Concertgebouw. (8)
16. Muti/Sinfónica de la Radio Bávara (YouTube, 2003). De nuevo nos encontramos ante una dirección sensacional, idiomática a más no poder, de extraordinario sentido del color y de las texturas, y adecuadamente siniestra y telúrica. Asombrosas la sensualidad y la atmósfera del segundo movimiento, aunque en el resto –sensacional– puede que no tenga tanta garra como su versión de estudio. La orquesta no es tan asombrosa como la de Filadelfia, aunque Muti hace sonar a las maderas con una carnosidad muy adecuada. Lástima que haya algún desajuste propio del directo. (10)
17. Gergiev/Sinfónica de Londres (Philips, 2004). La orquesta londinense ofrece, treinta y cinco años después, una lectura radicalmente opuesta a la que realizó con Abbado. La lentitud de los tempi se ve aquí sustituida por el frenesí; la atención a la claridad por el descontrol; la creación de atmósferas por el más brutal efectismo. Eso sí, no podemos regatearle a Gergiev su sentido de la teatralidad, la fogosidad con que dirige y su capacidad para generar espectáculo. De ahí que esta lectura sea, pese a los reparos expuestos, lo único salvable de su mediocre ciclo grabado –con toma sonora mejorable– por el sello Philips. (7)
18. Kitajenko/Gürzenich-Orchester Köln (Phoenix, 2005-07). En esta nueva lectura discográfica, beneficiada de una toma sonora soberbia, el maestro ruso vuelve a acertar en un segundo movimiento curvilíneo y misterioso, muy bien paladeado, mientras que en el resto ofrece claridad sin efectismos y un perfecto equilibro entre los aspectos más explosivos de la página y sus recovecos introvertidos, todo ello haciendo gala de excelente gusto y un irreprochable conocimiento del idioma. Le falta un colorido algo más desarrollado, mayor emotividad lírica en algunos pasajes y, sobre todo, un carácter más trágico e implacable en los momentos más demoníacos. (8)
19. Ashkenazy/Sinfónica de Sidney (Exton, 2009). Ni ambientes de pesadilla en referencia a la ópera El ángel de fuego, ni gaitas: precipitación, trazo lineal –agógica por completo plana–, tímbrica poco variada –la estridencia, que en esta partitura no se encuentra precisamente contraindicada, debe ir acompañada por múltiples sutilezas–, nerviosismo y vulgaridad efectista son sus signos de identidad, al menos en los movimientos extremos. El segundo está bien, sin que termine de destilar esa particular mezcla de espiritualidad y erotismo que necesita, mientras que el tercero se limita a resultar anguloso, desaprovechando por completo sus inquietantes remansos. Insuficiente la orquesta, trabajada con pinceles gruesos. (3)
20. Gergiev/Mariinski (DVD Euroarts, 2011). No podemos dudar que el enfoque de Gergiev sea es el más adecuado, es decir, expresionista, teatral y altamente electrizante. Tampoco de que el maestro ruso sepa obtener el color adecuado para el compositor y obtener las texturas más interesantes de la cuerda en los “maullidos” del tercer movimiento. Pero a la postre su tendencia al decibelio, la brutalidad y el más desaforado efectismo terminan lastrando esta interpretación que, pese a las virtudes apuntadas, termina resultando tosca, precipitada y superficial. Por si fuera poco la orquesta deja en evidencia su mediocridad, no tanto por las numerosas pifias que comete sino por la pobreza del sonido. (6)
21. Kirill Karabits/Sinfónica de Bournemouth (Onyx, 2013). Interpretación expresionista por excelencia, incisiva y visceral, que engancha desde la primera a la última nota tanto por su tensión interna magníficamente controlada –hay decibelios y descargas electrizantes, pero no brocha gorda– como por la asombrosa claridad con que la batura revela la cuidadosa orquestación de la obra. Ahora bien, la comparación con otras interpretaciones deja bien claro que el maestro deja en exceso al margen la sensualidad al mismo tiempo atmosférica y ominosa que proponen los pentagramas, pasando de largo frente a numerosas frases que podían estar más trabajada y no logrando destilar el peculiar ambiente, digamos que de “pesadilla erótica”, de la ópera El ángel de fuego. Brillante pero superficial, pues. De enorme claridad la toma. (8)
22. Gaffigan/Sinfónica de la Radio de los Países Bajos (Challenge, 2013): esta interpretación se parece un tanto a la de Karabits. Es decir, es la que podríamos asociar –quizá tópicamente– con un director joven, con ganas de comunicar y más ganas todavía de impactar, pero aún con un largo camino por recorrer para alcanzar la madurez. Lectura vistosa y con nervio, pues, pero muy desatenta a las diferentes atmósferas que la página necesita. La diferencia la marca el tratamiento orquestal menos cuidadoso por parte del maestro norteamericano, que no trabaja mal las texturas pero tampoco se preocupa mucho que digamos de aclarar el complejo entramado orquestal ni de diferenciar colores; ni siquiera termina de convencer su tratamiento de la cuerda, que carece del peso suficiente y se ve algo desdibujada frente a los metales. (7)
23. Alsop/Sinfónica del Estado de Sao Paulo (Naxos, 2014). La directora neoyorquina acierta a la hora de apartarse de todo efectismo y dejar a un lado las grandes explosiones sonoras para en su lugar atender a los momentos más líricos que albergan estos pentagramas, pero lo cierto es que ni la atmósfera enrarecida de estos se encuentra del todo conseguida -hay más contemplación que desasosiego- ni los aspectos demoníacos, obsesivos y virulentos quedan bien reflejados. Se aprecian también problemas a la hors de dotar de continuidad a la página, y el trabajo con la orquesta, siendo notable, se encuentra muy por debajo del que ofrecieron un Abbado, un Muti o un Ozawa. Tampoco la toma está a la altura, aun escuchada en alta resolución. (7)
24. Jurowski/State Academic Symphony Orchestra of Russia (Pentatone, 2016). Lectura eminentemente oscura, diabólica y terrorífica, de sonoridades
virulentas –impresionantes texturas de las maderas en el tercer
movimiento–, fraseo tan anguloso como obsesivo, atmósferas alucinadas y
tensiones implacables. Expresionismo puro y duro, incluyendo dentro del
mismo una buena dosis de humor negro –madera grave
llenas de socarronería–. También hay, aun sin llegar a las recreaciones de Muti, también espacio para la atmósfera: muy lento
el final del primer movimiento y embriagador a más no poder el segundo.
Si no se lleva la máxima calificación es por la orquesta, que no es sino
la Estatal de la URSS de toda la vida: la
cuerda en más de un momento me ha parecido rígida, mientras que el metal
posee esa particularísima sonoridad “soviética”, algo vacilante y poco
empastada. Sea como fuere, el maestro la trata a su formación diseccionando
con verdadera maestría: nunca he escuchado una interpretación todavía
más clara que la presente. Soberbia la toma, que se disfruta a tope en
SACD multicanal. (9)
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