martes, 25 de febrero de 2020

Bezuidenhout y Heras-Casado ajustician a Beethoven

Me parece lógico, justificado e interesante que los artistas se aproximen al repertorio clásico y romántico con instrumentos y criterios "históricamente informados". Y encuentro no solo apropiado, sino también necesario, que se realicen aproximaciones al repertorio tradicional que resulten renovadoras desde el punto expresivo, por mucho que no compartamos los criterios. Luego podremos discutir más o menos ardorosamente sobre los resultados y llegar a conclusiones por completo divergentes, pero de cara al conocimiento y al disfrute de las grandes creaciones artísticas de la humanidad, toda duda sobre lo que sabemos o lo que creíamos saber, todo replanteamiento de lo que hacemos o de lo que sentimos –o creemos sentir– resulta bienvenido. Nos guste o nos incomode.


Lo que me parece inaceptable es autoproclamarse como redescubridor para luego no ofrecer sino mediocridad. Y eso es lo que hace Kristian Bezuidenhout en esta primera entrega de la integran de los conciertos para piano que ha grabado en diciembre de 2017 para Harmonia Mundi junto a Pablo Heras-Casado y la Orquesta Barroca de Friburgo. Porque en sus notas de la carpetilla afirma, como era de esperar, que para la ocasión se han corregido numerosos errores de la tradición que –eso dice él– desfiguraban las intenciones originales del compositor; y también que solo haciendo uso de instrumentos y maneras HIP se puede hacer plena justicia a esta música ("the shock value of this music is only felt if these pieces are performed with deep reverence for the kind of late eighteenthcentury performance practice traditions that were part of Beethoven’s basic upbringing"). Pero a la hora de la verdad lo que este señor hace con Beethoven no es justicia, sino todo un ajusticiamiento.

Siendo cierto que el instrumento utilizado, una copia de un Conrad Graf de 1824, tiene unas determinadas propiedades a las que un oído "tradicional" le cuesta acostumbrarse, y que puede hablarse de limitaciones –serias limitaciones– con respecto a un piano moderno, no es menos verdad que resultan responsabilidad del solista el toque escaso en variedad, el fraseo rígido, las carreras mecanográficas, los trinos cursis y las frivolidades varias que nos ofrece Bezuidenhout en los conciertos para piano nº 2 y 5 que contiene este desdichado disco. Particularmente en el primero de ellos: ¿de veras es una obra "rococó"? Los porrazos, más que acordes, con que el solista nos hace pegar un respingo en el minuto 1:00 son de los que ponen muy en entredicho su sensibilidad musical. O a lo mejor es que así suena un verdadero hammerklavier, vayan ustedes a saber... Puro martillazo.

Algo parecido se puede decir de Pablo Heras-Casado, decididamente en carrera cuesta abajo y sin frenos: de ser el director español con más talento ha pasado a convertirse en una figura mediática que escribe libros, dirige festivales y va desfilando por todas las grandes orquestas del orbe terrestre al tiempo que defrauda, en mayor o menos medida, con casi todos los discos que graba. La aspereza en la sonoridad no me resulta desagradable; de hecho, me parece interesante. Y creo del todo conveniente que se potencien los aspectos "combativos" de la música beethoveniana, que es lo que intenta hacer en el Emperador. Pero me parece lamentable que con frecuencia el maestro se precipite, que el fraseo sea enjuto, que su teatralidad resulte exagerada, que ponga la violencia por encima de cualquier otra consideración expresiva y que en la op. 19 frasee con enorme frivolidad: ¡que introducción más saltarina y ridícula! Por no hablar del modo en que el timbalero sobreactúa en el Emperador, siempre en primer plano y emborronando el equilibrio polifónico. La orquesta, eso sí, es espléndida, y el maestro obtiene un gran rendimiento de sus maderas.

¿Dice este disco algo nuevo sobre Beethoven? Me parece a mí que no; o por lo menos, nada interesante. ¿Dice algo, al menos? Tampoco, salvo que uno se contente con un exhibicionismo de velocidad digital, espasmos orquestales y timbalazos sin ton ni son. Le lloverán elogios, seguro. Mientras tanto, ahí quedan señores como Arrau, Klemperer, Barenboim, Rubinstein, Böhm, Lupu, Ashkenazy, Bernstein, Zimerman o Kissin, que como todo el mundo sabe no hicieron justicia a esta música.

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