domingo, 14 de enero de 2018

Pappano vuelve a Berlín

Ayer por la tarde pude seguir en directo a través de la Digital Concert Hall el retorno de Antonio Pappano (¡qué soberbia Tercera de Saint-Säens nos acaba de dejar en discos) al podio de la Filarmónica de Berlín. Comenzó la velada con Ravel. Primero una lenta, atmosférica y mágica recreación de Una barca en el océano, a la que solo le falta un punto más de carácter tempestuoso, es decir, de contrastes expresivos, para alcanzar lo excepcional. Después, una extraña recreación de la Alborada del gracioso: bien desmenuzada y de rico colorido, globalmente resultó también algo plana, falta de salero y de desparpajo, mientras que en su desarrollo se combinaron, tanto por parte de la batuta como por la de la orquesta, detalles de extraordinaria categoría con pasajes no muy bien resueltos, incluso no del todo depurados en lo sonoro.


Siguieron cuatro hermosísimas canciones, en versión para orquesta, de Henri Duparc. En ellas la dirección me pareció espléndida, sensualísima y en su punto justo de decadentismo: hubo sensualidad embriagadora, melancolía y hedonismo, amén de un extraordinario refinamiento, pero no se cayó en blanduras ni en languideces. Para la parte vocal se contó con la exquisita colaboración de una Véronique Gens aún en buena forma, y a la que en esta ocasión no se le puede reprochar su habitual sosería: su distanciamiento fue el justo que pide esta música, a las que supo servir con espléndida dicción y una enorme morbidez en la línea de canto. Como curiosidad les diré que la Gens es una de las pocas artistas que me ha negado un autógrafo.

La segunda parte arrancó con Mussorgsky y la versión original (1867) de Una noche en el Monte Pelado. Varios cortes en la transmisión me impidieron disfrutar lo que parecía ser una extraordinaria interpretación, incisiva a más no poder, llena de sana rusticidad y recorrida por una electricidad de muy alto voltaje, pero admirablemente controlada: ¡qué virtuosismo el de orquesta y batuta!

Se cerraba el programa El poema del éxtasis. En teoría, una perfecta conexión con la primera mitad del mismo, pues no en balde hay quienes consideran a Scriabin como un impresionista ruso. Claro que también se puede hacer esta música mirando hacia Wagner: justo la opción de Daniel Barenboim, cuyas recreaciones discográficas –sobre todo la que tiene con la Sinfónica de Chicago, en edición comercial limitada de muy difícil localización– son las que más me gustan. Pero a mí me parece que Pappano lo que hizo con su extrovertida y vistosa recreación fue subrayar los vínculos con el otro ruso del programa, es decir, con Mussorgsky y con su Monte Pelado, particularmente por su genial manera de fragmentar las líneas de la arquitectura, por su virulencia tímbrica y por su habilidad para generar clímax paroxísticos. Desde luego, me gustó más que la interpretación que en esta misma plataforma le escuché a quien va a ser próximo titular de la orquesta: Kirill Petrenko.

2 comentarios:

Cristian Muñoz Levill dijo...

La lectura de Barenboim del "Poema" es de un altísimo nivel, dentro de su línea. Aprovecho de recomendarle mi versión favorita a cargo de Svetlanov (1996, con la ex Sinfónica de la URSS): el final es para derretirse.

https://www.youtube.com/watch?v=Pn5GcJFq-Qw

Mazeppa dijo...
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