Ayer por la tarde pude seguir en directo a través de la Digital Concert Hall
el retorno de
Antonio Pappano (¡qué soberbia
Tercera de
Saint-Säens nos acaba de dejar en discos) al podio de la
Filarmónica de
Berlín. Comenzó la velada con
Ravel. Primero una lenta, atmosférica y
mágica recreación de
Una barca en el océano, a la que solo le falta un
punto más de carácter tempestuoso, es decir, de contrastes expresivos, para
alcanzar lo excepcional. Después, una extraña recreación de la
Alborada del
gracioso: bien desmenuzada y de rico colorido, globalmente resultó también
algo plana, falta de salero y de desparpajo, mientras que en su desarrollo se
combinaron, tanto por parte de la batuta como por la de la orquesta, detalles de
extraordinaria categoría con pasajes no muy bien resueltos, incluso no del todo
depurados en lo sonoro.
Siguieron cuatro hermosísimas canciones, en versión para orquesta, de
Henri
Duparc. En ellas la dirección me pareció espléndida, sensualísima y en su punto
justo de decadentismo: hubo sensualidad embriagadora, melancolía y hedonismo,
amén de un extraordinario refinamiento, pero no se cayó en blanduras ni en
languideces. Para la parte vocal se contó con la exquisita colaboración de una
Véronique Gens aún en buena forma, y a la que en esta ocasión no se le puede
reprochar su habitual sosería: su distanciamiento fue el justo que pide esta
música, a las que supo servir con espléndida dicción y una enorme morbidez en la
línea de canto. Como curiosidad les diré que la Gens es una de las pocas
artistas que me ha negado un autógrafo.
La segunda parte arrancó con
Mussorgsky y la versión original (1867) de
Una noche en el Monte Pelado. Varios cortes en la transmisión me
impidieron disfrutar lo que parecía ser una extraordinaria interpretación,
incisiva a más no poder, llena de sana rusticidad y recorrida por una
electricidad de muy alto voltaje, pero admirablemente controlada: ¡qué
virtuosismo el de orquesta y batuta!
Se cerraba el programa
El poema del éxtasis. En teoría, una perfecta
conexión con la primera mitad del mismo, pues no en balde hay quienes consideran
a
Scriabin como un impresionista ruso. Claro que también se puede hacer esta
música mirando hacia Wagner: justo la opción de Daniel Barenboim, cuyas
recreaciones discográficas –sobre todo la que tiene con la Sinfónica de Chicago,
en edición comercial limitada de muy difícil localización– son las que más me
gustan. Pero a mí me parece que Pappano lo que hizo con su extrovertida y
vistosa recreación fue subrayar los vínculos con el otro ruso del programa, es
decir, con Mussorgsky y con su
Monte Pelado, particularmente por su
genial manera de fragmentar las líneas de la arquitectura, por su virulencia
tímbrica y por su habilidad para generar clímax paroxísticos. Desde luego, me
gustó más que la interpretación que en esta misma plataforma le escuché a quien
va a ser próximo titular de la orquesta: Kirill Petrenko.
2 comentarios:
La lectura de Barenboim del "Poema" es de un altísimo nivel, dentro de su línea. Aprovecho de recomendarle mi versión favorita a cargo de Svetlanov (1996, con la ex Sinfónica de la URSS): el final es para derretirse.
https://www.youtube.com/watch?v=Pn5GcJFq-Qw
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