Siento verdadera vergüenza ajena al leer por ahí (¡en pleno siglo XXI!) comentarios despreciativos a la obra de Olivier Messiaen (1908-1992). El problema no es que haya melómanos a las que les aburre la obra del autor de
San Francisco de Asís: cada uno tiene sus gustos. El problema es que esas mismas personas hacen mofa y escarnio del genial compositor francés, en plan chistoso y dándoselas de entendidos que no se dejan tomar el pelo. Auténtica paletez, vamos. Paletez hispánica por más señas, a la manera de uno de esos personajes que encarnaba Paco Martínez Soria.
Como muy probablemente usted no se parece a semejante clase de aficionado, me permito recomendarle esta caja editada por el sello Hänssler que hace poco he tenido la oportunidad de terminar: integral sinfónica de Messiaen a cargo de Sylvain Cambreling y la Sinfónica de la SWR de Baden-Baden y Friburgo, desde
Les Offrandes oubliées (1930) hasta
Éclairs sus l’Au-Delá (1991) pasando por la emblemática
Sinfonía Turangalila (1948) en grabaciones que casi todos los casos presentan soberbia toma de sonido realizadas entre 1999 y 2008. Música de enorme calidad, marcada por esa intensísima religiosidad de corte franciscano que caracterizaba al compositor, mística y espiritual a más no poder, pero también con más aspectos inquietantes de lo que a simple vista pueda parecer.
Indagar en estos últimos es precisamente el gran acierto de esta integral. Ya apunté algo de eso cuando
en este mismo blog comenté la
Turangalila que se ofrece en esta caja, pero ahora que he completado las audiciones lo tengo más claro: el maestro francés, además de clarificar el entramado sonoro con mano maestra, hace gala de una angulosidad tímbrica y una tensión sonora considerables, ofreciendo lecturas marcadas por su incisividad, su sentido del ritmo y su tensión dramática, alejándose al mismo tiempo del hedonismo sensual –colores pastel, contornos difuminados– que habitualmente asociamos a esta música. En cierto modo es como si la batuta quisiera subrayar que la creación de Messiaen no está emparentada solo con el impresionismo francés, sino que también debe no poco a Stravinsky por un lado y a la Segunda Escuela de Viena por otro.
La relativa heterodoxia de semejante enfoque no le impide a Cambreling, por otro lado, resultar particularmente extático y concentrado en los pasajes meditativos, si bien esta intensa espiritualidad resulta probablemente menos confiada y más anhelante de lo que el propio Messiaen, católico fervoroso de los pies a la cabeza, quiso que sonase: a veces la contemplación del Más Allá tiene algo –o mucho– de imponente y aterrador, aunque al final se termina imponiendo la visión de la bondad divina que se manifiesta a través de la naturaleza, particularmente a través de esos pájaros fielmente pasados a la partitura por el ornitólogo Messiaen y recreados de manera admirable por la exactitud rítmica de Cambreling y, también, por el magnífico toque de Roger Muraro en las partituras con piano.
Si hacemos un breve recorrido cronológico por cada una de las piezas, acudiendo a
Les Offrandes oubliées podemos calibrar ya las características de las interpretaciones de Cambreling. De este modo la primera parte, “la Cruz”, sabe ser no solo mística sino también inquietante, cosa que asimismo ocurre en la tercera, “la Eucaristía”, llevada con lentitud y una gran concentración. Muy fiera la sección central, “el Pecado”, en una línea salvaje que hasta cierto punto se emparenta con
La consagración de la Primavera.
En
L’Ascensión (1944), aun siendo el estilo irreprochable, sorprende la enorme tensión dramática, expectante y con cierta congoja más que puramente mística o transfigurada, que el director imprime al cuarto movimiento. También hay un desarrollado sentido de la incisividad tímbrica, intentando no conformarse con la sensualidad de “lo francés”, y una colorista extroversión en los momentos más tradicionales de la partitura.
Los
Poèmes pour Mi (1948) cuentan con la participación de la mezzo Yvonne Naef, notable aunque un punto fría. Por su parte, Cambreling subraya la fascinación que ejercen las texturas tímbricas, sabiendo sonar áspero y rabioso cuando debe y también mostrándose capaz de desplegar una concentrada elevación poética sin caer en el mero hedonismo.
La
Sinfonía Turangalila ya la comenté con cierto detalle en
otra entrada. Dije entonces que Muraro no destacaba particularmente, pero la cosa mejora de manera sustancial en
Réveil des oiseaux (1953), donde se desenvuelve a la perfección junto a una batuta angulosa e incisiva. Solista y director repiten enfoque y excelencia interpretativa en
Oiseaux exotiques (1956), partitura que no es sino complemento de la anterior.
En
Chronochromie (1960) hay más más “crono” que “cromie” debido a una interpretación aristada, obsesiva, de enorme exactitud y vigor rítmicos, admirable en el tratamiento de las texturas, y desde luego dicha con mucha garra expresiva e inmediatez: todo muy lejos de lo meramente intelectual.
La magistral
Et Expecto resurrectionem mortuorum (1964) está expuesta con toda su solemnidad y sentido del misterio, con una portentosa construcción de planos sonoros –concentrada, sobria, sin nerviosismos– y apreciable tensión interna. El muy dilatado oratorio
La Transfiguration de Notre-Seigneur Jésus-Christ (1969) se me hace demasiado largo, esa es la verdad; interpretación en cualquier caso irreprochable, con muy buenos solistas instrumentales y un espléndido EuropaChorAkademie.
No menos larga pero a mi entender mucho más fascinante es la partitura de
Des Canyons aux étoiles (1974), toda una ocasión de lucimiento para las dotes de Roger Muraro, anguloso y tenso a más no poder en “el ruiseñor”. Tremebunda en este mismo sentido la interpretación de ese breve concierto para piano que es
La Ville d’En-Haut (1987): puro expresionismo. En
Un Sourire (1989) Cambreling vuelve a demostrar como sabe moverse entre la angulosidad y el éxtasis más concentrado.
Para terninar tenemos
Éclairs sus l’Au-Delá, obra postrera que alcanza asombrosas cotas de belleza en el movimiento lento central y en el final, recibiendo una interpretación lentísima pero muy bien construida que consigue el equilibrio justo entre belleza sonora, misticismo y tensión dramática. Impresionante.