Un cajón de sastre para cosas sobre música "clásica". Discos, conciertos, audiciones comparadas, filias y fobias, maledicencias varias... Todo ello con centro en Jerez de la Frontera, aunque viajando todo lo posible. En definitiva, un blog sin ningún interés.
La producción de Lady Macbeth de Mtsensk que se presenta este sábado en el Teatro Real -allí espero estar- la preparó Martin Kusej para la Ópera de Holanda y fue filmada por las cámaras de Opus Arte los días 25 y 28 de junio de 2006 en el Het Muziektheater de Ámsterdam. Se trata de una propuesta llena de sexo más o menos explícito. De sexo, incluso de genitalidad pura, pero no de erotismo: todo aquí es seco, escabroso, desagradable. Los calzoncillos cagados del borracho en la fiesta -recuerdan a los de Divine de Cosas de hembras, pero aquí sin gracia ninguna- no son sino una muestra de todo un desfile de fea ropa interior, carnes flácidas y sudorosas, suciedad abundante -el suelo del escenario se encuentra cubierto de barro- y una mezcla de sangre y semen que se intuye más que se ve, aunque el asesinato de Zinovy (la aguja del zapato clavada en el ojo) sea bastante explícito.
Una puesta en escena voluntariamente incómoda, pues, que se aparta del tono con frecuencia caricaturesco de la algo desigual partitura de Shostakovich para incidir en los aspectos más escabrosos de una historia por completo vigente: la de una mujer antes víctima que verdugo, presa -la jaula de cristal de los primeros actos lo deja bien claro- en un mundo de hombres a cual más machista, mediocre y repugnante. Que algunos detalles no estén bien resueltos (hay alguna contradicción aislada entre lo que se ve y lo que se dice) no invalida una propuesta escénica que puede no ser la que mejor rime con la música, pero sí la que más nos hace pensar al tiempo que pasamos un mal rato.
Musicalmente el nivel en este doble DVD es alto. No podría ser menos teniendo en el foso a la que es probablemente una de las dos mejores orquestas de Europa, la del Concertgebouw, instrumento tan musical como flexible con el que su titular Mariss Jansons ofrece un trabajo de artesanía de la mejor calidad. ¿Artesanía? Sí: todo está en su sitio, expuesto con meridiana claridad, en perfecta sintonía con el estilo y dejando a un lado cualquier tipo de devaneo sonoro, pero falta ese grado de implicación última -de tensión sonora, visceralidad y desgarro- que encontramos por ejemplo en la filmación del mismo año en el Covent Garden (aún no en DVD) bajo la batuta de ese músico a todas luces más interesantes que es Antonio Pappano. Lástima.
El elenco holandés es muy parecido al que escucharemos en Madrid, incluso en los papeles más breves, con la importante excepción de Sergei: en el Real escucharemos a Michael König, mientras que en Ámsterdam vemos a un Cristopher Ventris que no solo realiza una irreprochable labor en lo vocal -ya lo hizo en una filmación anterior, la del Liceu-, sino que ofrece un físico grasiento, peludo y -pese a todo- no exento de cierto atractivo facial que hace que dé verdadero miedo verle en ropa interior. Claro que quien se lleva el gato al agua es Eva-Maria Westbroek, inmensa en su recreación de Katerina Ismailova no ya por su voz de muchísimos quilates y por una técnica de enorme solidez, sino por su perfecta comprensión del personaje tanto desde el punto de vista vocal como desde el escénico; las cámaras no tiene reparo a la hora de mostrarnos que en algún momento llora de verdad. También le ayudan su físico -carnes mórbidas, tetas generosas- y un maquillaje que acentúa su vulgaridad y hasta ordinariez. El resultado es prodigioso y el público de Ámsterdam así lo sabe ver con unas ovaciones que dejan aturdida a la maravillosa soprano holandesa. Si en Madrid se mueve en el mismo nivel vocal, estaremos ante una de las más portentosas recreaciones de un personaje operístico que se hayan presenciado en el Real en los últimos años.
El resto del elenco –ya les digo, casi al completo el mismo que veremos aquí- ofrece un alto nivel medio, destacando el vocalmente impecable y adecuadamente irónico inspector de policía de Nikita Storojev. Vladimir Vaneev convence en lo escénico, pues su Boris -el suegro de la protagonista- no puede ser más repulsivo, pero vocalmente no anda muy allá; en los dos aspectos le supera, con mucho, el inmenso John Tomlinson que tuvo Pappano (junto a Westbroek y Ventris, vaya suerte) en su citada recreación londinense. A destacar la valiente labor de Carole Wilson, que no solo tiene que mostrar sus pechos al personal sino dejar que se los magreen todos los miembros del coro masculino. Y un hallazgo la concepción particularmente alienada de Sonyetka, espléndidamente recreada por Lani Poulson, en el último acto.
No hay mucho más que decir: DVD imprescindible -imagen y sonido espléndidos, subtítulos en castellano, extenso documental complementario- y cita obligada en el Teatro Real para todos aquellos que piensen que la ópera es más, muchísimo más, que una serie de cantantes compitiendo a ver quién tiene más fiato y mejores agudos.
Lo he dicho muchas veces: el mundillo de la crítica musical de Jerez de la Frontera avergüenza desde hace años por su descarado peloteo hacia la figura de Francisco López, antiguo director del Teatro Villamarta y actual cabeza de la Fundación homónima. El pasado viernes 25 se estrenó una nueva producción realizada por él mismo de Sor Angelica (¡en versión con piano, cuando lo mejor de la portentosa partitura está en la orquesta!) combinada con varias canciones de Brahms. Pues bien, miren ustedes lo que escribe Nicolás Montoya en la prensa oficial del régimen, es decir, el Diario de Jerez (el texto completo lo pueden leer aquí):
“Si Puccini levantara la cabeza y observara, casi un siglo después, lo que un director de escena andaluz hacía con su obra, le estrecharía en un abrazo tal que hasta los ángeles del cielo se estremecerían. Claro, que enfrascados como están en Italia con los desmanes de un tal Berlusconi, ni la Scala ni la Fenice se han percatado del lujo de cabeza creadora que desde hace años anda por estas tierras. Mejor para nosotros. (…)
A nivel escénico, la genialidad del dueto formado por Francisco López y Jesús Ruiz se volvió a disfrutar en un escenario. Luces y sombras, blancos y negros, ambiente intimista, tonalidades como protagonistas y un vestuario que reflejaba en todo momento las intenciones de sus protagonistas. Quizás el espectáculo visual se enriqueció en gran parte debido a la maravilla de creación lumínica que, como siempre, nos tiene acostumbrados, y que en este caso además consiguió llenar de sentimientos y de emociones los momentos cruciales de la producción. La esmerada ocupación de espacios, a pesar de algunas indecisiones, los movimientos en escena en segundos planos, la capacidad de mover como unidades visuales a los participantes y la enorme carga de intenciones en todas las creaciones de personajes, fueron impactantes. Todo el ambiente conseguido rezumaba un trabajo milimétrico, y en esta ocasión, aforando calles en líneas verticales cruzadas en busca de lo trascendente, con un escenario abierto y limpio en aras de lo inmaculado, y con la grandiosidad de un ciclorama que a nivel audiovisual impactaba y conseguía hacer latir en pocos metros las entrañas más divinas de lo humano.”
Sobre el espectáculo en sí mismo no puedo hablar, porque no estuve. A mí me han dicho que fue un muermo pedantorro e infumable, pero no dudo que al autor del artículo le haya gustado mucho. Pero una cosa es eso y otra muy distinta el tono ditirámbico utilizado. ¿Sabe el tal Montoya lo que es un genio de la escena? ¿Ha visto mucha ópera por ahí? ¿Ha oído hablar de Strehler, de Ponnelle, de Chéreau, de Wernicke, de Carsen o de Kupfer, por ejemplo? A Francisco López le he visto bastantes producciones en Jerez, algunas que me gustan mucho, otras que me gustan lo suficiente y otras que me gustan poco o nada. No me parece un mal director. Puede que algo rancio y previsible, eso sí, pero no malo. Ahora bien, de ahí a la genialidad, la que por ejemplo he visto recientemente en el Pelléas de Robert Wilson (enlace) o en el Gran Macabro de La Fura (enlace), me parece a mí que media un abismo.
Me hace particular gracia eso de que en La Scala no se han enterado del presunto genio del director de escena cordobés. ¿Cuántas producciones le han ofrecido a este señor por ahí fuera, en teatros más de andar por casa? Lo único que yo le conozco es su magnífico trabajo sobre El loco para el Ballet Nacional de España. Al margen de eso, su obra en los últimos lustros se limita casi en exclusiva a las producciones que ha realizado para las dos instituciones de las que ha sido rector, el Gran Teatro de Córdoba y el Teatro Vilamarta de Jerez, en las que por cierto fue contratado en la figura de gestor y no en la de director escénico; otra cosa es que una vez ocupado el cargo bien que haya procurado estar presente en todas las temporadas y, obviamente, intercambiar sus realizaciones con las de otros teatros en los que también sus gestores se invitan a sí mismos a ofrecer sus servicios como artista, desde Curro Carreres en Murcia hasta Giancarlo del Monaco en Tenerife (enlace).
Además, ¿no era el Villamarta un teatro comprometido con los jóvenes artistas? Con la cantidad de directores de escena noveles que hay en España esperando una oportunidad para ofrecer -por el precio que sea- algunas de sus propuestas, no deja de sorprender que la inmensa mayoría de sus producciones propias hayan corrido a cargo de López, quien además escoge los títulos que a él le parece sin tener en cuenta que pueden ser repetidos: es el caso de este Puccini, pero también obras como Elixir, Don Giovanni o Carmen se habían visto ya en el teatro jerezano antes de que este señor decidiera ofrecer una producción firmada por él mismo y repetirla cada cierto tiempo. El resultado es que determinados títulos han sido visto en Jerez una buena cantidad de veces desde la reapertura del teatro mientras que otros muy importantes siguen durmiendo el sueño de los justos. Buena manera de educar al público.
Lo que sí hay que reconocerle es su capacidad para despertar adhesiones incondicionales, sobre todo en el mundo de la prensa. Justo como su colega Del Monaco, curiosamente. En Jerez ya hace tiempo que los chicos de La Arcadia (enlace) empezaron a funcionar como guardia pretoriana de López y sus allegados, así como del Coro del Villamarta y de cantantes de la localidad como Ismael Jordi (otra suerte han corrido artistas como Ángel Hortas, caído en desgracia ante López y por ende en el punto de mira de los arcadios). Desde que el anterior director del Diario de Jerez empezó a hacer giras junto a su esposa -miembro del coro- y a compartir experiencias con la dirección del teatro, todo quedó atado y bien atado. Nadie queda ya en Jerez que se atreva a levantar la voz. Todo son aplausos, aplausos y aplausos. Prietas las filas: el pensamiento crítico está desterrado. Los graves problemas presupuestarios que atraviesa el Villamarta ofrecen la excusa perfecta para considerar la disidencia como alta traición. Mientras tanto, al tiempo que algunos se autoimponen la medalla de “verdaderos amantes de la lírica”, las sesiones que ofrecen los martes en los Cines Ábaco siguen teniendo una media de asistencia de tres personas. En las últimas semanas se han visto la Carmen de Barenboim, la Adriana de Kaufmann y Gheorghiu y una Tosca por los mismos cantantes dirigida por Pappano. Mañana repiten Puritani con Flórez. ¿Qué se apuestan a que no va nadie?
La primera vez que oí hablar de Ryuichi Sakamoto fue hacia 1987 en Radio 3, más concretamente en el programa de Ana Mª Vega Toscano “Despierta”. Por aquel entonces yo me estaba entusiasmando con la música de cine y el artista japonés se había hecho famoso con su partitura para Bienvenido Mr. Lawrence, en la que asimismo realizaba un inolvidable papel de “malo malísimo”, como recuerdo que decía la presentadora. Por las mismas fechas alcanzó enorme prestigio gracias a su óscar (compartido con David Byrne y Cong Su) por El último emperador, que José Luis Pérez de Arteaga emitió completa en “El mundo de la fonografía” y yo grabé religiosamente para escuchar una y otra vez (recurrir a la casete era el único sistema que teníamos los estudiantes para conocer la música que nos apetecía sin gastarnos toda la paga de nuestros padres). A partir de ahí le perdí la pista a Sakamoto casi por completo: una bellísima partitura para Cumbres borrascosas, otra sin particular interés para Tacones lejanos y poco más. Por eso me ha hecho ilusión verle por primera vez en directo el pasado viernes 18 de noviembre aprovechando mi viaje para El Gran Macabro. Me ha merecido la pena por ser mi primera visita a esa cueva maravillosa (y también cueva de ladrones) que es el Palau de la Música de Barcelona, pero no por el concierto en sí mismo.
En realidad saqué la misma impresión que de Philips Glass cuando le escuché no hace mucho en Úbeda (enlace): si realiza música comercial/cinematográfica/melódica los resultados son espléndidos, pero cuando se pone en plan serio la pretenciosidad le hace dormir a las ovejas. Buena parte del recital -me perdí la primera pieza debido a un agotador viaje en coche de siete horas- consistió en un soporífero minimalismo a base de ostinati en violín y violonchelo salpicado por acordes suspendidos del piano, obviamente con el propio Sakamoto sentado en la banqueta. Judy Kang y el chelista brasileño Jacques Morelenbaum –veterano colaborador del japonés- realizaron un digno trabajo en sus respectivos instrumentos, pero no lograron soslayar el carácter insustancial de la propuesta. Además, la fusión entre Debussy y la sensibilidad japonesa ya la hizo antes –y mucho mejor- Totu Takemitsu. La aparición del tema de Mr. Lawrence fue acogida con aplausos con un público manifiestamente aburrido, pero la blandura de la interpretación terminó defraudando. La cosa se animó con la música escrita para Almodóvar y con 1919, una de las piezas de su desigual álbum 1996 que –estando escrito para la misma formación de cámara- sirvieron de base a este recital que dejó tristemente de lado el mejor Sakamoto para ofrecernos su vertiente más pretenciosa. Entre las propinas hubo un guiño al público catalán con El Cant dels Ocells, pero El último emperador no hizo acto de presencia. La verdad, se hubiera agradecido.
Solo una vez en mi vida había estado en el Gran Teatre del Liceu. Fue en 1999, para ver El caso Makropulos protagonizado por Anja Silja –ya gastada vocalmente pero artista excepcional- en la espléndida producción de Nikolaus Lehnhoff procedente de Glyndebourne. He vuelto ahora –viaje agotador, carísima entrada de butaca de patio- con la ocasión del estreno en España de Le Grand Macabre, la divertidísima y genial “anti-antiópera” (sic) de György Ligeti, en la aplaudida propuesta de Alex Ollé, Valentina Carrasco y los chicos de La Fura dels Baus. Me ha merecido la pena: independientemente del carácter excepcional del acontecimiento y las escasas posibilidades de volverla a escuchar en directo en esta España afectada por un brutal giro conservador, los resultados de la interpretación me han parecido notables en lo musical y sensacionales en lo escénico. Vamos por partes.
Pese a no contar precisamente con una orquesta de primera fila, me pareció muy digno el trabajo de foso realizado por el todavía titular del Liceu, Michael Boder, sobre todo por su buen hacer a la hora de concertar –la partitura es de extrema dificultad- y por poseer ese desarrollado sentido de las texturas que demanda la música de Ligeti. El problema son las comparaciones, tanto con el portentoso análisis tímbrico, rítmico y armónico de Esa-Pekka Salonen en su grabación discográfica realizada para Sony en 1998 como –sobre todo- con el despliegue de fuerza, tensión sonora y desgarro expresionista ofrecido por el veterano Zoltán Peskó en la Ópera de Roma en 2009, precisamente con la misma producción de la Fura, que ustedes pueden escuchar en trasmisión radiofónica disponible en Internet (enlace).
Vocalmente la obra es imposible, porque como buena ópera expresionista (pensemos en Elektra o Lulu) se exigen tesituras extremas e intervalos desmesurados para llevar al límite las tensiones sonoras y emocionales. Que las voces tímbricamente sean atractivas es aquí lo de menos. Por eso mismo sobresalió el Piet inmenso de un Chris Merrit todo lo “acabado” que se quiera para el repertorio belcantista que le hizo famoso, pero perfecto dominador de una técnica que le permite proyectar su voz de manera admirable, hacer alardes de fiato y desenvolverse en la franja aguda; por si fuera poco se descubrió como un actor soberbio, sin pudor alguno además para caricaturizarse o hacer alarde de su grasa abdominal.
Bastante menos bien estuvo Werner Van Mechelen en el rol titular: en el registro grave se quedó muy corto, como también en personalidad. Floja, vocalmente inadecuada y con escasa proyección al menos hacia el patio de butacas, Ning Liang como la detestable Mescalina. Eché de menos a la estupenda Jard van Nes de la citada grabación de Salonen. En ésta ya estaba presente Frode Olsen, quien en el Liceu se ha vuelto a desenvolver con gran dignidad como Astradamors. Fantástico, como no podía ser menos, el Go-Go de Brian Asawa. Los demás realizaron un muy solvente trabajo, pero quien puso la guinda fue una sensacional Barbara Hannigan en el doble rol de Venus y Gepopo. Si tienen tiempo vean el siguiente vídeo donde la soprano canadiense se dirige a sí misma (!) en sus increíblemente diabólicas arias de coloratura haciendo gala de portentosa agilidad vocal y singularísima presencia escénica.
En cuanto a la Fura, debo advertir que no siempre me convence lo que hacen en el campo operístico: me gustaron mucho Anillo y Mahagonny, y también me interesaron La condenación de Fausto y El martirio de San Sebastián, pero sus Troyanos los considero flojos y su Flauta Mágica absolutamente deleznable. Este Ligeti me ha parecido, con diferencia, su mejor trabajo. Más aún: la tengo por una de las mejores producciones que he visto en mi vida de cualquier título operístico. Y no crean que su fuerza se basa fundamentalmente en la gigantesca muñeca diseñada por Alfons Flores que gira, se abre y recibe proyecciones. Ni tampoco en la recurrencia a determinadas señas de identidad fureras, como la presencia de personajes colgando del techo (¿podía imaginar Chris Merrit que un día iba a cantar balanceándose a muchos metros del suelo?) o un claro gusto por lo escatológico. Ni siquiera en las morcillas de Madonna y Michael Jackson. No: además todo eso y más, hay detrás un maravilloso trabajo lleno de inventiva que toma a Ligeti no como excusa sino como base, y que se sirve de la tecnología para ayudar a la acción y no para epatar al personal.
Una lectura atenta de las acotaciones escénicas y de las diversas declaraciones del compositor nos permiten además comprobar que Alex Ollé y Valentina Carrasco no se han tomado ninguna libertad gratuita, sino que han realizado sus aportaciones muy atentos a las intenciones originales del compositor y sin traicionar en modo alguno su espíritu. No conformes con eso, han sido además capaces de materializar algunos de los imposibles pedidos por el libreto, como la aparición de personajes flotando en el espacio o la disminución progresiva de tamaño de Nekrotzar al final de la función. Y todo ello, atención, ofreciendo una soberbia dirección de actores –cosa que no siempre ocurre en los trabajos fureros- en la que todos y cada uno de los cantantes realizan un trabajo irreprochable, sobresaliendo en este sentido –ya lo dijimos arriba- un impagable Chris Merrit.
¿El respetable? Estuve la noche del estreno, la del sábado 26. Se combinaba el público burgués de la tercera edad con gente que sabía a lo que venía y alternatas varios. Algunos abonados habían dejado butacas vacías no haciendo acto de presencia, pero no percibí deserciones en el entreacto. Hubo risas cuando los personajes salían de una vagina gigante, momento en el que en la Ópera de Roma –en el audio antes referido- se escuchan gritos de escándalo. No pocos salieron corriendo en Barcelona nada más terminar la función. Se aplaudió con especial entusiasmo a Barbara Hannigan y Chris Merrit, pero fueron los de La Fura los recibidos con mayor calor, pese a que una persona aislada, en el lateral izquierdo, los abucheó con saña. Para mí, una función memorable. Ah, excelente el libreto editado por el Liceu, pese a que el texto original se ofrecía en alemán y no en inglés, que es la lengua en que se ha visto esta producción.
Quiso la casualidad (volvía de un viaje a Barcelona: ya les hablaré del Gran Macabro) que asistiera al Boris Godunov que anda presentando el Palau de Les Arts la noche de ayer 20-N, es decir, la de las elecciones generales españolas. Viendo la entronización del protagonista, creyéndose su propio discurso lleno de hipocresía y bien respaldado por su corte de aduladores, no pude menos que pensar en el José Luis Rodríguez Zapatero de hace ocho años, el de “os prometo que no cambiaré”. Al final de la obra -se ofreció la versión original de 1869 con el añadido de la escena del bosque de Kromy- el pueblo, con la esperanza de conseguir un cambio a mejor y guiado por los charlatanes de turno -Varlaam y Misaíl-, aclamaba como nuevo zar al falso Dimitri, un personaje embustero y mediocre que ha llegado hasta ahí porque convergen en torno a él los intereses de los poderes fácticos. Y entonces pensé en Mariano Rajoy y en el baño de multitudes que previsiblemente se iba a dar -y de hecho se dio- una hora después en el balcón de la calle Génova. Y qué decirles del manipulador Shúyski, auténtico gobernante en la sombra poniendo y derribando zares en función de su conveniencia… Dejando a un lado la excelsitud de la partitura, el libreto de Boris sigue por completo vigente.
Pero a lo que vamos: fue una muy buena función de la obra maestra de Modest Mussorgsky. Quedó lejos del milagro conseguido por el Liceu de Barcelona en 2004 (enlace), pero el nivel medio fue alto, homogéneo y muy difícil de superar globalmente, entre otras cosas por la contrastada calidad de las fuerzas estables de Les Arts: la orquesta rindió a su nivel habitual, mientras que el coro, pese a mostrarse algo chillón durante el prólogo, realizó un trabajo digno de la mayor admiración (comparen ustedes con cualquier registro en CD o DVD y saquen sus conclusiones, por favor).
Canceló Omer Meir Wellber la función de ayer y tuvo que sustituirle a última hora su asistente Carlo Goldstein. Hubo desencuentros entre foso y escena, pero no se le debe reprochar nada: bastante mérito es ya lidiar con una partitura así sin previo aviso. Como concepto tampoco debemos decir mucho, porque no sabemos qué se debía al titular y qué a su reemplazante; puedo añadir, en todo caso, que la orquesta sonó poderosa pero excesiva, que se desplegó una buena dosis de energía y que el fraseo adoleció de exceso de nervio. Insisto de todas formas en que bajo estas circunstancias solo caben elogios hacia la batuta. La orquesta así lo supo ver agradeciendo su labor durante los aplausos.
Me gustó mucho Orlín Anastassov: aun siendo evidente que su voz -espléndida- no es la más adecuada para el rol titular y que su juventud le impide de momento llegar a la madurez de los realmente grandes, el bajo búlgaro ofreció una recreación de línea hermosísima y una enorme sinceridad expresiva. En la escena de la coronación anduvo algo cortito. En el final, espléndido.
Nivel medio notable en el resto, siendo de muy destacar la Xenia de Ilona Mataradze. Sin llegar a su enorme altura, fueron muy buenos el Pimen de Alexánder Morozov, el Grigori/falso Dimitri de Nikolai Schukoff, el Varlaam -impresionante voz- de Vladímir Matorin y el demente de Andréi Zorin. Más que digno el niño Iván Khudyakov como Fiódor y muy correcto Arnold Bezuyen como Shúyski, este último sustituyendo en las dos últimas funciones a otro tenor que estuvo horroroso según las siempre fiables crónicas de Maac y Atticus. En la que a mí me tocó, por fortuna, el recambio logró un admirable equilibrio vocal y redondeó un elenco que -insisto- no es fácil de superar.
Correcta, digna, sensata y muy honesta, dentro de una línea naturalista, la propuesta escénica del cineasta Andréi Konchalovski, aunque solo eso. Algunas buenas ideas (el maquillaje que evidenciaba las torturas infringidas a Pimen, el maltrato hacia Fiódor por parte de Shúyski y los boyardos) no terminaban de disimular lo convencional de los movimientos de masas y una concepción global que rozaba lo rancio. Me gustó el vestuario de Carla Teti, sobre todo por mantenerse alejada de la peligrosa tentación de lo hortera, decepcionándome sin embargo la iluminación realizada por Vinizio Cheli y el propio Konchalovski. Sobria a más no poder –y sorteando el ridículo que implicaría emular fastos imperiales con escaso presupuesto- la escenografía de Graziano Gregori. Por si a alguien le interesa, la producción está editada en DVD bajo la dirección de Gianandrea Nosea y con un elenco parecido. A ella corresponde el clip de Youtube que he incluido.
Muy en resumen, un optimista inicio de temporada para Les Arts. Aunque yo me quedé con las palabras del loco, a mi entender de rabiosa actualidad:
“¡Brotad, brotad, lágrimas amargas! ¡Llora, llora, alma creyente! Pronto vendrá el enemigo y la oscuridad caerá. Negra oscuridad, tinieblas insondables. ¡Ay, ay de Rusia! ¡Llora, pueblo ruso, pueblo hambriento!”
Hay personas que afirman que el pensamiento político no debe entremezclarse con la valoración del hecho musical. Se equivocan: siempre están entremezclados, aunque a algunos les cueste reconocerlo. La ideología política de cada persona no es sino un reflejo de su manera de ver el mundo, como lo son también los gustos artísticos en general y los musicales en particular. Esto no quiere decir que exista un “arte de derechas” y un “arte de izquierdas”, pero sí que hay puntos de contacto importantes entre lo uno y lo otro que no se pueden obviar, dentro de un grupo de factores muy amplio, si queremos comprender por qué a determinadas personas les gustan unas cosas y a otras no. Luego está el tema de la política musical, este sí un hecho puramente ideológico: cómo nos gustaría que se gestionase desde las administraciones públicas el mundo de la música. Por todo ello, para ser sincero con los lectores de este blog, y al hilo de la campaña electoral que se está desarrollando en España ante las elecciones generales del próximo 20 de noviembre, quiero dejar constancia por escrito de mi ideología. Sin ambigüedades, con las cartas boca arriba.
Ante todo soy un demócrata. Asqueado de la baja calidad de nuestra democracia, sí, pero demócrata. Rechazo cualquier tipo de dictadura, sea de un extremo u otro, y abogo mucho antes por limpiar el sistema que por atacarlo. Y dentro de la democracia soy demócrata “de izquierdas”. Ya sabemos que este término resulta hoy más resbaladizo que nunca, pero todos sabemos a lo que nos referimos. Quitando el asunto del aborto (acto que me parece lamentable salvando los tres famosos supuestos), mi pensamiento encaja en general con lo que en teoría -y solo en teoría, ay- proponen PSOE e IU. No me avergüenzo lo más mínimo de ello, como sí parecen hacerlo quienes se molestan muchísimo si les llaman “conservadores” o “de derechas” (ellos sabrán por qué, aunque a mí me parece claro el motivo). Para matizar un poco diré que soy más monárquico que republicano: en una democracia tan precaria como la nuestra, la figura del rey aporta una solidez de la que estamos muy necesitados, independientemente de que algunos aspectos de la institución se encuentren hoy día obsoletos y deban ser revisados.
Dicho esto, comprenderán ustedes que me alinee en contra del movimiento neoliberal (me refiero a la apuesta por la inhibición del estado frente a la acción empresarial), y que considere a este particularmente nocivo para el mundo de las artes digamos “minoritarias”, como es el caso de la música clásica, que si no sigue recibiendo un apoyo decidido por parte de las administraciones públicas se va a ver apuntillado por el libre mercado, que a mi entender no es sino la dictadura del cada vez más vulgar gusto globalizado. ¿Recuerdan cuando llegaron las televisiones privadas a España? Pues eso.
Soy además partidario de un estado laico, pero laico de verdad -no como el que tenemos ahora-, que deje a la religión donde tiene que estar, en la vida íntima de la persona, lo que no significa dejar de reconocer los enormes valores del mundo de lo espiritual en general y de la Iglesia Católica en particular; me molesta la actitud anticlerical de muchas personas, aunque comprendo que sea una respuesta al carácter agresivo de buena parte del clero actual que tiene la intención de seguir imponiendo, como lo han venido haciendo desde siglos para lo bueno y para lo malo, sus particulares criterios en la vida privada. Ni que decir tiene que soy rotundo partidario del matrimonio homosexual, ese mismo que tanto irrita a algunas personas que se postran ante el Papa para luego practicar doble moral de alcoba.
¿Reivindicación de la mujer? Desde luego, pero por favor que sea sin estupideces gramaticales del tipo “os/as” (a ver si nos enteramos de que en castellano el masculino es neutro). ¿Memoria Histórica? Rotundamente, y más en estos momentos en los que campa a sus anchas entre los superventas la basura pseudocientífica de carácter ultraderechista parida por César Vidal, Pío Moa y gente de su condición. ¿Tabaco? No, gracias: ¡muy bien por la ley promovida por el PSOE!
Nacionalista, poco. El nacionalismo español me hace sentir incómodo. El andaluz nunca me ha convencido. El gallego, el vasco y el catalán cuentan con una indudable justificación histórica, pero me parecen de un empobrecedor provincianismo: es mucho más interesante lo que nos une que lo que no separa. Sea como fuere, me siento tremendamente orgulloso de ser andaluz y español, entre otras cosas porque hemos sabido construir una de las culturas más ricas, personales y brillantes de Occidente gracias a nuestra capacidad de asimilar durante siglos todo lo que nos han ido aportando las civilizaciones con las que hemos ido entrando en contacto. España ha sido, pese a algunos episodios de sobras conocidos, tierra de acogida e intercambio. Ojalá lo siga siendo.
Sobre la crisis quizá no debería hablar, porque es un tema en exceso complejo. Simplificando mucho diré que en parte lo veo como un fenómeno inducido por los grandes capitales para hacer frente a la amenaza oriental: ante la expansión de los mercados asiáticos, que basan su fuerza en una mano de obra barata y poco conflictiva, por no decir explotada, la respuesta occidental es recortar(nos) los derechos laborales que hemos obtenido a lo largo de los dos últimos siglos. Claro, para cometer semejante atropello hace falta una situación de extrema gravedad que asuste de tal manera a la población que esta no tenga más remedio que dar el visto bueno a sus gobiernos, siendo estos últimos unos meros peleles en manos de las grandes finanzas (concretemos: de los grandes financieros, que estos tienen nombre y apellidos). La crisis, haya sido o no impulsada artificialmente, ha ofrecido la excusa perfecta para emprender un proceso que no tiene marcha atrás: las medidas que toman los gobiernos europeos no son temporales, “hasta que estemos mejor”, sino el comienzo de un nuevo ciclo que nos hará trabajar –nunca mejor dicho- “como chinos”, es decir, como nosotros mismos trabajábamos en los dos primeros tercios del siglo XIX.
¿Y en España? El causante de que nuestra economía esté débil y, por ende, no haya podido resistir la presión de los mercados a la hora de pillarnos y meternos en el mismo saco que el resto, haciendo con nosotros lo que les da la real gana, no es el PSOE de los últimos ocho años. Lo es el Partido Popular de tiempos de José María Aznar, con su escandalosamente egoísta y medioambientalmente nociva, además de ruinosa, política del ladrillo. Y también, esto hay que subrayarlo, la ambición de muchos bancos, de muchas empresas y (¡desde luego!) de muchos españolitos de a pie que intentaron obtener dinero fácil a base de especulación. Les dejo este vídeo donde Aleix Saló explica el asunto de manera muy divertida.
A Rodríguez Zapatero se le pueden criticar muchas cosas, pero él no es responsable de la crisis. Es responsable de haber hecho frente a la misma tarde y –sobre todo- mal, es decir, entregándose a Merkel y Sarkozy a cambio de unos meses más en el gobierno. Un presidente está para hacer lo que le han pedido los que le han votado, aunque estos estemos equivocados: traicionar a su propio programa electoral es un error muy grave que pone en grave peligro la esencia de la democracia. Otra cosa es que, de no haberse sometido Zapatero a la voluntad de los mercados, nos pudiéramos ahora encontrar como Grecia; es posible, pero ahí la culpa es de nuevo de su antecesor por haber convertido nuestra economía en una enorme pompa de jabón, tan vistosa como frágil. Rubalcaba pregona ahora políticas más de izquierdas que resultan difíciles de creer, visto los antecedentes. ¿Hasta ahora no descubren que bajar los impuestos es de derechas? O son muy tontos, o se callan con la mayor hipocresía. Los socialistas deben emprender un muy serio proceso de autocrítica y de limpieza interna.
Aun así, confieso que he votado –por correo- al PSOE. Y lo he hecho teniendo en mente la bochornosa traición de Izquierda Unida en Extremadura, porque creo que ahora lo prioritario es unir fuerzas para impedir (¿es posible el milagro?) la mayoría absoluta de Rajoy. Un personaje (mejor dicho: un equipo de gobierno) tan gris como siniestro que trae detrás una política neoliberal de recortes, de presión hacia los trabajadores y de privilegios para la empresa privada, ya puesta en práctica en algunas comunidades autónomas sin el menor disimulo, que va a prolongar y acentuar lo peor de la línea económica conservadora emprendida por Zapatero, profundizando en las desigualdades entre ricos y pobres –una tendencia de todo el mundo capitalista reciente, como no hace mucho se ha podido saber- y conduciendo por ello hacia una fractura social que va a radicalizar las ideologías hacia los dos extremos y conducir a una violencia creciente, primero verbal y después incluso física.
Hay además dentro del PP una línea que, aunque no mayoritaria, resulta particularmente peligrosa, la de los franquistas de toda la vida, quienes sin ser neoliberales –son dos cosas bien distintas- han sabido hacerse importantes en el partido gracias a su capacidad para emprender una ferocísima campaña mediática basada en la manipulación y la mentira más descaradas, usando la táctica Goebbels de que una mentira mil veces repetida se convierte en una verdad. Diarios y televisiones privadas que todos tenemos en mente son los tentáculos con los que, alimentándose de la crispación que conlleva la crisis, han creado una atmósfera “guerracivilista” a la que ya no somos ajenos en nuestra vida diaria. Personalmente lo noté el día en el que en un restaurante de la localidad donde ahora vivo me llamaron “socialista de mierda” (sic) al tiempo que el dueño del local me espetaba que “con Franco teníamos una democracia de verdad”, todo ello sazonado con perlas del tipo “ten cuidado a ver si te pasa algo por ahí”; son anécdotas, pero significativas. Por no hablar de las barbaridades que le puedo leer a algunos amigos en Facebook o MSN, que parecen poco menos que dictadas por ciertos columnistas y tertulianos no solo en los conceptos sino también –eso es lo peor- en el tono visceral, irreflexivo y chulesco. Muchos parecen estar deseando pillar a algún “progre” para vomitarle encima todo su odio. Con el triunfo de Rajoy –quien obviamente habrá de premiar a quienes le apoyaron- todo esto puede ir a más, y por eso creo que toca ahora más que nunca armarse de valor y decir las cosas tal y como uno las piensa. No podemos dejar que nos atropellen.
Dicho esto, cierro –por falta de tiempo- la actividad de este blog hasta después de las elecciones, cuando espero hablarles de cómo el mundo se acaba el 19-N y de cómo el pueblo aclama como nuevo soberano a un tipo la mar de hipócrita la noche del 20-N. Es decir, de El Gran Macabro y Boris Godunov. Hasta entonces, si les apetece.
El programa que Daniel Barenboim diseñó para la West-Eastern Divan en 2007 estaba integrado por Leonora III y las Variaciones para orquesta de Schoenberg -que ya habían interpretado el año anterior- en la primera parte y la Sexta de Tchaikovsky en la segunda. Para escucharlo me desplacé con unos amigos a una Córdoba extremadamente calurosa que nos aguardaba a 43 grados al sol. La anécdota del día fue que cuando subimos a la piscina del hotel -muy bueno pero barato: no hay muchos turistas por esas fechas- nos encontramos a la chavalería de la orquesta pegándose el remojón. Ya por la tarde nos acercamos al Gran Teatro, un poco con la mosca detrás de la oreja: todos coincidíamos en que la Patética que el argentino había grabado para Teldec en 1998 no estaba, pese a ser magnífica en sus movimientos extremos, a la altura de las circunstancias. Lo que al final esa velada escuchamos nos pareció superior, como también nos impactó la interpretación del Schoenberg. Si no escribí nada en Filomúsica –tampoco pedí entradas de prensa, claro- es porque no me había sentido nada bien tratado en la edición anterior por un señor llamado Javier Briongos y, la verdad, no me apetecía repetir la experiencia.
Sí que voy a escribir ahora, pese a mi escasez de tiempo libre, movido por los justos comentarios que me realiza mi colega Asier Vallejo en una entrada anterior (enlace), aunque lógicamente no lo hago sobre el concierto cordobés sino frente a la interpretación ofrecida varios días después en nada menos que el Festival de Salzburgo editada por Decca en CD y por Cmajor en Bluray, este último con una impresionante calidad de sonido si se escucha en DTS-HD Master Audio 5.1.
La obertura de Beethoven no es novedad con respecto a lo que ya le conocíamos a Barenboim, y de hecho existe una filmación con la misma orquesta del año anterior editada por Medici Arts: una introducción matizadísima, tensa y llena de misterio, muy gótica, da paso a la típica interpretación dramática y apasionada de Barenboim, fraseada con calidez, irreprochable en su sonido puramente beethoveniano y arrebatadora en toda la sección final. No conozco una sola interpretación en audio o vídeo claramente superior a estas dos. La que la orquesta y su director hicieron este verano en Colonia (enlace) no me pareció tan lograda.
Me gusta la manera en que Barenboim “humaniza” las geniales Variaciones para orquesta, apartándose tanto del distanciamiento analítico de un Boulez -en cualquier caso impresionante en su registro para Erato de 1991- como también del expresionismo visceral de un Solti -portentoso en su grabación de 1974 para Decca-. El de Buenos Aires, en una opción todo lo discutible que se quiera pero llena de atractivo, ofrece una interpretación llena de misterio y sutileza, dicha desde el corazón, que incluye la más variada gama expresiva posible y aporta un colorido sensual que, ciertamente, puede sonar un tanto “romántico”. Para mí el único reparo es que la orquesta se queda algo corta en virtuosismo en una obra que lo demanda en grado superlativo.
En cuanto a la Patética, se trata de una introvertida, atmosférica y muy negra interpretación. El primer movimiento resulta más bien gótico, en la línea de un Karl Böhm, si bien sorprende la aparición de varios portamentos -que no están fuera de estilo-; por otra parte, en algún pasaje la claridad de planos no está siempre conseguida y se puede reprochar que en el final la concentración no sea la mayor posible. En el Andante con grazia Barenboim supera con mucho su grabación con la Sinfónica de Chicago ofreciendo una asombrosa dosis de cantabilidad y tratando a la orquesta con una plasticidad superlativa, haciendo gala además de una melancolía muy alejada de lo decadente y de una apropiada amargura en el trío. El Allegro molto vivace, un tanto mecánico en el referido registro, se encuentra en esta ocasión matizadísimo en la dinámica y muy trabajado en las texturas, iluminando algunas líneas instrumentales que otras veces pasan desapercibidas; por descontado que la batuta rehúye por completo de la ampulosidad o el escándalo gratuito y ofrece una enorme sinceridad emocional. Justo la misma que desprende el Adagio lamentoso, para mi gusto lo más extraordinario de esta lectura por su acongojante e implacable dramatismo. La orquesta realiza un buen trabajo, aun sin sonar con toda la brillantez deseable e incurriendo en algún desliz puntual,
Completando la duración del Bluray, se ofrece -extraída de un programa dos días posterior en el Mozarteum de Salzburgo- la Sinfonía concertante para instrumentos de viento en Mi bemol mayor de Mozart, K. 297b, con los mismos solistas de la orquesta que la habían grabado ya en el concierto en Ramala de 2005: Mohamed Saleh (oboe), Kinan Azmeh (clarinete), Sharon Polyak (trompa) y Mor Biron (fagot), todos ellos muy atentamente dirigidos a pesar de algún desajuste técnico. La dirección a mí me interesa bastante: musculosa, entusiasta -pero siempre muy controlada-, elegantísima dentro de su virilidad, de amplio aliento poético en el segundo movimiento y un sentido del humor adecuadamente rústico -antes que coqueto- en el Andantino con variazioni, lo que no impide que en algún momento aparezca algún tinte amargo. Recomendabilidad total, pues.
Una última cosa: la carátula reza “A production of Fundación Barenboim-Said in cooperation with UNITEL CLASSICA with the support of Junta de Andalucía”. Que cada uno juzgue si merecía la pena o no la inversión.
No dispongo del tiempo que quisiera, así que voy al grano. Me ha encantado la propuesta de Robert Wilson para Pelléas et Mélisande, y no solo por su extraordinaria belleza visual (¡qué iluminación!), sino también por la manera de jugar con los mínimos elementos escenográficos -de lo más efectivo el bosque al principio de la obra- y por las múltiples sugerencias establecidas en perfecta sincronía con la música, que no estableciendo un discurso dramático paralelo. Por descontado que en otro título operístico un planteamiento tan conceptual, ambiguo y estilizado no convencería del mismo modo, y probablemente a mí me irritaría, pero en el universo onírico propuesto por Debussy a partir de Maeterlinck funciona de maravilla. El hecho de que -según las malas lenguas- el señor Wilson sea un perfecto engreído en el terreno personal importa poco en lo que aquí nos ocupa.
La dirección musical de Sylvain Cambreling estuvo en la misma línea, adoptando una lentitud que encajaba con los movimientos de los personajes y una esencialidad tan depurada como la de la escena, al tiempo que ofrecía momentos de una depuración sonora fascinante. Personalmente eché de menos mayor variedad expresiva (y también, por qué no decirlo, una mayor dosis de “inflamación amorosa”), pero no negaré la coherencia de la propuesta. La orquesta respondió muy bien a semejante planteamiento, aunque no quiero olvidar la excelente lectura que realizó en 2002 en el mismo teatro bajo la batuta de Armin Jordan.
Es precisamente en el elenco vocal donde este Pelléas preparado por Mortier no ha estado a la altura del de entonces, sobre todo porque el solo correcto Yann Beuron -necesita un canto más mórbido y matizado- no puede competir con el excelente Simon Keenlyside de aquella ocasión. Camilla Tilling, de voz pequeña pero maravillosamente timbrada, ofreció el pasado viernes 4 de noviembre una línea exquisita, inmaculada, de enorme belleza, y un distanciamiento expresivo que cuadra bien tanto con el personaje como con el planteamiento de los directores de esta producción; María Bayo, no tan excepcional desde el punto de vista técnico, me emocionó más sin que perdiera por ello idoneidad estilística.
Creo recordar que Jean-Philippe Lafont estuvo en 2002 muy bien, quizá mejor que un en cualquier caso muy adecuado Laurent Nauri -el marido de la Dessay- en estas nuevas funciones madrileñas. Ha repetido Franz-Josef Selig como Arkel, menos bien de voz que la otra vez pero cálido y emocionante a más no poder. Correcto el Yniold del niño Seraphin Kellner y discreta la Geneviève de Hillary Summers.
Muy en resumen: fascinante producción escénica y buena versión musical para una obra maestra que más gana cuanto más se la escucha. Que el público del Teatro Real aplaudiera sin especial entusiasmo me deja algo preocupado.
La noticia del fallecimiento de Eugenio Murcia Díaz, un habitual lector y participante en este blog, me ha dejado completamente de piedra esta misma tarde. En su memoria acabo de escuchar el Réquiem de Mozart en interpretación de Giulini y la Orquesta Philharmonia grabado por Sony en abril de 1989, quizá el momento más inspirado de toda la carrera del director italiano. Y aquí traigo el disco en pequeño homenaje a este amigo al que pude conocer personalmente en Alicante hace tan solo unas semanas, donde me causó una excelente impresión. Creo que a Eugenio le hubiera gustado este pequeño detalle.
La interpretación es justo la que se podía esperar: amplia, solemne, robusta, por momentos bastante más bruckneriana que mozartiana, pero en absoluto pesada o ampulosa. Nada hay aquí de retórico, de superficial o realizado de cara a la galería. Nada que ver con un Karajan, por ejemplo. El aliento de Giulini es de una espiritualidad sincera y conmovedora, y su fraseo, siempre natural, equilibrado y flexible, ofrece toda esa maravillosa cantabilidad italiana que le caracteriza sin que la tensión interna se relaje en momento alguno. Me gustaría destacar además la manera que la que el maestro defiende toda la segunda parte de la obra, es decir, la de Süssmayr, que en pocas ocasiones ha sonado más convincente. La orquesta y su coro, espléndidos. Menos bien los solistas: me interesa mucho lo que hace la contralto Jard van Nes, pero creo que Lynne Dawson y Keith Lewis se limitan a cumplir y que Simon Estes, con su particularísima voz cavernosa, no llega ni a eso. En cualquier caso la versión es de un alto nivel, independientemete de que se puedan preferir enfoques más dramáticos y escarpados. La reedición de 2010, que se vende a un precio baratísimo, ofrece una nueva remasterización “24 bit” y un par de brevísimas propinas.
Se preguntarán ustedes por qué me decidí a acudir al concierto del pasado sábado 5 de octubre si tengo en muy poca estima el trabajo –rutinario, gris y escandalosamente bien remunerado- realizado por Jesús López Cobos durante los últimos siete años en el Teatro Real. Pues miren ustedes, en parte porque cada cierto tiempo necesito una dosis de sinfonismo en directo, en parte porque tenía mucho morbo el reencuentro entre el maestro de Toro y la Orquesta Nacional de España transcurridos nueve años desde su última visita, todo ello en torno a un programa muy bien diseñado en torno a la danza y el mundo latinoamericano, un nexo que terminaba de subrayar la presencia del pianista dominicano Michel Camilo. Al final fue un buen concierto, por momentos más que eso.
Se abrió el programa con las Impressioni brasiliani de Respighi, una obra que vale muy poco pero que López Cobos supo interpretar con refinamiento, sensualidad y elegancia, muy desde la óptica francesa, lo cual no me parece ningún sinsentido porque le permitió enlazar con la propuesta temática realizada por Josep Pons para esta temporada: París, 1900. Solo en el tercer y último número de la obra eché de menos la chispa y brillantez que la partitura parece requerir. Más estimulante me resulta la Bachiana brasileira nº 3 de Heitor Villa-Lobos, escrita para piano y orquesta en 1938. De nuevo acertó el zamorano, ofreciendo un buen sentido de la arquitectura y controlando a un Michel Camilo que abordó la obra con adecuada seriedad, sin precipitarse en ningún momento.
Las cosas no funcionaron tan bien, ya en la segunda parte, con la Rhapsody in Blue, precisamente porque el solista sí que de dejó aquí llevar –ocurrió ya en su grabación junto a Martínez Izquierdo para Telarc- por su temperamental personalidad e intentó hacer propia una música que obviamente no es suya, sino de Gershwin: sobró nervio y se echó de menos cantabilidad en una recreación sin duda trepidante, vitalista y con mucha garra, pero lejos del ideal. Arrebatadoras la dos propinas: Camilo se interpretó aquí a sí mismo haciendo gala de ese increíble sentido del ritmo que le caracteriza, y aunque en más de un momento la precipitación (¿para qué tantas prisas?) le jugó alguna mala pasada, fue difícil resistirse ante tan asombrosa exhibición de temperamento. La batuta realizó un buen trabajo y los solistas de la orquesta –no así la sección de metales en su globalidad, que sonó regular- acertaron por completo con el estilo.
Lo mejor de la noche vino con Falla, concretamente con las dos suites de El sombrero de tres picos. Hizo en ella López Cobos gala de lo que generalmente le falta: luminosidad, alegría, color, entusiasmo y un vitalista sentido del ritmo, todo ello trabajando con solidez la arquitectura y obteniendo un digno –solo eso- rendimiento de la orquesta. Un poquito más de calma en las seguidillas y en la jota final –trepidante pero un tanto de cara a la galería- no le hubieran venido nada mal. Sea como fuere, una recreación con la que todos nos lo pasamos estupendamente.
Para terminar, dos cositas para López Cobos: felicitarle por haber superado el cáncer de riñón (me he enterado por el ABC) y recomendarle que deje de decir tonterías sobre el Teatro Real y su orquesta, porque el tiempo ha demostrado que él no llevaba razón y que su sustitución sin ser reemplazado por titular alguno no solo no ha empeorado el nivel de la Sinfónica de Madrid, sino que lo ha mejorado sustancialmente.
La feliz incorporación de ese extraordinario crítico que es mi paisano Jesús Trujillo Sevilla (enlace) después de años alejado de los comentarios discográficos tras su salida de Ritmo me ha movido a comprar -no suelo hacerlo por motivos puramente económicos- el último número de Scherzo (enlace). Y me ha sorprendido -bueno, no tanto- leer dos comentarios en la misma línea sobre los fans de Daniel Barenboim. En la página 65, Asier Vallejo afirma que el compacto Tchaikovsky-Schoenberg con la WEDO editado por Decca "fascinará a su público, que es amplio y a veces muy combativo". En la 86, el veterano Enrique Pérez Adrián escribe que "seguramente a sus apasionadísimos seguidores les parezca estar en el séptimo cielo al ver y oír" el DVD del 1 de mayo de 2006 con la Filarmónica de Berlín integrado por obras de Mozart, recientemente reeditado (a él corresponde el siguiente clip).
Creo que me puedo considerar entre los aludidos. Y por ello me permito preguntarme si nuestra indiscutiblemente apasionada insistencia en reivindicar la figura del de Buenos Aires puede deberse, en parte, a la manera en que ésta ha sido ninguneada durante lustros por críticos señeros de la citada revista como Ángel-Fernando Mayo, Arturo Reverter o -sobre todo- el citado Pérez Adrián. El tiempo ha puesto las cosas en su sitio, y ya nadie se cree eso de "correcto pianista metido a director" que leí en sus páginas a principios de los noventa. Otra cosa es que a algunos les cueste la vida bajarse del burro y sigan erre que erre. Allá ellos.
BEETHOVEN: Sinfonía nº 5. STRAUSS: Don Juan. WAGNER: El holandés errante, obertura. Orquestas del Covent Garden y de la BBC de Londres. Dir: Sir Georg Solti. Ica Classics, ICAD 5024 DVD 96’20’’ ADD Ferysa ****
No es lo mismo el Solti de los sesenta que el de los ochenta. Estas electrizantes recreaciones de la obertura del Holandés wagneriano (1963) y del Don Juan de Strauss (1967), filmadas en blanco y negro y lastradas por un discreto sonido monofónico, son difíciles de superar en brillantez, teatralidad, incisividad y garra dramática, pero la inflamación llega a tal extremo que la batuta, siempre al borde del descarrilamiento, no permite a la música respirar como es debido; tampoco la Orquesta del Covent Garden, de la que Solti ostentaba por entonces titularidad, era nada del otro jueves.
La Quinta de Beethoven, filmada en color y registrada con buen estéreo en 1985, nos muestra a un maestro mucho más flexible e imaginativo que sigue desprendiendo fuego, nervio y sinceridad por los cuatro costados, por lo que los resultados de esta arrolladora y genial interpretación al frente de la Orquesta de la BBC, probablemente la mejor en DVD a día de hoy, se acerca muchísimo a su milagro de 1987 con la Sinfónica de Chicago. Lástima que el bonus, media hora de fascinantes ensayos y conversaciones con John Culshaw en torno al poema sinfónico de Strauss, ofrezca subtítulos tan solo en francés y alemán. Aun así, indispensable.
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Artículo publicado en el número de noviembre de 2011 de la revista Ritmo.
Parece ser que esto de escribir sobre interpretación musical en la red implica de vez en cuando recibir acoso por parte de gente a la que le falta un tornillo. La primera vez que me ocurrió fue hace años, a raíz de una crítica sobre el disco Aromas de Sefarad que pueden ustedes leer en el siguiente enlace. Los primeros emails que empezó a recibir la dirección de la revista no eran excesivamente agresivos. Contesté con la mayor educación que pude haciendo ver que había sido con el compacto mucho más moderado de lo que la grabación se merecía.
Fue peor, claro. Primero empezaron llover emails pidiendo la eliminación del artículo de presuntos especialistas, de la universidad de no sé dónde y tal; incluso participó en el asunto el crítico Pedro Elías/Pierre Élie Mamou, que no por casualidad es habitual colaborador del boletín de la distribuidora del disco, Diverdi. Luego llegaron los insultos personales, de una agresividad que ustedes no pueden imaginar. ¿Quién estaba detrás de todo esto? Solo les diré que un año o así después, el director de la revista recibió un email del grupo en cuestión, el Trío Sefarad, diciendo que como ya había pasado el tiempo, que eliminara por favor el artículo. Más claro, agua. Les dejo este clip para que valoren por ustedes mismos la calidad artística del referido grupo.
La segunda vez en mi aún breve carrera de crítico fue ya en este blog, cuando escribí acerca del Sweeney Todd que vi en Madrid. Pueden leer el texto en este enlace. De nuevo insultos personales a mogollón, que obviamente no publiqué. Me llegaron durante semanas, casi siempre viernes y sábados a muy altas horas de la madrugada. O borracho o drogado, eso casi seguro. Teniendo en cuenta que el espectáculo lo valoré muy positivamente y que solo puse mal al coro y a un cantante secundario, está claro quién se mosqueó.
La tercera está siendo en estos días. Todo empezó el pasado 21 de octubre en el post sobre un recital del pianista sevillano Óscar Martín que escuché en Sanlúcar de Barrameda. Lo pueden leer aquí, aunque si no les apetece verlo les puedo decir que la última frase era "Total, un pianista con enorme talento pero aún por madurar según qué autores". ¡Menos mal que la valoración global era positiva!
Ese día 21 empecé a recibir comentarios agresivos de alguien que no estaba de acuerdo con mis apreciaciones. En principio opté por publicar los comentarios y contestar educadamente. Pese a mis pacientes argumentos, el tipo siguió erre que erre usando dos nicks distintos (por el tono y la insistencia eran indiscutiblemente el mismo). Participó también un tal Ddt que era, supongo, otra persona diferente, desde luego más educada. Los comentarios y mis respuestas los pueden leer en el enlace de arriba. Bueno, no todos, porque hoy mismo he decidido eliminar la parte más agresiva a la vista de lo que ha pasado.
Y lo que ha pasado es que, lejos de desistir, el mismo individuo empieza a escribirme en otras entradas del blog, siempre bajo nombres distintos pero con idéntica personalidad agresiva y chulesca. Primero en una entrada sobre Perianes, luego en otra sobre Yuja Wang. Cuando le descubrí que sabía que se trataba de la misma persona de días atrás se envalentonó. Todos sus comentarios los he suprimido o enviado directamente a la papelera, con la esperanza de que se aburriera.
No ha sido así. Ayer estuvo enviándome mensajes desde las siete de la tarde hasta la una y media de la madrugada, diciendo que no pararía hasta que le publicase sus insultos hacia mi persona, que por cierto ya han llegado a la apariencia física y cosas por el estilo. Le he amenazado con denunciarle por acoso ante la guardia civil, pero él responde que no va a cejar en el empeño. Supongo que no hace falta aclarar que no publicar insultos personales no es censura, sino enviar la basura a donde corresponde. Decirle que si seguía insistiendo publicaría lo ocurrido en este blog no ha servido de nada, antes al contrario. De hecho, amenaza con… ¡escribir una carta a ABC diciendo que mi blog es machista -por lo escrito sobre Yuja Wang- y tiene censura! Rían, rían, porque la cosa no es para menos.
En fin, no sé si nos encontramos ante una mente pueril o ante un verdadero psicópata. Me hacen creer lo segundo su alarmante insistencia y la manera en que esta misma mañana me ha seguido bombardeando con mensajes del tipo “Vaya a la guardia civil. Porque si esto es acoso, lo suyo es CENSURA. Me hizo perder el tiempo, publique lo que escribí. Luis”.
¿Quién es el acosador? En un principio pensaba que era un amiguete del artista que también toca el piano, de esos que no soportan que lo que se escriba sobre sus ídolos no sean sino elogios incondicionales. Ya se sabe, la guardian pretoriana de turno. Ahora no sé qué pensar. Lo que está claro es que a partir de este momento me veo obligado a eliminar la posibilidad de escribir comentarios en mis entradas. Quien quiera localizarme, me tiene en Facebook para hablar de música educadamente, con argumentos y cara a cara.