martes, 1 de marzo de 2011

La Italiana de Mendelssohn por Barenboim: puro fuego

Todo discófilo con unos años a sus espaldas tiene en la mente una clasificación más o menos fija de sus versiones favoritas de las obras señeras del repertorio. En el futuro se podrá encontrar en alguna ocasión con interpretaciones que le gusten tanto como las más idolatradas, pero muy rara vez -hablamos de las partituras archigrabadas, no de aquellas que apenas cuentan con discografía- se encontrará con una que desbanque a todas ellas. Pues bien, me acaba de ocurrir justamente eso con la Sinfonía Italiana de Mendelssohn. Hasta ahora tenía la cosa muy clara: la de Klemperer de 1960 y la de Solti de 1985 estaban en cabeza. La primera, una interpretación reposada, muy paladeada, nada impetuosa ni arrebatada, pero de pulso perfectamente sostenido, admirable arquitectura, meridiana claridad y, sobre todo, impresionante cantabilidad, calidez y vuelo lírico. La segunda, una lectura extrovertida, luminosa y vibrante en los dos movimientos extremos, al tiempo que llena de lirismo y sensualidad en los dos centrales, añadiendo además interesantísimos tintes amargos en el segundo, todo ello alcanzando una claridad pasmosa y ofreciendo una ejecución difícilmente igualable a cargo de la Sinfónica de Chicago. Y luego había algunas otras que, sin llevar a semejante nivel, eran espléndidas, destacando por su ortodoxia la ya antigua de Dohnányi, su naturalidad la de Leppard –maravilloso el segundo movimiento-, su calidez la de Sinopoli, su carácter apolíneo la de Peter Maag y su brillantez la segunda filmación de Solti (con la Radio Bávara, no así la de Chicago de los años setenta, más bien cuadriculada). Ahí acababa la cosa. Y de pronto llegó Barenboim.

¡Ya está este pesado con Barenboim, dirán algunos! Pues miren, la verdad es que no me esperaba gran cosa del maestro dirigiendo a Mendelssohn. En realidad apenas teníamos testimonios discográficos del de Buenos Aires en este repertorio. Con Chicago grabó en los años setenta una interpretación de El sueño de una noche de verano (aún no en CD) que no resultaba particularmente memorable. Luego tiene el Concierto para violín con Perlman (más algunas grabaciones radiofónicas con el maravilloso Znaider) y el Concierto para piano nº 1 con Lang Lang. Y las Romanzas sin palabras que grabó hace ya bastante lustros claro, pero en el terreno sinfónico nada más. Ni una sola de las sinfonías. De hecho sigue sin grabarlas: esta Italiana de la que les hablo procede de la toma radiofónica (que he conseguido a través del grupo de Yahoo “Concertarchive”) que corresponde a un concierto al frente de la Filarmónica de Viena celebrado en la Musikverein de la capital austriaca el 7 de junio de 2009, tan solo tres días después de la velada en los jardines del palacio de Schönbrunn que comenté en este mismo blog (enlace) y que más tarde DG editó en DVD con calidad de sonido mucho más satisfactoria.

Bueno, ¿y cómo es esta Italiana? Pues puro fuego. Fuego controlado. Al borde del descarrilamiento, pero controlado, porque pasarse tan solo un milímetro en Mendelssohn -compositor que exige una arquitectura de perfecto clasicismo- termina pasando factura. Un fuego sincero y abrasador que no es solo el del sol radiante que ilumina las tierras meridionales (ya se sabe: que si la luz y el colorido italianos y todo eso), sino que sale directamente del corazón. ¿Una Italiana germánica? Algo de eso hay, porque las sonoridades son robustas, corpulentas, muy alejadas de la liviandad de otros directores en este repertorio, desde Claudio Abbado hasta el horripilante Thomas Fey, aunque tampoco tienen que ver con el carácter masivo e hipertrofiado de un Karajan: Barenboim tiene muy claro que el asunto no consiste en ofrecer espectáculo sonoro, y además la Filarmónica de Viena, aun sin estar en su mejor momento y patinando en más de una ocasión, sabe cómo conjugar la densidad centroeuropea con ese particularlísimo “terciopelo plateado” que es marca de la casa. En cualquier caso esta Italiana no suena ni brahmsiana ni protobruckneriana: suena a Mendelssohn, solo que a un Mendelssohn más preocupado por la “sustancia” y menos por la belleza apolínea que lo habitual.

El primer movimiento resulta fulgurante ya desde los primeros compases: vigor, entusiasmo y ardor juvenil se conjugan con la atención al matiz, la concentración en el fraseo y la plasticidad en el tratamiento sonoro, toda vez que el peligro de lo cuadriculado queda conjurado. La transparencia es además, como en el resto de la interpretación, un verdadero prodigio. El Andante con moto es lo único que no me ha entusiasmado, quizá porque tengo demasiado en mente lo que en este pasaje hicieron Leppard y Solti en su grabación digital, demostrando que el pulso firme y el rechazo del amaneramiento no están en absoluto reñidos con el vuelo lírico más efusivo. Barenboim no se muestra partidario de la delectación y procura no bajar la guardia, aunque en cualquier caso el resultado es muy hermoso. Toda una revelación el tercer movimiento, particularmente el trío: donde la mayoría de los directores ven una incomparable elegancia, quizá una sugestiva evocación paisajística, nuestro artista nos revela una punzante angustia interior que lleva hasta un clímax rebelde y de dramatismo desgarrador.

Claro que lo más genial llega con el Saltarello: presto. El arranque es demoledor. Jamás he escuchado nada parecido, con semejante garra e ímpetu. El desarrollo, firme e implacable pero de nuevo muy sutilmente matizado, alejado de cualquier rigidez, y desde luego de asombrosa claridad, deja al oyente sin respiración. Sobre todo porque el concepto es distinto de lo habitualmente escuchado. ¿Una tarantela? Pues sí, pero mucho más frenética y hasta furiosa que alegre o chispeante. Al fin y al cabo, ¿no se trataba en origen en una danza destinada a sudar el veneno inyectado por la mordedura del arácnido? Barenboim parece tomárselo al pie de la letra y el resultado no es sino la culminación de todas las tensiones acumuladas a lo largo de la partitura. No creo que nunca director alguno haya logrado en este movimiento una tan increíble fusión de densidad, transparencia, electricidad, elegancia y fuerza expresiva, por contradictorios que puedan parecer estos términos. Los habrá igual de enérgicos, igual de transparentes e igual de ágiles (y desde luego bastante más “alados”, escúchese a Karajan), pero tan perfecta síntesis no la he escuchado nunca.

Algo habrá que decir sobre el resto del concierto. La velada se abría nada menos que con Elliot Carter: Soundings, para piano y orquesta. Página breve pero magnífica que Barenboim, responsable del encargo en sus tiempos en Chicago, interpreta con gran tensión sonora y haciendo sonar a la Filarmónica de Viena con una incisividad que raramente asociamos a tan emblemática formación. Luego venían las Noches en los jardines de España, que conocen aquí una recreación superior a la del día 4 en Schönbrunn, pues a pesar de algunos desajustes el argentino se muestra mejor de dedos y clarifica aún más la orquestación revelando mil y un detalles de la escritura falliana, todo ello sin perder esa particular densidad sonora tan cara al de Buenos Aires. Y para abrir la segunda parte se ofrecía la Pequeña Música Nocturna mozartiana, con resultados parecidos a los logrados en los jardines vieneses: el segundo movimiento, meramente correcto, sigue sin destilar la magia que debe, pero los extremos ofrecen un notable entusiasmo y el tercero ha perdido algo de pesadez sin caer -eso jamás ocurre con Barenboim- en lo liviano o en lo banal. Vamos, un Mozart-Mozart, no el “Mozartito” (la acertada expresión se la he escuchado a otro crítico) que hacen algunos. No hace falta decir nombres. En fin, nueva demostración de que Barenboim, al que por cierto ayer 28 de febrero el gobierno francés le concedió el rango de Grand Officer de la Legión de Honor, es el más grande intérprete musical en activo.

Lamento no poder ofrecerles la dirección de Rapisdhare para bajarse este concierto, porque no está permitido sacar los links fuera del grupo, pero sí me atrevo a sugerirles que, si no lo han hecho ya, se suscriban a Concertarchive (enlace).

4 comentarios:

Euterpe dijo...

¡Hola, cuánto tiempo! ¿Qué tal va todo? Quería comunicarte la aparición de un cd que igual te interesa... Ver información. Igualmente quiero regalarte un hermoso vídeo. ¡Es precioso!
Espero que te vaya bien. Saludos.

Ismael G. Cabral dijo...

Gracias por descubrirme el Mendelssohn de Thomas Fey ;-), de quien sigo su ciclo Haydn, pero del que desconocía este. Acabo de encargar a Amazon sus versiones de la "Cuarta" y la "Segunda" de Don Felix. Por otro lado me bajaré el concierto al que aludes de Baremboim, para escuchar su Mendelssohn y, especialmente, para oír la pieza de Carter. ¡Saludos!

vicentet dijo...

un joven Maazel con la filarmonica de Berlín grabó en 1960 una Italiana vertiginosa.
Tambien es muy interesante como se las gastaba celibidache en 1953 -puro fuego- con Berlín (tahra)
y para terminar, guido Cantelli con Philarmonia en la mejor linea Objetivista toscaniana.
Esperamos una Escocesa en Baremboim como las de antes, bruckneriana antes que clasica, de lentos caminos por los acantilados.

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Gracias por vuestra aportaciones, Euterpe y Vicente.

Ismael, si te gusta que Mendelssohn suene liviano, grácil, relajado, sin aristas, pimpante y suavemente perfumado, te encantará lo que hace Thomas Fey. A mí me produce arcadas. Lo que no sé es cómo te puede gustar al mismo tiempo la densidad de Carter. :-S

Saludos.

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