Todos los melómanos nos hemos preguntado en alguna ocasión hasta qué punto son evitables los ruidos y distracciones varias con los que una pequeña -o no tan pequeña, pero en cualquier caso molestísima- parte del público nos revienta los conciertos. Pues bien, el pasado domingo 20 tuve dos enfrentamientos en el madrileño Auditorio Nacional que demostraron que no es solo cuestión de saber estar, sino también de quererlo: hay verdaderos impresentables que a los que sencillamente les importa un pimiento molestar, y que hasta llegan a mostrarse chulescos en su obstinación.
El primer encontronazo fue durante el primer movimiento de la Patética que ofreció la ONE (enlace). Nada mejor que esperar al arranque en pianísimo para juguetear un ratito con la caja de pastillas de regaliz, ¿verdad? Una mirada por mi parte logró acabar con el ruido. De momento, claro. La buena señora -pues de una dama de cierta edad se trataba- esperó pacientemente hasta el no menos silencioso y concentrado final (y miren ustedes que hay de por medio explosiones sonoras) para volver a sacar la cajita. Quedaban solo treinta segundos para que terminase el movimiento, pero ella parecía dispuesta a reventar la coda tchaikovskiana. "Señora, por favor, tenga cuidado", le dije cuando se apagó la música. "Pues tú has estornudado una vez y no te he dicho nada". Ante semejante réplica, de qué serviría explicarle a la individua mis variadas alergias.
Lo del recital de Barenboim de esa misma tarde (enlace) fue mucho peor. Estaba sentado en primera fila del patio de butacas (60 euros la entrada) en la parte izquierda, es decir, dándole la espalda al solista. A mi derecha, junto al pasillo, la pareja formada por un señor mayor y una chica de mediana edad. Tal y como comienza a sonar la música de Schubert, la joven saca un teléfono móvil y... ¡se pone a navegar por Internet! Ya puede imaginar lo que distrae tener justo al lado a una persona con la pantalla encendida dándole a los botoncitos, y más con una música que exige semejante grado de concentración. A la media hora, tras terminar el segundo movimiento de la D. 894, realicé en voz muy baja mi primer ruego. "Señora, por favor, apague el aparato". Me miró desafiante: "está sin sonido". Me atreví a replicar: "disculpe, pero no me parece en absoluto apropiado. Le ruego que lo apague". Con un gesto de chulería dejó de navegar -el móvil siguió encendido- y se dedicó a curiosear por el programa de mano.
Mis amigos no daban crédito en el intermedio. Me sugirieron que me moviera a penúltima fila, donde había quedado un hueco libre. No les hice caso: ni se me pasó por la cabeza que el incidente se pudiera volver a repetir. Me equivoqué. Cuando Barenboim empezó a desgranar con singular inspiración el segundo movimiento de la D. 958, la dama volvió a sacar el aparatejo y venga a navegar; por un foro, concretamente, o al menos esa impresión me quiso dar. Procuré no prestar atención pero no había manera. Esta vez, en lugar de decirle algo, opté por entregarle el papel impreso a doble cara que Ibermúsica había incluido en el programa de mano ex-profeso para esta ocasión: se ruega no toser, por un lado, prohibido móviles por otro. Me devolvió la hojilla enfadada y siguió con su navegación. Le daban igual el recordatorio de la organización, el aviso por megafonía antes de cada una de las dos partes, las normas básicas de comportamiento en un concierto, el respeto hacia el artista que se estaba dejando la piel a tan solo unos metros -les recuerdo que estábamos en primera fila- o los ruegos de un servidor. Ella hacía lo que le daba la gana, porque sí. Porque su cuerpo serrano se lo pedía.
Miré a mi alrededor a ver si localizaba algún personal de sala. Nadie. Mal por parte del Auditorio, dicho sea de paso, porque siempre debería haber alguien para solucionar cualquier incidencia. "Señora, por favor, no sea maleducada y apague eso", le dije irritado. La interfecta me volvió a mirar con desprecio y siguió a lo suyo con la pantalla táctil, en una actitud de clarísimo desafío. Ya no me aguanté más e hice lo que no debía, intentar echarle el guante al aparato para apagarlo yo mismo. En ese momento el señor mayor que la acompañaba (esposo, padre o lo que fuera) intervino en voz alta para decirme que si estaba loco, o qué. Como la cosa iba camino de escándalo público, y al fin y al cabo estaban pagando el pato los buenos melómanos que a nuestro alrededor intentaban concentrarse en la excelsitud de la música, me marché sin mediar palabra y busqué el hueco que había al fondo. Allí me quedé hasta el final. En vano: tan desagradable había sido la situación que, aunque obviamente me enteré de que Barenboim estaba haciendo algo grandísimo, me resultó imposible disfrutar de música e interpretación. Desde allí pude comprobar, por cierto, que la señora siguió enfrascada en su móvil hasta la ultimísima nota de la velada. Eso sí, se hartó de aplaudir, supongo que para disimular.
Entre el final de las sonatas y las propinas busqué a la jefa de sala. "Nosotros no podemos hacer nada, porque no la hemos visto", me hizo saber. "Traslade su queja a Ibermúsica". Decidí seguir el consejo, no sin antes buscar a la parejita y decirles de todo. De todo lo que mi educación me permitió, porque muchas cosas me las tuve que guardar. No recibí por su parte disculpa alguna, claro, sino chulería y desprecio. Vamos, auténtica gentuza, por muy bien trajeados que estuvieran y por muy holgada que tuvieran su economía como para permitirse un abono que cuesta, en esa ubicación del auditorio, 1.180 euros por cabeza. Al final busqué al responsable de Ibermúsica, D. Alfonso Aijón, y le puse al corriente de los hechos. Haciendo gala de su habitual educación me pidió disculpas, pero a esas alturas ni él ni nadie podía ya hacer nada: una de las mejores veladas pianísticas que he presenciado en mi vida, en la que invertí dinero y considerable esfuerzo (incluyendo varias horas de conducción a la Sierra de Segura al finalizar), había quedado arruinada para mí.
Total, cada día tengo más claro que muchos móviles que interrumpen los conciertos (en este de Barenboim hubo uno muy molesto por los pisos superiores) no suenan por despiste, sino por el descaro de quienes se creen con derecho a saltarse las normas de urbanidad. Y vale lo mismo en lo que a caramelitos y otras molestias se refiere. Sencillamente es que a algunos les da igual. Al menos hay moraleja: si ustedes buscan entradas para la Serie Arriaga de Ibermúsica de esta temporada, no se les ocurra comprar la localidad fila 1, butaca 25 del Patio de Butacas, que ha quedado disponible al margen de los abonos, porque las número 21 y 23 están en manos de quienes ustedes ya saben. ¡Y luego dice Aijón que sus abonados son el público verdadero! Qué pena, con la de jóvenes sin un duro que se habrán quedado sin ver a Barenboim...
Un cajón de sastre para cosas sobre música "clásica". Discos, conciertos, audiciones comparadas, filias y fobias, maledicencias varias... Todo ello con centro en Jerez de la Frontera, aunque viajando todo lo posible. En definitiva, un blog sin ningún interés.
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21 comentarios:
¡Es una vergüenza en toda regla! Pero ¿qué se podía hacer? ¿Interrumpir la interpretación? ¡No hay derecho! Espero que el Sr. Aijón les mande una carta con la justísima queja, si es que son abonados. Me temo que lo de los móviles y lo de las toses no tiene solución fácil; para aquéllos habría que inhibir las señales para que no puedan llegar a la sala; y para éstas, la gente debería concienciarse mucho más...
Absolutamente de acuerdo. Yo suelo cerrar los ojos durante los conciertos, así que de los temas "visuales" no me entero del todo; pero los ruidillos... Lo peor fue cuando se aplaudió al finalizar el 3º movimiento. En fin, espero que al menos la gente que no conoce el repertorio poco a poco lo vaya descubriendo, que la música es para todos, para disfrutarla, y no sólo para los entendidos. ¡Pero una sala de conciertos no es pub!
Lo de los aplausos tras la marcha de la Patética parece irremediable. Tengo una grabación radiofónica de la versión que hizo Barenboim hace tan solo unos días y se lanzan muchos a aplaudir... ¡en la mismísima Salle Pleyel de París! Hace poco vi una filmación de Leonard Bernstein en la Ópera de Sidney donde pasaba lo mismo. Y es que en todas partes cuecen habas. ¿Tanto les cuesta leer el programa y ver que hay cuatro movimientos?
Toses, bolsos, abanicos, pulseras, móviles, aplausos a destiempo... Pues sí, mi querido Fernando, esto que cuentas, que lamentablemente es el pan nuestro de cada día en nuestras esnobistas salas de concierto, es una verdadera vergüenza. En todas partes cuecen habas, sí, pero para mí uno de los placeres añadidos de escuchar música en Alemania, Austria o los antiguos "Paises del Este" es precisamente compartirla con un público entendido; es decir: rspetuoso y silencioso). Un abrazo y solidaridad más absoluta. Justo Romero
Aunque conozco a muchos abonados en el Maestranza, melómanos consumados y respetuosos, me consta por estadística que hay un sector de abonados que sólo están para aparentar y a los que no les duele en el bolsillo pagar una butaca sólo para poder decir al día siguiente que estuvieron en La Bohème.
Sin ir más lejos tuve que soportar durante un Butterfly, en una butaca de patio bien carita, a una señora bien cubierta de joyas y pieles que se pasó dos actos enteros de ronquidos. Eso sí, podrá presumir de echarse una siesta "de lujo" por la extensión y por el precio.
Lo de los móviles, no tiene nombre.
Incluso en Alemania "cuecen habas" en estas cosas Justo. Yo he oído aplausos de estos también en Lucerna o Nueva York, creo que es un mal generalizado. Lo que sucede es que lo de los impresentables del móvil en el Auditorio Nacional rozaba la provocación. Ay, si llego a ser yo en vez de Fernando, me hubiese cambiado de sitio sobre la marcha para evitar males mayores... José Sánchez
Gracias por vuestro apoyo. En cuanto al público del Este, no sé... Conozco el de Berlín y me gusta muchísimo, pero supongo que también habrá de todo.
en el palau de Valencia no pidas un asiento en butaca central fila 4 par, tengo el abono hace 20 años y llevo soportando los mismos una señora en fila 5 con carraspeo nervioso y aficionada a abrir caramelos en los pianisimos y movimientos lentos, si las miradas mataran haría tiempo que estaría enterrada pero encima tu eres el maleducado por hacer comentarios.
Mi muy querido Pepe Sánchez:
Cuando he escrito "Alemania y antiguos Países del Este" muy deliberadamente escribía lo que escribía, y no Suiza ni Estados Unidos. De todos modos, por supuesto que en todos los sitios cuecen habas, pero allí, en Deutschland, en la vieja Unión Soviética y en sus caducados satélites queman menos, al producirse los caramelos y su largo etcétera más de higos a brevas...
En cualquier caso, recuero un 30 de diciembre de 1988, en la Philharmonie de Berlín, con Kissin/niño, Karajan y la OFB, con casi toda la sala aplaudiendo como loca al final del primer movimiento del Primero de Chaikovski(es una pena que la grabación del DVD, producida al día siguiente, no se pueda ver al jovencito Kissin mirando desconcertadamente a Karajan como preguntándole qué hacer ante un hecho tan inimaginable en su Rusia natal). Un abrazo y disculpas por el rollo... Justo Romero
Desde luego es una verguenza tener que soportar a gente tan maleducada en conciertos y en cualquier parte. Fernando, parece que usted los atrae, que fuera algo gafe. Siempre que va a Madrid le ocurre algo, sea en la ópera, sea en conciertos. Nunca vuelve contento.
Lamentable, lamentable, lamentable. Corroboro que en los países de Europa central (no así en Londres, por ejemplo) las cosas son mucho mejores que en España a nivel educación del público. El problema real es que el público que entra al concierto no es ni más ni menos que un reflejo o ejemplo de la sociedad a la que en general pertenece, ergo, la educación en este país nuestro...
Entiendo perfectamente tu enojo, es una vergüenza. Lo malo, como dices, es que encima luego los raros somos los que nos quejamos.
Hacerte un montón de quilómetros y gastarte un pastón con toda la ilusión del mundo, para que luego te sienten al lado del ganado.
Dicho lo cual, reconozco que me has hecho reir imaginando la escena, a la cual yo añadía de mi cosecha la imagen de FLV-M en primera fila pisoteando un Iphone acompañado por los arpegios de Barenboim.
Claro, si es que luego pasa lo que pasa y se extrañan:
http://www.levante-emv.com/sucesos/2011/02/22/asesinado-comer-palomitas-veia-cisne-negro/784830.html
Que asco de pais donde la gente va a los conciertos a hacerse la foto y a que los vean.Señores, para fastidiar, se quedan en casa viendo a la Belen Esteban y todos tan contentos.Tambien propongo hacer dos funciones, una para pedorros/as y otra para gente interesada en el concierto
Por lo que a mi respecta, me han quitado las ganas de hacerme las palizas de Km que se hace Fernando para ver un concierto, y llevarme un cabreo de mil demonios.
Enhorabuena por su blog, que me parece estupendo. En mi última entrada cito el suceso al que hace referencia, y enlazo su artículo al respecto.
Un saludo
Muchas gracias, Adolfo. Aprovecho para poner un enlace al suyo.
Entiendo perfectamente la indignación, la rabia y la impotencia que debió sentir. La mala educación va subiendo puntos y no hay derecho; tenemos que quejarnos mas para no dar tregua a esta gentuza, y los llamo así sin remilgos.
Los dichosos papelitos de caramelos, tintineo de collares, etc han logrado amargarme mas de un concierto ( o película).
Un abrazo y encantada de descubrir este blog
El gusto es nuestro, Mery.
Cuantas más gilipolleces hagamos, como intentar quitarle el teléfono a una señora que no hace ruido en un concierto, menos se preocuparán de nosotros como dignos escuchantes. Acabar con los móviles que suenan ya es suficente tarea. "Ira" se llama lo otro.
Y "cobardía" a criticar bajo el anonimato.
Creo que en el Auditorio Nacional de Madrid se deberían prohibir los movimientos lentos y los pasajes en pianisimo.
Ya se que muchos intérpretes es en este tipo de pasajes donde dan la talla de su valía musical... La prueba de toque, la hora de la verdad..., pero la salud pública obliga a replantearnos las cosas de otra manera, por que, vamos a ver, oído lo que se oye en el Auditorio, Madrid es una ciudad de gran propensión a la gripe y catarros varios, especialmente, en los movimientos lentos, ...y al uso de caramelos que se extraen larga, deliciosamente, de su envoltorio de celofán; más propenso todavía el público de "algunos ciclos".)
Creo que conoceis la broma del buen Haydn, para reírse de este tipo de tonterías (Londres, finales del siglo XVIII), en una de sus sinfonías (tiempo lento,"andante", naturalmente)
El público del Auditorio Nacional es el peor de cuanto auditorio conozco.. es la típica gente (no todos pero muchos) a la que, creo que ni siquiera le gusta la música clásica y que muchas veces, van por el titular del abono y van a pasar el rato hasta la hora de la cena. Hubo un concierto en el que fue ya.. fuera de lo normal.. El concierto de Kissin de hace un par de años.. o un año y medio. Las entradas carísimas, me fui con mi hijo que es pianista y unas señoras (mayorcitas ellas) y EN LA PRIMERA FILA.. es decir, delante mismo de Kissin, no pararon de hablar durante todo el concierto.. y terminó el concierto, todo el mundo aplaudiendo como locos y esperando los bises que llegaron y que podrían haber sido más si la gente hubiera apoyado con los aplausos.. y nada más terminar el concierto, las dos buenas señoras se levantaron.. se colocaron tranquilamente los abrigos y se fueron.. Se ve que les había llegado la hora de la cena. Pero todo el concierto en la primera fila (¡madre mía con el precio que tenían las entradas!) hablando amistosamente. Nosotros que estábamos arriba, muy arriba.. seguimos aplaudiendo como mucha gente de las zonas más "baratas" que a veces pienso si no será a la gente que más le gusta la música. Pero vamos, lo del Auditorio Nacional es de verguenza total.
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