domingo, 14 de junio de 2009

Discografía de las sinfonías de Brahms (IX): la calidez de Celibidache en Stuttgart

Aunque varios de los directores que han pasado o van a pasar por esta serie grabaron varias veces el ciclo de las sinfonías brahmsianas, sólo un par de ellos -a mi modo de ver- merecen aparecer por duplicado en el blog. Uno es, lógicamente, Carlo María Giulini, quien si con su integral para EMI de los sesenta ya alcanzó un nivel muy alto (enlace), en la que registró mucho más tarde con la Filarmónica de Viena ofreció el no va más en lo que a la materia se refiere. El otro es el Sergiu Celibidache.

Y eso que el maestro rumano, alérgico al disco, nunca grabó de manera oficial el ciclo. Lo que tenemos son los testimonios radiofónicos, grabados con buen pero no excepcional sonido, que aparecieron tras su muerte mediando la pertinente autorización familiar. Personalísimo, como veremos en otra entrega, es el de Múnich que editó el sello EMI. Más ortodoxo, pero aún así de enorme interés, es el que publicó Deutsche Grammophon en 1999 protagonizado por la sólo digna Sinfónica de la Radio de Stuttgart.

De 1974 data la interpretación de la Cuarta, de 1975 es la Segunda y a 1976 corresponden las otras dos páginas. Ciclo paralelo en el tiempo, pues, al que ya hemos comentado de Karl Böhm (enlace) y al que vamos a comentar de Levine (enlace).

El Brahms de Celibidache se caracteriza por su calidez, por su sonido netamente brahmsiano y por preferir centrarse en los aspectos líricos antes que en los más trágicos y oscuros, lo que no impide que nuestro director ofrezca momentos muy dramáticos. A destacar el buen rendimiento que obtiene de la orquesta y, sobre todo, la maravillosa flexibilidad a la hora de manejar el tempo, con la que Celi nos entrega algunas frases verdaderamente mágicas.

Ahora bien, aun moviéndose dentro de los citados parámetros, estas interpretaciones conocen importantes desigualdades. Quizá la más lograda sea la de la Primera Sinfonía, una recreación madura cuyo enfoque, sin llegar a lo otoñal, resulta sereno y meditativo, ajeno la extroversión y al arrebato espontáneo. Priman la comunicatividad, la naturalidad y, sobre todo, la poesía.

La cantabilidad es asombrosa, pero no hay lugar aquí para el narcisismo ni para la rendición ante la belleza sonora. Celibidache demuestra además un elevado sentido atmosférico, sobre todo en las introducciones a los movimientos impares; la del último resulta particularmente memorable. Las tensiones están bien calculadas y a los clímax se llega con naturalidad. Falta quizá un punto de garra y rebeldía, si bien el enfoque adoptado tampoco anima a ello.

La que sí resulta más encrespada de lo esperable es la Segunda, aunque para bien. Así, el primer movimiento resulta precipitado y nervioso hasta momentos muy avanzados en los que Celi se va centrando y por fin consigue frasear con la efusividad esperable; en su sección final hay momentos muy creativos. Magnífico el Adagio non troppo, de enorme plasticidad en el tratamiento de la orquesta, y dotado de grandes acentos dramáticos. Los dos movimientos restantes están muy bien, dentro de una línea ortodoxa.

Sorprendentemente floja la Tercera. El Allegro con brio, nervioso, falto de concentración y de poesía, es un verdadero fiasco. El Andante sí posee la calidez, voluptuosidad y espiritualidad propias del Brahms de Celibidache, haciendo además gala de su referida y admirable flexibilidad en el tempo. El Poco Allegretto es correcto sin más, incluso alberga algo de rutina. El cuarto movimiento carece de unidad pero a cambio ofrece momentos magníficos, especialmente un mágico final que, eso sí, resulta más poético y sereno que inquietante.

Mucho mejor la Cuarta, que tras un espléndido pero no del todo dramático primer movimiento ofrece un Andante moderato de una efusividad y poesía extraordinarias, paladeado con primor pero sin caer nunca en el narcisismo ni perder el pulso. Muy bien el tercer movimiento, a medio camino entre la brillantez y la elegancia. El cuarto, por el contrario, se resiente de un trazo irregular: los segmentos extremos no tienen toda la potencia dramática deseable e incluso por momentos se precipitan, mientras que la sección central, muy personal y con hallazgos interesantes, resulta demasiado lenta en comparación con los mismos.

No se incluyen más obras en estos discos, pero sí se añade un compacto extra con ensayos de la Cuarta. Habida cuenta de las irregularidades de batuta señaladas, de que la toma sonora está por debajo de lo esperable en la época y de que el precio es caro, no es este un ciclo para recomendar como una de las primeras opciones. Sin embargo, parece imprescindible para profundizar en la obra brahmsiana desde la óptica de un Celibidache maduro pero que, como ya señalamos arriba, no había llegado aún a los radicales -y por ende discutibles- planteamientos de su época de Múnich. De ella hablaremos en su momento.

1 comentario:

Sophie dijo...

hay un ciclo anterior con la rai milanesa,de los años 60, que es realmente malo en cuanto a la prestacion orquestal. El maestro rumano poco podía hacer con esas orquestas de infimo nivel que le tocó lidiar tras la salida de Berlín.
Que lastima no haberlo contratado cuando se fundo la RTVE...

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