sábado, 21 de junio de 2025

Uchida y Tate hacen Mozart en Londres

Hace algunos días escribí aquí sobre los Conciertos para piano nº 22 y 23 de Mozart en interpretación de Daniel Barenboim y Rafael Kubelik, extraña pareja. Vamos ahora a por las mismas obras en lecturas de Mitsuko Uchida, el pobre de Jeffrey Tate y la English Chamber Orchestra, grabaciones del sello Philips un poco difusas realizadas en 1986 que he podido disfrutar en el reprocesado realizado por el sello Esoteric que circula en aguas corsarias.

La dirección del KV 482 solo puede calificarse como magnífica: tan sólida como natural en el trazo, atenta al equilibrio entre lo dionisíaco y lo apolíneo, sonada con una perfecta mezcla de agilidad y músculo, amén de hermosísima sin ceder lo más mínimo al preciosismo. Olvidar esto último es justo lo que se le puede reprochar a Mitsuko Uchida: tan empeñada está en obtener la máxima belleza posible que su sonido resulta en exceso pulido, su fraseo más coqueto de la cuenta, su sentido de los contrastes más bien parcos. ¿Que en el Andante despliega auténtica magia sonora? Cierto es, pero se queda un tanto en la superficie de la música. La orquesta es la ideal para esta música. ¡Qué canto el de las maderas en el tercer movimiento!

La interpretación del Concierto nº 23 se mueve por parecidos senderos, Tate tan dionisíaco como controlado, Uchida apolínea a más no poder. Sin embargo, esta vez la japonesa parece más animada: hay más contrastes, más vida y más riqueza expresiva, aun siempre manteniendo la máxima belleza sonora y buscando el lado más lírico de Mozart. Por descontado, es en el maravilloso Adagio donde la pianista puede dar lo mejor de sí misma: sin buscar en modo alguno cargar las tintas, Uchida repara en la congoja que anida en la música y tiñe de sabor agridulce un fraseo elegante y musical como pocos se han escuchado.

En fin, una interesantísima comparación. Les recomiendo que se tomen un par de horas largas en hacer el ejercicio de escuchar los dos conciertos por ambos binomios de grandes artistas.

jueves, 19 de junio de 2025

El poder de la música, de Pedro González Mira: imprescindible, necesario "libro-matrioshka"

Grosso modo, existen dos modelos en la dinámica enseñanza-aprendizaje. El primero, que hasta cierto punto parte de la escolástica medieval, es el puramente transmisivo: el profesor o maestro de turno comparte con el alumno o discípulo una serie de informaciones que este se encarga de aprender. Esto no es malo en absoluto. De hecho, es necesario. Tan necesario como tramposo e insuficiente. Tramposo porque parte de la falacia de que toda la información que se transmite es cierta. Insuficiente porque si nos limitamos a transmitir cosas de generación en generación sin poner en tela de juicio eso que se nos transmite, el ser humano nunca avanzará en sus conocimientos. El otro modelo es el más interesante: plantear preguntas que, aunque puedan ir más o menos dirigidas en una determinada dirección método socrático, obliguen al receptor a estar continuamente poniendo en cuestión sus conocimientos, de tal modo que la verificación a través de una argumentación razonada permita consolidar aquello que nos parece válido y, al mismo tiempo, detectar brechas e insuficiencia que nos permitan avanzar por vías más sólidas y renovadoras.

No hace falta decir que la inmensa mayoría de los docentes apuestan casi en exclusiva por la primera opción: apréndete esto y realiza una mímesis en el examen. No es solo culpa de ellos, claro, sino de un sistema anticuado y acomodaticio. Solo lo ponen en práctica algunos que son valientes y que, además, se lo pueden permitir. Porque hay que saber hacerlo. Cuando estudié Historia del Arte tuve un docente que me marcó en este sentido: Juan Miguel Serrera Contreras. Aprendí poco con él de su asignatura, Arte Clásico, que yo creo que le daba igual; ni siquiera se preparaba a fondo las clases. Sin embargo, fue con él con quien aprendí qué es realmente Historia del Arte, cuáles son los mecanismos de su evolución, cómo hay que analizar una obra, de qué manera se pueden encontrar puntos de contacto entre cosas en principio dispares para así hallar los denominadores comunes. Nunca olvidaré las clases en las que relacionaba lo clásico, lo orientalizante, la sección áurea, el paso de palio y el rostro de la Macarena. Falleció no mucho después de haber disfrutado de sus enseñanzas, con tan solo cincuenta y cinco años, pero me dejó nos dejó a unos cuantos una huella imborrable.

En el campo de la crítica musical he tenido una influencia similar: Pedro González Mira. Lo hizo durante muchos años, por supuesto que todavía sin conocerle en persona, porque a la citada revista llegué a finales de los noventa. Había en Ritmo otros críticos a los que hacía caso, porque encajaban mucho más con mis gustos personales que los que formaban el “equipo Scherzo”. Entre ellos estaban Anabel García Hurtado después descubrí que era seudónimo de quienes ustedes ya saben, Luis Gago, Gonzalo Badenes, José Sánchez y, más tarde, Jesús Trujillo, pero lo de Pedro era especial. ¿Por qué? Fácil: más que dar respuestas, hacía preguntas. Obligaba a pensar. Cambiaba de opinión cuando le daba la gana (¡muy bien hecho!), provocaba al lector con observaciones tan agudas como contracorriente, proponía nuevas maneras de plantearse las cosas y, por descontado, le tocaba continuamente las narices a sus compañeros poniendo en duda aquellas verdades madre que él mismo había defendido con militancia durante tiempo; y no lo hacía necesariamente porque dejase de creer en ellas, sino por el mero hecho de haberse convertido en inmovilistas credos que no dejaban espacio a otras maneras de ver las cosas.

Desde entonces han pasado décadas. Por mediación de Ángel Carrascosa, Pedro me invitó a escribir en Ritmo. Diez años más tarde lo dejé, luego él se jubiló. Entre medias, algunas largas conversaciones telefónicas y pocos, muy pocos encuentros cara a cara, por aquello de la distancia. Y sigue pasando el tiempo. Mientras que yo empiezo a pensar en mi propia prejubilación, él ya es bastante mayor, anda enfermo y nos entrega un libro indisimuladamente testamentario: El poder de la música. Los sonidos de la vida. Y resulta que me apetece escribir sobre él y decir lo que me da la real gana, sin compromisos ni cortapisas. Pedro sabe muy bien que funciono de esta manera, así que vamos a ello.

Este es un libro-matrioshka, que esconde una cosa dentro de la otra, y así varias veces. En teoría es una novela; su primera y última novela, afirma el autor. Novela sobre una persona que nace en una familia modesta de la costa levantina, estudia ciencias y termina convirtiéndose en uno de los críticos musicales de música clásica, se entiende más reconocidos del país. Afirma en el prólogo que no es una autobiografía, que se ha inspirado en él mismo y en muchas personas al mismo tiempo; que la vida del protagonista, un tal Gastón, resulta mucho más interesante que la suya propia. Ni me he molestado en preguntarle cuánto de su vida hay en él, porque me diría que no mucho. ¿Mi opinión? Es 100% autobiográfico. Y claro, aquí algunos lectores se preguntarán qué tiene de interesante la autobiografía de una persona “normal”. Meterán la pata hasta el corvejón, porque habrán confundido hilo argumental con tema. Y el tema, como reza el título de la publicación, es justo el poder de la música, y hasta qué punto esta puede influir de manera seria en aquellas personas que, como usted y como yo, hemos decidido vivir uso las palabras de Barenboim “en la música”. Pero aun así el título es engañoso, porque en realidad su autor quiere hablar de otra cosa. Intentaré explicarme.

Los dos primeros tercios del volumen responden a la citada biografía ficticia, autobiografía o lo que ustedes quieran. ¿Interesa? A mí, muchísimo, tanto como “lo otro” que viene después. Porque la narración es ágil, amena, extraordinariamente vívida, y me ha permitido acercarme a una parte de la historia de España, la que comienza al finalizar la posguerra y termina con la muerte de Franco, desde un ángulo diferente. Ni paisajes, ni gentes ni ambientes me resultan afines, porque me crie en un marco cronológico, espacial y familiar muy distinto, pero el relato posee tal inmediatez que me he quedado atrapado. Tan veraz resulta que uno casi llega a enamorarse de las señoras que van pasando por la vida sentimental de Gastón, tal es el grado de apasionamiento descriptivo. Mientras tanto pasa la música como el Guadiana, a veces subterránea otras veces sobre la superficie, pero siempre llevándonos por su cauce. O más que como el Guadiana, como esos ríos levantinos de la tierra del protagonista que parecen secos pero que, cuando menos te lo esperas, desborda su cauce y te lleva con enorme fuerza a donde menos imaginabas. Se nos muestra su fuerza, sí, pero también se nos regalan apuntes muy variopintos sobre música popular, sobre bandas de moros y cristianos, sobre rock progresivo y, por supuesto, sobre los primeros clásicos que van llegando a la vida del protagonista. Apuntes y opiniones, claro está, que no son los del presunto Gastón, sino los de Pedro González Mira.

En el último tercio cambia la cosa. El crítico se asienta en Madrid y permanece para siempre llevando una importante revista, obviamente Ritmo. Se acabó la narración, empieza la reflexión. Lo que hasta ese momento eran apuntes se transforman ahora en pequeños ensayos sobre los compositores de cabecera de Pedro, también sobre otros que no fueron tanto y cuyos valores fue descubriendo con el tiempo. La subjetividad es inevitable, la sinceridad imprescindible. Algunos lectores arquearán una ceja al ver que se siembran dudas sobre La consagración de la primavera, mientras que otros se escandalizarán los veteranos de Scherzo soltarán lo de “ya está otra vez el tío este” cuando se hable mal de Bellini y Donizetti. Otros se cansarán un poco de tanto elogio a Wagner, mientras que los seguidores de Ángel-Fernando Mayo darán un puñetazo en la mesa a ver que por enésima vez se ponen en duda los valores puramente literarios de los libretos que escribía don Ricardo.

Pero en esta parte empieza, sobre todo, la esperable y muy esperada ristra de preguntas. Preguntas a sí mismo. Preguntas sobre qué es la interpretación. Sobre la naturaleza de la crítica musical. Sobre qué escribir, para qué y para quién. Sobre qué sentido hay en ello. Sobre el derecho que se tiene o no se tiene a ejercerla. Sobre si no nos encontraremos ante un inmenso fraude. Sobre si el mismo Gastón no forma parte de ese fraude. Y sobre si lo que ha hecho durante toda su vida no ha sido sino autoengañarse. Todo eso, y mucho más, se lo plantea el autor con muchísima inteligencia y cierta beligerancia, incluyendo durísimos dardos a sí mismo y a sus maneras de hacer, pero sin llegar a hacer sangre. Él mismo deja claro que ha llegado al final del viaje, que ya está de vuelta de todo, que no necesita más. Si acaso, compartir esas impresiones. Pues ya está hecho.

Spoiler: la respuesta que da a todas esas preguntas, efectivamente, es afirmativa. La crítica musical no tiene sentido. Lo que pasa es que ni él mismo se lo cree, porque de haberlo hecho, no se hubiera molestado en gestar estas 217 páginas que terminan de manera particularmente amarga. Ni yo estaría ahora mismo escribiendo sobre ellas, ni recomendando vivamente este apasionante, agudísimo, admirable y necesario libro.

miércoles, 18 de junio de 2025

Síntesis cinematográfica de la actual situación política en España y en el mundo

 



Bach por Brendel, intemporal y maravilloso

Esta entrada fue publicada el 9 de enero de 2019. La traigo de vuelta en homenaje al recientemente desaparecido maestro del piano.
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He vuelto a este disco, grabado por Alfred Brendel en Londres para Philips el 27 de mayo de 1976, con programa dedicado a Johann Sebastian Bach que incluye el Concierto italiano y la Fantasía cromática como platos fuertes. De nuevo me ha entusiasmado. Es el del pianista austriaco un Bach que no pretende, en absoluto, emular fraseos ni sonoridades del barroco con el piano. Tampoco se puede decir que sea clásico en el sentido estricto del término, por más que el carácter apolíneo de su propuesta sonora resulte evidente. Menos aún se trata de un Bach romántico o romantizado. Es más bien un Bach abstracto e intemporal en el que la lógica y la naturalidad responden a conceptos puramente musicales –Brendel lo explica muy bien en la entrevista de la carpetilla– sin impedir en absoluto que la creativdad (¡enorme!) haga acto de presencia, de tal modo que el intérprete hace uso de los recursos más propiamente pianísticos cuando la partitura lo pide a gritos al tiempo que sabe moderarlos o evitarlos en aquellos momentos en los que resultarían contraproducentes.


Lo interesante es que al materializar semejante planteamiento, lo que obtiene Brendel son unas interpretaciones no precisamente frías ni distanciadas, sino de una elevación poética y de una hondura asombrosas; pero no porque el pianista intente “hacer expresiva” una música por completo abstracta escrita desde lo más alto de la elaboración intelectual, sino porque ese potencial ya estaba en la música. De este modo, el Concierto italiano BWV 971 recibe una interpretación serena, reflexiva y profunda, que evita los grandes contrastes y la teatralidad en una opción llena de belleza, seductora por un toque pianístico bellísimo y elegantísimo, por una extraordinaria claridad y por una calculadísima acentuación que parece descubrirnos la obra compás a compás. Podrá echarse de menos algo más de chispa en los movimientos extremos, pero el Andante alcanza auténticas cimas de genialidad.

El preludio coral Ich ruf' zu dir, Herr Jesu Christ, BWV 639, en el arreglo de Busoni, ve potenciada su inspiración melódica gracias a todas las libertades que se toma Brendel. Como también se las toma, en este caso a la hora de planificar con increíble minuciosidad y altísima inspiración interpretativa las gradaciones dinámicas, en el Preludio (fantasía) en la menor, BWV 922, que se escucha con el corazón en un puño.

La Fantasía cromática y fuga en re menor, BWV 903, es una maravilla por su riesgo y creatidad, pues sin renunciar en absoluto a la belleza sonora, a la mesura y al equilibrio que suelen presidir sus interpretaciones, Brendel bucea en los aspectos más modernos y visionarios de la pieza, que redescubre poco a poco para obtener un resultado fascinante tanto desde el punto de vista intelectual como desde el espiritual; la transición a la fuga y el arranque de la misma ponen en evidencia a un grandísimo pianista.

Sigue otro arreglo de Busoni para un preludio coral, en este caso Nun komm' der Heiden Heiland, BWV 659: la gravedad espiritual y el pathos dramático que obtiene Brendel son (¡menudo arranque!) de verdadero escalofrío, pero sin que se le mueva un pelo. La Fantasía y fuga en la menor, BWV 904, pone fin, en una recreación que sabe ofrecer tanto claridad polifónica y depuración sonora como picos de tensión impresionante, pero también sutilezas llenas de sensibilidad y una asombrosa lógica en la planificación de las dinámicas, a un disco cuya audición recomiendo con entusiasmo.

martes, 17 de junio de 2025

Cuarteto nº 8 de Shostakovich: discografía comparada

Al igual que la que realicé sobre el Cuarteto nº 6 del mismo autor (aquí), esta discografía procede de las tareas que me he impuesto al hilo de la actuación del Cuarteto Danel que pude presenciar en Leipizig.

Es bien sabido que Dimitri Shostakovich compuso su Cuarteto nº 8 en las cercanías de Dresde, mientras preparada la banda sonora de la película Cinco días, cinco noches. Que esta iba precisamente sobre el infernal nunca mejor dicho, las bolas de calor llegaron a fundir los metales de la Staatsoper bombardeos que los aliados realizaron sobre la ciudad sajona cuando estaba terminando la Segunda Guerra Mundial. Y que el compositor afirmó que esos implacables acordes del cuarto movimiento son la plasmación musical de las ráfagas de las metralletas que de vez en cuando rompían el sepulcral silencio nocturnos de las calles de la ciudad aún derruida.

Luego vino Volkov, el falsificador Volkov, afirmando que en realidad se trata de los golpes en la puerta de Dimitri Dimitrievich esperaba todas las noches desde aquella reseña en Pravda amenazándolo por su ópera Lady Macbeth. ¿Homenaje a los caídos en la guerra o confesión provada sobre los horrores de la dictadura comunista? Añadan ustedes las citas de obras propias y, sobre todo, el uso constante del monograma re-mi bemol-do-si, iniciales de su nombre, como motivo que articula la composición, y finalmente saquen sus propias conclusiones. Yo lo tengo claro: prefiero olvidarme de cualquiera de esas dos interpretaciones y ver aquí música pura, abstracta, lo que no significa que le falten sinceridad ni fuerza expresiva. Todo lo contrario: se trata de una enorme obra maestra que, con toda justicia, ha pasado a formar parte del repertorio cuartetístico habitual.

Por cierto, aquí dejé una comparativa de la versión para orquesta de cuerda preparada por Rudolf Barshai, 



  1. Cuarteto Borodin (Mercury, 1962). Este registro tiene un morbo enorme: primera grabación musical de la historia realizada en la Unión Soviética por un equipo occidental. De hecho, el equipo llegó desde los EEUU y realizó la toma sobre cinta magnética de 35 MM; esta se ha perdido, pero aun así, y a pesar de una distorsión tímbrica excesiva, no suena mal para la época. El Borodin tiene aún a Dubinsky y Alexandrov, violines desde los primeros tiempos, mientras que el viola es ya Shebalin. El violonchelista, por descontado, es Valentin Berlinsky, que seguirá al pie del cañón hasta nada menos que 2007. ¿Y la versión? Pues tensa y dramática, como debe ser, pero muchísimo menos concentrada –tempi considerablemente rápidos, sobre todo en un primer movimiento que está marcado Largo– e inspirada que sus recreaciones posteriores. A destacar, en cualquier caso, un soberbio Allegro molto –una lección de angustia y locura sin sacar los pies del plato– y un Allegretto bastante incisivo. (7)



  2. Cuarteto Borodin (Decca, 1962). Qué cosas: si el 17 de junio realizaba en Moscú el registro para Mercury, el 17 de septiembre el Borodin grababa el Londres una interpretación para Decca. Una para el mercado estadounidense y otra para el de Europa occidental, claro está. La recreación es muy parecida; el primer movimiento es ahora algo menos rápido, y por ende anda mejor encaminado, aunque el violín de Dubinsky vacila por momentos. La toma del sello británico es claramente superior, así que esta es la opción para conocer como recreaba la página el “Borodin antiguo”. (8)



  3. Cuarteto Fitzwilliam (Decca, 1976?). Haciendo gala de un sonido tan sólido como terso, los británicos construyen una interpretación de apreciable tensión interna, angulosa y sarcástica antes que atmosférica, impregnada de un dramatismo seco e implacable –rápidos y ásperos los “golpes en la puerta” del cuarto movimiento– que en cierto modo se aleja del clasicismo un punto distanciado que caracteriza a su integral para acercarse hasta cierto punto a las maneras de hacer del Borodin. (9)



  4. Cuarteto Borodin (Melodiya, 1978). Ahora ya con la mitad de los miembros renovados y adoptando tempi mucho más sensatos, el Borodin nos ofrece una interpretación muy propia de su etapa digamos “expresionista”: directa a hurgar en la herida y con pocas concesiones a la belleza sonora, si bien en nuestra percepción de esta última circunstancia puede influir la sequedad de la toma. Lo más acongojante se encuentra en los movimientos extremos, de una tensión desasosegante al borde de lo soportable y cargados de la atmósfera que les corresponde. El segundo otras agrupaciones lo han planteado aún más incisivo y violento. El tercero no es no una mera distensión, pero tampoco aboga por lo corrosivo, apostando en su lugar por una elegante ironía. En el cuarto, los “golpes en la puerta” suenan con atractiva aspereza y Berlinsky nos hiere en lo más hondo con la cita a Lady Macbeth. (10)



  5. Cuarteto Borodin (YouTube, 1984). Imagen y sonido dejan bastante que desear, pero ahí podemos contemplar a Kopelman, Abramenkov, Shebalin y Berlinsky haciendo lo que mejor saben hacer. No hace falta decir más. Bueno, sí: en el caso de que usted se acerque por primera vez a la página, empiece por ahí. Existe una filmación posterior realizada en Londres, que desdichadamente desconozco. (10)



  6. Cuarteto Borodin (Virgin, 1990). Extraño: aunque los Borodin siguen demostrando la misma perfecta comprensión del universo shostakoviano que en las ocasiones anteriores, esta interpretación parece un poco menos paladeada de la cuenta, por ende no del todo atmosférica, y ha perdido un poco de garra para buscar un mayor equilibrio entre lo sombrío, lo hiriente, lo lírico y, por qué no decirlo, lo formalmente bello. En este sentido, la cantabilidad y la depuración sonora son formidables, por lo hablar de la solidez en el trazo. La admirable toma de sonido nos permite disfrutar de una interpretación, en definitiva, más clásica y menos hiriente. (9)


  7. Cuarteto Hagen (DG, 2005). Interpretación rápida en los tempi, afilada en la sonoridad, muy tensa en su arquitectura y sin concesiones en lo expresivo. No necesita ser áspera ni virulenta, ni tampoco renunciar a la belleza sonora, para transmitir la desolación y el nihilismo que alberga la partitura. Se podrá preferir el humanismo del Borodin, pero la propuesta resulta enormemente sugestiva y se encuentra materializada con plena convicción. A destacar la violencia tan seca y controlada como intensa del segundo movimiento, así como el carácter implacable del cuarto. (10)



  8. Cuarteto Emerson (DG, 2005). Arranca la interpretación con un Largo muy bien cantado, cálido y muy hermoso, lo que no parece exactamente ser lo que esta música pide. Apremiante y nervioso, más exterior que sincero, el segundo. En el tercero saben desplegar humor irónico, aun resultando este un punto pimpante, y a partir de ahí el cuarteto sintoniza con la negrura que desprenden los pentagramas sin terminar marcar las tensiones –sus interpretaciones suelen ser más bien laxas– ni de profundizar en los aspectos dolientes de la misma. La sonoridad algo sollozante de los violines, como era de esperar, dista de convencer. (7)



  9. Cuarteto Jerusalem (Harmonia Mundi, 2006). Tocando con enorme belleza sonora, fraseando con flexibilidad y aportando riqueza de matices, particularmente en el tercer movimiento, los entonces jóvenes componentes del Jerusalem ofrecen una lectura que no es expresionista ni violenta; resulta más bien humanística, reflexiva y profunda, atendiendo a la vertiente lírica de la obra como también, aun sin necesidad de cargar las tintas, a su vertiente atmosférica y al dolor que albergan los pentagramas. Lo más interesante: aún podrán hacerlo mejor. (9)



  10. Cuarteto Jerusalem (YouTube, 2013). De entrada, llama la atención el sonido compacto, hermosísimo sin perder carácter afilado, que consigue la formación integrada por Alexander Pavlovsky, Sergei Bresler, Ori Kam –Amihai Grosz abandonó en 2010– y Kiryl Zlotnikov. Pero hay que descubrirse más aún ante la variedad de recursos técnicos que poseen estos señores, desde la capacidad de modelar ese sonido –cuando quieren logran sonar casi como una orquesta de cámara– hasta la variedad en los ataques o el dominio de los reguladores. Todo es de impresión. Con semejantes recursos, ofrecen un Largo inicial severo y concentrado; no pretenden acentuar el misterio y evitan caer –cosa que sí harán sus colegas– en lo lacrimógeno. Lleno de nervio y de carácter implacable el Allegro molto, y eso que voluntariamente renuncian a la vía expresionista. Genial el Allegretto que viene a continuación; no sé si es el mejor de cuantos he escuchado, pero sí el más rico en matices, imaginativo a más no poder el uso de la agógica e inteligentísimo al modelar el tratamiento de los pizzicatos. Los dos fúnebres movimientos conclusivos, en los que nuestros artistas sobresalen por su manera de matizar expresivamente las dinámicas, son un acierto al ofrecer profundo humanismo sin necesidad de lanzarse en plancha hacia la negrura de la música; para eso ya estaban los señores del Borodin en sus admirables recreaciones. (10)



  11. Cuarteto Borodin (Decca, 2015). Por razones obvias, este Borodin no es el de antes: su miembro más antiguo –estaba desde 1996– es Kopelman, cuyo sonido –qué cosas– por momentos parece. En cualquier caso, hay que destacar un fraseo muy natural, de apreciable cantabilidad, que sabe aunar lirismo y atmósfera ominosa, así como el carácter sombrío de toda la interpretación, pero definitivamente se ha perdido algo de tensión, de carácter implacable. La aparición final del “tema judío” antes de la transición al tercer movimiento resulta un poco extraña, algo ralentizada y menos tensa de la cuenta. Sobresale el carácter aéreo del pasaje fantasmagórico de este tercer movimiento. En el cuarto, por el contrario, los “golpes” necesitan mayor fiereza. Quizá el quinto, muy atmosférico, sea el más conseguido. (8)



  12. Cuarteto Brodsky (Chandos, 2016). No cabe duda de que los del Brodsky comprenden perfectamente el alma de esta música: miedo, angustia, ironía, profunda tristeza… Tocan de manera irreprochable y materializan el concepto no solo con apreciable intensidad, sino también con imaginación a la hora de poner acentos, incluso de concebir movimientos completos: es el caso del tercero, que no quiere ser una distensión suavemente irónica y conoce aquí un fraseo particularmente recortado e incisivo, algo saltarín incluso… Por otra parte, en los movimientos lentos hay grupos –el Borodin, claro está– que han ido más lejos en lo que a mezcla de humanismo y congoja se refiere, por mucho que este cuarto movimiento se encuentre cargado de pathos. En fin, en algunos momentos convencen y en otros no, pero en todo momento interesan. Hay que escucharles. (8)




  13. Cuarteto Emerson (YouTube, 2018). Eugene Drucker –aquí primer violín, en esta agrupación turnan la posición–, Philip Setzer, Lawrence Dutton y Paul Watson poseen un sonido mucho menos interesante, menos terso y más desequilibrado: a Drucker la mano izquierda no le funciona muy bien, y en el primer movimiento nos regala una sonoridad llorica y unos portamentos de todo punto inaceptables. Tras un buen Allegro molto, los norteamericanos apuestan por una fina ironía en un Allegretto que no termina de funcionar: otra vez el violín técnicamente inestable e insincero en lo expresivo de Drucker hace que nos acordemos de su árbol genealógico, justo como va a ocurrir en los dos movimientos conclusivos, que por lo demás van a sonar antes cabizbajos que lacerantes. Dicho esto, hay que aplaudir el fraseo cantable del grupo, lo certero de Watson en la cita melódica de la ópera Lady Macbeth y la innegable intensidad que se alcanza en algunos momentos. (6)



  14. Jansen, Brovtsyn, Grosz, Maintz (YouTube, 2020). Ahí es nada, ver a Janine Jansen como primer violín y tener a Amihai Grosz –del Jerusalem– como viola. Ella va de protagonista, en cualquier caso, echándole mucha imaginación al asunto, haciendo uso de todos los recursos violinísticos imaginables –muchos ataques sin vibrar en el primer movimiento–. provocando algún desencuentro con sus colegas y, en cualquier caso, descubriendo muchas cosas nuevas. A destacar un tercer movimiento de extrema flexibilidad agógica y con muchísima retranca, así como un quinto en el que no hay espacio para lo quejumbroso y sí para una inquietante mezcla de ansiedad y amargor. (8)


  15. Quatuor Danel (Accentus, 2022). Esta es una apuesta atrevida. Los tempi son rápidos –en exceso el Largo conclusivo, que demanda más reposo–, el vibrato moderado, los ataques incisivos. El fraseo, sin caer en modo alguno en el nerviosismo, alcanza clímax de apreciable electricidad y se encuentra lleno de aristas. No hay cabida para lo alicaído ni lo quejumbroso. Todo esto no significa que la interpretación resulte más doliente que otras, como tampoco –todo lo contrario– más siniestra, pero sí que ofrece mayor violencia al tiempo que subraya los aspectos más combativos de la escritura. En cierto modo recuerdan al Hagen, pero sin su altísimo grado de inspiración. No es para todos los gustos, especialmente para quienes busquen hurgar en lo que esta música puede albergar de confesión personal o tengan una visión más “romántica” de la partitura, pero revela nuevos aspectos de esta obra maestra. Soberbia la toma, realizada en vivo en la Gewandhaus de Leipzig. (9)

lunes, 16 de junio de 2025

Así habló Zaratustra, de Richard Strauss: discografía comparada (incompleta)

Todavía me quedan grabaciones por poner, pero ahora el listado ya está más completito.


1. Reiner/Sinfónica de Chicago (RCA, 1954). Con estereofonía formidable para la época se echa de menos gama dinámica nos ha llegado este registro que supone ante todo un testimonio de cómo el maestro de origen húngaro, al poco tiempo de alcanzar la titularidad del conjunto, ya estaba construyendo una formidable máquina de hacer música caracterizada por la brillantez e incisividad de su sonido. Ahora bien, tras una introducción a la que le falta grandeza se desarrolla una interpretación en la que se alternan momentos de gran intensidad y elocuencia ardiente hasta acercarse al desbordamiento De las alegrías y de las pasiones con otros a los que, francamente, les faltan esa sensualidad, esa mágica melancolía y esa ternura que también necesita la música de Don Ricardo. Por otro lado, el nervio que inyecta al fraseo quizá no sea el más adecuado para clarificar las texturas, en cualquier caso trabajadas con innegable virtuosismo. (8)


2. Böhm/Filarmónica de Berlín (DG, 1958). No hay genialidad alguna, y puede que se eche de menos algo de “perfume vienés”, de sensualidad y de encanto la visión es mucho antes “berlinesa”, pero se trata de una interpretación llena de fuerza, sinceridad y dramatismo, de sonoridades rotundas y poderosas hay que insistir en lo de “berlinés”, como también con un gran sentido de la incisividad, y en cualquier caso magníficamente planificada y llena de grandeza. El CD suena regular; el SACD, muchísimo mejor. Búsquenlo en aguas corsarias. (9)


3. Karajan/Filarmónica de Viena (Decca, 1959). Aunque el disco oficial de la banda sonora incluyó el registro de Böhm, esta fue la versión que sonó en la película 2001. La verdad es que se trata de una lectura de estilo irreprochable y con momentos de gran energía, siempre muy bien controlada, además de todo lo refinada y detallista que es de esperar en un Karajan, pero eso es lo extraño no resulta muy personal, carece de la emotividad suficiente y resulta algo discontinua. Grabación correcta sin más para la época: en exceso distorsionada y poco transparente. Si localizan el audio procedente de un SACD la cosa mejora un poco. (7)


4. Reiner/Sinfónica de Chicago (RCA, 1962). Si en 1954 los chicagoers ya hacen gala de un muy notable nivel, ocho años son ya formidables, mejorando sustancialmente en la sección de metales y destinados a convertirse en la gran orquesta norteamericana, por encima de las formidables de Philadelphia y Cleveland. La toma es también mejor, permitiendo disfrutar con mayor fidelidad tímbrica del portento sinfónico. ¿Y la versión? Pues en la misma línea incisiva y vistosa de la anterior, quizá ahora con un punto menor de contrastes y de tensión emocional; lo más flojo continúa siendo La canción de la danza, que ahora intenta hacer más dulce pero sigue sin salirle. Y es que a Reiner, lástima, nunca le salió del todo bien eso de los valses vieneses. (8)


5. Maazel/Orquesta Philharmonia (EMI, 1962). A sus treinta y dos años, Maazel deja constancia de una técnica formidable a la hora de levantar el edificio sonoro, haciéndolo con perfecto equilibrio de planos, muy apreciable claridad, gran sentido del color y brillantez muy bien entendida, pero lo cierto es en esta versión sin duda vistosa y por momentos muy encendida, hay momentos de excesivo nervio, carece de toda la grandeza necesaria –la Introducción, sin ir más lejos y se echa de menos esa particular sensualidad refinada, ese lirismo un punto decadente y lleno de magia sonora, que desarrollará con posterioridad y le permitirá más veintiún años más tarde ofrecer una de las más grandes lecturas discográficas de la obra. La toma de sonido, realizada en el desaparecido Kingsway Hall de Londres en junio de 1962, posee las características propias de las producciones de Walter Legge. (8)


6. Ormandy/Orquesta de Philadelphia (CBS, 1963). Siempre antes eficaz artesano que artista inspirado, el maestro de origen húngaro ofrece una lectura de trazo sólido y pulso sostenido que resulta acertada en los momentos más dramáticos de la página pero que se queda bastante corta en sensualidad, refinamiento y magia poética. Por momentos, incluso, llega a resultar un tanto gris. Si la versión merece no un siete sino un ocho es por la asombrosa actuación de los Fabulous Philadelphians, que no solo tocan con enorme virtuosismo sino que, además, ofrecen un sonido particularmente compacto y empastado, de gloriosa cuerda grave en la que se apoya todo el edificio sonoro, que resulta sencillamente ideal para esta página en particular. (8)


7. Mehta/Filarmónica de Los Ángeles (Decca, 1968). Tras una Salida del sol llena de grandeza, queda claro que el joven Mehta mucho más entusiasta que el de décadas posteriores va a ofrecer una interpretación poderosa, encendida y llena de convicción, sonada con opulencia sin excesos y con elegancia ajena a preciosismos, por momentos muy dramática e incluso algo bronca, aunque no del todo clara en las texturas -la toma no ayuda- y algo falta de magia poética en determinados pasajes. La orquesta no es nada del otro jueves, pero suena de manera muy apropiada. (8)


8. Bernstein/Filarmónica de Nueva York (CBS, 1970). Atención a la fecha. En 1970 ya hacía cuatro años que Lenny había realizado su primer encuentro con la Filarmónica de Viena, a todas luces eje en torno al cual pivota su carreta como director. Al año siguiente vendría la Carmen en el Met y empezaría a realizar su ciclo de filmaciones mahlerianas con la citada formación austriaca. No estamos, por tanto, ante el Bernstein espontáneo, altamente comunicativo pero falto de concentración, e incluso descuidado en lo técnico, de sus primeros años neoyorquinos. Este es el Bernstein de su primera madurez, y se nota ya en una Salida del sol radiante y plena de grandeza. Luego la inspiración baja, pero se recupera en el último tercio de la obra, mostrándose la batuta dionisíaca y también llena de encanto, incluso de perfume vienés, en La canción de la danza, muy personal en La canción del noctámbulo y concentrado a más no poder en la conclusión. La orquesta se encuentra en mejor forma que unos años atrás, pero aún tendría que venir Pierre Boulez a poner orden. A la toma le va haciendo falta un nuevo reprocesado. (8)


9. Steinberg/Sinfónica de Boston (DG BR-Audio, 1971). Se le nota al maestro mucho más a gusto en este repertorio que en Los planetas con que este registro ha sido condenado a circular para siempre en formato digital. Es la suya una lectura antes germánica que propiamente vienesa, pero también una dirección con enérgica y muy entusiasta, palpitante de vida, expuesta con sonoridades robustas sin dejar atenta a la claridad e incluso a la incisividad de la tímbrica. Le sobra alguna precipitación la misma salida del sol y cierta tendencia al decibelio, al tiempo que se echa de menos una dosis adicional de magia sonora, incluso de refinamiento. Quizá parte de la culpa de esto último lo tenga la orquesta, notabilísima pero todavía sin el grado de depuración sonora que alcanzará en la era Ozawa. Buen sonido cuadrafónico recuperado en Blu-ray Audio. (8)


10. Kempe/Staatskapelle de Dresde (EMI, 1971). Interpretación poderosa, con empuje, intensidad y excelente sentido dramático, muy bien tratada en las sonoridades, dicha con excelente pulso y perfecto estilo, aunque más decidida que ensoñada o evocadora en su enfoque. Flaquea un arranque sin grandeza suficiente y un final un tanto desaprovechado. Excelente el sonido cuadrafónico en el DVD-Audio hoy fuera de circulación. (8)


11. Karajan/Filarmónica de Berlín (DG, 1973). Tal vez sea por una toma sonora netamente superior a la de Viena, pero esta interpretación parece más rica en el color y más depurada en lo sonoro, así como más intensa en determinados pasajes. De nuevo, en cualquier caso, se nota cierta discontinuidad e incluso escasez de verdadera sinceridad expresiva, siempre dentro de un altísimo nivel. (8)


12. Solti/Sinfónica de Chicago (Decca, 1975). Como era de esperar, Sir Georg nos entrega una interpretación más terrenal que filosófica, pero en el buen sentido. Realiza su habitual exhibición de músculo, brío bien controlado, electricidad y sentido de los contrastes, entregándonos una interpretación vehemente, escarpada y no poco dramática, brillante en el tratamiento de la orquesta, riquísima –y adecuadamente incisiva en el color, y siempre de claridad admirable. ¿El problema? Que no solo no está bien descuidar los aspectos más reflexivos y espirituales de esta música, sino que en Das Tanzlied el maestro no logra destilar la sensualidad, la magia sonora y –por qué no el perfume vienés que demanda esta música, y a partir de ahí llega a precipitarse un poco. Una lástima, porque hasta ahí se había tratado de una interpretación, aun con los reparos expuestos, de muy alto nivel. Más adelante lo hará mejor. (8)


13. Ormandy/Orquesta de Philadelphia (EMI, 1979). Aun sin llegar a ser nunca un maestro particularmente personal ni creativo, Ormandy acostumbró a mostrarse considerablemente más inspirado en los últimos años de su carrera. Prueba de ello es este Zaratustra que, siendo solo un poquito más lento que el anterior 33’17’’, parece más paladeado y sensual –ya desde el canto de los violonchelos en De los trasmundanos –, más elevado en su vuelo poético. También de muestra más ensoñado en la parte “vienesa” de la obra, que aborda con cierta levedad bien entendida, sin por ello renunciar a unos picos dramáticos planificados con mucha naturalidad y a una brillante respuesta orquestal de una formación a la que trata sin particular interés analítico, pero haciéndola sonar exactamente a lo que debe. La toma es ya digital. Le faltan pegada y sentido espacial, a pesar de que ha sido bien restaurada por el sello Esoteric: busque en aguas corsarias los archivos DFS extraídos del SACD. (9)


14. Mehta/Filarmónica de Nueva York (CBS, 1980). Aunque globalmente el resultado sea parecido, con respecto a su lectura doce años anterior, Mehta pierde un poco de aspereza y de tensión dramática para ganar lenguaje straussiano. En cualquier caso, poderosa y no del todo poética interpretación que se cierra con un final más seco que misterioso. El violín de Glenn Dicterow no es gran cosa. Temprana grabación digital de buena calidad. (8)


15. Ozawa/Sinfónica de Boston (Philips, 1981). Soberbio trabajo de los ingenieros de sonido para una recreación que se basa en el soberbio trabajo realizado por el maestro nipón al frente de la orquesta, de un refinamiento tímbrico insólito y de enorme plasticidad. Por ello es comprensible que a veces la batuta se recree en exceso en la belleza, que haya más contemplación que arrebato y que el resultado pueda parecer un poquito insincero. Dicho esto, la suntuosidad, la opulencia y la comunicatividad quedan garantizadas. (8)


16. Maazel/Filarmónica de Viena (DG, 1983). Al frente de la orquesta más straussiana del mundo y ya con pleno dominio del idioma del compositor, el Maazel maduro ofrece una lectura en la que combina la riqueza de detalles expresivos con una arquitectura global perfecta, tan flexible como lógica, en la que los clímax se hayan perfectamente estudiados y evita caer en la excesiva vehemencia de su interpretación con la Philharmonia. Además, ahora sí que atiende a todos los aspectos posibles de la partitura, desde lo épico y lo dramático –sin cargar las tintas hasta lo elegante, lo amoroso, lo poético e incluso lo decadente, hasta el punto de que por momentos se adivina no ya al Rosenkavalier, sino también al Strauss tardío. Eso sí, pese a que todos los componentes referidos se encuentran aquí, esta es una versión antes lírica, poética y sensual que escarpada o visionaria, teniendo que ver quizá con ello la presencia de una Wiener Philharmoniker que aporta esos mismos aromas vieneses –basta escuchar Das Tanzlied que destilaba junto al propio Maazel en los conciertos de Año Nuevo. Por eso mismo habrá quienes prefieran lecturas donde primen otros enfoques, aunque será difícil que nadie se resista ante el derroche de belleza sonora ofrecido o ante la magia increíble del final. La ingeniería del sello amarillo, excelente. (10)


17. Prêtre/Orquesta Philharmonia (EMI, 1983). El maestro francés ofrece una interpretación vibrante y extrovertida, llena de garra y de electricidad, de trazo refinadísimo y atento a las texturas –impresionantes las maderas en mitad de El convaleciente, pero también más nerviosa de la cuenta, falta de poso reflexivo, concentración y profundidad: no olvidemos que se trata de una obra filosófica. También sería necesario un grado adicional de esa sensualidad un punto decadente típicamente straussiana. Hay además algún clímax muy excesivo, como el que se encuentra al minuto y veinte segundos de arrancar de El convaleciente. Excelente la toma, como es habitual en las producciones del gran Charles Gerhardt. (8)


18. Sinopoli/Filarmónica de Nueva York (DG, 1987). Esta es una interpretación vistosa y muy contrastada, pero también sumamente irregular. El veneciano acierta en las partes más extrovertidas de la obra con su batuta elocuente, colorista y brillante, admirable a la hora de manejar texturas, mientras que se muestra muy poco inspirado en las más “filosóficas”, en la que el sentido del misterio y la reflexión filosófica se ven sustituidos por narcisismos varios que llevan a una irremediable pérdida de pulso interno y, por ende, a la fractura de la unidad del discurso. El resultado, una recreación en la que se yuxtaponen de manera poco natural momentos muy logrados y otros de escaso interés. Soberbia la toma de sonido. (8)


19. Karajan/Filarmónica de Berlín (DVD Sony y Stage+, 1987). En este concierto del 1 de mayo por el 150 aniversario de la orquesta Karajan no mejoró los resultados de grabaciones anteriores. Más bien al contrario. Por descontado que refinamiento, belleza sonora y brillantez se encuentran garantizados dentro de una lectura de perfecto idioma, pero en general Karajan no parece del todo comprometido poca inspiración en Das Tanzlied, e incluso da la impresión que la concentración es irregular. La realización visual se recrea cómo no en el maestro antes que en la orquesta, pero esta vez la imagen es genuina y no presenta los playbacks “de estudio” de otras ocasiones. Técnicamente, imagen y sonido dejan mucho que desear. (8)


20. Maazel/Sinfónica de la Radio Bávara (RCA, 1995). A la introducción le falta el carácter visionario de su versión con Viena, pero Maazel hace de nuevo gala de un idioma, una solidez, una sinceridad y una elocuencia difícilmente superables en este repertorio. Todo ello, además, evitando por completo tanto la retórica como lo en exceso decadente, y en este sentido esta nueva interpretación es menos “vienesa” y más escarpada que la anterior. Hay momentos “góticos” muy conseguidos, aunque el final podría ser más siniestro aún. (9)


21. Solti/Filarmónica de Berlín (Decca, 1996). En los años noventa Sir Georg conoció una cierta decadencia en su arte: menor concentración, ciertas prisas, aunque nada que ver con las asperezas de la primera etapa de su carrera. En cualquier caso, hay excepciones, como este fenomenal Zaratustra que deja atrás al de 1975 en Chicago añadiendo a su enfoque colorista, vital y altamente apasionado a veces al borde del desbordamiento una dosis mayor de sensualidad, de refinamiento y de magia poética. Como la orquesta es ideal para la obra, los resultados son colosales, con independencia de que algún momento la misma salida del sol podría estar más paladeado. (9)



22. Sinopoli/Staatskapelle de Dresde (YouTube, 1998). Haciendo gala de su batuta colorista y brillante, así como de un fraseo curvilíneo, flexible y vehemente, con frecuencia agitado y a veces nervioso en determinados pasajes se echa de menos concentración, el maestro veneciano ofrece una recreación ya madura en la que pone de relieve los aspectos más dramáticos de la página. Hay hedonismo bien entendido, suntuosidad tímbrica y claridad, ciertamente, pero por encima de todo se ponen los contrastes, el temperamento y un cierto sentido del desgarro, cuando no del amargor, que recuerda no poco a su memorable grabación de Don Juan del mismo compositor. La orquesta sajona aporta una sonoridad straussiana “con denominación de origen” que se aparta tanto del excesivo músculo berlinés como del hedonismo vienés, y que resulta ideal para la idea expresiva que plantea el maestro. La toma, cortesía de la NHK, no es la mejor de las posibles, pero posee amplia gama dinámica y un registro grave de impresión. (9)


23. Boulez/Sinfónica de Chicago (DG, 1999). Lo lógico hubiera sido que los chicagoers grabaran esta página con su titular Barenboim, pero como se ve que al de Buenos Aires no le interesa esta partitura tuvieron en su lugar a un Boulez que hizo más que nunca de Boulez. Del Boulez de los noventa, habría que puntualizar. Realiza así, ayudado por una orquesta soberbia (¡qué mezcla de potencia, brillantez y refinamiento!) y por una toma de auténtico lujo, una radiografía de la partitura como pocas veces -o nunca- se haya escuchado. Aporta además un trazo segurísimo y de completa lógica, sin rigideces ni -imposible con semejante maestro- espacio para narcisismos, así como un enfoque dramático muy convincente. Eso sí, quien busque carácter “vienés”, sensualidad, decadentismo en su punto justo y magia poética puede sentirse seriamente decepcionado. En cualquier caso, se diría que la audición resulta imprescindible por su carácter didáctico. (9)


24. Mehta/Staatskapelle de Dresde (Blu-ray Arthaus, 2010). Ni la Salida del sol ni el final poseen, en modo alguno, la concentración ni la inspiración que se debe exigir a un director tan versado en este repertorio. Por lo demás, una versión “muy de Mehta”, es decir, musculada y un tanto rústica, opulenta sin hedonismo alguno, de colores incisivos y bastante escarpada en la expresión, pero también bastante parca en sensualidad, en elegancia y en atmósferas, además de poco interesada en desmenuzar las texturas. La toma en DTS multicanal, con surround auténtico, es un auténtico prodigio: quizá sea, junto con la de Nelsons/Concertgebouw, la mejor grabación que hayan recibido esta obra. El YouTube es un pálido reflejo. (8)


25. Jansons/Orquesta del Concertgebouw (YouTube, 2012). Comienza la interpretación defraudando un tanto: siendo este un repertorio muy afín a Mariss Jansons, el maestro letón parece mostrarse un tanto indiferente, lineal incluso, como si confundiera la objetividad que caracteriza sus maneras de hacer con cierta falta de implicación emocional, o al menos a la hora de poner matices. Poco a poco parece que se va calentando, pero la inspiración no termina de brotar de una interpretación que, en cualquier caso, se encuentra trazada de manera irreprochable, evidencia conocimiento del estilo -evitando preciosismos, eso sí- y se mueve siempre dentro de una gran sensatez. La soberbia orquesta, que suena empastadísima y con maravillosa plasticidad, ayuda a la batuta lo mismo que Chicago colaboró con Barenboim en unos tiempos que el que el de Buenos Aires no terminaba de conectar con el mundo straussiano. Siete para Jansons, diez para los holandeses. (8)


26. Nelsons/Ciudad de Birmingham (Orfeo, 2012). Interpretación dramática, escarpada y poderosísima –tremendos los timbales, quizá sobredimensionados por la grabación, podría decirse que visionaria, pero siempre controlada con pulso firme, sin precipitaciones ni arrebatos temperamentales, descendiendo al detalle con refinamiento carente por completo de narcisismo y, sobre todo, dicha con la más absoluta sinceridad, sin que haya asomo de retórica vacua ni voluntad de llegar al oyente por la vía rápida de la seducción. Se echa de menos, eso sí, un grado más desarrollado de sensualidad y vuelo lírico, aunque la opción a la postre resulta del todo coherente. (9)


27. Dudamel/Filarmónica de Berlín (CD DG y Digital Concert Hall, 2012). Tras una poderosa, soberbia introducción, el maestro venezolano ofrece una interpretación cálida, dionisíaca, con tanta sensualidad como nervio y altamente comprometida que se sitúa en el punto justo entre brillantez, sentido dramático hedonismo sonoro bien entendido y -no menos importante- lirismo y ensoñación de estirpe vienesas. Podría echarse de menos una dosis superior de chispa e incisividad en el vals, así como en general unos contrastes más marcados y una visión más áspera de la partitura, pero en su línea resulta digna de toda admiración. Otra cosa es que para semejante concepto los Wiener Philharmoniker sean aún superior a estos fenomenales Berliner: enseguida Dudamel se pondrá al frente de ellos. El sonido del CD es formidable, y entiendo que la interpretación es más o menos la misma que la de la plataforma audiovisual: el audio debe de proceder de una mezcla de los tres días del programa de abono, mientras que la filmación es solo del 28 de abril. (9)


28. Dudamel/Filarmónica de Viena (Symphony Live, 2013). El venezolano repite su cálido y voluptuoso acercamiento a la página, esta vez esa la orquesta idónea para la visión particularmente hedonista, aunque siempre idiomática, que adopta su batuta. Eso sí, por mucho que se encuentre tratada con mano maestra, esta Wiener Philharmoniker no suena, dentro de su altísimo nivel, como lo hacía la de Maazel: el tiempo no pasa en balde. Imagen y sonido muy deficientes en YouTube, sensacionales en la plataforma Symphony. (9)



29. Nelsons/Orquesta del Concertgebouw (Blu-ray Cmajor, 2013). Al igual que su grabación en Birmingham del año anterior, la óptica adoptada por el maestro es ante todo profunda y dramática, lo que se traduce en un sonido particularmente poderoso, en una enorme concentración en los momentos más introvertidos –con pocos directores el carácter filosófico de esta partitura ha sido puesto tan de relieve- y en un temperamento particularmente encendido en el resto, además de por  una perfecta planificación de la arquitectura que le lleva a alcanzar clímax escarpados y visionarios a más no poder. En contrapartida, y aunque el trazo es siempre de gran claridad y finura, aspectos como la elegancia, la galantería y el hedonismo más o menos decadente, es decir, el lado “vienés” de la obra que de manera tan portentosa subrayara Maazel en su registro para DG, quedan relativamente relegados en esta, por lo demás, soberbia interpretación que se beneficia sobremanera de una orquesta –y un violín– en estado de gracia. Magnífica la toma sonora en BR, con surround auténtico. (10)



30. Nelsons/Filarmónica de Berlín (Digital Concert Hall, 2014). Repetición de la jugada por parte de Nelsons, exactamente en la misma línea sanguínea y visionaria que en su registro del año anterior, con una orquesta que es igual de increíble (¡qué timbalero!) pese a algunos desajustes puntuales propios del directo, pero que posee unas cualidades distintas. En este sentido, resulta muy ilustrativo comparar cómo le suenan los Berliner a Nelsons y a Dudamel en la misma página: más escarpada al primero, más sensual y refinada al segundo. (10)


31. Maazel/Orquesta Philharmonia (audio en YouTube, 2014). Al igual que en la Alpina que ofreció en el mismo concierto celebrado en el Royal Festival Hall londinense por el 150 aniversario del compositor, Maazel ofrece una interpretación que se eleva a lo más alto de toda la discografía, sumando al carácter encendido de la interpretación con esta misma orquesta cincuenta y dos años atrás el refinamiento y la sensualidad de su registro con la Filarmónica de Viena y las tensiones escarpadas (¡tremebundas!) y las atmosferas sombrías de su grabación en Múnich, pero dándole a todo ello una vuelta más de tuerca en lo que a capacidad de análisis –asombroso, insuperable el trabajo con las texturas, imaginación y compromiso expresivo se refiere, alcanzando momentos de auténtico escalofrío; la Introducción y el clímax final de El convaleciente, en ambos casos con la plena colaboración de un timbalero atrevido a más no poder, son de oírlos para creerlos. Lástima que la toma sonora, de origen radiofónico, no permita disfrutar a tope de esta maravilla. (10)


32. Jansons/Sinfónica de la Radio de Baviera (YouTube, 2017). El maestro vuelve a ofrecer más artesanía de calidad que una lección de compromiso y creatividad, pero esta vez, aunque siga pinchando en la introducción y desaprovechando numerosos pasajes, parece algo más implicado en la expresión, o por lo menos más encendido. La orquesta de Múnich no posee la calidad ni las calidades de la de Ámsterdam, pero funciona muy bien bajo una batuta que controla de manera formidable los medios. (8)


33. Chailly/Orquesta del Festival de Lucerna (Decca, 2017). Interpretación vistosa, dicha con opulencia sin preciosismos y desplegando un riquísimo sentido del color, a la que le falta un último punto de inspiración poética y le sobran despistes varios en una Tanzlied poco acertada. Espléndido sonido en alta resolución. (8)


34. Jansons/Filarmónica de Berlín (Digital Concert Hall, 2019). Los berlineses marcan una gran diferencia con respecto a la filmación de Jansons tan solo dos años anterior. La sonoridad es más bella, más poderosa y más propiamente straussiana; las intervenciones solistas desprende la más excelsa musicalidad y muchísima implicación expresiva; se diría, incluso, que los aromas vieneses están mejor recogidos por la cuerda de los Berliner en La canción de baile. Pero no es solo la orquesta: el maestro se muestra manifiestamente más inspirado. Frasea con más concentración, paladea mejor la música, conjuga de manera más satisfactoria extroversión y carácter reflexivo. Esta es su gran lectura de la obra, beneficiada además por imagen 4K y excelente sonido Dolby Atmos. (9) 


35. Nelsons/Gewandhaus de Leipzig (Stage+, 2022). Tras una salida del sol que no llega a alcanzar toda la grandeza deseable, Nelsons vuelve a ofrecer una interpretación de perfecto idioma en la que alcanza ya ese equilibrio entre dramatismo y sensualidad que se echaba de menos en sus primeros registros de la página, pero esta vez con algo menos de depuración sonora: hay algún desajuste, y la cuerda sajona no está del todo fina. En exceso personal, por cierto, el primer violín en Das Tanzlied. Las maderas sí que están a la altura, y son tratadas por la batuta con un enorme acierto para resaltar sus aspectos más incisivos en lo que termina resultando, a la postre, una visión bastante encendida y “moderna” de la obra. Esta filmación, que se ofrece con excelente calidad audiovisual, no debe confundirse con el audio editado por DG, que corresponde a mayo de 2021 y aquí no comento. (8)

Uchida y Tate hacen Mozart en Londres

Hace algunos días escribí aquí sobre los Conciertos para piano nº 22 y 23 de Mozart en interpretación de Daniel Barenboim y Rafael Kubeli...