domingo, 12 de julio de 2020

Renaud Capuçon y Martha Argerich hacen Beethoven y Franck

Un estado anímico bastante decaído me lleva a intentar una huída hacia adelante y a sacar entrada para el recital de mañana lunes 12 en Granada de Renaud Capuçon y Martha Argerich. Viajar me vendrá bien –aunque por allí el coronavirus campa a sus anchas–, y el programa es de gran atractivo: Sonata nº 8 de Beethoven, la gloriosa Sonata para violín y piano de César Franck y la Sonata nº 2 de Prokofiev. Además, tengo muchas ganas de ver a Argerich, además de escucharla: la única vez que la tuve en directo, nada menos que en la Musikverein de Viena con Barenboim y la Staatskapelle, la ubicación de mi asiento no me permitió contemplarla más que cuando entró y cuando salió del escenario.



YouTube me ha permitido hacerme una idea de cómo serán los resultados, porque hay vídeos de Beethoven y Franck. Al año 2011 corresponde la interpretación de la Sonata nº 8 beethoveniana. Muy en la línea de la antigua grabación de Argerich con Kremer, en el primer movimiento se opta por la agitación y por lo tempestuoso, apostando por un nervio que deviene primero en cierto carácter saltarín y luego en nerviosismo. Zukerman y Barenboim también lo hicieron así, pero mucha mayor concentración y hondura. El segundo está dicho con intensidad y un gran sentido de los contrastes (¡qué valiente, como siempre, la mano izquierda de Argerich!). Pero aquí echo de menos a otros intérpretes muy distintos, Menuhin y Kempff, que frasearon con una hondura y una nobleza de la que estos intérpretes carecen. Y el Allegro vivace conclusivo, pues eso mismo, todo alegría y vivacidad sin detenerse en otras consideraciones. En suma, una interpretación muy atractiva, rápida en los tempi y altamente contrastada tanto en los sonidos como en la expresión, pero bastante más impetuosa que madura. 



La página de Franck nos llega de un recital en Hamburgo del 25 de junio de 2020, realizado a puerta cerrada y con mascarilla para el que pasa las páginas. Muy notable recreación, no exenta de desigualdades. Convence poco el primer movimiento, por culpa de un Renaud Capuçon en exceso autocomplaciente –comienza con algunos portamentos que convencen poco– y parco en poesía, por mucho que ofrezca un sonido carnoso y de extraordinaria belleza tonal. Argerich, setenta y nueve añitos con una digitación todavía asombrosa, aporta concentración y algunos negros nubarrones que apenas logran inquietar el excesivamente plácido enfoque. El atormentado segundo, por el contrario, pertenece a doña Marta, que logra controlar su habitual tendencia al nerviosismo y llegar a un perfecto entendimiento con su partenaire, que se deja contagiar por la emoción. En el tercero ambos continúan en un lógico punto de encuentro en el que todos los componentes de la música alcanzan un perfecto equilibrio, atendiendo tanto a la ensoñación lírica como a la tensión interior aportando los convenientes claroscuros; todavía se puede profundizar más en intensidad y en poesía, pero los resultados son notables. Como también en ese maravilloso, incomparable movimiento final, en el que el francés sabe comprometerse lo suficiente y la argentina acepta lo apolíneo del planteamiento sin dejar de ser ella misma.

Del Prokofiev hay un vídeo con Kremer filmado en 1994, pero  ahí me permito sintetizar: ella maravillosa, el violinista en su línea gatuna habitual. Capuçon ofrece un sonido muchísimo más bello y mejor gusto expresivo, aunque suela mostrarse tan intenso como su colega. Creo que me lo pasaré bien mañana, si todo sale como es debido.

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