Los chicos de Warner nos hacen sufrir: el contenido de la caja de 109 CDs dedicada a Sir John Barbirolli sí está saliendo en las plataformas de streaming, pero con cuentagotas, a razón de dos o tres títulos por semanas. Quien quiera escuchar ya las nuevas remasterizaciones, que se la compre. O que tenga un amigo que le haga el favor de prestarle las más interesantes. Yo he tenido esa suerte, y además con un favor añadido: varias imágenes de espectrogramas comparando las primeras ediciones en compacto con estas últimas. La diferencia es brutal, particularmente en el Réquiem de Verdi. Pero hoy no voy a hablarles de esa grabación, de la que ya escribí aquí, sino de otra de esas joyas: la Sexta sinfonía de Gustav Mahler que el maestro británico registró en agosto de 1967 al frente de la Orquesta New Philharmonia, una interpretación personalísima despojada y rigurosa, sin rastro de emotividad pero cargadísima de tensión dramática ya desde un primer movimiento implacable, voluntariamente alejado de la incandescencia épica, sin rastro de carácter festivo, lleno de malos presagios.
El Andante moderato –ubicado por deseo expreso de Barbirolli en segundo lugar, aunque en varias ediciones EMI hiciera caso omiso de esta voluntad– resulta tan intenso y lacerante como ajeno al humanismo panteísta de un Bernstein. En el Scherzo se subrayan los aspectos expresionistas, pero sin cargar las tintas en la corrosividad ni de caer en la esquizofrenia: venir después del Andante moderato facilita las cosas en este sentido, pues no es imprescindible subrayar unos contrastes que de esta forma quedan bien marcados. El movimiento conclusivo, encendido, sin exhibicionismos y siempre bajo rigurosísimo control, termina con unos redobles de timbal implacables a más no poder, realmente escalofriantes, sin dejarnos un solo ápice de esperanza.
En cualquier caso, lo que más maravilla en esta lectura es el increíble trabajo de análisis orquestal: seguramente ni con Boulez se ha alcanzado grado semejante de claridad de líneas y de atención a las texturas como el que aquí realiza Sir John, siempre en perfecta complicidad con una orquesta en estado de gracia que suena en sus maderas (¡bien entrenadas por su titular Otto Klemperer!) y sus metales con una particular incisividad que, sin llegar a ser hiriente, no da lugar a concesiones ni a la belleza sonora ni a la brillantez más o menos retórica. En fin, una experiencia.
¿Y la remasterización? La imagen que les paso arriba habla por sí sola: ahora suena mucho mejor, porque había demasiada información que los ingenieros que hicieron el primer reprocesado, el de 1996, se habían dejado en el tintero. Cierto es que ahora se percibe más el carácter algo metálico de la toma original, pero también que se ha ganado en relieve, cuerpo y presencia orquestal. Estoy deseando que los de Warner nos dejen escucharla por fin en alta definición.
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