domingo, 5 de julio de 2020

El formidable Shostakovich de Ormandy

Jamás un director genial y rara vez creativo, Eugene Ormandy demostró una enorme sintonía con Dmitri Shostakovich cada vez que se acercó a su música. Sony Classical ha reeditado en una cajita de tres compactos tan barata como espartana en su presentación todo lo que el director nacido en Budapest, y siempre al frente de su formidable Philadelphia Orchestra, grabó del compositor de La naziz para CBS. Creo que merece mucho la pena la compra.


Por un lado tenemos la Sinfonía nº 1 y el Concierto para violonchelo nº 1 con Rostropovich de solista, que habían sido editados juntos en un CD del que ya hablé por aquí. No hay mucho más que añadir; son clásicos que hay que conocer. El morbo llega con la Sinfonía nº 4, un registro realizado el 17 de febrero de 1963 que circuló muy poco en compacto, resultando desde hace ya mucho tiempo prácticamente inencontrable. La recuperación es de lo más satisfactoria, porque se trata de una espléndida lectura.

 La verdad es que parece mentira que solo catorce meses después del estreno mundial de la partitura –escrita mucho antes, ya saben–, y sin contar con el menor referente, el maestro lograse ofrecer una interpretación tan admirable desde todos los puntos de vista. No solo está soberbiamente tocada y muy bien planificada, sin altibajos de tensión ni puntos muertos en una sinfonía de desequilibrada estructura que sin duda se presta a ello, sino que además Ormandy acierta por completo en el meollo expresivo del asunto. Hay tensión dramática, rebeldía y aspereza, como también evocaciones oníricas a medio camino entre el recuerdo nostálgico y lo inquietante; también hay sarcasmo, humor negro y un particular sentido de lo grotesco. Todo ello servido por una orquesta soberbia que suena a lo que tiene que sonar, a Shostakovich. Luego se pueden poner algunos reparos: los redobles de timbal en el primer movimiento en torno a 18:45 deberían sonar con más sentido de lo gótico, ser antes misteriosos y terroríficos que agresivos, mientras que el gran clímax final de la obra antes de la dilatadísima coda podría resultar más visionario. Pero globalmente me parece una lectura de absoluta vigencia, que además se conserva con una toma sonora de gran naturalidad en la tímbrica, buen sentido espacial y apreciable cuerpo y relieve; lástima que se grabara a un volumen algo elevado y no posea toda la gama dinámica necesaria en una partitura que exige extremos.


La Quinta sinfonía corresponde a abril de 1965, y no debe ser confundida con la que los mismos intérpretes registraron con posterioridad para RCA con sonido cuadrafónico –la ha recuperado Dutton, pero no me la he comprado–. En cualquiwer caso, esta es una Quinta que, beneficiándose de una orquesta opulenta (¡qué cuerda grave!) totalmente entregada, acierta en toda la carga al mismo tiempo amarga y rebelde que albergan los pentagramas sin necesidad alguna de “romantizar” su lirismo –seco, punzante–, y sabiendo combinar la relativa distensión del segundo movimiento con una socarronería no ya conveniente, sino necesaria. En el Finale el maestro no se toma las cosas demasiado en serio, menos mal, pero tampoco indaga en dobles lecturas: se limita a trazar la música con gran solidez, sin prisas, renunciando a cualquier efectismo, hasta desembocar en una coda neutra que logra evitar el carácter épico. Para lo que por entonces se sabía de esta música, todo un acierto.


Queda la Sinfonía nº 10. Aun habiendo querido verse aquí una crítica velada al periodo estalinista, y pese a esconder entre las notas referencias a su persona e incluso a su vida amorosa que han sido puestas de relieve por la musicología, lo cierto es que Shostakovich escribió con esta op. 93 su sinfonía más abstracta, la que menos necesita de circunstancias externas a la propia música para su comprensión y para su interpretación. Lo que hace falta es un director que crea en ella, que trace con solidez las tensiones de ese dificilísimo edificio que es el primer movimiento, que trate los colores con la oscuridad tímbrica y la aspereza que este repertorio demanda y, desde luego, que se implique en lo expresivo aportando intensidad y sin caer en el menor efectismo. En este registro de abril de 1986 Ormandy cumple con todo eso y aporta, además, un estupendo análisis de planos sonoros y una gran plasticidad en el tratamiento de su fabulosa orquesta. Falta la genialidad, pero por lo demás sigue siendo una de las grandes lecturas de la obra.

De propina, la célebre polca de La edad de oro, en una recreación de 1966 divertidísima, animada, colorista y también con mucha socarronería, aunque no con toda la mala leche posible. Si a usted le gusta Shostakovich, no se pierda esta cajita.

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