Tampoco seré yo quien venga aquí a realizar ningún descubrimiento. Pero en vez de decir que Morricone fue el rey del spaghetti western y que alcanzó el cénit de su celebridad con La Misión –melosa y sobrevalorada partitura– mientras que Williams recuperó el “sonido Korngold” y lleva décadas colaborando con Steven Spielberg, me gustaría apuntar que, frente a la escritura para orquesta sinfónica convencional, entroncada tanto en la tradición norteamericana como en la europea –incluyendo guiños a los grandes nombres– del compositor de Star Wars, que se basa en el desarrollo de la melodía y en la imbricación de los motivos temáticos –que no de “leitmotivs” a la manera wagneriana–, Morricone recurrió a una gama variada y a menudo muy creativa en lo que a plantilla instrumental se refiere, compartió los desafíos vanguardistas de sus compatriotas Luigi Nono (1924) y Luciano Berio (1925) y basó su música en el timbre, el ritmo y la textura, lo que no le impidió que nos dejara melodías de belleza acongojante.
Hay otras diferencias. Mientras que Williams siempre ha conseguido la plena integración con lo que se ve en la pantalla, el desaparecido maestro romano raramente lograba un diálogo perfecto con la imagen. A veces parecía tejer tapices más o menos continuos, de lógica interna independiente a la materia fílmica, que el director de la película podía poner aquí o un poco más allá sin que eso importara demasiado (¿quizá el "papel pintado" que tanto detestaba Stravinsky?). El italiano pensaba en el tempo musical, mas no en el fílmico. Pero también es verdad que se mostraba más lúcido y arriesgado que su compañero a la hora de ofrecer metáforas musicales. Por eso mismo exigía más al oyente. También era bastante más vulgar cuando había que escribir partituras alimenticias, lo que no debe confundirse con su interés por integrar el pop sesentero y setentero, e incluso lo abiertamente hortera, como parte de un lenguaje que, a la postre, resultaba personalísimo e inconfundible.
Ha cambiado mi consideración de la obra de Morricone con el paso de los años. Siempre le he admirado mucho, pero antes me interesaba ante todo la belleza de sus melodías; me costaba trabajo entrar en sus propuestas más arriesgadas. Lo mismo le ocurría a todos sus admiradores. Era habitual entre los aficionados hablar de la “cara A” y la “cara B” del disco de La tenda rossa (1971): una maravilla el despliegue melódico de la primera, una cosa “extrañísima y pesada” el otro lado. Ahora me gusta más esa cara B, un prodigio del dominio de las texturas, de uso de la voz humana, de la integración del ruido como parte de la música –nada inhabitual en la creación contemporánea, pero sí en la música escrita para el cine–, de la creación de imágenes sonoras… Pueden escuchar todo ello en el YouTube que les he puesto arriba: la cara A hasta 18:54, y de ahí hasta 41:12 la cara B, más luego una serie de bonus.
Descanse en paz, Ennio Morricone.
PS. Aquí va un complemento a esta entrada.
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