domingo, 19 de abril de 2020

Las sinfonías de Prokofiev por Kitajenko en Colonia

Dimitrij Kitajenko había grabado las sinfonías de Prokofiev para el sello Melodiya en los años ochenta. Lo que conozco de aquellos registros me parece desigual en lo interpretativo y muy problemático en lo que a la toma sonora se refiere. Ahora he podido escuchar la que grabó entre 2005 y 2007 para Capriccio frente a la Gürzenich-Orchester Köln, y puedo asegurar que las cosas han cambiado: las interpretaciones son muy dignas y la ingeniería resulta excepcional, yo diría que insuperable para el formato CD. De hecho, suena bastante mejor que las estupendamente grabadas de Rostropovich y Ozawa, a día de hoy las integrales más recomendables desde el punto de vista artístico.


En la Sinfonía nº 1, el ya veterano maestro ruso se saca la espina de su antigua lectura con esta otra recreación considerablemente mejor planteada. Aquí el primer movimiento, ya sin precipitaciones, esquiva toda vulgaridad y ofrece toda la elegancia, la finura bien entendida y el equilibrio clásico que demanda. El resto es francamente notable por el buen dominio del idioma, lo acertado del planteamiento expresivo y la excelente factura con la que este se encuentra plasmado en lo sonoro. Se agradece especialmente la buena disección del entramado orquestal y la cantabilidad del fraseo, sobre todo en un Larghetto que se deja de trivialidades para explorar el lado más melancólico de esta música. Solo falta una vuelta de tuerca más tanto en el manejo de las tensiones como en la sal y la pimienta para alcanzar la excepcionalidad: a la postre, esta lectura resulta un punto sosa

Kitajenko renuncia al efectismo en la ruidosa Sinfonía nº 2 y ofrece una interpretación lenta y clarificadora que acierta particularmente en las variaciones más nocturnales, muy bien paladeadas, pero tampoco se queda corto en incisividad y dinamismo en el resto de la obra. En cualquier caso, hay algunas decisiones personales discutibles, como la lentísima fanfarria de los compases iniciales y algunos cambios de tempo en el primer movimiento –precisamente por la voluntad de distinguir bien sus distintos ambientes–, así como la excesiva pesadez de la última variación, que no avanza de manera suficientemente implacable y ominosa. Por otra parte, el tema de las variaciones no resulta lo suficientemente emotivo y, en general, se echa de menos un colorido más variado

En comparación con su antiguo registro, en esta nueva lectura de la Sinfonía nº 3 vuelve a acertar en un segundo movimiento curvilíneo y misterioso, muy bien paladeado, mientras que en el resto ofrece claridad sin efectismos y un perfecto equilibro entre los aspectos más explosivos de la página y sus recovecos introvertidos, todo ello haciendo gala de excelente gusto y un irreprochable conocimiento del idioma. Le falta, para alcanzar la excepcionalidad, un colorido algo más desarrollado, mayor emotividad lírica en algunos pasajes y, sobre todo, un carácter más trágico e implacable en los momentos más demoníacos: recordemos que en buena medida esta música es una suite de la ópera El ángel de fuego.

El gran interés de esta edición radica en lo que hace Kitajenko con la primera versión de la Sinfonía nº 4, una música muchísimo menos interesante que la versión definitiva de la página y que hasta ahora no había recibido ni una sola grabación convincente, ni siquiera la de Rostropovich. Esta sí lo es: Kitajenko nos ofrece la mejor interpretación discográfica de esta flojísima obra haciendo gala de excelente pulso y una admirable planificación, acertando además al inyectar tensión a los momentos más extrovertidos sin cargar las tintas en los aspectos “explosivos” y al paladear con gran delectación melódica el segundo movimiento. Ciertamente se echa de menos –como en el resto de la integral– un colorido más variado y con mayores cualidades expresivas, así como una mayor emotividad lírica, pero aun así el resultado alcanza el sobresaliente.

En cuanto a la segunda versión de la Cuarta, el maestro ruso acierta aquí ofreciendo una lectura que, aun lejos de la genialidad y sin destilar esa maravillosa nostalgia doliente que conseguía Rostropovich, sabe equilibrar las vertientes lírica, irónica y dramática de la obra, y haciéndolo además con excelente pulso, muy notable claridad y una sonoridad sencillamente perfecta para el compositor, con cuyo estilo sintoniza a la perfección. Quizá el primer movimiento sea el menos logrado, justo por la antedicha falta de intensidad emotiva, si bien el colorido es muy certero, hay detalles incisivos muy apreciables y el gran clímax dramático –no tanto el lírico– se encuentra perfectamente conseguido. El segundo está fraseado con una naturalidad y una fluidez admirables, aun de nuevo sin llegar al nivel de profundidad del de Baku. El tercero está planteado con animación, incisividad y adecuada ironía, sin necesidad de excesos aunque también sin indagar mucho en misterios. El cuarto está dicho con empuje y ese carácter implacable que necesita, si bien el clímax conclusivo resulta mucho antes estruendoso que verdaderamente opresivo. Falta una vuelta de tuerca, pues, para redondear una interpretación que se beneficia –es justo insistgir en ello– de una toma sonora absolutamente sensacional.

La Quinta sinfonia recibe una interpretación eficaz en la que el maestro ruso demuestra una vez más buena comprensión del universo del autor y hace gala tanto de convicción expresiva como buen gusto –nada de vulgaridad ni de efectismo–, pero sin terminar de construir bien la arquitectura, ni de diseccionar la portentosa orquestación –pese a algún novedoso detalle clarificador aquí y allá–, ni de colorear los timbres y suficiente ni, sobre todo, de transmitir auténtica emoción a través de los sonidos. El trazo resulta más bien lineal, las tensiones no progresan, las atmósferas no están conseguidas y la emotividad ni termina de brotar. Lo menos bueno es un tercer movimiento que pasa sin pena ni gloria, y lo mejor un cuarto bien salpimentado y con la adecuada carga de virulencia hacia el final, aunque también con alguna notable caída de tensión. Tampoco es que la orquesta sea nada del otro jueves.

Haciendo gala de un “sonido Prokofiev” absolutamente acertado y de un gusto irreprochable en el que no hay espacio para escándalos sonoro y sí para la claridad y la atención al detalle, Kitajenko ofrece una notable recreación de los dos primeros movimientos de la Sexta sinfonía, muy centrados en la expresión pese a faltarles un punto extra de acentuación tanto en el carácter opresivo de la página como de su emotividad lírica, que la tiene; más profesionalidad que inspiración, pues, pero de altura. Desdichadamente pincha por completo en el Vivace conclusivo, muy flácido y desganado, carente por completo de electricidad y de garra dramática, por lo que a la postre la recreación termina siendo aburrida e insincera.

En la hermosísima Séptima sinfonía se agradece que el maestro de Leningrado ponga de primer plano los aspectos más líricos, atendiendo de manera particular a la cantabilidad del fraseo –los tempi son más bien lentos– y evitando recrearse en los contrastes tímbricos y las explosiones sonoras. Pero no solo su enfoque resulta en exceso unilateral, poco contrastado, sino que además la lectura se ve lastrada, sobre todo en los dos movimientos centrales, por una alarmante falta de pulso interno. Tampoco los otros dos terminan de convencer: aun muy bien paladeado, el gran tema lírico del primer movimiento carece de toda la emotividad posible, y en su retorno en el último carece de la fuerza necesaria como para desvelar su significado. La disolución final –no hay happy ending– sí que se encuentra bien planteada.

¿Conclusión? Excelencia en el idioma, nivel medio interpretativo notable –con más acierto en las primeras sinfonías que en las últimas– e insuperable toma sonora. Muy recomendable para audiófilos e mprescindible para quienes amamos muchísimo a Prokofiev, por la interpretación de la Cuarta sinfonía en su versión original. El resto de los melómanos puede pasar de largo, pese a que se trate globalmente de una buena integral.

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