En la
anterior entrada comenté la primera parte del concierto de Antonio
Pappano y la Chamber Orchestra of Europe en el Teatro de la
Maestranza del domingo 16 de noviembre: Sinfonía española de Lalo
con una María Dueñas que causó el delirio entre el público sevillano.
Para la segunda parte he querido esperar a la transmisión televisiva que ayer
sábado tuvo lugar desde el mismísimo palacio de Esterházy a través de las
plataformas Stage+ y Medici TV. Por una cuestión de exclusiva discográfica la
participación de la violinista granadina en la segunda de ellas ha estado
disponible solo veinticuatro horas. En cualquier caso, ahora lo que me interesa
es la otra mitad del programa: las Danzas eslavas op. 46 de Antonín
Dvorák, primera parte del díptico escrito por el compositor checo.
Pablo L. Rodríguez ha escrito en El País (leer aquí) que vaya rollo de música para tocarla así seguida. Una vez más, estoy en rotundo desacuerdo con este señor: a mí me interesa muchísimo más que la página de Lalo, y desde luego no he tenido ningún problema en zamparme una importante cantidad de grabaciones a lo largo de las dos últimas semanas. Así puedo confirmar, después de verla en mi televisión dos veces, que la interpretación de Pappano se sitúa en primera fila discográfica, con poco o nada que envidiar globalmente a los Kubelik, Dohnányi y compañía.
¿Y cómo son estas interpretaciones que Pappano ha ofrecido
en Sevilla y Esterházy? Pues muy parecidas a las de la segunda serie que filmó
en Praga con la Filarmónica Checa de
las que pude escribir un comentario: muy carnales en la sonoridad y la
expresión, palpitantes y llenas de gozo vital, hedonistas en el mejor de los
sentidos, pero en absoluto desatentas a la voluptuosidad melódica, a la
ensoñación ni a la evocación poética. Es decir, a medio camino entre la vía más
claramente rítmica, incisiva y rústica de un Szell y la sensualidad melancólica
de Dohnányi. Por otra parte, interesa muchísimo comparar lo que lo maestro
londinense hace con la lamentable interpretación de Harnoncourt con la misma
orquesta que
comenté hace unos días: la Chamber Orchestra of Europe, a pesar del
relativamente reducido tamaño de su cuerda, le suena con mucha más carne y con
empaste más redondo, los ataques con menos incisivos, la electricidad se modera
en favor de la cantabilidad, los contrastes entre las secciones intermedias y
las extremas no resultan tan forzados, las transiciones se encuentran mejor
resueltas y hay mayor flexibilidad en el fraseo.
En cualquier caso, ninguna de las grabaciones desconoce
irregularidades, como tampoco lo hace la propuesta de Pappano, así que se debe
matizar. La Nº 1 no me ha terminado de convencer: lineal, poco matizada
y más contundente de la cuenta. Tampoco la Nº 7, más rápida de la
cuenta, aunque esto no impide precisamente a las maderas de la orquesta dar
toda una lección de virtuosismo. El resto se mueve entre lo magnífico y lo
sensacional. En la Nº 2, dicha con especial voluptuosidad, destaca el brío de
su sección central. La mezcla de fuego y flexibilidad -la que estaba ausente
del primer número- caracteriza a la Nº 3. En la Nº 4 Pappano sabe
destilar poesía sin dejarse llevar por la ensoñación; aquí las frases melódicas
de los violonchelos -maravilloso legato antihistoricista- resultan particularmente
sublimes. Perfecto dominio del arte de la transición en la Nº 5, sentido
de la elegancia en la Nº 6 y brío controlado a la perfección en una sensacional
Nº 8. De propina, tanto en Sevilla como en Esterházy, la Danza Nº 2 de
la segunda serie: comienza con los mismos molestos portamentos con que la
interpretó en la filmación de Praga antes referida, pero luego se redime por su
especial efusividad.
¿Y María Dueñas? Otra vez fabulosa. Por cierto, en Esterházy también le aplaudieron detrás de cada movimiento.

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