jueves, 16 de abril de 2020

Riccardo Muti dirige la música de Nino Rota

Esta semana he retrocedido más de veinte años en mis aficiones de melómano repasando los tres discos que Riccardo Muti dedicó a su mentor Nino Rota (1911-1979) al frente de la Filarmónica de La Scala, una institución a que el compositor milanés estuvo siempre vinculado. Fue allí, en el palco de su familia, donde empezó a admirar especialmente la obra de Richard Wagner y mostró especial predilección por Parsifal, aunque en un principio resulte difícil encajar semejante interés con el lenguaje de quien pusiera música al universo de Federico Fellini.


El primer disco lo registró en 1994 para Sony Classical. Pese a los posters de La strada y El gatopardo en la portada, no hay “verdadera” música de cine en su interior. La Strada fue un ballet compuesto para La Scala en el que la partitura del filme protagonizado por Giulietta Masina desempeñaba un papel menor a pesar de que la cinta felliniana era su soporte argumental. En realidad, había también músicas de otras películas e importantes reelaboraciones, sin que se pueda afirmar que se trate de una mera trasposición de la banda sonora. Música incuestionablemente rotiana, en cualquier caso, que Muti interpreta como si le fuera la vida en ello. Puede que falte un punto de vulgaridad y descaro tanto en las músicas circenses como en la secuencia pop, pero el director muestra conocimiento del idioma y enorme compromiso expresivo, sabiendo asimismo cargar de garra a las escenas más dramáticas. Concentrada y negrísima toda la escalofriante secuencia final.

Las danzas de El gatopardo son eso: danzas. Música diegética pura y dura de la que solo interesan la orquestación de un vals de Verdi –más por curiosidad que por otra cosa–, y el “Valzer del Commiato”, este sí del propio Rota y excelso en su inspiración. Muti lo dirige muchísimo mejor que Franco Ferrara en la banda sonora original, haciendo gala de toda una mezcla de sensualidad, vuelo lírico y decadentismo bien entendido.

El Concerto per archi (1964-65) fue una compuesto para I Musici, inolvidables intérpretes que nos legaron una interpretación insuperable en la época de Carmirelli. Al sonar la página con una orquesta grande se consigue mucha menor incisividad que la que ofrecieron los dedicatarios, pero a cambio se logra una mayor cantabilidad. Muti aporta una enorme plasticidad en el tratamiento de la cuerda, un inefable sentido melódico, y, sobre todo, un sentido de lo atmosférico de lo más adecuado. I Musici eran más dramáticos, Muti más insinuante.



En 1997 Sony Classical se decidió a grabar una segunda entrega, pero esta vez recogiendo música de cine “de verdad”. Bueno, con una excepción y media. La suite de Prova d’orchestra es en realidad música diegética, la compuesta para los presuntos ensayos de orquesta recogidos en el falso documental filmado por Fellini. Una delicia, en cualquier caso. La “media excepción” es la suite de El gatopardo, esta vez sí la música incidental verdadera de la película, solo que dicha música sale parcialmente, por petición del propio Visconti, de la bellísima Sinfonia sopra una canzone d'amore del propio Rota, cuya audición les recomiendo a ustedes con enorme entusiasmo.

Gran interés presenta la amplia selección que se ofrece de las dos primeras partes de El padrino, a todas luces una de las mejores partituras de su autor. La marcha circense de Otto e mezzo, compuesta para reemplazar a la Entrada de los gladiadores de Fucik que verdaderamente quería Fellini, pero luego convertida por derecho propio en la música “de circo” más universalmente reconocida, recibe por parte de Muti un formidable tratamiento agógico. El fragmento para trompeta y piano de La dolce vita es maravilloso. Y la suite de Rocco y sus hermanos, en manos del maestro milanés rebosante de veracidad y fuerza dramática, es el mejor testimonio del sentido operístico que el milanés mamó desde muy pequeño en el palco familiar.


En 1999 los artistas se pasaban a EMI y unían fuerzas a la pianista Giorgia Tomassi para grabar dos obras concertantes. El Concierto para piano en do mayor, escrito a finales de los años cincuenta, fue dedicado nada menos que a Arturo Benedetti Michelangeli. Se trata de una página marcada por una mezcla de melancolía y sentido del humor que remite de inmediato a Prokofiev, aunque careciendo tanto de la acidez como de la rabia interna que con frecuencia asomaban en el autor de Alexander Nevsky, y aportando una mezcla de distanciamiento e ironía que más bien remite a otro gran ruso al que también admiró –y en ocasiones homenajeó– el compositor milanés: Igor Stravinsky. Por desgracia la inspiración es limitada, sobre todo –cosa rara en Rota– a la hora de que las melodías levanten el vuelo, y al final la página se queda en un tan simpático como anodino ejercicio de neoclasicismo musical.

El Concierto para piano en mi mayor “Piccolo mondo antico” fue la última página clásica de su autor, resumen de su personalidad y también de sus debilidades. Es defendida de modo admirable por un Muti que sabe ser clásico, elegantísimo e italiano a más no poder sin bajar la guardia, caer en lo decorativo o perder de vista el aliento dramático, este último muy intenso en un primer movimiento quiere evocar a Rachmaninov. El Andante despliega un lirismo que no termina de sonar a Rota, aunque su escritura vuela con una inspiración que no se alcanzaba en el Concierto en do. En el Allegro conclusivo el compositor es más claramente él mismo desplegando esa mezcla tan característica de sentido lúdico y ternura a su vez bañada por una suave ironía; el retorno en la conclusión de las referencias a Rachmaninov no hacen sino dejar del todo claras la evocación de un mundo definitivamente perdido.

La labor de Giorgia Tomassi es irreprochable, y la toma sonora de los ingenieros de EMI es bastante mejor que la de los CDs de Sony. ¿Mi recomendación? Vayan sobre todo a por el segundo de los discos comentados.

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