En mi entrada anterior reproché a Alexei Volodin su irregular sintonía con las Variaciones sobre un tema de Paganini. En el Concierto para piano nº 4 del propio Rachmaninov –obra mucho menos lograda que esa obra maestra, dicho sea de paso– no se me ocurre reproche alguno. Ciertamente no es Ashkenazy, pero no veo que tenga mucho que envidiarle, por ejemplo, a un Daniil Trifonov, tan aplaudido por su reciente registro para Deutsche Grammophon. Su técnica colosal se puso al servicio de una visión comprometida y rica en matices, que no cayó ni en la falta de unidad ni en el nerviosismo en que su temperamento –le he escuchado en YouTube una Sonata en Si menor de Liszt que no he tenido tiempo de comentar– le podía haber hecho incurrir. Y Marc Albrect dirigió, ya que no con especial afinidad con el compositor, sí con intensidad, concentración –muy bien paladeado el Largo– y excelencia técnica. A lamentar la pareja en primera fila que, jugueteando no sé muy bien si con la cámara o con el navegador de su teléfono móvil, fue reprobada por el pianista entre los dos primeros movimientos y hasta durante la ejecución del segundo. ¡Qué poco tacto!
Resultado más desastroso tuvo otro móvil, el del espectador al que le sonó en el pasaje en silencio justo detrás del gran clímax del Aprendiz de brujo. Desconcentración para todos, y a mí me parece que incluso para una batuta que hasta entonces había dirigido la soberbia página de Dukas de manera formidable, tal y como ya lo había hecho en la grabación para Pentatone aquí comentada, aunque esta vez con la complicidad de una Sinfónica de Sevilla, lo digo una vez más, en plena forma.
Aunque cuando la ROSS dio verdadera muestra de una excelencia potencial que raras veces logra hacerse realidad fue en la suite del Pájaro de fuego. ¡Qué agilidad, qué precisión y, cosa rara, qué enormes ganas de hacer música! Además, la visión que Albrecht tiene de esta obra de Stravinsky resulta atractiva: dejemos a un lado los precedentes en Rimsky y los paralelismos con el universo impresionista y miremos frente a frente hacia Le sacre du printemps. Interpretación por ello no del todo misteriosa, escasamente sensual, aunque no por ello exenta de concentración ni de belleza en su canto, en la que las aristas tímbricas y rítmicas se ponen en primer plano. Únicamente algunas extrañas decisiones en la coda empañaron esta estupenda recreación que puso fin a un concierto cuyo nivel querríamos que se mantuviera siempre.
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