jueves, 9 de agosto de 2018

Mendelssohn judío en Baviera

Curiosísimo registro este, realizado por DG en el Deutsches Museum de Múnich el 26 de agosto de 1978 aprovechando una gira de Leonard Bernstein y la Filarmónica de Israel. Incluye un programa Mendelssohn en el que parece haberse perdido la obra concertante que debía de completarlo, y no debe ser confundido con las sinfonías nº 4 y 5 que los mismos intérpretes registraron para idéntico sello el año anterior en Tel Aviv.


Tanto la obertura de Las Hébridas como la Sinfonía escocesa reciben lecturas muy representativas de las maneras de Lenny, esto es, llenas de frescura y de comunicatividad, revestidas de una enorme espontaneidad –a pesar de que solo pueden ser resultado de una concienzuda labor en los ensayos– y cargadas de una electricidad de lo más refrescante. Ahora bien, los resultados no terminan de convencer en la obertura: los pasajes más ensoñados (¡qué mágico, increíble comienzo el de la partitura!) no desprenden ese particular balanceo, esa bruma y esa sensualidad que demandan, mientras que los tempestuosos, aun muy bien planteados en lo sonoro –buen equilibrio de planos, apreciable claridad, intervenciones de maderas y metales llenas de decisión– se dejan llevar por el nerviosismo. Imposible aquí olvidar los testimonios fonográficos, irrepetibles, de Otto Klemperer y Pau Casals.

En la sinfonía las cosas funcionan mucho mejor, y aunque en la introducción se podía pedir un poco más de magia, de vuelo poético, la enorme energía de la batuta despliega tal tormenta en el primer movimiento que uno no puede quedar sino impresionado. En el Vivace ma non troppo Lenny se permite dar rienda suelta a sus impulsos y cae precisamente en el “troppo”, pero de nuevo es tal la descarga eléctrica, y tan notable el virtuosismo que extrae de una orquesta que tampoco es muy allá, que el resultado, bullicioso a más no poder, termina enganchando de principio a fin.

En el Adagio el control de Bernstein sobre sí mismo es absoluto, desplegando un aliento poético que sabe ser ciertamente hermoso –la cantabilidad del fraseo es digna de admiración–, pero también poner de relieve la amargura que desprenden las notas; siempre con permiso de Klemperer, claro está, que eso es otra dimensión. El movimiento conclusivo arranca con muy considerable energía, pero luego sabe sosegarse, paladear las melodías y concluir con emotiva grandeza. Que los metales de la orquesta se queden algo corto importa poco, porque a la postre se trata de una lectura de muy alto nivel global cuya audición –ahora circula una remasterización en HD– recomiendo a todo el mundo.

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