martes, 19 de junio de 2018

Heras-Casado y Perianes interpretan Bartók

He tardado mucho en decidirme a escribir sobre el presente disco: no tenía las cosas del todo claras. Ahora sí, después de dejar pasar algunos meses y de realizar unas cuantas comparaciones, creo que me siento en condiciones de decir algo sobre este registro realizado con toma sonora absolutamente excepcional por Harmonia Mundi entre septiembre y octubre de 2016. Lo protagonizan dos andaluces, Pablo Heras-Casado y Javier Perianes, quienes en compañía de la Filarmónica de Múnich interpretan las dos grandes obras finales de Béla Bártok: el Concierto para piano nº 3 y el Concierto para orquesta. Los resultados son muy irregulares: muchísimo mejores en la primera de las obras citadas que en la segunda.


La gran alegría que nos depara este CD es la posibilidad de afirmar que Perianes se suma a la lista de grandes intérpretes de la obra postrera del autor. Lista en la que entrarían los nombres ilustres de Barenboim, Ashkenazy, Kocsis, Schiff, Bronfman, Argerich y Grimaud, pero no los de Anda, Peter Serkin o Kovacevich por muy célebres que sean sus grabaciones. A estos últimos el de Nerva los aventaja ampliamente con un toque lleno de sutilezas, un fraseo tan natural como flexible y un vuelo poético extraordinario. Eso sí, lo hace adoptando un enfoque que le retrata a la perfección como el pianista apolíneo que es, lo que significa que renuncia a esa sonoridad percutiva que habitualmente asociamos al compositor –y en la que tanto se han excedido algunos, dicho sea de paso–. También significa que el oyente –es mi caso– puede preferir una dosis adicional de nervio y de garra dramática, que se exploren los rincones más oscuros de las notas y que se añada una dosis extra de tensión armónica a pasajes clave como los lacerantes acordes en solitario de la primera parte del segundo movimiento. Este se encuentra expuesto con un lirismo que no es agónico, sino más bien meditativo y transfigurado, y en él Javier derrocha una belleza abrumadora: no resulta difícil acordarse de su magnífico disco dedicado a Mompou. En cuanto a los movimientos extremos, sin ser –por los motivos antes expuestos– los más incisivos o electrizantes posibles, están dichos con una riqueza de matices (¡qué manera de regular el sonido!) y una convicción ante las que resulta muy difícil resistirse. Insisto: Perianes es uno de los grandes en este concierto. Me gustaría escucharle –por soñar que no quede– bajo la dirección de Blomstedt que comenté hace poco: esa sería la dirección ideal para el concepto de Javier.

Ya he dado cuenta varias veces en este blog de las decepciones, unas veces relativas y otras veces considerables, que me está causando la trayectoria de Heras-Casado. En este disco el joven maestro da tanto la de cal como la de arena. Me ha gustado mucho su dirección del concierto para piano nº 3, excelente en el trazo global, cuidadosa con los detalles, recorrida por un extraordinario sentido del ritmo y dotada de una sana jovialidad que contrasta con el enfoque más “otoñal” del solista. Es curioso: en el segundo movimiento es Perianes quien lleva la voz cantante –la batuta parece ceder a los tempi amplios demandados por el piano–, mientras que en el tercero parecen imponerse la fuerza vital, la frescura y la extroversión del maestro granadino.

Por el mismo sendero transcurre la interpretación del Concierto para orquesta, solo que aquí las cosas funcionan de manera mucho menos convincentes. Al granadino no le interesa generar atmósferas, jugar con las texturas, subrayar sarcasmos ni hurgar en las heridas. Lo que ofrece es una interpretación directa, fresca y de un solo trazo, rica en el color y muy estimulante en su sentido del ritmo, y por ende muy atenta a señalar los vínculos con el folclore magiar. Pero también, y por todo lo señalado, un tanto superficial, dicha un tanto de cara a la galería y que pasa de largo ante las múltiples posibilidades que ofrece la magistral partitura, sobre todo en un cuarto movimiento por completo aséptico en las secciones líricas y sin retranca alguna en las parodias. Tampoco el dramatismo del tercero termina de ser sincero, ni el quinto ofrece –aunque el maestro demuestre una técnica considerable– ese prodigioso desmenuzamiento de la polifonía que, sin ir más lejos, hace nada admirábamos en la magistral recreación de Nézet-Séguin. En definitiva, una recreación que engancha por su vistosidad y entusiasmo, pero que se queda muy a medio camino.

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