Cuando comenté las horrorosas interpretaciones recientes de las sinfonías
nº 2 y nº 3 de Prokofiev a cargo de Vladimir Ashkenazy prometí
presentar un disco con lecturas mucho más recomendables. Pues aquí está: lo
protagoniza Vladimir Jurowski, quien ya tenía una Quinta grabada para el
mismo sello e inicia ahora con este primer volumen un nuevo ciclo
sinfónico del autor de Pedro y el lobo.
En el aspecto puramente artístico, el irregular maestro –no hace mucho
ofrecía las que quizá sean las peores Hébridas de la historia del
disco– da aquí la de cal cogiendo al toro por los cuernos. ¿Son estas dos
sinfonías las más representativas del Prokofiev decibélico, opresivo y brutal?
¡Pues que se note! Así las cosas, el maestro moscovita se decanta por el ruido y
la furia para subrayar la vertiente más –digámoslo así– combativa de
estas páginas, trátese del “maquinismo” de la op. 40 o del expresionismo de la
op. 44. Y lo hace con todas las consecuencias.
Venturosamente, Jurowski no es Gergiev. No son estas versiones rutinarias, de
brocha gorda ni planteadas de cara a la galería. Poseen el idioma perfecto, se
encuentran trabajadísimas y evitan toda vulgaridad a pesar de poner la
maquinaria a su máxima potencia. Los colores son los adecuados, los planos se
encuentran perfectamente diferenciados, los detalles están en atendidos todo
momento, los clímax parecen –en general– muy bien planteados y cuando hay que
frasear con lentitud y concentración, así se hace. Los resultados son más que notables.
Concretando un poco, la Segunda sinfonía ofrece un primer movimiento
de una potencia “mecánica”, una visceralidad y una fuerza opresiva
abrumadoras, con la misma intensidad los directores que más han abundado en este
terreno –exceptuando quizá el muy corrosivo Rozhdestvensky–, pero aportando una dosis
superior de claridad y detallismo. El segundo movimiento está planteado con la
intención de subrayar las diferencias expresivas entre cada uno
de los pasajes de este tema con variaciones, aunque aquí hay que decir que las
más conseguidas son aquellas en las que se requiere una rítmica más vigorosa, un
colorido más incisivo y cierta dosis de mala leche: cuando hay que desplegar
lirismo onírico, texturas refinadas y sentido del misterio, Jurowski se queda un
poquito corto. Por eso mismo me sigo quedando con la sensualidad, el lirismo y
la extrema depuración sonora de Seiji Ozawa en su registro con la Filarmónica de
Berlín, aunque también sea cierto que con el maestro oriental se echaban de menos
unas gotas de sentido del humor grotesco.
La Sinfonía nº 3 me ha hecho rememorar el Ángel de fuego –ópera
de la que sale toda esta música– que presencié en la Ópera de Múnich en el
verano de 2016, una función que no quise comentar en el blog a pesar de haber
sido una de las cosas más impactantes que he presenciado en mi vida. En el foso
estaba precisamente Jurowski, ofreciendo una labor formidable que ahora repite
en disco con esta lectura eminentemente oscura, diabólica y terrorífica, de
sonoridades virulentas –impresionantes texturas de las maderas
en el tercer movimiento–, fraseo tan anguloso como obsesivo, atmósferas
alucinadas y tensiones implacables. Expresionismo puro y duro, incluyendo
dentro del mismo una buena dosis de humor negro –intervenciones de la madera
grave llenas de socarronería– pero sin dejar espacio para otras consideraciones.
Y ese es el único reparo que pongo: en comparación con Muti –referencial su
disco con Philadelphia, por no hablar de la increíble lectura que le escuché en
directo con la Sinfónica de Chicago–, al ruso le falta atender a esa atmósfera
embriagadora, a ratos mística, a ratos sensual cuando no abiertamente
erótica, que también anida en los pentagramas. La música de Prokofiev, ni siquiera la de esta
época, es únicamente una sucesión de explosiones sonoras. En cualquier caso, la
experiencia es de las que atrapan desde el primer minuto para dejarte exhausto
al final.
No he dicho nada sobre la orquesta: la State Academic Symphony Orchestra
“Evgeny Svetlanov”. Es decir, la Orquesta Estatal de la URSS de toda la vida,
ahora llevando el nombre de quien durante tantos años fuera su titular.
Obviamente se trata de una muy buena formación, pero no al nivel de la London
Philharmonic de la que Jurowski sigue siendo titular, ni menos aún al de las
verdaderamente grandes europeas. La cuerda en más de un momento me ha parecido
rígida, mientras que el metal posee esa particularísima sonoridad
“soviética”, algo vacilante y poco empastada, que a mí dista de convencerme. Sea como fuere, el maestro trata a su formación rusa con enorme conocimiento de
lo que se trae entre manos y diseccionando con maestría –nunca he escuchado
versiones más claras que las presentes– el complicadísimo tejido contrapuntístico
elaborado por el compositor en estas dos obras decididamente a reivindicar.
Justo es añadir que la toma sonora es soberbia, y si ya resulta de admirar en
calidad CD –que es como yo la he escuchado a través de la plataforma Tidal–,
seguramente debe de ser la releche en SACD multicanal.
Un cajón de sastre para cosas sobre música "clásica". Discos, conciertos, audiciones comparadas, filias y fobias, maledicencias varias... Todo ello con centro en Jerez de la Frontera, aunque viajando todo lo posible. En definitiva, un blog sin ningún interés.
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