Escribir comparativas discográficas con muchas versiones resulta pesado y aburrido. Haré algunas más –tengo varias de ellas a punto de finalizar–, pero a partir de ahora procuraré que esas comparaciones sean solo entre dos o tres registros de una misma obra: a veces así se descubren cosas interesantes. Por ejemplo, el sublime Concierto para violonchelo de Dvorák en las dos grabaciones de Jacqueline Du Pré, la de noviembre de 1967 junto a Sergio Celibidache y la Sinfónica de la Radio de Suecia editada tanto por DG como por Teldec –obviamente un registro en vivo–, y la de 1970 junto a Barenboim y la Sinfónica de Chicago lanzada por EMI.
La primera de ellas es una maravilla. La
colaboración entre dos personalidades tan poderosas podía haber terminado en un
choque de trenes, pero lo cierto es que ocurre todo lo contrario. Poca veces se
habrá escuchado en esta obra un diálogo tan rico entre batuta y solista, tan
absoluta comunión a la hora de jugar con la flexibilidad de los tempi –por lo
general muy lentos: la lectura se extiende hasta los 45’20– para permitirse
mutuamente paladear las melodías hasta el límite, haciéndolo con una naturalidad
admirable y derrochando una inspiración prodigiosa que logra el
milagro de llegar al punto justo de equilibrio entre
extroversión e introversión, entre frescura juvenil y melancolía, entre
brillantez épica y pathos dramático. La sinceridad de las emociones es plena en
todo momento, culminando en una coda a la que Celi sabe dotar de la
grandeza amarga que necesita. Únicamente las posibilidades de una orquesta
cumplidora pero con limitaciones –discreto solo de trompa en la introducción–
emborronan un poco la excelsitud de una interpretación de conocimiento obligado.
Con su sonido luminoso
–tan diferente del de Rostropovich, otro grandísimo intérprete de esta página– y su fraseo incandescente sometido al más
absoluto control, Jacquie sigue en 1970 haciendo verdaderos prodigios con la partitura. Por
desgracia, ahora las cosas no funcionan de manera tan superlativa como con Celibidache debido
a un Barenboim dramático y escarpado a más no poder, y por ello mismo revelador
en más de un momento, pero no tan atento a las posibilidades líricas de la
página, más monolítico en su enfoque, y por ende menos inspirado que el
maestro rumano. Ni que decir tiene que la Sinfónica de Chicago
está fabulosa, pero los ingenieros de sonido la dejaron un tanto atrás y la
recogieron con cierta distorsión que permanece incluso en la reciente
remasterización a 96/24.
Una cosa más. Jaqueline tenía veinticinco años de edad cuando realizó el registro con su marido, y tan solo veintidós en su genial recreación junto a Celibidache. ¡Cuántas
maravillas nos hubiera legado la violonchelista británica si su enfermedad se hubiera retrasado tan solo una
década! ¡Qué tristísima pérdida!
Un cajón de sastre para cosas sobre música "clásica". Discos, conciertos, audiciones comparadas, filias y fobias, maledicencias varias... Todo ello con centro en Jerez de la Frontera, aunque viajando todo lo posible. En definitiva, un blog sin ningún interés.
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4 comentarios:
Fue mi primer acercamiento a este concierto y quedé fascinado. Después me interesé en la labor de DuPré y escuche el concierto de Elgar con Barbirolli y quedé extasiado. Bien dice usted, una lástima que su enfermedad la haya imposibilitado de seguir compartiéndonos su arte. A la fecha no decido mi versión favorita entre esta y la de Karajan/Rostropovich, cada una tiene lo suyo.
No indiqué, me refería a la de Celibidache.
Gracias por los comentarios, Julio César. Realmente no sabría decidirme entre esta de la Du Pré con Celibidache, la de Rostropovich con Giulini (para mi gusto mejor que con Karajan) o la reciente de Weilerstein con el desaparecido Belohlavek. También me parece formidable la de Tortelier con Previn, que he descubierto hace poco. Saludos.
De esta obra admiro mucho a Fournier con la radio france y Celibidache en una grabación de finales de los 60, y menos conocido el chelista Enrico Mainardi dejó en los 50 una preciosidad para la DGG y dirigiendo el desconocido Fritz Lehmann.
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