domingo, 11 de diciembre de 2016

Anna Bolena en Sevilla: fuera de lo común

Con la Anna Bolena que ha ofrecido los días 8 y 10 de diciembre –estuve en la función de ayer sábado– y aún ha de presentar el martes 13 y el viernes 16, el Teatro de la Maestranza ha ofrecido uno de los más redondos espectáculos líricos de toda su historia. Y también la oportunidad de escuchar una labor canora verdaderamente memorable, de esas que hacen historia: la recreación que de la desdichada protagonista del título de Gaetano Donizetti realiza Angela Meade.


No es la aún joven soprano californiana una recreadora de primerísima categoría. Le falta un punto de intensidad dramática, de atención a los pliegues psicológicos, de intencionalidad y de variedad expresiva. Pero estamos ante una voz que es pura crema, y ante una línea que logra aunar una perfección estilística intachable con una belleza canora difícilmente superable. Hay que irse a las muy grandes para escuchar un legato así, tan mórbido y sensual; un fraseo tan amplio –imprescindible aquí un absoluto control de la respiración–, tan atento a los grandes arcos melódicos, dicho con tanta lógica y naturalidad; unos filados tan mágicos y acariciadores; una sensibilidad tan grande en los matices, un uso tan sensato de los reguladores y un gusto tan exquisito cantando. No hay en ella asomo de narcisismo, ni languideces ni desmadres en la ornamentación (como ocurre con algunas sopranos mucho más afamadas y queridas por cierto tipo de público, dicho sea de paso). Y en la escena final –quizá la música más inspirada de este desigual título– Meade puso toda la carne en el asador y se implicó en lo expresivo para ofrecer quince minutos sublimes incluso para quienes, como un servidor, solo se entusiasman con eso de “el canto por el canto” cuando hay alguien con enorme talento sobre la escena. Ha sido el caso.

Magnífica Ketevan Kemoklidze. La mezzo georgiana no posee una voz lo suficientemente amplia en el registro grave para Giovanna Seymour, y además su virtuosismo no es tan extremo como el de su colega, pero iguala a esta en sensibilidad, en clase y en estilo, y la supera en el aspecto expresivo: su recreación no fue solo muy hermosa, sino también muy intensa y adecuadamente atenta a las contradicciones del personaje. Es además muchísimo mejor actriz, lo que beneficia de manera considerable su labor..
 
A mi paisano y amigo Ismael Jordi le encontré con poco fuelle en la primera escena, particularmente en la cabaletta, pero a partir de ahí se fue centrando, hizo gala de sus hermosísimas medias voces, ofreció también gran intensidad dramática –nada de distanciamiento aristocrático– y destiló las mejores esencias belcantistas en un “Vivi tu” memorable. Simón Orfila tuvo que apechugar con el ingrato –difícil pero sin lucimiento– papel de Enrico, y lo hizo con esa voz muy sonora pero de emisión un tanto peculiar que algunos aficionados discuten; sea como fuere, su encarnación del monarca tuvo arrojo y potencia expresiva. Dignísimo el Smeton de Alexandra Rivas, voz no muy interesante pero intérprete sensible. Ese veterano y gran profesional que es Stefano Palatchi sonó mucho, mas no siempre bien. Manuel de Diego redondeó con solvencia el elenco.

Las excelencias canoras no hubieran servido de mucho si el del foso hubiera sido uno de esos batuteros que se creen que en este repertorio vale con llevar tempi cómodos para los cantantes. Maurizio Benini estuvo atento a las voces, yo diría que atentísimo, respiró con ellas y galvanizó los resultados con mano maestra. Pero no se limitó a eso, ni a hacer sonar estupendamente a la Sinfónica de Sevilla y a sacar buen partido del Coro de la A. A. del Teatro de la Maestranza, sino que además ofreció un Donizetti modélico. El que pocos hacen. El asunto consistió en dejarse de rigideces metronómicas, evitar darse prisa por aquello de que no decaiga la tensión –que no lo hizo, aunque habrá quienes prefieran enfoques más electrizantes–, y en hacer frasear a la orquesta como pide la música, es decir, modelando las frases con amplitud, con una cantabilidad para derretirse, pensando en grandes líneas melódicas, en tensiones muy cuidadosamente planteadas, en dinámicas matizadísimas, en empastes aterciopelados… Es decir, hizo en el foso lo mismo que Meade sobre el escenario. La empatía fue absoluta. Los resultados, memorables.
 
Me gustó mucho la propuesta escénica que, llegada desde Verona, se debía nada menos que a Graham Vick. A medio camino entre lo naturalista y lo conceptual, como también entre lo tradicional –aquí incluso convencional, en el peor sentido del término– y lo imaginativo, el regista británico vuelve a demostrar su capacidad sacar petróleo de libretos imposibles –guardo estupendo recuerdo de su Curro Vargas en la Zarzuela– ofreciendo ideas de gran clase –el cristal roto a través del cual la protagonista intuye la boda de Enrico con Giovanna– y algunas otras algo más discutibles, pero siempre con buen sentido del ritmo teatral. Encontró plena complicidad con la luminotecnia de Giuseppe di Iorio y la escenografía y el imaginativo vestuario de Paul Brown a la hora de conseguir unos resultados plásticos espectaculares, circunstancia que podrán ustedes calibrar en las magníficas fotografías que me ha prestado Julio Rodríguez.

En fin, para qué seguir: no lo duden y, sin tienen medios para hacerlo, desplácense a Sevilla a escuchar alguna de las dos últimas funciones. Esta Bolena es algo fuera de lo común.

2 comentarios:

Nemo dijo...

Estuve en el estreno y coincido al cien por cien.

Matices: el vestuario tenía detalles anacrónicos (algunos pantalones); la plataforma móvil es muy buena idea, pero algunos paneles transparentes eran inestables (y un punto monótonos y bidimensionales); y el detalle de la daga gigante es efectista e innecesario.

Nemo dijo...

Estuve en el estreno y coincido al cien por cien.

Matices: el vestuario tenía detalles anacrónicos (algunos pantalones); la plataforma móvil es muy buena idea, pero algunos paneles transparentes eran inestables (y un punto monótonos y bidimensionales); y el detalle de la daga gigante es efectista e innecesario.

¡Menos chichi y más chicha!

Perdón por el chiste malo y ordinario, pero tenía que hacerlo. Acabo de salir del Ateneu Ruman (sí, estoy en Bucarest) de escuchar el Concie...