Lo más llamativo de la propuesta era la firma de Woody Allen en la producción escénica, a tenor de una idea que había tenido Plácido Domingo en su calidad de director artístico de la Ópera de Los Ángeles. Feliz idea, habría que añadir, porque aunque el cineasta neoyorquino no renuncia a poner de manifiesto su personalidad, bien evidente en esos títulos de crédito durante el arranque –incluyendo disparatados nombres en italiano–, el recurso al blanco y negro tan caro al director de Manhattan o una ambientación –vistoso trabajo a cargo de Santo Loquasto– más propia de una residencia de inmigrantes en el Bronx que de una lujosa casa en la Florencia del siglo XIII, lo cierto es que el artista demuestra que sabe no solo ver, sino también escuchar: la integración entre música y escena es casi siempre espléndida.
Pero es que además Allen demuestra ser un excelente director de actores, cosa que no estaba del todo clara en sus películas porque en ella siempre ha trabajado con grandes estrellas que, por así decirlo, funcionan solas. En la ópera, por el contrario, tiene que dar instrucciones a unos señores que ante todo son cantantes y que, por ende, no tienen por qué saber moverse bien en la escena. Por fortuna los resultados en este Gianni Schicchi, probablemente la ópera más teatral –muchísimas acciones paralelas– de todo Puccini, han sido redondos, lo que demuestra la pericia de Allen en este faceta. Claro está que también debemos aplaudir con entusiasmo a su asistente Kathleen Smith Belcher, que es quien ha montado la obra en Madrid, y a todas y cada una de las voces de la función, incluyendo los secundarios: Elena Zilio (Zita), Vicente Ombuena (Gherardo), Bruno Praticò (Betto di Signa), Eliana Bayón (Nella), Luis Cansino (Marco), María José Suárez (La Ciesca), Francisco Santiago (Maestro Spinelloccio) y Valeriano Lanchas (Simone). Todos ellos actuaron de maravilla.
Musicalmente, con la excepción del gastadísimo Patricò, los citados funcionaron muy bien en esta ópera que es, ante todo, un trabajo de equipo. Eso sí, me hubiera gustado más personalidad vocal e interpretativa en el protagonista, un Nicola Alaimo que se mostró solvente y ajustado. Algo parecido se puede decir del Rinuccio de Albert Casals, apuradillo en el aria, mientras que en el rol de su amada Lauretta Maite Alberola evitó la cursilería que a veces asociamos con el personaje, aunque quizá precisamente por eso se echó de menos una dosis mayor de morbidez, delectación melódica y emotividad en su celebérrima "O mio babbino caro", en la que estuvo poco más que correcta. Los demás, como digo, realizaron una labor muy notable.
Galvanizó el conjunto Giuliano Carella, excelente concertador y batuta de buen gusto, ofreciendo una lectura adecuadamente teatral y de sólido pulso, aunque no del todo interesada por las muchas sutilezas que esconde la orquestación de Puccini. Dicho de otra manera, la suya fue una lectura más de foso que sinfónica, pero siempre a buena altura.
A la postre, la diversión quedó garantizada en esta lectura del genial título pucciniano (¡qué más da que se represente suelto o acompañado de las dos otras piezas del tríptico!) a la que solo se le pudo poner una pega seria: aunque su tratamiento sea cómico, la idea pergeñada por Woody Allen de que Zita termine acuchillando al protagonista parece ir en contra de la esencia de la obra. Si se animan a valorarlo por ustedes mismos, mañana domingo retransmiten este Gianni Schicchi –y las intervenciones previas de Plácido Domingo– por La 2 de Televisión Española, aunque no se trata de la función yo vi: el protagonista en la filmación será Lucio Gallo.
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