viernes, 3 de julio de 2015

Bruce Broughton en Sevilla

Hace veinte o veinticinco años el concierto de ayer me hubiera entusiasmado: Bruce Broughton (Los Ángeles, 1945) en el Teatro de la Maestranza dirigiendo a la Sinfónica de Sevilla en un programa que incluía obra cinematográfica propia en la segunda parte y ajena en la primera. Pero uno se va haciendo viejo y los gustos van cambiando, y lo que antes amaba con locura -la música escrita para la gran pantalla- ahora me interesa bastante menos que los Beethoven, Brahms y compañía. Claro que también el problema de que lo de anoche me aburriera a ratos puede deberse a que, dicho sea sin ánimo de ofender a mis admirados organizadores del evento, las obras no estuvieran siempre bien escogidas.


Se abría el programa con el tema escrito para Los Vengadores por Alan Silvestri, el otro compositor que, junto con el protagonista de la velada, renovó el sinfonismo de mediados de los ochenta a la sombra más de John Williams que de Jerry Goldsmith, pero sin la inspiración de ninguno de ellos (no me olvido del recientemente fallecido James Horner, pero ese seguiría pronto otro sendero muy distinto). Volviendo a The Avengers, el tema es una perfecta muestra del tan correcto como un tanto vacío buen hacer de Silvestri, de quien un servidor hubiera preferido escuchar su Capitán América o, por descontado, Regreso al futuro.

Siguió El último samurai, de Hans Zimmer: música "de sintetizadores" transcrita para gran orquesta con resultados efectistas y pretenciosos a más no poder, señas de identidad de un compositor al que no dudaría de tachar de mediocre si no fuera porque al principio de su carrera hizo cosas muy interesantes y recientemente nos ha legado una obra maestra absoluta llamada Interstellar.

El tema de amor de El primer caballero es bonito, pero la suite de la partitura escrita para la ridícula cinta de Jerry Zucker se antoja en exceso larga para la escasa inspiración evidenciada por mi otras veces admiradísimo Jerry Goldsmith, de quien minutos más tarde se ofrecería su -esta vez sí- excelente música para Star Trek: Primer contacto. Completaban la primera parte la vistosa marcha de Basil Poledouris para Starship Troopers y el poco interesante tema principal -el resto de la partitura está mejor- del propio Broughton para Perdidos en el espacio.

La música de este autor resulta fácil de definir: sinfonismo entroncado en la escuela estadounidense de los Copland y compañía, ese mismo que explicaba de maravilla Leonard Bernstein en uno de sus célebres conciertos para escolares, y del que aquí brevemente podemos señalar su carácter en buena medida épico y afirmativo, su lirismo sencillo un tanto naif y su atención centrada mucho antes en la fuerza melódica que en los aspectos tímbricos, rítmicos y armónicos de la escritura. En este sentido, Broughton ha sido el más claro continuador de esa senda cinematográfica que se abre con el citado Copland, continuó con Elmer Bernstein y alcanzó su mayor inspiración y popularidad con el hoy anciano John Williams.

¿El problema? Pues que la inspiración de Broughton no suele ser muy elevada, y al final uno tiene la sensación de que sus partituras para la atracción de Eurodisney From Time to Time, el videojuego Heart of Darkness -interesantes hallazgos humorísticos aquí- y las películas De vuelta a casa y Los rescatadores en Cangurolandia podrían ser perfectamente intercambiables; incluso también lo podría ser Tombstone si no fuera por su inconfundible sabor a western. Al final, la verdad sea dicha, uno no sabe su dejarse llevar por la sencillez y el vuelo lírico de sus melodías o enojarse por la ampulosidad de los metales y la percusión, o por sus tan efectivos como vulgares contrastes decibélicos.

A destacar, eso sí, tres partituras de mediados de los ochenta que le dieron justísima popularidad a su autor: Más allá de la realidad, Bigfoot y los Hendersons (primer disco que tuve de Broughton, aquí en divertidísimo homenaje a Haydn y Mozart) y, sobre todo, El secreto de la Pirámide, obra maestra absoluta en la que su autor evidenció una muy apreciable inspiración en las melodías, un espléndido dominio de la orquestación y, sobre todo, una manera de escribir música minuciosamente descriptiva ("Mickey Mousing" se llama a eso) alcanzando la más extraordinaria categoría musical.

De las interpretaciones no hay mucho que decir: como evidenciara en sus grabaciones de Jason y los Argonautas y Julio César (Bernard Herrmann y Miklós Rózsa respectivamente), Broughton es muy buen director de orquesta, así que no tuvo problemas en obtener un excelente partido de la Sinfónica de Sevilla, especialmente de unos metales a los que aquí se exigió potencia y redondez en grado sumo. Los violines me gustaron menos: cuando hubo que imitar a Mozart en Bigfoot, la ROSS evidenció sus habituales problemas con el clasicismo. Expresivamente Broughton también lo hizo muy bien, mostrándose centrado y entusiasta, aunque eché de menos matices en las dinámicas y cuidado en las transiciones, muy particularmente en Star Trek, que me sonó en exceso rígido y acartonado.



Dos propinas: la magnífica Silverado -otro de sus grandes logros de juventud- y la más aristada y sombría Moonwalker, escrita para una cinta protagonizada por Michael Jackson. Entusiasmo indescriptible entre un público lleno de frikis (las entradas volaron: yo me saqué la mía en cuanto se pusieron a la venta) al terminar un concierto que, de haberse escogido con más tino el repertorio, podía haber sido mejor de lo que a la postre terminó resultando. En cualquier caso, ¡enhorabuena y que se repita! Sevilla necesita volver a ser el referente en música de cine que fue durante años.

PS: escribí estos comentarios -en el ordenador de un hotel de Madrid- con demasiadas prisas, y eso nunca es bueno. Dije que la partitura escrita por Broughton para De vuelta a casa parecía intercambiable con otras escuchadas durante la misma velada y no es cierto, porque los toques folclóricos de "América profunda" de daban un toque diferenciado. Lamento haberlo recordado tarde.

2 comentarios:

Bruno dijo...

No asistí al concierto. No puedo opinar del mismo.
Ya no sé si lo he apuntado aquí; la música que se escribe para el cine suele ser una música de momentos. Melodías, temas, acordes, ruidos, etc sin ilación. En definitiva, sin forma musical. Y eso, para un oyente de clásica, supone un hándicap considerable. Hay partituras notables del cine para conciertos. Se me ocurre la de Horizontes de Grandeza, una suite de los breves temas que Moross compuso para sucesivas escenas. No exactamente la partitura cinematográfica. Pero es una suite, aunque tiene una obertura "casi" sinfónica. Luego hay muchísimas melodías a las que el cine ha dado lugar... de difícil acomodo en los conciertos. Es muy posible que si el compositor escribiese una suite sinfónica primero y luego adoptara partes de la misma a la película tendríamos mas material en conciertos y en cine.

Bruno dijo...

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