Hace un par de meses anuncié que este blog entraba en modo automático: la mayoría de los textos que publicaría serían material “precocinado”, es decir, escrito tiempo atrás con vistas, precisamente, a tener algo que subir en el caso de interrupción. De este modo, y aunque ha habido alguna entrada redactada en el mismo día de su publicación –no me resistí a decir algo sobre el nombramiento de Petrenko para la Filarmónica de Berlín–, me he quedado sin escribir sobre la música escuchada en directo en estos dos meses. Muy poca en cantidad, la verdad, al igual que he tenido que reducir la cantidad de horas dedicadas a escuchar música clásica en casa.
Estas circunstancias personales, que han afectado a mi vida cotidiana pero en las que no quiero entrar aquí, han cambiado en los últimos días, de tal modo que a partir de este momento espero que el blog vaya retomando el ritmo anterior. Poco a poco, eso sí, pues si hay algo que en absoluto me conviene ahora es estrés. Por eso mismo me muerdo los labios sobre ciertas cosas que están pasando –y se están leyendo– en el círculo sevillano y establezco como próxima parada la música de Bruce Broughton. Hasta entonces.
Un cajón de sastre para cosas sobre música "clásica". Discos, conciertos, audiciones comparadas, filias y fobias, maledicencias varias... Todo ello con centro en Jerez de la Frontera, aunque viajando todo lo posible. En definitiva, un blog sin ningún interés.
lunes, 29 de junio de 2015
lunes, 22 de junio de 2015
Kirill Petrenko a la Filarmónica de Berlín: de piedra
Lo acabo de escuchar en la rueda de prensa ofrecida en directo por la Digital Concert Hall: la Filarmónica de Berlín ha nombrado como sucesor de Simon Rattle a Kirill Petrenko (Omsk, Rusia, 1972), actual director de la Ópera Estatal de Baviera. Como ellos mismos acaban de decir, ¡solo les ha dirigido tres veces! Se queda uno de piedra.
No puedo entrar a valorar la categoría de este señor, porque hasta ahora solo le he escuchado una Segunda de Elgar que me pareció de escaso interés en lo que a la labor de batuta se refiere. Por otra parte, bien es verdad que se han escuchado grandes alabanzas a su Anillo en Bayreuth por parte de críticos y aficionados, pero conociendo cómo está el patio (me viene a la mente esos sevillanos aplaudiendo enloquecidos el mediocre Haydn del zafio y hortera Enrico Onofri), cada día me fío menos de las opiniones de los demás.
Dicho esto, ¡qué oportunidad perdida! Dejando aparte a Barenboim, para mí el mejor director del orbe pero en absoluto dispuesto a abandonar a su Staatskapelle de Berlín, Andris Nelsons era sin duda la opción ideal para la Berliner Philharmoniker: joven, entusiasta, bienhumorado y, sobre todo, rebosante de talento en eso que llamamos “el gran repertorio”, es decir, el territorio natural de la excelsa formación alemana. ¿A cuántos directores de la actualidad se les puede escuchar, por ejemplo, un Brahms como el que hace Nelsons?
Por eso mismo salté de alegría cuando alguien difundió antes de tiempo una noticia que resultó no ser cierta, la elección del maestro letón como nuevo titular, y ahora me quedo desencantado ante la designación de este señor del que no sé en absoluto qué esperar, pero que en principio me parece tan poco estimulante como la de Daniele Gatti para la Concertgebouw. Ojalá me equivoque.
No puedo entrar a valorar la categoría de este señor, porque hasta ahora solo le he escuchado una Segunda de Elgar que me pareció de escaso interés en lo que a la labor de batuta se refiere. Por otra parte, bien es verdad que se han escuchado grandes alabanzas a su Anillo en Bayreuth por parte de críticos y aficionados, pero conociendo cómo está el patio (me viene a la mente esos sevillanos aplaudiendo enloquecidos el mediocre Haydn del zafio y hortera Enrico Onofri), cada día me fío menos de las opiniones de los demás.
Dicho esto, ¡qué oportunidad perdida! Dejando aparte a Barenboim, para mí el mejor director del orbe pero en absoluto dispuesto a abandonar a su Staatskapelle de Berlín, Andris Nelsons era sin duda la opción ideal para la Berliner Philharmoniker: joven, entusiasta, bienhumorado y, sobre todo, rebosante de talento en eso que llamamos “el gran repertorio”, es decir, el territorio natural de la excelsa formación alemana. ¿A cuántos directores de la actualidad se les puede escuchar, por ejemplo, un Brahms como el que hace Nelsons?
Por eso mismo salté de alegría cuando alguien difundió antes de tiempo una noticia que resultó no ser cierta, la elección del maestro letón como nuevo titular, y ahora me quedo desencantado ante la designación de este señor del que no sé en absoluto qué esperar, pero que en principio me parece tan poco estimulante como la de Daniele Gatti para la Concertgebouw. Ojalá me equivoque.
domingo, 21 de junio de 2015
Las sinfonías de Schumann por Szell
Entre 1958 (Primera más obertura Manfred) y 1960 (resto), George Szell grabó las cuatro sinfonías de Robert Schumann. Suelen estar consideradas –retoques de las partituras aparte– como interpretaciones de referencia, y así me lo parecieron cuando las escuché por primera vez. Ahora he vuelto a ellas en una edición en formato SACD que resulta asombrosa en lo técnico: aunque la gama dinámica no es del todo amplia, la naturalidad y transparencia resultan increíbles para la época. Es el momento de reflexionar sobre las interpretaciones, porque ahora me han parecido un tanto desiguales dentro de su incuestionable alto nivel.
La Sinfonía nº 1, Primavera, es todo un acierto, pues el adusto Szell ofrece una lectura decidida y de un solo trazo en la que sabe abrirse al entusiasmo juvenil, a la luminosidad y hasta a la sensualidad, ofreciendo frescura controlada, vuelo lírico y un fraseo de amplia cantabilidad; sobra algo de blandura al final del tercer movimiento. Impresionante la orquesta y admirable la claridad, aunque esta no sea tanta como la que conseguirá unos años más tarde Klemperer en su referencial interpretación.
La Sinfonía nº 2 –tercera en realidad de las completadas por su autor– le sale igual de bien: sin renunciar a su objetividad, a su medido sentido de la arquitectura y a su proverbial alejamiento de cualquier clase de devaneo sonoro, Szell nos ofrece una interpretación vibrante, luminosa y muy comunicativa en la que logra ser juvenil, frasear con electricidad y acertar con el adecuado aliento épico ofreciendo una sonoridad en el punto justo de equilibrio entre densidad y ligereza, y regulando de modo admirable los planos sonoros. Eso sí, se pueden echar de menos enfoques más reflexivos y otoñales, también más profundos, al tiempo que se puede reprochar cierto exceso de nervios, particularmente en el segundo movimiento; en el tercero la batuta se remansa para ofrecer el adecuado lirismo lacerante que la excelsa página reclama, mientras que el cuarto resulta decidido y brillante en el mejor de los sentidos.
La Renana sigue la misma línea, pero aquí las cosas funcionan de manera irregular. El primer movimiento resulta algo más nervioso de la cuenta y no respira con la suficiente amplitud. El segundo está muy bien, aun sin alcanzar especial magia, pero el lirismo del tercero puede parecer un punto trivial. El cuatro resulta adecuadamente concentrado y solmene –sin llegar a la tremenda densidad del Klemperer– y el quinto, finalmente, está dicho con frescura controlada y resulta por completo irreprochable.
Los peores resultados los obtiene en la Sinfonía nº 4: se agradece que la interpretación sea impetuosa, tensa y dramática, pero Szell se deja llevar por el exceso de nervio y la música no respira como es debido, perdiendo aliento poético y concentración, resultando incluso cuadriculada, cuando no atropellada. Así las cosas, solo convence plenamente un scherzo afilado y vigoroso.
La obertura Manfred que suele completar en sus diversas ediciones esta integral sinfónica es muy satisfactoria: fresca, vibrante e impulsiva, quizá también un punto nerviosa –y por ello no muy reflexiva ni oscura–, de una gran inmediatez expresiva pero no por ello menos bien diseccionada ni escasa de flexibilidad en las transiciones. Creo que a la postre, con todas sus irregularidades, este ciclo merece la pena.
La Sinfonía nº 1, Primavera, es todo un acierto, pues el adusto Szell ofrece una lectura decidida y de un solo trazo en la que sabe abrirse al entusiasmo juvenil, a la luminosidad y hasta a la sensualidad, ofreciendo frescura controlada, vuelo lírico y un fraseo de amplia cantabilidad; sobra algo de blandura al final del tercer movimiento. Impresionante la orquesta y admirable la claridad, aunque esta no sea tanta como la que conseguirá unos años más tarde Klemperer en su referencial interpretación.
La Sinfonía nº 2 –tercera en realidad de las completadas por su autor– le sale igual de bien: sin renunciar a su objetividad, a su medido sentido de la arquitectura y a su proverbial alejamiento de cualquier clase de devaneo sonoro, Szell nos ofrece una interpretación vibrante, luminosa y muy comunicativa en la que logra ser juvenil, frasear con electricidad y acertar con el adecuado aliento épico ofreciendo una sonoridad en el punto justo de equilibrio entre densidad y ligereza, y regulando de modo admirable los planos sonoros. Eso sí, se pueden echar de menos enfoques más reflexivos y otoñales, también más profundos, al tiempo que se puede reprochar cierto exceso de nervios, particularmente en el segundo movimiento; en el tercero la batuta se remansa para ofrecer el adecuado lirismo lacerante que la excelsa página reclama, mientras que el cuarto resulta decidido y brillante en el mejor de los sentidos.
La Renana sigue la misma línea, pero aquí las cosas funcionan de manera irregular. El primer movimiento resulta algo más nervioso de la cuenta y no respira con la suficiente amplitud. El segundo está muy bien, aun sin alcanzar especial magia, pero el lirismo del tercero puede parecer un punto trivial. El cuatro resulta adecuadamente concentrado y solmene –sin llegar a la tremenda densidad del Klemperer– y el quinto, finalmente, está dicho con frescura controlada y resulta por completo irreprochable.
Los peores resultados los obtiene en la Sinfonía nº 4: se agradece que la interpretación sea impetuosa, tensa y dramática, pero Szell se deja llevar por el exceso de nervio y la música no respira como es debido, perdiendo aliento poético y concentración, resultando incluso cuadriculada, cuando no atropellada. Así las cosas, solo convence plenamente un scherzo afilado y vigoroso.
La obertura Manfred que suele completar en sus diversas ediciones esta integral sinfónica es muy satisfactoria: fresca, vibrante e impulsiva, quizá también un punto nerviosa –y por ello no muy reflexiva ni oscura–, de una gran inmediatez expresiva pero no por ello menos bien diseccionada ni escasa de flexibilidad en las transiciones. Creo que a la postre, con todas sus irregularidades, este ciclo merece la pena.
viernes, 19 de junio de 2015
Something is wrong with me
Llevo días sin escuchar apenas música. Esta mañana he despertado con esta en mi interior: primer movimiento de la Sinfonía nº 15 de Dmitri Shostakovich. Y ahí sigue, sin que pueda quitármela de la cabeza. Decididamente, algo va mal en mi interior. Veremos si se arregla. De momento, ahí tienen la oportunidad de ver interpretando la obra completa a un binomio de lujo: Haitink/Concertgebouw.
miércoles, 10 de junio de 2015
Concierto para piano nº 2 de Shostakovich: discografía comparada
Dmitri Shostakovich es uno de mis compositores favoritos. Su Concierto para piano nº 2, una obra que me gusta muchísimo, hasta el punto de que su desolado, acongojante segundo movimiento llega a herirme en lo más profundo; los dos extremos mezclan jovialidad y sentido del humor con esa ironía y esa mala leche llenas de amargor propias del autor de La nariz.
Esta semana la interpreta la Orquesta Sinfónica de Sevilla contando con Benjamin Grosvenor como solista. Las cosas que le he escuchado a este chico en discos me hacen pensar que se trata de un nuevo bluf: la agilidad y limpieza de su mecanismo son alucinantes, como lo es también su capacidad para regular el volumen, pero el sonido de su piano carece de densidad y su expresividad oscila entre una delicadeza mal entendida –indolencia cercana a la cursilería– y la más mecanográfica exhibición de virtuosismo. Dudo mucho que el joven pianista británico sea capaz de acertar ni con la ironía ni con el profundo dolor que, a mi modo de ver, anidan en la página. No, no quiero ver cómo transforman una de mis obras favoritas en un mero divertimento, así que me mantendré alejado del Maestranza.
Al mismo tiempo, quiero expresar mi desacuerdo con las notas al programa escritas por Martín Llade y disponibles en el siguiente enlace, porque transmiten una imagen a mi entender equivocada de esta obra que, ya les digo, toca mi fibra sensible de manera especial. Desde el más absoluto de los respetos al señor Llade, no puedo compartir la afirmación según la cual en esta partitura “todo es luminosidad, sencillez y espíritu risueño”. Tampoco que “es en el movimiento central donde Shostakóvich parece mostrarse más inspirado y tierno, logrando un inocente pero eficaz contrapunto a la alegría sin ambiciones de los allegri”. A mi entender, ni hay inocencia en el Andante ni alegría sin ambiciones en el resto. Si Grosvenor camina por ese sendero –probablemente lo hará– y Pedro Halffter también –eso no puedo saberlo–, escasa justicia se le hará a la partitura.
Como ven, no puedo resistirme a dar mi propia opinión sobre la obra. Por eso mismo he salido de mi piloto automático e improviso aquí una discografía comparada a partir de las notas que ya tenía tomadas en mi bloc particular desde hace tiempo. Me encantaría que sirvieran para que los melómanos descubrieran que en este concierto hay mucho más de lo que a primera vista parece y de lo que el propio compositor –especialista en mentir sobre su propia obra, como es bien sabido– estaba dispuesto a reconocer. Adelanto ya cuál me parece la grabación de referencia: Leonard Bernstein al piano y a la batuta en la añeja grabación para CBS.
1. Dmitri Shostakovich. Cluytens/Nacional de la Radio de Francia (EMI, 1958). Irregular el maestro flamenco con una dirección solo correcta en el movimiento central pero espléndida en los extremos, llenos de fuerza, entusiasmo y dinamismo sin caer en lo trivial ni lo meramente humorístico, sino con mucha garra dramática. Eso sí, se puede reprochar su tendencia a precipitarse. Quien defrauda seriamente es el propio compositor, quien parece avergonzarse de la expresividad de su obra hasta el punto de resultar mecánico en los movimientos extremos y bastante frío en el central, que aborda como si fuera un mero interludio. ¿Un caso más de compositor incapaz de traducir en sonidos las maravillas que él mismo escribe en sus pentagramas, o más bien el perpetuo deseo de Dmitri Dmítrievich de ocultar las verdaderas intenciones expresivas de su música lanzando pistas falsas? (7)
2. Bernstein/Filarmónica Nueva York (Sony-Praga Digitals, 1962). Tanto al piano como dirigiendo, el aún joven Lenny demuestra comprender perfectamente el universo del compositor ofreciendo una interpretación entusiasta y sincera, que desprende frescura y desparpajo –comunicativos a más no poder los movimientos extremos– sin dejar de hurgar en los aspectos corrosivos de la obra. Muy hermoso y sentido el movimiento central, aunque se pueda preferir más lento y contemplativo. Queda claro que Bernstein no pretende romantizarlo en exceso, y hace bien: una cosa es que suena chopiniano o incluso a lo Rachmaninov y otra es perder de vista que esta obra es de Shostakovich. El sello Praga Digitals ha reeditado la grabación en un SACD que suena bastante potable. (10)
3. Ortiz. Berglund/Sinfónica de Bornemouth (EMI-Brilliant, 1975). Interpretación muy hermosa y bien trazada, de adecuada sensibilidad en el Andante, pero no del todo clara por parte de la orquesta y, en general, un tanto naif. Prescindible. (7)
4. Dmitri Shostakovich. Maxim Shostakovich/I Musici de Montreal (Chandos, 1985?). Tiene morbo este disco: dirige la persona para quien la obra fue escrita, Maxim Shostakovich, y a su vez éste deja a su propio hijo la parte del teclado. Resultados insatisfactorios: como suele ser habitual cuando dirige la música de su padre, Maxim se muestra centrado y solvente, sin salidas de tono, pero no del todo comprometido y escasito de verdadera emoción. El nietísimo toca muy bien pero se muestra superficial, meramente virtuosístico en los movimientos extremos y algo trivial en el central. Como su abuelo, vamos. La toma sonora es espléndida a pesar de la abundante reverberación. (7)
5. Ortiz. Ashkenazy/Royal Philharmonic (Decca, 1989). Como en su grabación anterior, la pianista brasileña ofrece una recreación lírica y sensible, también un tanto naif, sin esa ironía típica del compositor, pero ahora se muestra algo más entusiasta y matizada, así como más conmovedora. Defrauda la batuta, tan solvente y aseada como falta de compromiso, además de no del todo clara. (7)
6. Leonskaja. Wolff/Orquesta de Cámara de Saint Paul (Teldec, 1991). Una lectura depurada y esencial, por completo ajena al romanticismo, mucho antes desolada que evocadora en el segundo movimiento, y ante rebelde que jovial en los extremos. Leonskaja resulta muy trágica (¡cómo se nota la herencia de Richter en esta señora!) y evita lo chopiniano. Magnífica la orquesta, admirablemente diseccionada. La lectura de Bernstein resulta en conjunto más emocionante que esta, pero aquí es quizá donde se profundiza más en el universo shostakoviano. Imprescindible. (10)
7. Rudy. Jansons/Filarmónica de Londres (EMI, 1997). En perfecta sintonía conceptual con la batuta, el pianista francés se lanza sin rubor a ofrecer una versión abiertamente romántica del segundo movimiento, ensoñada a más no poder pero en absoluto blanda o hedonista, sino muy poética, sincera y emocionante. A los movimientos extremos les falta un poco de garra y electricidad, sobre todo por parte de la batuta. Lástima. (8)
8. Bronfman. Salonen/Filarmónica de Los Ángeles (Sony, 1998). Menos analítico y más comunicativo que lo habitual el director finés, armado de su habitual sonido poderoso el pianista ruso, los dos artistas nos entregan una versión enérgica, con nervio, pasión y garra, pero siempre controlada y capaz de cantar con el vuelo lírico debido el Andante, todo ello sin caer en la tentación de romantizar en exceso la página. (9)
9. Hamelin. Litton/Sinfónica de la BBC Escocesa (Hyperion, 2003). Haciendo gala de un sonido bastante afilado y de una gran agilidad, el canadiense Marc-André Hamelin apuesta por una interpretación particularmente angulosa de los movimientos extremos, siempre llena de fuerza, pero en el tercero se deja llevar por lo cuadriculado y meramente virtuosístico. El central, muy lento y fraseado con gran sensibilidad, es bellísimo, muy romántico, melancólico y triste, pero no blando. La batuta sintoniza plenamente con el concepto y dirige con gran compromiso. (8)
10. Goodyear. Eschenbach/Philadelphia (Philadelphia mp3, 2006). Una realización irreprochable desde el punto de vista técnico pero equivocada desde el expresivo, porque tanto director como solista –este último más bien plano y poco variado en el toque– eluden por completo tanto el pathos como la ironía para decantarse por una visión amable, lúdica y hasta coqueta que no convence en absoluto. (6)
11. Matsuev. Gergiev/Mariinsky (Mariinsky, 2009-10). Dirección vistosa, enérgica y entusiasta, pero algo tosca y de cara a la galería. O sea, puro Gergiev. Pianista muy ágil pero cuadriculado, insensible, por lo que flojea de manera considerable el segundo movimiento. Muy bien el tercero, por el contrario. (7)
12. Melnikov. Currentzis/Orquesta de Cámara Mahler (Harmonia Mundi, 2010). Pianista sensible y matizado, alejado por completo de lo cuadriculado y de lo percutivo, que sabe desplegar lirismo al tiempo que alcanza un buen equilibrio entre lo humorístico y lo dramático, sin caer en la trivialidad pero también sin cargar las tintas. Particularmente flexible e imaginativo el Andante, muy emotivo y melancólico. Currentzis ofrece una dirección comprometida, con gran atención a las maderas, acentuando los contrastes entre los dos movimientosextremos y el segundo, muy lento y ensoñado, pero no blando sino doliente. Gran acierto. (9)
13. Korobeinikov. Kamu/Filarmónica de Lahti (Mirare, 2011). Solista y director –también la orquesta, ahora mejor empastada– no se encontraban tan a gusto con la ironía de Primer concierto como aquí en el Segundo, donde pueden dar rienda suelta a su interés por subrayar la el profundo lirismo trágico de la música del autor en un Andante particularmente lento (7’35’’, todo un récord) que rezuma desolación. Los movimientos extremos, llenos de entusiasmo, están francamente bien, sin llegar al entusiasmo desbordante de un Bernstein. El pianista está un punto mecánico por momentos. Espléndida la toma sonora. (9)
Esta semana la interpreta la Orquesta Sinfónica de Sevilla contando con Benjamin Grosvenor como solista. Las cosas que le he escuchado a este chico en discos me hacen pensar que se trata de un nuevo bluf: la agilidad y limpieza de su mecanismo son alucinantes, como lo es también su capacidad para regular el volumen, pero el sonido de su piano carece de densidad y su expresividad oscila entre una delicadeza mal entendida –indolencia cercana a la cursilería– y la más mecanográfica exhibición de virtuosismo. Dudo mucho que el joven pianista británico sea capaz de acertar ni con la ironía ni con el profundo dolor que, a mi modo de ver, anidan en la página. No, no quiero ver cómo transforman una de mis obras favoritas en un mero divertimento, así que me mantendré alejado del Maestranza.
Al mismo tiempo, quiero expresar mi desacuerdo con las notas al programa escritas por Martín Llade y disponibles en el siguiente enlace, porque transmiten una imagen a mi entender equivocada de esta obra que, ya les digo, toca mi fibra sensible de manera especial. Desde el más absoluto de los respetos al señor Llade, no puedo compartir la afirmación según la cual en esta partitura “todo es luminosidad, sencillez y espíritu risueño”. Tampoco que “es en el movimiento central donde Shostakóvich parece mostrarse más inspirado y tierno, logrando un inocente pero eficaz contrapunto a la alegría sin ambiciones de los allegri”. A mi entender, ni hay inocencia en el Andante ni alegría sin ambiciones en el resto. Si Grosvenor camina por ese sendero –probablemente lo hará– y Pedro Halffter también –eso no puedo saberlo–, escasa justicia se le hará a la partitura.
Como ven, no puedo resistirme a dar mi propia opinión sobre la obra. Por eso mismo he salido de mi piloto automático e improviso aquí una discografía comparada a partir de las notas que ya tenía tomadas en mi bloc particular desde hace tiempo. Me encantaría que sirvieran para que los melómanos descubrieran que en este concierto hay mucho más de lo que a primera vista parece y de lo que el propio compositor –especialista en mentir sobre su propia obra, como es bien sabido– estaba dispuesto a reconocer. Adelanto ya cuál me parece la grabación de referencia: Leonard Bernstein al piano y a la batuta en la añeja grabación para CBS.
1. Dmitri Shostakovich. Cluytens/Nacional de la Radio de Francia (EMI, 1958). Irregular el maestro flamenco con una dirección solo correcta en el movimiento central pero espléndida en los extremos, llenos de fuerza, entusiasmo y dinamismo sin caer en lo trivial ni lo meramente humorístico, sino con mucha garra dramática. Eso sí, se puede reprochar su tendencia a precipitarse. Quien defrauda seriamente es el propio compositor, quien parece avergonzarse de la expresividad de su obra hasta el punto de resultar mecánico en los movimientos extremos y bastante frío en el central, que aborda como si fuera un mero interludio. ¿Un caso más de compositor incapaz de traducir en sonidos las maravillas que él mismo escribe en sus pentagramas, o más bien el perpetuo deseo de Dmitri Dmítrievich de ocultar las verdaderas intenciones expresivas de su música lanzando pistas falsas? (7)
2. Bernstein/Filarmónica Nueva York (Sony-Praga Digitals, 1962). Tanto al piano como dirigiendo, el aún joven Lenny demuestra comprender perfectamente el universo del compositor ofreciendo una interpretación entusiasta y sincera, que desprende frescura y desparpajo –comunicativos a más no poder los movimientos extremos– sin dejar de hurgar en los aspectos corrosivos de la obra. Muy hermoso y sentido el movimiento central, aunque se pueda preferir más lento y contemplativo. Queda claro que Bernstein no pretende romantizarlo en exceso, y hace bien: una cosa es que suena chopiniano o incluso a lo Rachmaninov y otra es perder de vista que esta obra es de Shostakovich. El sello Praga Digitals ha reeditado la grabación en un SACD que suena bastante potable. (10)
3. Ortiz. Berglund/Sinfónica de Bornemouth (EMI-Brilliant, 1975). Interpretación muy hermosa y bien trazada, de adecuada sensibilidad en el Andante, pero no del todo clara por parte de la orquesta y, en general, un tanto naif. Prescindible. (7)
4. Dmitri Shostakovich. Maxim Shostakovich/I Musici de Montreal (Chandos, 1985?). Tiene morbo este disco: dirige la persona para quien la obra fue escrita, Maxim Shostakovich, y a su vez éste deja a su propio hijo la parte del teclado. Resultados insatisfactorios: como suele ser habitual cuando dirige la música de su padre, Maxim se muestra centrado y solvente, sin salidas de tono, pero no del todo comprometido y escasito de verdadera emoción. El nietísimo toca muy bien pero se muestra superficial, meramente virtuosístico en los movimientos extremos y algo trivial en el central. Como su abuelo, vamos. La toma sonora es espléndida a pesar de la abundante reverberación. (7)
5. Ortiz. Ashkenazy/Royal Philharmonic (Decca, 1989). Como en su grabación anterior, la pianista brasileña ofrece una recreación lírica y sensible, también un tanto naif, sin esa ironía típica del compositor, pero ahora se muestra algo más entusiasta y matizada, así como más conmovedora. Defrauda la batuta, tan solvente y aseada como falta de compromiso, además de no del todo clara. (7)
6. Leonskaja. Wolff/Orquesta de Cámara de Saint Paul (Teldec, 1991). Una lectura depurada y esencial, por completo ajena al romanticismo, mucho antes desolada que evocadora en el segundo movimiento, y ante rebelde que jovial en los extremos. Leonskaja resulta muy trágica (¡cómo se nota la herencia de Richter en esta señora!) y evita lo chopiniano. Magnífica la orquesta, admirablemente diseccionada. La lectura de Bernstein resulta en conjunto más emocionante que esta, pero aquí es quizá donde se profundiza más en el universo shostakoviano. Imprescindible. (10)
7. Rudy. Jansons/Filarmónica de Londres (EMI, 1997). En perfecta sintonía conceptual con la batuta, el pianista francés se lanza sin rubor a ofrecer una versión abiertamente romántica del segundo movimiento, ensoñada a más no poder pero en absoluto blanda o hedonista, sino muy poética, sincera y emocionante. A los movimientos extremos les falta un poco de garra y electricidad, sobre todo por parte de la batuta. Lástima. (8)
8. Bronfman. Salonen/Filarmónica de Los Ángeles (Sony, 1998). Menos analítico y más comunicativo que lo habitual el director finés, armado de su habitual sonido poderoso el pianista ruso, los dos artistas nos entregan una versión enérgica, con nervio, pasión y garra, pero siempre controlada y capaz de cantar con el vuelo lírico debido el Andante, todo ello sin caer en la tentación de romantizar en exceso la página. (9)
9. Hamelin. Litton/Sinfónica de la BBC Escocesa (Hyperion, 2003). Haciendo gala de un sonido bastante afilado y de una gran agilidad, el canadiense Marc-André Hamelin apuesta por una interpretación particularmente angulosa de los movimientos extremos, siempre llena de fuerza, pero en el tercero se deja llevar por lo cuadriculado y meramente virtuosístico. El central, muy lento y fraseado con gran sensibilidad, es bellísimo, muy romántico, melancólico y triste, pero no blando. La batuta sintoniza plenamente con el concepto y dirige con gran compromiso. (8)
10. Goodyear. Eschenbach/Philadelphia (Philadelphia mp3, 2006). Una realización irreprochable desde el punto de vista técnico pero equivocada desde el expresivo, porque tanto director como solista –este último más bien plano y poco variado en el toque– eluden por completo tanto el pathos como la ironía para decantarse por una visión amable, lúdica y hasta coqueta que no convence en absoluto. (6)
11. Matsuev. Gergiev/Mariinsky (Mariinsky, 2009-10). Dirección vistosa, enérgica y entusiasta, pero algo tosca y de cara a la galería. O sea, puro Gergiev. Pianista muy ágil pero cuadriculado, insensible, por lo que flojea de manera considerable el segundo movimiento. Muy bien el tercero, por el contrario. (7)
12. Melnikov. Currentzis/Orquesta de Cámara Mahler (Harmonia Mundi, 2010). Pianista sensible y matizado, alejado por completo de lo cuadriculado y de lo percutivo, que sabe desplegar lirismo al tiempo que alcanza un buen equilibrio entre lo humorístico y lo dramático, sin caer en la trivialidad pero también sin cargar las tintas. Particularmente flexible e imaginativo el Andante, muy emotivo y melancólico. Currentzis ofrece una dirección comprometida, con gran atención a las maderas, acentuando los contrastes entre los dos movimientosextremos y el segundo, muy lento y ensoñado, pero no blando sino doliente. Gran acierto. (9)
13. Korobeinikov. Kamu/Filarmónica de Lahti (Mirare, 2011). Solista y director –también la orquesta, ahora mejor empastada– no se encontraban tan a gusto con la ironía de Primer concierto como aquí en el Segundo, donde pueden dar rienda suelta a su interés por subrayar la el profundo lirismo trágico de la música del autor en un Andante particularmente lento (7’35’’, todo un récord) que rezuma desolación. Los movimientos extremos, llenos de entusiasmo, están francamente bien, sin llegar al entusiasmo desbordante de un Bernstein. El pianista está un punto mecánico por momentos. Espléndida la toma sonora. (9)
domingo, 7 de junio de 2015
Beethoven soviético: las sinfonías por Rudolf Barshai
BEETHOVEN: Sinfonías 1-8.
Orquesta Sinfónica/Rudolf Barshai.Melodiya MEL CD 10 02228
306’03’’
Sémele***
Melodiya recupera, en un reprocesado que pese a su excelente calidad no logra soslayar las limitaciones de las cintas originales, los registros que entre 1969 y 1975 Rudolf Barshai realizó frente a su Orquesta de Cámara de Moscú, aquí ampliada bajo el nombre de “Orquesta Sinfónica” tras la adición de miembros de otras formaciones de la ciudad, de las ocho primeras sinfonías de Beethoven; la Novena se quedó sin ser grabada por problemas con el sello Eurodisc.
El resultado no se puede decir que sea precisamente el ideal para quienes se acercan por primera vez a este pilar de la Historia de la Música, pero su interés histórico es innegable por darnos a conocer cómo en la Unión Soviética se hacía un Beethoven muy alejado de la gran tradición centroeuropea, con todo lo que ésta suponía en lo referente a densidad, carácter orgánico de la arquitectura y sentido trascendente, aunque alejado también de la renovación anticipadora del historicismo –tempi veloces, agilidad en la articulación– que proponía René Leibowitz en su hoy olvidada integral para Reader’s Digest.
En realidad, el de Barshai es un Beethoven que hasta cierto punto podría encajarse, no sin problemas, en la línea que va desde Toscanini hasta Harnoncourt y Gardiner, por su manera de poner el carácter férreo del ritmo por encima de la melodía, por su tensión electrizante, por su rusticidad sonora y por su perfil en gran medida combativo bien evidente no solo por la potencia expresiva que inyecta a los movimientos extremos, sino también por el protagonismo que adquieren unos metales no poco ásperos y unos timbales que a veces parecen aporreados sin piedad; cantabilidad, sensualidad y humanismo se quedan, como con los directores citados, por el camino, lo que no le impide a Barshai descollar en una magnífica Quinta, sin duda lo mejor de este ciclo.
En referencia a la grabación de la Heroica aquí incluida, dijo Dmitri Shostakovich que “no se escuchaba un Beethoven así desde Otto Klemperer”. Afirmación exagerada en lo que a la calidad artística se refiere, pero certera en tanto que en las realizaciones de Barshai hay también algunas concomitancias con el ciclo del maestro de Breslau, no tanto por la lentitud de algunas de las propuestas –en la Séptima, dilatadísima, la tensión se le viene abajo, cosa que no le ocurría a Herr Otto– como por el carácter agrio de su sentido del humor, su distanciamiento expresivo y, sobre todo, su manera de atender a todas y cada una de las líneas melódicas del entramado orquestal, expuestas con claridad pasmosa; ahora bien, nada hay en Barshai de la hondura, el pathos ni la reflexión humanística de Klemperer, por muy antirromántico que éste fuera. Ni de su absoluta perfección técnica, desde luego. Lo dicho: un Beethoven de interés más histórico que artístico.
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Artículo publicado en el número de marzo de 2015 de la revista Ritmo.
Orquesta Sinfónica/Rudolf Barshai.Melodiya MEL CD 10 02228
306’03’’
Sémele***
El resultado no se puede decir que sea precisamente el ideal para quienes se acercan por primera vez a este pilar de la Historia de la Música, pero su interés histórico es innegable por darnos a conocer cómo en la Unión Soviética se hacía un Beethoven muy alejado de la gran tradición centroeuropea, con todo lo que ésta suponía en lo referente a densidad, carácter orgánico de la arquitectura y sentido trascendente, aunque alejado también de la renovación anticipadora del historicismo –tempi veloces, agilidad en la articulación– que proponía René Leibowitz en su hoy olvidada integral para Reader’s Digest.
En realidad, el de Barshai es un Beethoven que hasta cierto punto podría encajarse, no sin problemas, en la línea que va desde Toscanini hasta Harnoncourt y Gardiner, por su manera de poner el carácter férreo del ritmo por encima de la melodía, por su tensión electrizante, por su rusticidad sonora y por su perfil en gran medida combativo bien evidente no solo por la potencia expresiva que inyecta a los movimientos extremos, sino también por el protagonismo que adquieren unos metales no poco ásperos y unos timbales que a veces parecen aporreados sin piedad; cantabilidad, sensualidad y humanismo se quedan, como con los directores citados, por el camino, lo que no le impide a Barshai descollar en una magnífica Quinta, sin duda lo mejor de este ciclo.
En referencia a la grabación de la Heroica aquí incluida, dijo Dmitri Shostakovich que “no se escuchaba un Beethoven así desde Otto Klemperer”. Afirmación exagerada en lo que a la calidad artística se refiere, pero certera en tanto que en las realizaciones de Barshai hay también algunas concomitancias con el ciclo del maestro de Breslau, no tanto por la lentitud de algunas de las propuestas –en la Séptima, dilatadísima, la tensión se le viene abajo, cosa que no le ocurría a Herr Otto– como por el carácter agrio de su sentido del humor, su distanciamiento expresivo y, sobre todo, su manera de atender a todas y cada una de las líneas melódicas del entramado orquestal, expuestas con claridad pasmosa; ahora bien, nada hay en Barshai de la hondura, el pathos ni la reflexión humanística de Klemperer, por muy antirromántico que éste fuera. Ni de su absoluta perfección técnica, desde luego. Lo dicho: un Beethoven de interés más histórico que artístico.
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Artículo publicado en el número de marzo de 2015 de la revista Ritmo.
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