No hace mucho escribí unos comentarios sobre la interpretación discográfica a cargo de Ivo Pogorelich de los fascinantes Veinticuatro preludios de Chopin. Para obtener una perspectiva lo más amplia posible de la peculiar lectura del divo croata, tuve la ocasión de escuchar otras cuatro grabaciones a cargo de grandes artistas del piano lo suficientemente distintos entre sí. Es ahora la ocasión de compartir las notas que entonces tomé.
La primera se remonta a 1974 y pertenece no solo al más grande intérprete chopiniano que se haya conocido, sino al que también es el mejor pianista del siglo XX: Claudio Arrau. Extrañamente, no es esta una de sus más admirables recreaciones del autor polaco: no hay genialidad alguna, tampoco una especial indagación en los pliegues de la partitura, tampoco una enorme agilidad digital ni un color del todo variado. En cualquier caso, asombran la perfección en el estilo, la musicalidad extraordinaria, la naturalidad del fraseo –jamás cuadriculado– y la capacidad para ofrecer la expresión más variada, desde el dramatismo hasta lo lúdico pasando por la brillantez virtuosística, la elegancia salonesca bien entendida y, desde luego, la evocación lírica. Lo dicho: interpretación no genial pero sí muy grande, que cuenta con el atractivo de incluir los dos preludios adicionales (el póstumo y el Op. 45).
De esta grabación de Arrau existen dos ediciones, la oficial de Philips y la de Pentatone en SACD, recuperando esta última el sonido cuadrafónico original. Si tienen reproductor de este sistema y equipo multicanal, no lo duden: suena de escándalo.
También de 1974 es la grabación de Alicia De Larrocha, realizada en este caso para Decca. ¿Resulta la pianista barcelonesa adecuada para recrear este universo sonoro? Bien, es cierto que el pianismo de corte apolíneo de nuestra artista no cede nunca al arrebato pasional ni termina de profundizar en los aspectos más agónicos de las obras que se le ponen por delante –el preludio nº 4 podría ser mucho más desgarrador en su clímax–, pero a la postre esta recreación no solo ofrece la enorme dosis de equilibrio, naturalidad, riqueza en matices y belleza sonora que caracterizaban a Doña Alicia, sino también una apreciable fantasía en el fraseo, gran atención a los pliegues dolientes de la expresión chopiniana y un elevado sentido de lo atmosférico, incluso –impresionante el registro grave– de lo ominoso. Los tres abrumadores acordes que cierran la obra no pueden resultar más reveladores en este sentido.
Otra pianista de corte apolíneo es Maria Joao Pires, una señora a la que quien esto suscribe suele escuchar con bastante desconfianza por lo irregular no de su técnica, que es irreprochable, sino de su arte. Por fortuna, aquí las cosas funcionan de manera espléndida: lejos de la tendencia a la blandura, a la excesiva ensoñación o al preciosismo sonoro que más tarde comenzaría a evidenciar, la pianista lisboeta ofrece una interpretación que, además de ofrecer la más admirable ortodoxia en el estilo –sonoridad y fraseo netamente chopinianos–, sabe ser no solo maravillosamente lírica cuando debe, sino asimismo valiente y dramática en los preludios más tempestuosos (muy escarpados los nº 9, 19 o 22, por ejemplo) sin que el arrebato parezca en modo alguno impostado o de cara a la galería. Todo ello alejándose por completo de lo cuadriculado o meramente virtuosístico y ofreciendo siempre tanta variedad de acentos como sabiduría en el dominio de las tensiones. Pueden echarse de menos la elegancia singular de Arrau o el sentido de la atmósfera de De Larrocha, como también el genial sentido visionario del pianista del que hablaremos a continuación, pero esta lectura puede considerarse como modélica. La grabó en 1992 para Deutsche Grammophon y se encuentra acoplada con una espléndida recreación del Concierto para piano nº 2 que ya comenté en este blog.
Llegamos finalmente a la más genial de las cuatro comentadas. Quizá lo sea también de toda la historia del disco, porque lo que hizo Evgeny Kissin en 1999 para RCA con estas piezas no parece superable. Lo que más asombra en esta recreación arrebatadísima, dramática y visionaria, por momentos negra, pero no precisamente falta de delicadeza y lirismo refinado, no es la pasmosa agilidad digital del pianista, que convierte los preludios más rápidos en ascuas fulgurantes; ni la manera de pasar del sonido más poderoso y atronador al más íntimo y recogido; ni los mil colores que extrae del instrumento; ni en cómo la abundancia de matices expresivos, gracias a su lógica y naturalidad, no enturbia el discurso global; ni la manera de contrastar unos preludios con otros logrando al mismo tiempo la continuidad del discurso. Lo más increíble, en realidad, es el manejo de las tensiones internas, planificadas con tanta flexibilidad como autocontrol y sentido de la progresión hasta alcanzar clímax de una fuerza expresiva descomunal, como ocurre en un Preludio nº 15 hiperdramático y relevador de la tragedia interior del universo chopiniano, pero sin merma de la belleza sonora.
Quienes prefieran un acercamiento más ortodoxo, ahí tienen a la Pires, pero es Kissin quien más hace justicia a la genialidad de Chopin. Eso sí, uno termina la audición exhausto.
Un cajón de sastre para cosas sobre música "clásica". Discos, conciertos, audiciones comparadas, filias y fobias, maledicencias varias... Todo ello con centro en Jerez de la Frontera, aunque viajando todo lo posible. En definitiva, un blog sin ningún interés.
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1 comentario:
Me parece increíble que este post no tenga ningún comentario. Al leerlo me resultó muy interesante como melómano, y sospecho que a cualquier otro melómano le habría pasado lo mismo. Estoy de acuerdo en la mayoría, aunque siempre Arrau y su sonido profundo y cantabile me pueden. Te invito a pasar por mi blog: chopiniano.blogspot.com, allí encontrarás algunas otras versiones de los preludios (como la del poco conocido Dang Thai Son y otros) para que puedas seguir comparando, si es que ya no las tenés. Felicitaciones por este interesante post y pongo a tu disposición mi discografía!
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