martes, 22 de octubre de 2013

Fascinante Conquista de México en el Real

Antes de asistir a la representación en el Teatro Real –sábado 19 de octubre–, me escuché en casa dos veces el doble compacto del sello CPO con la única grabación de La conquista de México, la realizada en febrero de 1992 en la Ópera de Hamburgo al hilo del estreno. Lo hice, además, utilizando el sistema “7 CH Stereo” que, en lugar de limitarse a crear una ligera reverberación en los altavoces surround, desplaza a los canales laterales y traseros lo que tendría que escucharse en los extremos del estéreo normal, creando así un sonido envolvente que recrea hasta cierto punto el diseño “escultórico” original de Wolfgang Rihm.


La primera vez me resultó bastante pesada. La segunda la disfruté más; no me parece que se trate de una obra maestra, pero sí de una buena partitura (“música teatral en cuatro partes”, como la define el propio Rihm) que saca espléndido provecho de algunas de las ideas planteadas previamente por el compositor alemán –por ejemplo, en las obras incluidas en el compacto que comenté en este blog hace poco–, entre ellas el uso como base musical de un tejido de percusión insistente e incisiva, la distribución de diferentes fuentes sonoras alrededor de los espectadores o el desdoblamiento de la voz humana, en este caso un Moctezuma que es soprano dramática sobre la escena para multiplicarse en “soprano aguda” y en contralto en los dos grupos orquestales situados a izquierda y derecha del patio de butacas. También resulta de mucho atractivo la utilización de un coro grabado previamente y manipulado de manera electrónica, circunstancia esta que, por cierto, ha dado lugar a algunos sonrojantes comentarios por parte de algunos amantes de la lírica que no se dan cuenta de que esta obra ha de verse desde lo que es el repertorio de la música contemporánea, no desde la tradición operística. La casi total ausencia de una dramaturgia lineal y la distribución de españoles y mexicanos en “voces masculinas gruñidoras” y “voces femeninas de canto refinado” respectivamente, también pueden desconcertar a quienes se creen con derecho a que todo lo que se vea en un teatro de ópera tiene que responder a un concepto lírico más o menos convencional.



Con esta preparación previa me fui a la madrileña Plaza de Oriente a ver la última de las funciones programadas de este título por el defenestrado Gerard Mortier. Como era de esperar la música gana bastante en directo, tanto por disfrutarse de la distribución de los bloques sonoros prevista por el compositor como por materializar en la escena la idea del “teatro de la crueldad” –físico mucho antes que psicológico– elaborada por Antonin Artaud, cuyo proyecto sobre La conquista de México sirvió precisamente de base a Rihm en su concepto y en su libreto; sin la menor duda esta obra debe ser vista, no meramente escuchada, para que adquiera todo su sentido, independientemente de que me siga pareciendo un poco más larga de lo que realmente necesita.

 

Pero hay más: la propuesta escénica preparada por Pierre Audi para el Teatro Real es absolutamente sensacional, desde el arranque con un telón que homenajea claramente a la pintura del gran Paul Klee hasta el dúo final entre Cortés y Moctezuma en el que las luces se van apagando poco a poco. Bellísima la escenografía de Alexander Polzin, notables los figurines de Wojciech Dziedzic, refinada la luminotecnia de Urs Schönebaum y prodigiosa la labor del regista franco-libanés: personal sin traicionar los deseos del autor ni el concepto inspirado en Artaud, imaginativa sin caer en la provocación ni el efectismo, atenta a la música sin convertirse en una mera ilustración o “explicación” de esta, sugerente sin caer en la dispersión de ideas. Y nada de tropezar con el tópico de “indios buenos/conquistadores malos” que al parecer sí estaba en Artaud.


Todo muy “moderno”, sí, muy “abierto” para que –como es habitual en buena parte de la creación artística contemporánea – el espectador interprete lo que está viendo desde su propia sensibilidad sin tener que adaptarse a códigos preexistentes. Por eso mismo exige este espectáculo un melómano particularmente activo, no sesudo ni analítico –no es esta una ópera cerebral–, pero sí dispuesto a hacer algo más que sentarse en su butaca para relajarse. Por eso mismo no me extraña que en otras funciones hubiese deserciones, aplausos tibios y hasta abucheos. No en la mía, desde luego, donde el éxito entre el público fue considerable, probablemente porque coincidía con un fin de semana y nos encontrábamos muchas personas venidas de fuera que sabíamos a los que íbamos. En los saludos finales, Nadja Michael se volvió hacia George Nigl –Moctezuma y Cortés respectivamente– e intercambió unas palabras que, en ese contexto y con la expresión que se veía en sus caras, debían de ser algo así como “por fin, esta vez sí”.


Musicalmente el nivel fue muy alto, a mi entender globalmente superior a la grabación de CPO, gracias en buena medida a la soberbia labor de la citada soprano en su larga y muy exigente parte; encima la Michael ofreció un impresionante trabajo de gestualidad escénica "especialidad de la casa". Muy bien la soprano Caroline Stein y la contralto Katarina Bradic que desdoblaban a Moctezuma dentro de los dos grupos de instrumentos laterales (en el del Palco Real no había voces). Barítono técnicamente problemático –estuvo muy flojo en Il prigionero–, Nigl se desenvolvió con mucha solvencia en la peculiar parte que le reserva esta partitura. Sin problemas el actor Graham Valentine (“un hombre que grita”) y elegantísima la bailarina Ryoko Aoki en el papel –significativamente mudo: la comunicación entre ambas civilizaciones no es posible– de la intérprete Malinche. Impecable el Coro Intermezzo en sus intervenciones pregrabadas. El maestro argentino Alejo Pérez, finalmente, logró que le perdonásemos su mediocre labor en la Gala de Fin de Año de 2010 y su globalmente flojo Don Giovanni de hace unos meses haciendo gala de una enorme destreza técnica a la hora de coordinar los cuatro grupos instrumentales y los otros tantos cantantes bajo sus órdenes.

Al haber dormido mal la noche anterior, tuve la mala fortuna de tener que luchar contra el sueño en los últimos veinte minutos de la obra; los vi, pero no los disfruté. “Tranquilo”, pensé yo, “que ya aparecerá el DVD”. Pues jarro de agua fría: me confirman que no ha habido ninguna filmación oficial de las representaciones. Triste, tristísimo haber perdido la oportunidad de eternizar uno de los más fascinantes espectáculos que se han visto en los últimos años en el que se supone que es el más importante teatro de ópera en nuestro país.

2 comentarios:

The Wolf dijo...

no sabes si de casualidad el compacto circula por internet para descarga?

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Pues me parece que no. Yo lo compré en Amazon a buen precio, aunque tengo que dejar constancia de que la toma sonora no es muy allá...

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