viernes, 27 de septiembre de 2013

Como el ala de Rockefeller

Si bochornoso es todo lo que está pasando en el Teatro Real y terrible lo del Liceu, el Palau de Les Arts no se queda precisamente a la zaga en noticias inquietantes. Por lo pronto la Generalitat parece dispuesta a ejecutar el ERE con el que piensa poner de patitas en la calle a un montón de trabajadores que son precisamente los que con su esfuerzo han levantado, de una manera u otra, las temporadas del centro operístico valenciano. A los que queden en plantilla, por pura lógica, los harán trabajar en un régimen de semi-esclavitud. Y ahora dicen –la noticia es de hoy mismo– que además se están planteando privatizar el complejo. Lo comenté por ahí hace tiempo, medio en serio, medio en broma: Les Arts va a terminar en manos de José Luis Moreno. Claro que éste sin duda hará las delicias del público más casposo con sus inefables producciones de zarzuela. ¿Y el futuro de la buenas producciones de ópera? Pues más negro que el ala del cuervo Rockefeller. ¡Toma Moreno!

3 comentarios:

Bruno dijo...

No me resisto a intervenir. Adelanto que comento desde la lejanía. No tengo la menor idea de los entresijos de ese Palau. De hecho sólo he estado una vez en la sala de cámara, otra vez en la de conciertos, mediante alucinante viaje por ascensor escuálido, y otra vez en una recepción para asuntos totalmente ajenos al Palau. De la de conciertos sólo recomiendo que acudan provistos contra el frío y con dos tapones. Uno para delante y otro para atrás; a no ser que les guste entablar conversación con gente igualmente muy apremiada.
Cito a Frübeck por lo del Real. En una entrevista de hace años fue el único, que yo sepa, que tuvo los redaños de clamar por la conservación del Real como sala de conciertos, ya estaba remodelada y con tradición concertística, probada buena acústica, y que se hiciera el nuevo Teatro de la Ópera de nueva planta. Todo hubiera salido mejor y mucho más barato. Y ahí empiezan mis comentarios. Unos cuantos necesitaban una obra de presupuesto, quiero decir gasto, abierto. Un chollo. Múltiples adicionales. Gastos no previstos. Mayores costos de compra. Mejores instalaciones. Un chorro de oro para espabilados. Hemos empezado aquí con un edificio antifuncional y carísimo. (Y con pies de barro, vistas las filtraciones, y manos con sabañones, visto el trencadis ondulado). Antifuncional para nuestros esfínteres, rodillas y nervios. Superfluo. Ya, de entrada, la subvención continuada. El chollo mientras dure el chollo. El gasto en la ópera pagado por metalúrgicos sordos. Lo que los economistas dicen sobre los gastos fijos: aquí una barbaridad. No se amortizan ni en la eternidad. Pero resulta que los variables también son bárbaros. Esto lo deduzco de las escuetas temporadas. No las alargan porque cuantas más hagan, más pierden. No cubren ni los variables. Incluso en épocas de bonanza. Un desastre económico que entra en la catástrofe en la crisis.
A partir de aquí muchas cosas para considerar: La idoneidad del estado para gestionar empresas. La dedicación exclusiva del edificio a espectáculos clásicos. Esa separación nos cuesta una barbaridad. No entro en la intensidad del trabajo del personal. Me hiela la sangre que un ascensorista me suba con unos poquitos en ascensor. Y subalternos por todos lados. (He llegado a ver, en el Palau, a Conejero y a Fernández seguidos por un “gastador” por si se les ocurría algo). La tardía, y quizás interesada, ocurrencia de la privatización. Eso se hace en vacas gordas y que la privada se espabile. La educación de los melómanos y operófilos a fin de acrecentar la demanda. (Ya sabe mi manía de la enseñanza en tierna edad)
Y considerar qué se hace con el arte en estos tiempos. Precisamente acabo de leer lo de la Orquesta del Reich. Pero estos no son los tiempos. Hay que mantenerlo. Pero creo que es la hora de las segundas figuras y de que las primeras accedan a cobrar como segundas. Y que se promocionen, aunque no den votos. (Incluso los pueden quitar). Tiene narices que los nazis mantuvieran contra viento y marea a su orquesta y a su música y nosotros nos cisquemos en todo eso. Lo que hemos “mejorado” en 60 años. Sin duda, mi generación ha hecho muchas cosas mal. Resulta que se hizo una Ópera para aparentar, no para emocionarse y ser más hombre.

Fernando López Vargas-Machuca dijo...

Perdone que, una vez más, no le conteste dedicándole el tiempo adecuado: estoy saturadísimo de trabajo, del "de verdad", y el poco tiempo que he tenido libre estas tardes ha sido para comentar los espectáculos que vi el fin de semana pasado; mañana mismo vuelvo a Madrid, por cierto, para el War Requiem de Bychkov.

Bueno, una cosita sobre la educación musical en la más tierna edad. El primer año que estuve en el instituto donde ahora sigo logré llevar a mis alumnos a escuchar ópera en Les Arts. El siguiente curso intenté repetir la jugada: los nenes de la ESO solo tenían que costearse el autobús, porque las invitaciones entraban dentro del proyecto pedagógico del teatro. Pues bueno, no logré reunir un suficiente número de alumnos dispuestos a viajar, y eso que en la sierra segureña profunda no es fácil moverse a grandes cuidades. Uno de ellos me dio una explicación muy clara: "¡no voy a pagar quince euros para escuchar a una gorda gritando!". Pues eso.

Bruno dijo...

Yo no soy pedagogo. Pero ciertas aficiones nacen en la adolescencia. No digo que sea condición necesaria y suficiente, pero ayuda mucho.
No piense en su experiencia personal. Hable con sus colegas. Nadie pone a un chaval a la primera frente a Flaubert, quizá mejor Verne. Y la ópera es un asunto muy complicado. Lo que yo quiero decir es que lo que debemos conseguir es una sociedad que exija el mantenimiento en condiciones de la ópera. No una administración que ponga la ópera y luego disfrute de las entradas. Si hay demanda habrá más público y pagará más de su bolsillo. Resulta que la gente paga a gusto el fútbol, a cientos, y no paga el arte, minoritario.

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