
Pero Felicity Lott es una artista de raza, que sabe administrar los pocos recursos que le quedan -se permitió incluso algún buen agudo-, y que sigue haciendo gala de la elegancia, la distinción, el saber decir y, sobre todo, el sentido del humor que la convierten en la más celebrada intérprete de Offenbach de los últimos lustros. Personalmente prefiero a una cantante de verdad con la voz gastada que a uno de esos aburridísimos "trabajadores del canto" (que diría un amigo) que circulan por ahí. Por ello me lo pasé en grande con Dame Felicity, aun con el punto de tristeza que supone saber que ya no la voy a volver a escuchar en directo en buenas condiciones vocales. Por cierto, menudo cuerpo espectacular (¡vaya piernas!) conserva para su edad.
Del tenor todo el mundo ha dicho que no se le escuchaba. Bien, como yo estaba en primera fila del patio de butacas (seis euros, un chollazo que hay que agradecerle a Mortier), no tuve problema en que me llegara su voz, no muy interesante ni manejada con gran técnica. Cumplió sin más, sobre todo por su indiscutible estilo vocal -lleva años en este terreno- y por sus buenas dotes histriónicas. La complicidad con la Lott fue total, salvando ambos con gracia la enorme diferencia de estatura física que les separaba.

La dirección de Sylvain Cambreling, que ya anda preparando el San Francisco de Asís, me pareció muy digna: hizo rendir a la Sinfónica de Madrid de manera solvente, hubo buen pulso y se atendió tanto a la parte chispeante del universo offenbachiano como a la delectación melódica que debe rezumar. Faltó, eso sí, una mayor atención a las gradaciones dinámicas, más compromiso en el fraseo y ese punto especialísimo de burbujeo tan difícil de conseguir. No parece, en cualquier caso, que nos encontremos ante un maestro creativo. A los cantantes les atendió bien y logró buenos momentos en el ballet de Viaje a la Luna.
Como única propina, repetición del can-can de este mismo título, con Fouchécourt y la Lott en un rincón del escenario animando al público a seguir la música con las palmas con un salero absolutamente irresistible. Los niños se comportaron relativamente bien (algunos padres les dejaron hacer demasiadas cosas en los asientos) y las locuciones a cargo de Fernando Palacios, un pelín más larga de la cuenta la primera de ellas, estuvieron muy sensatamente planteadas. Al final, todos felices. ¡Felicity, te queremos!
2 comentarios:
Menos mal que leo algún comentario positivo sobre este programa. Estuve en el recital del jueves 9, y disfruté mucho.
Me alegro, querida Ariodante, ya somos dos. O muchos...
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