sábado, 7 de noviembre de 2009

Los conciertos para piano de Prokofiev por Toradze y Gergiev

Iba a escribir algo sobre el Macbeth que acabo de ver en el Villamarta, pero no, de momento no voy a hacerlo. Mejor dentro de unos días, y a seguir ahora con Valery Gergiev. Vamos con uno de los autores que presuntamente mejor dirige, Sergei Prokofiev, y más concretamente con sus conciertos para piano, grabados por Philips con el concurso del pianista Alexander Toradze.

Esta integral, registrada con muy buen sonido por los ingenieros del sello holandés en Mikkeli (Finlandia) entre 1995 y 1997, posee algunas importantes virtudes. Por parte del solista, una pulsación muy ágil y transparente, capaz de ofrecer un gran virtuosismo en los pasajes más animados pero también de desplegar fuerza y robustez cuando la escritura así lo demanda. Por parte de Valery Gergiev, un elevado sentido teatral y una manifiesta voluntad por apartarse de la mera concatenación de explosiones sonoras -tentación a la que sucumbió hace poco en su integral de las sinfonías- para atender en su lugar al importantísimo contenido lírico de estos pentagramas. Por desgracia los resultados son irregulares.

Así, el descafeinado comienzo del Primer Concierto ya apunta que la interpretación no va a estar muy comprometida en lo expresivo. Por fortuna, solista y batuta saben atender tanto a la ironía con aristas de los movimientos extremos como a la poesía del central, y sin apenas pasarse de rosca: solo el final, estruendoso y vulgar, cae en el exceso.

El primer movimiento del Segundo Concierto, llevado a un tempo lentísimo y planteado con una muy poco idiomática evanescencia, es de todo punto inaceptable por su blandura y languidez, arreglándose tan solo en la monumental cadenza del solista. Estupendo el scherzo: ágil, animado y virtuosístico, como tiene que ser. Más que notable el intermezzo, de una ironía a la que director y solista saben aportar una interesantísima dosis de sensualidad y misterio. Correcto el cuarto movimiento, aunque de nuevo en exceso “impresionista” para tratarse de un Allegro tempestoso.

La más floja de las interpretaciones es la que recibe el Tercero. Un comienzo blando y quejumbroso avisa que nos vamos a encontrar ante una lectura dirigida de modo insincero, de un lirismo blando y algo trasnochado y de un carácter onírico en exceso evanescente: de nuevo el director ruso parece querer adoptar una especie de impresionismo mal entendido. El pianista se muestra muy solvente e intenta ser emotivo, pero tiende a precipitarse y a caer en lo cuadriculado, preocupándose solo del mero virtuosismo. En el segundo movimiento mejoran algo las cosas; su final, de un sobrecogedor sabor macabro, es todo un hallazgo. El Allegro ma non troppo final es lo más conseguido, y en su última parte por fin la interpretación se llena de la fuerza que tanto se echaba en falta.

Muy bien los dos conciertos restantes. Notable la interpretación del Cuarto: primer movimiento adecuadamente afilado y sin excesos, segundo muy lírico (quizá demasiado “romántico”, y por momentos algo evanescente), tercero poderoso y cuarto muy ágil y dinámico, aunque el pianista atienda más al virtuosismo que al contenido expresivo.

En el Quinto, finalmente, Gergiev y Toradze saben desplegar aristas -sin subrayarlas- en los tres primeros movimientos y alcanzar ese doliente dramatismo que exige el cuarto El quinto está bien, pero le falta un poco de garra.

Vista globalmente no se trata, pues, de una mala integral, pero claro está que las hay mejores. Mi preferida es la de Postnikova con Rozhdestvensky (Melodiya), pero está tan mal grabada que es preferible decantarse por Ahskenazy/Previn (Decca) o por Bronfman/Mehta (Sony). En cualquier caso, el disco que uno no se puede perder es el reciente de Kissin dirigido por Ahskenazy (enlace), que ojalá termine convirtiéndose en una nueva y definitiva integral.

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