Gira por España y Europa de la granadina María Dueñas para hacer la Sinfonía española de Édouard Lalo con Antonio Pappano. Excusa perfecta para escuchar o repasar algunas versiones de esta página concertística de la que ya quise decir algo en las viejas notas que recuperé en esta entrada. No me quedaron bien, la verdad, pero al menos ofrecen información. Tampoco hagan mucho caso de las siguientes líneas: busquen las grabaciones y piensen por sí mismos.
1. Milstein.
Ormandy/Orquesta de Philadelphia (CBS, 1945). Violín hermosísimo en el timbre,
fulgurante en el virtuosismo, intenso en la expresión, aunque más volcado en
los aspectos extrovertidos de la página que en sus posibilidades poéticas. Lo
mismo le pasa a Ormandy, que dirige rápido y con enorme colorismo aprovechando
a fondo las posibilidades de la fabulosa orquesta, e incluso permitiéndose explorar
algunas frases secundarias del entramado sinfónico, pero también cayendo en el
tópico. Admirable la restauración del sonido realizada por Sony. (6)
2. David
Oistrakh. Martinon/Orquesta Philharmonia (EMI, 1954). Buena toma monofónica en
Abbey Road –espléndido reprocesado en alta definición– para esta producción de
un Walter Legge que contó con la increíble orquesta que él mismo había formado –la
única más perfecta que Philadelphia por aquellos tiempos–, con una batuta ideal
para este repertorio y con un violín traído del otro lado del telón de acero
que hizo justo lo que se podía esperar de semejante titán: dejarse de
pintoresquismos y concentrarse en la música. Cierto, uno no puede dejar de
quedarse pasmado ante un sonido tan increíblemente grande, sólido y robusto,
como tampoco ante la facilidad con que aborda todas las trampas habidas y por
haber, pero lo verdaderamente grande de David Oistrakh es su perfecta
conjunción entre tensión sonora, densidad expresiva, sentido del pathos y
concentración. ¿Hace falta decir que en el Andante, que es donde se lo puede
permitir, ofrece una hondura poética absolutamente incomparable, como diciendo
“se van a enterar ustedes ahora de todo lo que esconde esta música? En el resto
hace gala de un temperamento muy ruso, lo que equivale a decir muy español;
pero temperamento muy férreamente controlado. Martinon también se arriesga
apostando por unos tempi muy moderados, abiertamente lentos en el referido
Andante, justo como luego harán Barenboim y Pappano: justo lo que esta música
necesita. Extrañamente, en la habanera del tercer movimiento –no así en la del
quinto– ni uno ni otro terminan de convencer. (9)
3. Stern.
Ormandy/Orquesta de Philadelphia (CBS, 1956). El maestro húngaro cambia para su
segunda grabación a Milstein por Stern. Este no posee un sonido tan firme ni
tan hermoso como su colega, ni le alcanza en limpieza digital, pero le supera
ampliamente en riqueza conceptual e inspiración poética: repárese en el cálido
y muy sincero (¡milagro!) espíritu español que destila en el segundo
movimiento, en la desazón del cuarto o en los bamboleantes aires de habanera en
el quinto. Ormandy sigue en su misma línea, aunque tomándose las cosas con un
poco menos de prisa. La toma se conserva francamente bien, sobre todo si se la
escucha en alta definición. (7)
4. Stern.
Ormandy/Orquesta de Philadelphia (CBS, 1967). Repetición de la jugada, esta vez
con un espléndido sonido estereofónico que por fin hace justicia a la
suntuosidad sonora de la formación norteamericana, no solo virtuosística y
brillante sino también flexible y dotada de una carnosidad ideal para la obra.
Stern no es quien más gustará a un estudiante de violín –sonido algo vacilante,
falta de robustez en el grave–, pero su inspiración vuela alto y canta con
sensualidad, carácter emotivo y mucho estilo. La gran mejoría viene por parte
de Ormandy, ahora adoptando tempi menos rápidos y más sensatos que le sientan
maravillosamente a la partitura. (8)
5. Ricci.
Ansermet/Orquesta de la Suisse Romande (Decca, 1959). La extraña grabación
estereofónica no hace justicia al buen trabajo de Ansermet y los suyos,
especialistas en “lo francés” que aciertan a ofrecer sensualidad y ligereza
bien entendida sin renunciar al pathos que la partitura demanda. Ricci posee un
sonido falto de robustez y algo ácido que a mí no me interesa demasiado; su
mano izquierda se mueve con enorme agilidad y ello le permite desplegar un
fraseo ágil y efervescente, sin menoscabo de un canto con apropiado salero en
el segundo movimiento. Solista y director fracasan en el tercero: el espíritu ondulante
y flexible de la de habanera no lo entienden. Aciertan, por el contrario, en un
cuarto lo suficientemente emotivo, para luego recrearse en los juegos rítmicos
de un Finale muy bullicioso. (7)
6. Zukerman.
Mehta/Filarmónica de Los Ángeles (CBS, 1977). Increíble la dirección, tal vez
la mejor escuchada, no solo llena de color, de brillo y de pintoresquismo, sino
también poderosa y dramática a más no poder, reveladora de numerosos detalles y
se suma plasticidad en el tratamiento de la orquesta, que rinde a fabuloso
nivel. Claro que lo más increíble en un Zukerman que, además de hacer gala de
un virtuosismo insuperable, interpreta cada frase evitando toda trivialidad y
llenando la música de intensidad, calidez y fuerza expresiva, sin desdeñar –como
en el Bruch que acompaña el disco– los tintes amargos. (10)
7. Perlman.
Barenboim/Orquesta de París (DG, 1980). Morbo considerable ver a Barenboim en
una obra tan poco afín a su temperamento. Como era de esperar, el maestro hace
de sí mismo y se decide por una recreación poderosa y dramática, llena de
fuerza pero poco atenta a la chispa y el salero. Triunfo enorme, pues, en un
cuarto movimiento lento, grave y hondo, toda una revelación, y relativa
decepción en un quinto al que le faltan ligereza y alegría. Perlman no posee un
sonido tan hermoso como el de su amigo Zukerman, pero consigue lo que
parecía imposible: superarle en virtuosismo (¡arrollador!), en variedad
expresiva y hasta en intensidad, atendiendo tanto a lo francés como lo español y
reservando lo mejor de sí –como la batuta– para el Andante. Solo le falta ese
punto adicional de sensualidad que conseguía Stern, si bien nuestro artista
resulta preferible en todos los demás aspectos. (9)
8. Mutter.
Ozawa/Nacional de Francia (EMI, 1984). Mutter posee el más bello sonido de
violín jamás escuchado, así como uno de los más sólidos y homogéneos. Su
virtuosismo es supremo. Asombrosa su capacidad para jugar con la agógica.
Amplísima su manera de cantar las melodías. ¿Y de narcicismo, qué tal anda
aquí? Pues bastante moderada, pero es verdad que en más de un momento se gusta
demasiado a sí misma y que, en general, hay más voluntad de seducción –erótica
incluso– que intensidad expresiva en su recreación. Elegantísimo, sensual y
antes ligero que cargado de pathos un Ozawa que prioriza “lo francés” frente al
sabor latino. Le perjudica, eso sí, una lejana y difusa toma realizada en la
complicada Salle Wagram parisina. (9)
9. Vengerov.
Pappano/Orquesta Philharmonia (EMI, 2003). El maestro londinense consigue una
de las mejores direcciones de esta obra aportando músculo sonoro, densidad
expresiva y un temperamento bien controlado, siempre dejando que la música
vuele con toda la cantabilidad debida –los tempi no son nada rápidos– y
aportando un sabor español y latinoamericano muy acentuado. En el Andante, como
Barenboim, acierta de manera especial al apostar por la gravedad y la reflexión,
si bien en el movimiento conclusivo se aparta de la pesadez de su colega para,
por el contrario, buscar una ligereza de corte francés. En cualquier caso, el
espectáculo es el de un Vengerov que toca con facilidad insultante y coincide
con la batuta a la hora de cantar las melodías con especial naturalidad. Cierto
es que no acierta, al menos en el tercer movimiento, con el ritmo de habanera,
pero los fulgores plenos de virtuosismo –ajeno a lo narcisista– de su violín terminan
compensando la insuficiencia. (9)
10. Hadelich.
Macelaru/Orquesta Nacional de Francia (YouTube, 2022). Agustin Hadelich demuestra
riesgo y personalidad, además de talento, con una lectura de corte lírico que,
aun sorteando sin problema todos los retos de virtuosismo, se desinteresa por la
brillantez y no aporta especial entusiasmo pirotécnico para en su lugar poner
en primer término el vuelo lírico de esta música, la sensualidad, los aires
caribeños y la efusividad melódica. No lo hace, ciertamente, buscando la
gravedad ni la tensión dramática de otros colegas, sino más bien explorando atmósferas
y colores con el rabillo del ojo mirando hacia lo que va a ser el
impresionismo. La dirección de Cristian Macelaru es notable, siempre en
sintonía con el solista a la hora de definir los parámetros expresivos; a
destacar positivamente la lentitud con que aborda el segundo movimiento, muy
bien diseccionado –atención a los juegos dinámicos de los pizzicatti– y permitiendo
el más amplio vuelo melódico posible para Hadelich. (9)
11. Dueñas.
Mihhail Gerts/Orquesta Nacional de Estonia (YouTube, 2020). Posiblemente por algún
problema contractual, la violinista granadina solo ha subido a su canal de
YouTube los movimientos primero, segundo y quinto. La ausencia del fundamental
cuarto impide valorar hasta qué punto la artista ha logrado hurgar en la llaga,
pero lo que se escuchas es absolutamente deslumbrante para una chica que en el momento
de la filmación contaba con diecinueve años: su virtuosismo tiene poco que
envidiar al de un Oistrakh, un Perlman o un Zukerman, en belleza sonora anda cerca
de una Mutter, y en lo que a la expresión se refiere posee un temperamento tan
incandescente como bien controlado. ¿Y de sabor español? Lamento caer en el
tópico, pero es la verdad: muy gitana anda ella, en el mejor de los sentidos.
La batuta parece buena. (?)









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