Prosiguen su gira española María Dueñas, Antonio Pappano y la Chamber Orchestra of Europe. Estoy deseando escucharles en Sevilla el próximo domingo, entre otras cosas porque gracias a las grabaciones ya tenemos una idea de lo bien que va estar la cosa.
Idea aproximada, al menos. En la discografía comparada que
aquí presenté ya dije que los tres movimientos que María Dueñas ha colgado en
su canal de YouTube nos hablan de una belleza sonora y de un virtuosismo
comparable a los de los más grandes violinistas que han existido, como también
de un temperamento arrebatador y de un apropiadísimo sabor español que logra
hacer creíble el impostado folclorismo de la página de Édouard Lalo.
Queda por saber cómo hace la granadina el fundamental Andante, núcleo poético
de la página. En cuando a Antonio Pappano, su dirección es superlativa. A
destacar la sonoridad carnosa pero no ajena a la sensualidad que el repertorio
francés demanda, el fraseo de amplia cantabilidad –uno de los puntos fuertes de
este director que tan bien conoce el mundo de la ópera- y la hondura trágica en
el citado Andante. Sería terrible que alguno confundiera la densidad expresiva
que ahí logra el londinense con pesadez o falta de estilo, pero habida cuenta
de cómo está la cosa, de cómo en Sevilla cada día gustan más las levedades y
los sobresaltos de la peor escuela historicista, no me extrañaría nada.
De la colección de Danzas eslavas op. 46 de Dvorák
que ocupa la segunda parte no tenemos testimonio por Pappano, pero sí
sabemos cómo hace la otra serie, la Op. 72, porque en la plataforma
Stage + tenemos una filmación del maestro dirigiendo a la Filarmónica Checa en
noviembre de 2023.
Estos días ando haciendo una comparativa de esta maravillosa
colección y creo poder afirmar que nuestro artista se mueve en primera fila,
muy cerca de los más grandes intérpretes de la página. Uno sería Szell, quizá
el más acertado en una línea interpretativa en la que también habría que
incluir a Karel Šejna o Rafael Kubelik, y que se caracteriza por priorizar la
rusticidad sonora bien entendida, el vigor rítmico y el espíritu de danza festiva.
En otro sería el recientemente fallecido Dohnányi, diametralmente puesto en su
reivindicación del vuelo melódico, la sensualidad y –por qué no– la melancolía,
incluso el sabor agridulce que se esconden entre los pliegues de los
pentagramas. Antonio Pappano, como Vaclav Talich o Simon Rattle, alcanza un
admirable punto intermedio entre los dos planteamientos, haciéndolo además con
formidable control de la orquesta y muchísima inspiración.
Concretando un poco, el maestro aborda la Danza nº 1
con músculo sonoro y planteando ricos juegos dinámicos; en la sección central
alcanza una sensualidad y un vuelo lírico sublimes. Decepciona en la Nº 2,
al menos en un arranque de portamentos discutibles y blandura inconveniente: el
decadentismo puede venir a cuento en su adorado Puccini, nunca en Dvorák. Más
adelante Pappano rubatea con generosidad y extrae de la cuerda checa un
precioso legato.
No hay prisa alguna en la Nº 3. Antes al contrario,
el maestro la plantea con voluntario carácter pesante y marcado sabor eslavo
para a continuación realizar juegos agógicos extremos entre lo muy lento y lo
muy rápido. Muy paladeada la Nº 4, cuya sección central es no solo intensa,
sino también algo lacerante. Este proceso de indagación en las profundidades de
la música continúa con la Nº 5, cuyo arranque resulta particularmente
grave y sombrío; más tarde la batuta demuestra saber jugar con los sforzandi y
ofrecer una “masculinidad” muy atractiva.
En la Danza nº 6 Pappano no se pasa de la raya en
delicadeza, a pesar de la tentadora indicación “casi minuetto”; eso sí, ofrece
preciosas frases líricas en la cuerda y hace gala de un gran manejo del rubato,
al tiempo que los primeros atriles de la orquesta checa demuestran una gran
categoría.
Dionisíaca y gozosa la Nº 7, pero sin caer en la
sequedad ni necesitando especial incisividad en los ataques; valientes los
timbales, sin miedo a evidenciar eso de la “rusticidad eslava” que tanto
necesita un compositor a veces en exceso occidentalizado por algunos grandes
maestros.
La maravillosa Nº 8 no la plantea Pappano muy
ensoñada ni poética –imposible aquí olvidar a Dohnányi–, pero la hace carnal y
muy encendido: está muy bien. De propina, repetición de la Nº 7 aún
mejor que antes, más intensa y arrebatada. Para los amantes de las puntitos:
entre un 8’5 y un 9’5 para estas Danzas eslavas, salvando la Nº 2
que se lleva solo un 7 por culpa de su arranque. Teniendo en cuenta que no he encontrado
ningún disco que se merezca el 10 rotundo, no está nada mal.
¿Conclusión? Si están abonados a Stage +, no duden en ver
esta filmación. Si tienen la oportunidad, ni se les ocurra perderse el
concierto en directo con María Dueñas. Y si no pueden hacer esto último, la
citada plataforma les ofrecerá la oportunidad cuando la granadina y el
londinense hagan este mismo programa en Esterházy el día 22.

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